miércoles, 16 de abril de 2014

Tres, multitud

Seguro que los celos que siente la hija por la madre y el marido cuando están en concomitancia y la excluyen, tiene un nombre en concreto en psicología; lástima que no sean horas para llamar a mi tío Fermín, que sabe del tema. 

Hoy a primera hora fuimos a Málaga a medir el solar donde hemos proyectado las doce viviendas. El perfil para el anteproyecto lo tomé del oficina virtual del catastro, pero esos planos son sólo una aproximación, además, no tiene altimetría. Fuimos a primera hora, como le gusta a Guille, y fue más divertido de lo que suele ser porque desde uno de los bloques que tiene medianería con el solar, nos tiraban calderos de agua (sin el previo aviso de ¡Agua vaaaa!). Alguien, es probable que el mismo promotor de las viviendas (para conseguir un mejor precio por el terreno), había echo correr el rumor que se iba a construir en la parcela un centro para toxicómanos. Nos informó una vecina que vino a husmear (creo que la misma que tiraba el agua, por fortuna, con bastante mala puntería -o con involuntaria buena voluntad-). 

Al regresar, nos quedamos a comer en la casa de mi madre. Me gusta cómo cocina, aunque no por el recuerdo de la infancia (me crié más comiendo los macarrones y lentejas de mi hermano, que sus potajes). Hay muchas de sus rectas, sobre todo las heredadas de mi abuela, las que aprendió durante su estancia en el cortijo, que son complemente incompatibles conmigo. Hoy quiso agasajar a Guille, por verlo por primera vez después de muchos meses y los dos se pusieron a preparar el almuerzo. La cocina es grande, pero tres personas delante de la encimera, son multitud. A mí me excluyeron, me dejaron sentada a la mesa de la cocina con la maquinita (la maquinita es el teléfono móvil). Cuando visité todos los foros y blogs a la que soy asidua, me puse a jugar al Candy Crush (cual cualquier ministra de trabajo que se precie). 

Me daba un poco de envidia ver lo bien que se compaginaban para trabajar Guille y mi madre. Conmigo nunca es así, siempre se intenta imponer; pero a mi marido lo respeta. 

De menú había arroz con conejo y majillo de espárragos. Los granos de arroz nadaban en un caldo amarillo. Ingenua de mí, pregunté cuándo se iba a poner sequerón (en mi mente no cabe la posibilidad que le arroz se tenga que comer con cuchara). Los espárragos tampoco me hacen gracia porque después de comerlos, la orina apesta. Ya me imaginaba cogiendo un empacho de aceitunas aliñadas cuando mi madre me puso ante las narices una tortilla de cebolla con patata (uf, menos mal, me habría puesto muy triste si me hubiera ignorado por completo). 

4 comentarios:

  1. Curioso: Siempre son muy publicitadas las recetas heredadas de la abuela y aquí no parece así, o yo lo he entendido al contrario.
    Sí, también opino, porque me gusta la cocina y la practico con cierta frecuencia, que tres en la encimera doméstica son multitud y, si me apuran, hasta de dos, en muchas ocasiones sobra uno: El ayudante espontáneo y bien intencionado, pero "torpón" en la desenvoltura.

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    1. Supongo que se suele estimar mucho las recetas de las abuelas porque es lo que primero se conoce, y, sospecho, el paladar se educa en los primeros años de vida. Pero yo crecí alimentándome de lo que me preparaban mis hermanos. Cosas fáciles de hacer, como tortillas, pizzas, macarrones, filetes... Hay toda una serie de platos que hace mi madre que me resultan muy exóticos y poco apetecibles. El arroz con caldo, por ejemplo, y sus extrañas tortillas mezcladas con cualquier clase de hierbas (espárragos, espinacas, tagarninas...).

      Guille es muy bueno como pinche de cocina. Tiene muy buen manejo con los cuchillos y creo que es inmune al liquidillo que suelta la cebolla y hace llorar.

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  2. A mi por lo general me gusta "colarme" en cocina ajena, siempre cuando estén preparando la comida que degustaré, con excepción de los restaurantes, claro está. De seguro Guille trabajó en algún restaurante, pues tengo sus mismos dones culinarios (samurai chef, inmunidad cebolítica), gracias a mi trabajo anterior en la hamburguesería. Aunque suene extraño, la razón de dicho comportamiento (colarme en la cocina) es para evitar posibles conversaciones "incómodas", pues estando en la cocina, todo lo que se converse se refiere a arte culinario.

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    1. En un restaurante no, pero sí trabajó como auxiliar topógrafo, por eso se le da tan bien ser ayudante. A mí, por el contrario, no me gusta colarme en las cocinas ajenas. Mis cualidades como cocinera son muy limitadas y siempre temo que me pidan alguna cosa complicada que no sepa hacer, o, peor aún, que me cargue los esfuerzos ajenos con alguna metedura de pata.

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