domingo, 27 de diciembre de 2015

El rey de la colina

Fui una hija de puta durante la infancia. Yo inventé el juego se El rey de la Montañilla. La Montañilla tenía en su cumbre la construcción en hormigón armado de un antiaéreo. Sólo se podía acceder a ella por una carretera sinuosa y cómoda que tenía a las espaldas del camino principal. Frente a ella, una pendiente de más del 100% de tierra suelta y guijarros llenos de cristales de cuarzo, hacía imposible su ascenso, pero eso los niños recién llegados a la base aérea no lo sabían, y nosotros los incitábamos a que lo hicieran como un rito de iniciación para pertenecer a nuestra pandilla. Creíamos burlarnos de ellos, pero sólo éramos unos tontos porque conseguíamos que la carne fresca, de la que estábamos tan necesitados en nuestro mundo enclaustrado, desconfiara de nosotros e incluso prefirieran el ostracismo de sus viviendas a participar en nuestros juegos crueles: intentar subir la Montañilla por aquella parte significaba terminar con las palmas de las manos y las rodillas llenas de heridas abiertas. 

Puede que dentro de unos años me percate que, en esta ocasión, también estaba equivocada al considerar a un grupo de personas tontas, muy tontas; pero en estos momentos, aunque a alguno se le supone la inteligencia por los logros obtenidos y otras parecen un milagro de la ciencia por ser capaces respirar y pensar sin asfixiarse, en algún instante de este año, han demostrado ser tontos de remate, desde el clérigo saudí que aseguraba que la Tierra no se mueve, a Anna Allen que, en mitad de la era de la globalización social gracias a las redes sociales, se inventó una vida en un país tan mediático como EEUU, sin olvidar al entrañable Willy Toledo que exige sus minutillos de atención de vez en cuando soltando burradas (ánimalico). 

Sería complicado encontrar entre todos ellos al rey de los tontos, el rey de la colina. Pero no ha sido complicado encontrar testa para tan indigna corona. No lo puse entre los estultos porque esa entrada pretendía ser una broma. Sin embargo, a veces, la estupidez parece revestida de inteligencia, como en el caso de Arturo Pérez-Reverte con sus comentarios después de los atentados de París. Que cada uno saque sus conclusiones, y quien me considere errada, que me fustigue, estoy preparada para ello. 


viernes, 25 de diciembre de 2015

La casa de los pájaros fantasma

Lo confieso, me decepcionó mucho poder, por fin, entrar en una de partes clausuradas del caserón al que le estamos haciendo un informe de estabilidad, y no encontrar, al menos, un cadáver. La dueña tenía la extraña costumbre de ir tapiando trozos de pasillo, impidiendo el acceso a habitaciones, a medida que se marchaban quienes vivían con ella. Al final ni siquiera se molestaba en limpiar las habitaciones antes de colocar las tapias, y así nos hemos encontrado con baños en los que aún, después de una década o dos, aún tenía junto al bidé una toalla cubierta de polvo y, a pesar de ello, parecer impoluta, o botes de champú, volcados por la torpeza de alguna alimaña, con los restos de su contenido solidificado. 

El último rincón sin acceso sólo apareció cuando los planos comenzaron a cuadrar. Los otros habían sido evidentes gracias a las ventanas de las fachadas. Este estaba en el centro de la planta baja. Era una habitación y una tortuosa escalera de caracol que no llevaba a ninguna parte. Como en los pueblos están íntimamente ligados al pasado y tardan en olvidarlo, el mismo señor que me ayudó a dar mamporros y abrir un agujero en la pared, supo decirme que aquella había sido la habitación de la criada de la casa, Paca la de los Huevos. el apodo no derivaba de un valor desmedido, sino de vender huevos la madre de esta señora. La criada se fue alrededor de 1971 para casarse y la dueña de la casa comenzó su costumbre de poner paredes a los recuerdos. Tuvo que ser gris y triste la vida de la criada en aquella habitación sin luz natural. 

Por toda la casas hay cadáveres de pájaros muertos, sobre todo en la planta ático. Lo extraño ha sido encontrar el esqueleto de una paloma, enterrada en el polvo de cuatro décadas y media, en el primer escalón de la escalera de caracol. ¿Cómo llegaría ahí? ¿Cómo fue su lenta agonía? ¿Cómo pudo la dueña del caserón soportar durante días el zureo del bicho moribundo?


Esqueleto de paloma enterrada en el polvo de cuatro décadas y media

sábado, 5 de diciembre de 2015

Virgencita, que me quede como estoy

Vaya racha llevo. ¿Estaré gafada? Hoy me robaron el bolso en el centro. Acababa de llevar a Guille a la parada del autobús para Málaga aeropuerto, me apetecía ver el ambiente de la ciudad desde la terraza de un bar. Me siento en una silla, dejo el bolso en la otra, a pocos centímetros de mí. Una señora de mediana edad me pregunta por una iglesia. Cuando vuelvo a mirar, el bolso ha desaparecido. 

Mal asunto sufrir un incidente que requiera de la policía un día medio festivo y por la tarde. Te obligan a ir a la única comisaría de guardia en toda la ciudad, que está más allá de donde Cristo pegó las tres voces, y que ni los vecinos más cercanos a ella, parecen saber dónde se encuentra. Te hacen esperar una eternidad, porque el único policía que se ocupa de tomar nota de las denuncias es torpe con el teclado, aunque muy voluntarioso y lo suficientemente amable para no sentirse desasistida por completo. De seis y media a diez. Había muchas personas por delante de mí. Robos de documentación, de carteras, de coches, de móviles, de más móviles, de muchos móviles... Me pareció que el policía no ponía mucho interés en lo que le contaba. Que dejarían que fuera el azar el que resolviera el robo (extravío, para ellos); como así ha ocurrido al final. Pasada la medianoche me llamaron a casa. Una señora encontró mi bolso en un banco del Paseo de la Virgen (un lugar al que ni siquiera me he acercado hoy). Comentario del policía que me llamó: Aaaaaaaay, estas cabecitas, que andamos olvidando por ahí las cosas. ¿Para qué discutir? Al parecer está todo menos los 75 € que llevaba en la cartera. Desmonté la barricada que había puesto delante de la puerta porque en el bolso llevaba las llaves de la casa (menos mal que mi vecina del segundo tiene una copia) y tarjetas con la dirección del estudio. 

Espero que mañaan no me ocurra nada digno de ser contado, ni bueno, ni malo. 

La chispa de la vida

Odio esas películas en las que un hombre blanco se erige como único salvador de una mayoría marginada. El cine, supongo que para conseguir mayor taquilla, suele olvidar a los auténticos héroes. Fue una señora que se negó a levantarse de un asiento en el autobús destinado exclusivamente a los blancos quien inició la igualdad entre personas blancas y negras en EEUU, y fue Gandhi y sus seguidores quienes lucharon con la no violencia contra el yugo inglés, y fue Mandela y sus seguidores, principalmente con sus métodos no violentos, quienes consiguieron erradicar el apartheid. 

Mi cuñada, una de las primeras veces que salí con ella, me dijo que me iba a pringar de su color (es negra). No supe a qué se refería. Supuse que se debía a un problema con el idioma (es inglesa y por aquel entonces aún no hablaba bien el español). Después de comer en un restaurante y hacer algunas compras, lo comprendí perfectamente: iba a ser tratada como ella. El racismo no sólo está en un grupo de chavales que se tapan la nariz al pasar junto a ella (nosotras) y decir que apesta, o en la pereza voluntaria de un camarero que no te atiende con la esperanza de que termines aburriéndote y marchándote; también está en la sonrisas beatificas de los dependientes al preguntarte si te pueden servir en algo, o en la atención excesiva y descompensada respecto a otros clientes, de un camarero. La igualdad no está en que demuestren que te toleran, la igualdad está expresamente en eso, en que no haya ninguna diferencia en el trato entre unas personas y otras. 

Recordar las primeras salidas con mi cuñada lo ha desencadenado el último anuncio navideño de Coca-Cola. Confunden tolerancia y paternalismo con igualdad.



(Me pregunto si el publicista era un topo infiltrado de Pepsi-Cola).

jueves, 3 de diciembre de 2015

Un camino de rosas

A veces creo que tengo un sexto sentido para evitar los problemas, o mucha suerte. Cuando te adentras en una vivienda vieja para medirla, lo más probable es que te topes con mucho polvo, demasiadas alimañas, trastos viejos que te impiden apuntar con el láser, elementos constructivos debilitados por el uso y aún más por la falta de él, humedades que encharcan el suelo, habitaciones hediondas... Ayer estuve midiendo un caserón que aunaba todas estas características. Fue una suerte que no arrastrara conmigo a la chica que tenemos de "recogida", como dice Guille (está haciendo prácticas de empresa en el estudio). Es de una constitución muy extraña, poca cosa, menuda, brazos de palillo, pechos de adolescente, piernas huesudas... pero a llegar a las caderas se ensanchan de forma descomunal. Al contraluz, parece una estatuilla prehistórica de fertilidad. Aún no le he cogido cariño. Tiende a la pedantería; pero sé que la pedantería en los novatos es un sistema de protección ante su ignorancia. 

A pesar de ser tan poquita cosa, es capaz de soltar el alarido más ensordecedor imaginable, y todo por ver unas tijeretas paseándose por su mesa (un insecto con unas pinzas en el trasero, no conozco el nombre científico, viven bajo las tejas del torreón, pero supongo que el frío lo habrá arrastrado al interior del piso). Guille cogió un papel y lo echó fuera y la Recogida cogió la botella de amoniaco del armario de la limpieza y un paño y se tiró media hora frotando la mesa. 

El caserón pertenecía a una anciana que murió sin herederos. Antes de salir de su casa, supongo que para ir al hospital, del que ya nunca volvió, se dejó hasta la cama hecha. Según me informó el bedel del ayuntamiento que me abrió la puerta del caserón, todo estaba en perfecto orden cuando él entró hace diez años por primera vez. Ahora impera el caos. Parece que pasaron por todas las habitaciones una marabunta de saqueadores. Curiosamente, sólo un carrito lleno de bebidas alcohólicas y vasos tamaño dedal, permanecía intacto en mitad de lo que debió ser un salón. A la mujer le gustaban las bebidas dulzonas, anis, licor de menta, licor 43... En el ático del caserón, todo parecía más deteriorados y viejo. Alguien debió de dejarse las ventanas abierta y las palomas se habían apoderado del lugar, hasta que algún vecino molesto protestó y los encargados decidieron cerrar las ventanas, sin dejar de salir a todos bichos. Una docena de cadáveres de palomas, incluido algún polluelo y una golondrina despistada, sembraban la polvorienta tarima. Todo el lugar apestaba a cerrado, humedad y al guano de las aves. 

Cinco horas me llevó medir todas las habitaciones. Pensaba que había salido bien parada porque el caserón parece una trampa para dañar a los intrusos. Terminé enharinada en polvo y excrementos de paloma, con los zapatos manchados de lodo por culpa de un baño que perdía agua, con palpitaciones por haber pisado un escalón en mal estado... Hasta había un cuadro de Salomé con la cabeza de San Juan, que alumbrado por una linterna sin mucha potencia y en completa soledad, acojonaba bastante. Confié demasiado pronto en que había salido indemne, al abandonar el edificio no vi el travesaño que reforzaba la puerta partida y ¡zas, en todos los morros! Ahora mi labio superior parece, en el color, forma y tamaño, una butifarra.

Inocentes los estudiantes de arquitectura, que piensan que nuestra profesión es un camino de rosas. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Las luces y las sombras

Muchos de mis compañeros de la facultad tenían un archivo con la casa o el edificio que los iba a lanzar al estrellato. Pensaban que era muy fácil convertirse en un arquitecto reconocido. Eran diseños futuristas, minimalistas, copias, por lo general, de edificios ya famosos con alguna pequeña extravagancia que pretendía marcar estilo pero que únicamente conseguía un conjunto homogéneo con una parte sobrante. Cuando leo El Croquis, o alguna otra revista de arquitectura, busco entre sus artículos los nombres conocidos de mis compañeros, pero no aparece ninguno. Incluso es complicado encontrar los de los profesores.

Durante la carrera, nadie nos advierte de lo que realmente es el trabajo de arquitecto. Nos arrojan al mundo con mucho bagaje inútil y pocos conocimientos aprovechables. Con la cabeza llena de pájaros, con la convicción de que somos los dueños de nuestros proyectos y no debemos dejarnos avasallar, permanecer firmes ante de la decisión de quien se gasta todos los ahorros de su vida y de un futuro muy, muy lejano, en una casa, la que no tendrá lavadero porque en la facultad nos dieron a entender que era una habitación del pasado, de las viviendas de pueblo, y que nosotros sólo debemos proyectar edificios vanguardistas. 

Tenemos en el estudio una alumna en prácticas. En una década no ha cambado nada el halo irreal y fantasioso con el que los docentes adornan nuestra profesión. Menos mal que en cuanto hay que enfrentarse a la realidad, casi todos se le pasa la tontería.