jueves, 3 de diciembre de 2015

Un camino de rosas

A veces creo que tengo un sexto sentido para evitar los problemas, o mucha suerte. Cuando te adentras en una vivienda vieja para medirla, lo más probable es que te topes con mucho polvo, demasiadas alimañas, trastos viejos que te impiden apuntar con el láser, elementos constructivos debilitados por el uso y aún más por la falta de él, humedades que encharcan el suelo, habitaciones hediondas... Ayer estuve midiendo un caserón que aunaba todas estas características. Fue una suerte que no arrastrara conmigo a la chica que tenemos de "recogida", como dice Guille (está haciendo prácticas de empresa en el estudio). Es de una constitución muy extraña, poca cosa, menuda, brazos de palillo, pechos de adolescente, piernas huesudas... pero a llegar a las caderas se ensanchan de forma descomunal. Al contraluz, parece una estatuilla prehistórica de fertilidad. Aún no le he cogido cariño. Tiende a la pedantería; pero sé que la pedantería en los novatos es un sistema de protección ante su ignorancia. 

A pesar de ser tan poquita cosa, es capaz de soltar el alarido más ensordecedor imaginable, y todo por ver unas tijeretas paseándose por su mesa (un insecto con unas pinzas en el trasero, no conozco el nombre científico, viven bajo las tejas del torreón, pero supongo que el frío lo habrá arrastrado al interior del piso). Guille cogió un papel y lo echó fuera y la Recogida cogió la botella de amoniaco del armario de la limpieza y un paño y se tiró media hora frotando la mesa. 

El caserón pertenecía a una anciana que murió sin herederos. Antes de salir de su casa, supongo que para ir al hospital, del que ya nunca volvió, se dejó hasta la cama hecha. Según me informó el bedel del ayuntamiento que me abrió la puerta del caserón, todo estaba en perfecto orden cuando él entró hace diez años por primera vez. Ahora impera el caos. Parece que pasaron por todas las habitaciones una marabunta de saqueadores. Curiosamente, sólo un carrito lleno de bebidas alcohólicas y vasos tamaño dedal, permanecía intacto en mitad de lo que debió ser un salón. A la mujer le gustaban las bebidas dulzonas, anis, licor de menta, licor 43... En el ático del caserón, todo parecía más deteriorados y viejo. Alguien debió de dejarse las ventanas abierta y las palomas se habían apoderado del lugar, hasta que algún vecino molesto protestó y los encargados decidieron cerrar las ventanas, sin dejar de salir a todos bichos. Una docena de cadáveres de palomas, incluido algún polluelo y una golondrina despistada, sembraban la polvorienta tarima. Todo el lugar apestaba a cerrado, humedad y al guano de las aves. 

Cinco horas me llevó medir todas las habitaciones. Pensaba que había salido bien parada porque el caserón parece una trampa para dañar a los intrusos. Terminé enharinada en polvo y excrementos de paloma, con los zapatos manchados de lodo por culpa de un baño que perdía agua, con palpitaciones por haber pisado un escalón en mal estado... Hasta había un cuadro de Salomé con la cabeza de San Juan, que alumbrado por una linterna sin mucha potencia y en completa soledad, acojonaba bastante. Confié demasiado pronto en que había salido indemne, al abandonar el edificio no vi el travesaño que reforzaba la puerta partida y ¡zas, en todos los morros! Ahora mi labio superior parece, en el color, forma y tamaño, una butifarra.

Inocentes los estudiantes de arquitectura, que piensan que nuestra profesión es un camino de rosas. 

2 comentarios:

  1. Bk, gracias por matarme la idea que tenía sobre la pasante. Me la imaginaba como la recién llegada de la empresa para la cual estoy trabajando a destajo, pero mejor una triste realidad que una linda fantasía.

    Por otro lado, aquí en Venezuela, a los estudiantes de arquitectura les ponen los pies en el suelo desde el segundo semestre. Al menos a la sobrina del jefe, quien vive con nosotros, (bueno, en la casa adyacente a la oficina, de la cual usamos su sala y su cocina para comer y también para reducir la radiación de los monitores). Y nos ha contado que ya han hecho un recorrido similar al que hiciste, claro está que sin ese halo fantasmagórico.

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    1. Mucho mejor como hacen en Venezuela. Así no se llevarán ninguna decepción cuando lleguen a la realidad del trabajo.

      Antes se podía escoger. Había arquitectos de traje y corbata, de los que jamás se manchaban de polvo, pero hoy día es imposible. Ahora, para que un estudio sea rentable, todos deben saber hacer de todo.

      El jueves tengo que volver al caserón porque al montar los planos me he dado cuenta que hay una zona de la vivienda clausurada. Coincide con una mancha clara en la cubierta que se ve desde el Google Eart, como si no tuviera tejas. Puede que sea una parte defectuosa del edificio. Me da un poco de "terror". Temo que mi imaginación no es muy buena para mi tranquilidad en el trabajo. Sospecho que podemos encontrar un esqueleto emparedado. (Aunque seguramente sólo aparecerá humedad y bichos. Si el viernes no sale nada en los periódicos, será buena señal).

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