jueves, 29 de enero de 2015

Enclaustrada

Los días nublados y el estar enclaustrada toda una semana me ha permitido tener hoy la sorpresa de descubrir que a las seis y media de la tarde aún se ve la claridad del sol en el cielo. Comienza a evidenciarse que las tardes se prolongan. Un preludio del verano, aún distante. La lluvia de esta noche recuerda que aún faltan algunos meses para que ante un conocido en el ascensor o la cola del supermercado, nos quejemos del calor y del sudor que cae a chorros en lugar de lamentarnos por los sabañones. 

La lluvia es anodina, insulsa, monjil. Cae silenciosa, sin gracia, casi invisible. Para notar su presencia hay que mirarla al contraluz de las farolas. Es como niebla que el viento arrastra hacia la fachada del edificio de enfrente. Le manchará los vidrios de las ventanas a la señora del tercero. Los limpió hoy y todos los días alternos desde que una de mis pocas diversiones es mirar a través de la puerta del balcón (soy muy buena haciendo el doble de James Stewart en La Ventana Indiscreta). Ninguno de mis vecinos es divertido, y menos en invierno que a media tarde ya tienen las cortinas corridas y las persianas bajadas. Pero me entretienen porque me evocan a personas que tenía completamente olvidadas en la memoria. La señora obsesionada con la limpieza es la doble de una vecina que tuvimos en Málaga. Vivía en un chalet justo detrás del nuestro. El pavimento era de gres, bruto, tosco; pero a su casa sólo se podía entrar con patucos que ella misma había hecho con gamuza. Casi siempre pedían comida preparada, para no tener que manchar la cocina y si estábamos en su casa de visita y necesitábamos ir al baño, salíamos corriendo al nuestro porque ella siempre ponía objeciones. 

Sin duda lo suyo era un problema psicológico grave. Colapsó, cayó redonda después de hiperventilar por culpa de un ataque de ansiedad que tuvo cuando al volver de vacaciones descubrió un nido de ratones en el interior de su sofá (sillón en el que dudo que se hubiera sentado alguien alguna vez).


(Tal vez debería comprarme unos prismáticos, o utilizar la mira telescópica de la estación total -un aparato topográfico- de Guille).

miércoles, 28 de enero de 2015

La niña de la mochila rosa

La película de Spielberg, La lista de Schindler, está grabada en blanco y negro. No sé cuál fue la intención del director. Tal vez pretendía aliviarnos de la crudeza del color, mitigando el impacto de la sangre derramada o quizás quiso que sus imágenes inventadas fueran una extensión de las imágenes reales a las que los documentales y hemerotecas nos han acostumbrado; o puede que sólo quisiera que personificáramos tanta barbarie en un personaje únicamente, en una niña pequeña, de unos cuatro o cinco años, cuyo abrigo tinta de un rojo desvaído (única nota de color en la película). 


Los días laborales no necesito reloj para saber la hora. El colegio que tengo cerca, la algarabía de los niños, la delata. Me gusta asomarme a eso de las dos de la tarde, cuando los padres van a recoger a su prole. Se puede jugar a cada oveja con su pareja. Niñas con abriguitos rosa y zapatos de charol se cuelgan de la mano de señoras con tacones y perlas; albondiguillas blanditos como merengues son subidos a las espaldas de señores orondos y risueños; el chaval de pelo engominado y jersey de Lacost, camina sin ningún contacto físico junto al tipo con aspecto de ejecutivo... Supongo que deberán llegar a la adolescencia para rebelarse y encontrar cada uno su propia personalidad. 

Sobran cinco minutos para que el trasiego de padres y niños cese. Los chavales son recogidos con una puntualidad que la autoflagelación sólo atribuye a los anglosajones o cualquier otra civilización extranjera. Pero la semana pasada, durante todos los días, hubo una excepción: una niña de seis o siete años permaneció a las puertas del colegio mucho más tiempo del que puede soportar la paciencia infantil sin que la frustración le haga llorar. La niña permanecía agazapada junto al dintel de la verja metálica del colegio, encogida por el frío, protegida tras su enorme mochila rosa, en silencio, sin moverse apenas. ¿Qué pasaría por su joven cerebro durante todo ese tiempo? ¿Por qué no permanecía junto a algunos compañeros, en el interior del colegio, jugando en el patio? 

Media hora o cuarenta minutos después de despejarse el enjambre infantil, llegaba una mujer con un uniforme verde bajo el abrigo (tal vez de limpiadora o enfermera), cogía la mano y la mochila rosa de la niña y se iban andando y en silencio, compartiendo el mismo agotamiento. Esta semana ya no está. La madre habrá podido cambiar el horario o la niña ahora permanece en el interior del colegio, o, tal vez, el frío de la intemperie le haya hecho enfermar. 

domingo, 25 de enero de 2015

Poniendo puertas al campo

No te aferres a ninguna fe, cuando la fe trae sangre 
(Hale a Elizabeth Procto en Las Brujas de Salem). 

¡Aaaaaaaaah! Richard Dawkins me está volviendo majarona. Estoy leyendo El espejismo de Dios. ¿Se puede venerar, admirar, incluso desear llevar a los altares a un escritor y a la vez estar convencida que se equivoca? El ataque a las religiosos resulta tan furibundo -aunque debidamente fundamentado- que es obligado preguntarse si no conseguirá lo contrario a lo que se propone con este libro. Existen algunos países, principalmente los que sufren una dictadura comunista, en los que se prohíben las creencias religiosas (parece que adorar a un Dios es incompatible con adorar a un dictador), y muchos ciudadanos, por rebeldía más que por convicción, creen. 



Yo (que me resulta imposible imaginar que alguien crea en un ser sobrenatural capaz de preocuparse de sus pormenores y que lo lleve a su lado después de la muerte, a un paraíso) siempre he pensado que la religión en pequeñas dosis es buena. Sirve para engañar a quien la idea de la inexistencia infinita abruma o para proporcionar un poco de vida social, por la obligación de salir para asistir a los ritos, a quien permanece apoltronado en su casa. 

Creo que aún no estamos preparados para deshacernos por completo de las religiones y los dioses. Es un proceso lento que necesita tiempo. Ya nos hemos librado de adorar al sol y de ofrecer ofrendas vivas para sosegar al dios de turno. Por desgracia también nos hemos desprendido de todos los dioses griegos y romanos. Parecían una marabunta muy divertida. Ahora nos toca deshacernos de los dioses iracundos y crueles que nos han tocado en suerte en esta época.


Los pecados capitales: La gula

Sigo con la pata chunga. El paredón de enfrente, bajo la claridad de la luz de la tarde, es de color verde botella y le han aparecido ventanas. No veo el interior de las viviendas. En las pocas que tienen las persianas de PVC levantadas, los vidrios son como espejos que reflejan el edificio donde vivo. 

Acabo con todo lo que Guille me trae en la bandeja. Sopa y ensalada. Comida china que trajo un chaval con aspecto asiático y acento andaluz. Guille ahora está con sus amigos. Se fue sintiéndose culpable por dejarme sola. Sin creerse realmente que no me importa su marcha.

Me queda en la boca el resabio de la sopa. Demasiado agria para mi gusto. En la actualidad, más que la gula, el pecado debería ser desperdiciar la comida. Si seguimos reproduciéndonos a este ritmo, los entendidos vaticinan una superpoblación en menos de un siglo. En ese futuro tan inmediato y cercano, las ratas y las cucarachas, los bichos que consideramos alimañas, se convertirán en manjares. 

La gula es uno de mis pecados favoritos. Los demás se pueden esconder en mayor o menor medida. No dejan rastro después de haberlos cometido. Pero con la gula, la preñez de las panzas delata el pecado. 



Al pensar en la comida, inevitable no recordar un detalle proporcionado por uno de los últimos libros que he leído: Auschwitz de Léon Poliakov. El engaño de las duchas no servía para los presos que llevaban mucho tiempo (seis meses era la duración media) en el campo de exterminio polaco. Sabían sobradamente lo que les esperaba. La mayoría no rogaba por sus vidas a los guardias. Algunos sólo solicitaban un trozo de pan antes de morir. 

sábado, 24 de enero de 2015

Los pecados capitales: la pereza y el machismo

De los siete pecados capitales (lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia) creo que sólo soy culpable del segundo: la pereza. Estos últimos días la estoy practicando mucho. Ando tumbada en el sofá (en realidad, cuando me desplazo, cojeo) porque metí la pata donde no debía. Leo, como, dormito, me dejo bañar por Guille y poco más. Devoro los libros. Si no fuera por ellos y por Internet mi mundo se reduciría a lo poco que ocurre a mi alrededor (en este momento, al lejano ruido de un camión de la basura y al paredón oscuro, negro bajo la escasa luz de las farolas, sin ninguna ventana iluminada, que veo neblinoso por culpa de la suciedad de los cristales del balcón -llovió hace un par de días-).



De este microuniverso, presto atención a una crítica que venía en el periódico sobre la película Cincuenta Sombras de Grey. La ponen a parir. Pero, sin duda, la película superará al libro (parecía escrito por un adolescente onanista y machista). El machismo debería ser otro de los pecados capitales, y no la lujuria (las relaciones sexuales son agradables, se disfruta y no hacen daño a nadie si se toman las medidas correctas). Cincuenta Sombras de Grey no deja de ser el cuento de la Cenicienta con un príncipe sádico. Casi todos los libros que nos cuentan la historia de la Cenicienta, tienen éxito. Harry Potter es otro de ellos, o Eclipse. Personajes anodinos en la monotonía de su vida que se convierten en el centro de la atención.

Puede que Belén Esteban tenga éxito porque es una especie de Cenicienta, aunque es un personaje que no comprendo. Su mérito original fue parir la criatura de un torero que ya, para muchos, ha pasado al olvido. Ahora la han encerrado en una casa con un montón de gente parecida a ella. Ayer salía en el periódico por la parida que soltó: No voy a dejar que un hombre coja la fregona mientras haya mujeres en la casa (¡manda huevos! -sí, está mal escrito, pero es que me estoy refiriendo a los genitales masculinos). Desconozco si tiene algún hijo -no es cuestión de llamar a mi madre a estas horas para preguntarle: ella seguro que lo sabe-, por el bien de él, espero que no. El machismo, que parece proteger a los hombres, en realidad los lisia, incapacitándolos para muchas labores que le serán imprescindibles en el futuro y castiga a las mujeres que están en su alrededor (si es que, hoy día, alguna aguanta a su lado). 

miércoles, 21 de enero de 2015

Las miradas (historieta)

Para la Escoradita los árboles son horizontales y el mar, que aún no ha visto, es una infinita línea vertical que separa en la lejanía el agua del aire. La niña sería feliz si la dejaran vivir para siembre bajo las mantas de su cama, con sus cuadernos de dibujo y lápices de colores. No le importa no saber dibujar muy bien, se esfuerza. Envidia a Miguel, su compañero de pupitre en el colegio. A él le divierte el colegio porque se pasa todas las clases, incluso las de dibujo, garabateando en su cuaderno. Los garabatos son caricaturas de sus compañeros, de los profesores, de un perro que pasa por la calle y ve a través de la ventana. Sólo desconocer a la persona permitiría al dueño de los ojos que contempla las viñetas no saber identificar a quién parodian. Únicamente a la Escoradita la dibuja tal como es, por eso no son amigos. 

Miguel ya ha crecido todo lo que tenía que crecer. Tiene que engurruñirse en la silla para que su hombro quede a la altura de la cabeza de la Escoradita cuando se queda dormida, cosa que ocurre casi todos los días después del recreo, mientras hace la digestión del bocadillo y el sol que entra a raudales por las ventanas obliga a bajar las persianas y sumir el aula en penumbra. El sueño la vence porque duerme en la misma habitación que su abuela, a quien la edad le ha castigado permitiéndole recordar sólo el pasado. Cree estar en el internado donde pasó su adolescencia, junto a su compañera de cuarto, y de claro en claro no da descanso a su lengua, contando historias dignas de confesionario, llenas de sexo y lujuria.  

El pelo de la Escoradita huele a fresa, a coco, a vainilla... dependiendo de la oferta del champú en la única tienda del pueblo. Cuando nota que la niña se va a despertar porque se agita sobre el hombro que le sirve de almohada, Miguel finge dormir también. A la profesora no le importa. A los que obligan a sentarse en la última fila, son los descarriados, sólo se les exige ser fantasmas: inexistentes. La Escoradita no debería ser uno de ellos. Se toma en serio los estudios y es inteligente. Si la profesora corrigiera algún día por error uno de los exámenes de la Escoriadita, se llevaría una sorpresa. Pero es una mujer muy perezosa, y al ver los apellidos y nombre de la alumna, sistemáticamente pone un suficiente, sin tomarse más molestias; después de todo nada esperan de la niña porque en cuanto sea mayor de edad el Estado se ocupará de ella por estar lisiada. La nota correcta le permitiría sentarse en las primeras filas, junto a Juan Pedro, y ya no tendría que forzar el cuello para mirarlo constantemente, dos o tres veces por minuto, como si verlo fuera tan imprescindible como respirar. 

Por Navidad, a la Escoriadita le regalan dinero. Tanto que Miguel imagina que sobraría para pillar una cogorza con limonada. Le ofrece la mitad a cambio de que utilice la otra mitad para apostar con Juan Pedro a que no es capaz de tener relaciones sexuales con ella. Miguel debe fingir que la idea ha salido de su escasa sesera de troglodita. Negarse sólo sirve para que otro tome su lugar. Al día siguiente Juan Pedro enarbola una prenda íntima de la niña manchada de sangre como si se tratara de una bandera delante de un batallón enemigo. Sin embargo, la sonrisa no desaparece de los labios de la Escoradita y esa mañana, mientras duerme apoyada en el hombro de Miguel, después de haber susurrado como excusa: ¿Quién me va a querer tocar si no es así? ronronea delatando un sueño feliz, tal vez no del todo inconsciente. 

Los bosquejos

Esta ciudad sorprende. Los árboles, las luces y las sombras hacen que sea muy diferente de una estación del año a otra. Hacía tiempo que no pisaba la Gran Vía de Colón, tal vez dos o tres meses. Hoy me parecía diferente a la última vez que la vi. Tardé en darme cuenta de cuál era el cambio. Los árboles, por fin en este invierno tan cálido, han perdido las hojas. Eran como bosquejos, como trazos de lápiz rápidos y nerviosos dibujados en una imagen que el frío de la mañana hacía parecer muy nítida y limpia. Apenas entorpecían la vista de unos edificios, pertenecientes a otro tiempo y un presupuesto de riqueza, que merecen la pena ser contemplados.

Los árboles que rodean mi casa son de hoja perenne. Naranjos, sobre todo. Si alguien los llenara de guirnaldas brillantes, parecerían atípicos árboles navideños cuajados de bolas rugosas. Los podan al inicio del otoño y final de la primavera, pero este invierno de temperaturas erróneas -sólo ha hecho frío los últimos cuatro o cinco días- hace que se burlen de los jardineros y sus copas ya han perdido la forma redondeada que le imponen. Parecen niños despeinados. Me pregunto hasta dónde llegarían las ramas que escapan de la parte superior de la copa, y que parecen querer alcanzar el sol, si los dejaran crecer en libertad. 



martes, 20 de enero de 2015

Estado de excepción

Guille dice que los futbolistas son como las prostitutas de lujo: por un montón de pasta, dan placer durante un ratito a unos completos desconocidos. (Bueno, él utiliza la palabra putas, pero yo soy muy mojigata con el lenguaje escrito). Por la pasta que cobran los de su equipo (es del Barça), no comprende cómo no le hacen llegar al orgasmo en todas las ocasiones que juegan, y si se muestran torpes o perezosos, les grita y se altera, esté en casa, delante de la TV o en el campo de fútbol. Esas suelen ser las pocas ocasiones en las que se le puede ver enfadado. Por eso me extrañó que, hace un par de semanas, al volver del banco, de Caja Mediterránea (la antigua Caja Granada), viniera con un cabreo capaz de inflarle las venas del cuello y las sienes. Por no sé qué nueva ley contra el blanqueo de dinero, le exigieron dar un montón de datos personales. Como que tenemos varias cuentas conjuntas y está en paro en estos momentos (la falta de trabajo en Granada y el consejo de nuestra contable, hacen que se dé de baja del colegio cada vez que viene para una temporada larga). Esta mañana ha tenido que ir a Hacienda para dar las mismas explicaciones con un desglose de las cuentas. Estamos acostumbrados a que nos hagan inspecciones; pero ya agotan. Guille dice que parece que estuviéramos en un estado de excepción donde te vigilan hasta lo que haces en la cama. (Fue bueno para la salud mental de Guille que en el periódico que traía bajo el brazo, no apareciera la puesta en libertad de Bárcenas a cambio de 200.000 €).

Como contrapunto, el día 15 asistí a un juicio como perita por unas humedades en una vivienda de nueva  construcción. El demandante de ese juicio tiene una orden de busca y captura por causar heridas graves durante una reyerta. Nadie lo detuvo. Parece que en la justicia se cumple lo de: Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. 


lunes, 19 de enero de 2015

Tiempo de miedo

Se puede recordar un tiempo en el que aún no habíamos nacido. Mis hermanos cuentan tantas cosas de lo que ocurría a mi familia cuando yo aún no estaba en este mundo, que a veces me parece que sus recuerdos son los míos y que yo también viví los hechos que relatan. Estos días, por estar leyendo Anatomía de un instante, de Javier Cercas, donde se disecciona el golpe de estado que hubo en España el 23 de febrero de 1.981, pienso y obligo a otros a recordar, qué ocurrió en aquel tiempo de caos. Dice mi madre que yo fui engendrada esa madrugada, la del golpe, cuando ya se sabía que había fracasado y mi padre pudo tomarse un descanso e ir a casa para saber cómo estaban mi madre y hermanos. Creo que mi madre es bastante romántica y fantasiosa. Las cuentas no cuadran del todo. Nací el 9 (legalmente el 14) de octubre de 1.981. Me adelanté, pero sólo una semana. 

La madrugada parece el momento más propicio para que ocurran cosas. También estaba por amanecer cuando mi padre interrumpió el sueño de mi madre para decirle, entre lágrimas, que ya había ocurrido, y que dejara dormir a mis hermanos porque las clases de los escolares se habían interrumpido por el luto. Mi madre no supo inmediatamente si las lágrimas eran de tristeza, cansancio o alegría. Cuando lo vio besando la frente de todos mis hermanos dormidos (los besos es una costumbre completamente ajena a mi familia) supo que se trataba sólo de preocupación, porque Franco (el dictador) había muerto y el futuro aparecía incierto.

Mis padres conocieron al Dictador. O, al menos, estuvieron durante una hora bajo el mismo techo. Sólo el color cetrino de la piel de Franco era demasiado leve, demasiado suave, para que se confundiera con la de una tortuga. El rostro del anciano, tan falto de pelo y sobrado de arrugas y pellejo, parecía el de un reptil a punto de ser engullido por el cuello de la camisa. Ese día mi madre estaba convencida que si podía darle un buen pisotón al Dictador, con los enormes zapatos de tacón cuadrado y ancho que llevaba -era la moda- lo mandaría al otro barrio después de una leve agonía por habérsele gangrenado el pie. Lo de mi madre era eutanasia, no deseos de acabar con el Dictador, porque, como la gran mayoría de los militares, mis padres lo veneraban. Pero el Dictador, muy falto de fuerzas, apenas saludó a una representación de las damas de Loreto. A mi madre, ni se acercó. Desde ese día, y siempre que la quería hacer enfadar, mi padre la llamaba Paqui Hari (se llama Francisca). 

jueves, 15 de enero de 2015

Sí se puede

Todos tenemos derecho a no ser insultados y a exigir que se respeten nuestras creencias. Yo soy atea. Ahora que los científicos comienzan a descubrir los orígenes del universo, Dios sería un engorro porque su existencia volvería a implicar un problema por desentrañar. Yo creo en la ciencia, en la necesidad de experimentarse con células madre para erradicar enfermedades como la distrofia muscular de Duchenne. Yo creo en la libertad sexual. En el derecho de escoger una pareja y corregir cuantas veces se quiera si existe equivocación. Creo en la igualdad entre hombres y mujeres. Creo en el derecho de la mujer a escoger cuándo ser madre. Creo en el derecho de los niños a no ser aleccionados sin permitírseles conocer otras creencias. 

Todos los países, aunque se consideren laicos, están bajo el yugo, en mayor o menor medida, de la religión predominante. No respetar mis creencias implica sufrimiento real a las personas (mujeres encarceladas en países musulmanes después de haber sido violadas, prohibición de aborto incluso en casos tan imprescindible como el peligro de la vida de la madre, homosexuales condenados a muerte...). Burlarse de la religión (hacer una caricatura de Mahoma o asegurar que la Virgen María le ponía los cuernos a San José) puede molestar a unos pocos, pero no hace daño real. Quienes estos días dicen que no todo vale, tienen razón, pero se equivocan al señalar quiénes son los ofensores y quiénes los ofendidos. 


Callo

Mi madre piensa que la nueva portada de Charlie Hebdo es una provocación, ganas de dar un puntapié en el trasero de los yihaidistas. Yo callo y me trago mi opinión porque no creo que sirva de nada. ¿Qué habría ocurrido si los dibujantes de Charlie Hebdo se hubieran amilanado? ¿Qué habría pasado si cinco millones de franceses no hubieran salido a las calles a comprar su ejemplar por miedo? Los terroristas habrían aprendido que las libertades se recortan derramando sangre. Yo creo que Luz, el dibujante de la nueva portada del semanario satírico, es un héroe. 

Si nos atenemos a los hechos, con este atentado los terroristas han conseguido: 
- Difundir por todo el mundo unas caricaturas vistas sólo por una minoría y ya olvidadas. 
- Revivir una revista que estaba en bancarrota.
- Que muchos musulmanes griten: No en mi nombre
- Hacer que muchas gente comience a confundir musulmán con terrorista. 
- Morir por una mentira. Lástima que la muerte, la inexistencia absoluta, los haya librado de darse cuenta de su error. 

En la manifestación de París en apoyo a la libertad de expresión y las víctimas de los atentados, había una niña con una pancarta: Los malos sois tontos. Tanta simpleza y tanta realidad. 

De la misma sangre

A mi madre no le gusta Granada, dice que es caótica. Para ella las calles del centro están congestionadas; aunque ayer cuando las recorrimos y produjo su queja, el caminar era bastante fluido. El primer día de las rebajas sí fue realmente angustioso. Resultó complicado resistir la tentación de empujar a quien se había quedado alelado delante de un escaparate interrumpiendo el paso de los demás o a los grupitos que copaban todo el ancho de la acera convirtiéndose en un tapón. Empeoró su opinión cuando, por la calle Recogidas, pasaron tres coches de policía a toda  pastilla y con las sirenas puestas. Esto tiene pinta de ser muy grave, comentó. Pero no lo sería tanto porque no apareció nada en el periódico local, y aquí pasan tan pocas cosas que las más pequeñas nimiedades suelen ocupar titulares.

Durante el almuerzo en un bar cercano, bajo el agradable sol del invierno, mi madre se dedicó a entretener a Guille contando historias de mi infancia. Así, acumuladas y de golpe, me convierten en una niña torpe y rebelde, aunque recuerdo haber sido todo lo contrario. Mi tío Pere, para refrenar mi instinto de trepar a los árboles, me había contado que en sus copas vivían unos monstruos horrorosos y peludos del tamaño de un meñique, por supuesto consiguió todo lo contrario ¿A qué niño no le gustaría ver un monstruo del tamaño de un meñique? Subir resultaba fácil, bajar no tanto y solía terminar berreando hasta que alguien venía en mi auxilio. Según mi madre, mis chillidos eran como los de un marranillo al que estuvieran degollando. Durante algún tiempo, hasta que comprendí, me entristecía creer que mi tío Pere consideraba monstruos las procesionarias.


martes, 13 de enero de 2015

Los fantasmas lectores

¿Será verdad que los martes y 13 traen mala suerte? Ayer se nos rompió la lavadora. Desde que hicimos obra la tenemos en un chambaíllo que Guille montó en la terraza. Sólo fui a comprar al supermercado que está a unos 500 metros de mi casa. Cuando volví, encontré toda la terraza llena de agua porque los trapos se salieron del tambor y fueron un tapón perfecto para el sumidero. Debió de volverse loco el trasto. Se había desplazado más de un metro y medio, y descompuesto. El traslado de la cocina a la terraza le ha sentado muy mal. Guille quiere arreglarla. Me recordó a Fargo (la lavadora, no Guille, que es muy pacífico -me encantó esa serie-). Cuando los electrodomésticos se estropean pueden alterar bastante. 


Fui al piso de abajo por si les había calado el agua. Con ese piso tenemos una minúscula porción de medianería, pocos metros cuadrados que rompen por completo la intimidad. Los anteriores inquilinos nos obligaban a conocer con todo detalle su comportamiento sexual en el tálamo; los actuales parecen no tener sustancia. Ni siquiera se les escucha toser, ni sus pisadas. Pero de eso ya no me extraño. Me invitaron a pasar. Tienen todo el suelo cubierto por fichas de goma espuma, de las que se suelen poner en las habitaciones de juegos de los niños. Resulta extraño caminar por ellas, como si de repente hubiera aterrizado en un planeta con menos gravedad. Todo es raro en ese piso. ¿Cómo no se escucha ningún ruido si, a la hora del almuerzo, había siete personas? ¿Nunca se pelean? ¿Nunca gritan? ¿Nunca se ríen a carcajadas? Esperaban a que la comida se terminara de hacer, ocupando todos los asientos del salón, cada uno con un libro, periódico o revista en las manos. 

El agua de la lavadora apenas había hecho destrozo. Una mancha de humedad al final del pasillo. Mi propuesta de llamar al seguro para que les pintara el techo, pareció molestar a la mujer. Quedamos en que yo les compraré la pintura y ellos se ocuparán de hacerlo. 

Cuando me lamenté a Guille por nuestra mala suerte, dijo que podría haber sido realmente peor, si hubieran tenido falso techo en el pasillo, el agua hubiera reblandecido la escayola y terminado cayendo sobre nuestros silenciosos vecinos. Hay personas que siempre ven el lado positivo. 

domingo, 11 de enero de 2015

De entre toda una nación

Sigo rumiando el libro de El Gen Egoísta. Hay una pregunta que me hago: ¿De entre cuántas posibilidades hemos nacido cada uno de nosotros? ¿cuántos seres diferentes puede engendrar una mujer cuando es fecundada? Dice Stephen Hawking que Dios no juega a los dados (paradójica esa afirmación porque también dice que Dios es completamente inútil para explicar las leyes de la evolución y el principio del universo -al parecer hubo una explosión de la nada y se produjo la materia y la antimateria-). Pero da la sensación que Dios sí juega a los dados cada vez que nace una persona.  

La pregunta: de media, de entre cuántas posibilidades hemos nacido cada uno de nosotros (los datos sobre el esperma lo he pillado de MedlinePlus). 




La eyaculación normal de un hombre es de entre 1.5 a 5.0 mililitros. (Cogemos la media: (5.0 + 1.5) / 2 = 3.25 mililitros).
En cada mililitro suele haber de entre 20 a 150 millones (Volvemos a coger la media: (20+150) / 2 =  85 millones). 
Pero no todos los espermatozoides son factibles. Sólo un 60% no son defectuosos. Es decir, los 85 millones se quedan en 51 millones de espermatozoides. 
En cada eyaculación hay 3.25 mililitros x 51 millones = 165.75 millones de posibilidades

De entre todos los individuos de una población mayor a la de Japón (127 millones) o la de Rusia (142 millones) hemos nacido nosotros, porque de haber sido cualquier otro espermatozoide el que fecundara el óvulo, habría sido, tal vez, parecido a nosotros, pero con su propia conciencia. ¿No abruma la cantidad de millones de posibles seres que nunca nacerán?

Sobre la soledad

Los dos, o tal vez incluso los tres, últimos libros que he leído tratan sobre la soledad. En Kafa en la orilla se hace mucho hincapié sobre ello en la contraportada del libro. El protagonista, con la madre y hermana ausentes, no se lleva muy bien con su padre al que apenas ve y el mismo día que cumple 15 años, decide escaparse. Incluso tiene un amigo imaginario, llamado Cuervo, para mermar esa soledad que siente. En Desayuno en Tiffany's la soledad no es tan evidente (no informa de ella en la contraportada); pero la protagonista pierde de súbito a casi todos sus amigos cuando se encuentra con problemas reales. Cosa que no le ocurre a Kafka Tamura: cuando sus problemas son más graves es cuando encuentra amigos. 

Cuando Guille no está por aquí, hay días que no hablo con nadie. Casi siempre me percato al pronunciar la primera palabra después del silencio y mi voz suena muy extraña, ronca, como si acabara de despertar o estuviera resfriada. Pero esta soledad no es dolorosa. En realidad no la percibo, no es real. En todo momento tengo a alguien asomado al Skype o mandando mensajes por el Whatsapp. Seguro que si desaparezco, alguien me echará en falta. 

No ocurría lo mismo cuando era una adolescente. A veces, poniéndome melodramática, pienso que si me hubiera pasado algo malo en aquella época, habrían tardado varios días en notar mi ausencia. En una ocasión desperté junto a la piscina de la Base Aérea de Málaga de madrugada. Nos habíamos bañado a última hora de la tarde y yo quise quedarme un rato más para que se me secara el bañador. Me quedé completamente dormida en la tumbona y nadie vino a buscarme. Asustaba un poco volver al bungalow donde veraneábamos porque había que pasar por un pinar no muy espeso, ralo, pero pocos días antes habían proyectado en el cine de verano El Cebo (me impresionó mucho esa película). 


Menuda bronca les eché a mis hermanos. Tardé mucho en perdonarlos. Me tuvieron que cebar con gominolas ácidas y churros con canela y azúcar. Con mi madre era diferente. Si había sido ella quien no se había percatado de mi ausencia, se lo ocultaba para no alterarla. Ahora, y recordando lo que me gustaba estar sola cuando era pequeña -prefería jugar sola en los cobertizos que teníamos en el patio a correr tras mis amigos-, me parece increíble que me enfadara exactamente por lo que me hacía feliz. El tiempo me ha hecho cambiar. Ahora prefiero la compañía, aunque sea virtual, a la soledad. 

sábado, 10 de enero de 2015

Un saco de genes

Disfruto leyendo ciencia, aunque, por mi escasa base, los libros que llegan a mis manos me suelen suscitar más preguntas y dudas que respuestas dar. Hace poco leí El gen Egoísta, de Richard Dawkins. Trata, con un lenguaje muy asequible, de la evolución, de cómo en el agua se producen moléculas complejas hasta llegar una que tiene la capacidad de copiarse  a sí misma (el gen replicador). Los pequeños fallos que se producen en la réplica de estos genes, dan lugar a la evolución de las especies. Es como si el único propósito que tuviéramos todas las especies en este mundo, fuera facilitar la réplica de nuestros genes, y para ello es necesario expandirse y abrir nuevos horizontes. Primero se escapó del agua y luego se llegó a los cielos. Tal vez la inteligencia humana, la imaginación y la necesidad de superarnos a nosotros mismos, tenga como único propósito el salir de los límites claustrofóbicos de la Tierra. Sin ninguna de esas cualidades, seríamos incapaces de hacer cohetes capaces de escapar de la gravedad terrestre. Cada individuo tiene la necesidad de intentar reproducir sus genes, y cada especie de facilitar reproducir los suyos. Si esto no fuera así, resultaría más comprensible que los humanos intentáramos hacer cohetes para insectos, los cuales tienen una capacidad de reproducción mayor que la humana, cuerpos mucho más resistentes que los nuestros y la capacidad de sobrevivir en ambientes mucho más agresivos. Y son más inteligentes de lo que reconocemos. ¿Podríamos imaginar a un perro tejiendo? ¿O un gato amaestrando a un montón de pulgones para aprovechar el néctar que segrega? ¿O a una vaca plantando hongos? Las arañas hacen telarañas y algunas hormigas viven en completa simbiosis con los pulgones: seguridad (la que proporcionan las hormigas a los pulgones) a cambio de néctar. También son unas clases de hormigas las que plantas hongos. Supongo que desperdiciar montones de genes producidos gracias a millones de años, nos impide esa aventura. Aunque, ¿es lícito intentar arrojar al espacio especies que pueden ser una amenaza para la posible vida fuera de nuestras fronteras?

miércoles, 7 de enero de 2015

Los asesinos de Alá

Si fuera creyente, pensaría que Dios es una mierda por aceptar que se mate en su nombre.


Pero no soy creyente. No se puede culpar a ningún Dios de la voluntad de quien empuña un arma. Los asesinos que gritan Alá es grande, lo empequeñecen, lo enlodan, lo ahogan en sangre. Hoy los disparos de los integristas han herido más a Alá que a la libertad de expresión. 



Cosas pequeñas

Me enfurece no poder ducharme a primera hora de la mañana. Me hace feliz entrar en el bar de siempre y ver que el camarero me prepara el desayuno sin mediar palabra, o girar la cabeza y ver a Guille observándome con una sonrisa, o pasear sintiendo la calidez del sol de invierno. Aunque soy bastante arisca, no puedo evitar sonreír cuando una vecina me estampa dos besos después de una breve ausencia, significa que me ha echado de menos. Me llena de regocijo el que Guille me retire con minuciosidad el pelo de la nuca para darme un beso, porque sabe que se me eriza el vello cuando lo hace. Sonrío como una tonta al recordar que a veces, aunque esté completamente dormido, me envuelve con todo su cuerpo cuando entro en la cama. A menudo, sobre todo cuando estoy en Málaga, si tengo que ir a alguna parte doy un rodeo para pasar frente a algunos de los edificios en los que he intervenido para que, a pesar del terreno inestable, se yerga hacia el cielo...

Desconozco de qué está compuesta la felicidad de otros (tal vez de premios, de grandiosos logros personales, de fama...). Mi felicidad está compuesta de multitud de cosas pequeñas, de minúsculos detalles. Uno de esos detalles es el blog de Antonio Muñoz Molina. ¡Ha vuelto! Y yo soy un poquito más feliz. 

domingo, 4 de enero de 2015

Por pedir, que no quede

Queridos Reyes Magos: 

Este año he sido muy mala, pero, en compensación de las decenas de Barbies que me trajisteis cuando era una santa, y que pasaron directamente de la caja a convertirse en diana en la galería de tiro, sería justo que este año me satisficierais.



En realidad no quiero nada material. La crisis me ha enseñado a ser muy austera. Ya no obtengo placer acumulando en los armarios y cajones ropa que no me pongo ni haciendo que las estanterías se comben con el peso de libros que no me dará tiempo leer. 

Os pediría un bebé; pero en la última misa funeral a  la que asistí el cura habló de los padres de Sansón. Eran muy viejos. Habían pasado los años y no habían procreado. Un día la mujer -madre de Sansón- va a su marido y le dice que un extranjero se ha pasado por su casa y le ha asegurado que es un mensajero de Dios y que va a tener un bebé... Hooooooombre. Guille es ingenuo, pero no pánfilo, y yo, aunque en un tiempo creí en la monogamia simultánea, ahora soy completamente fiel. Así que, vistos vuestros métodos, del bebé os olvidáis, que ya se lo pediré a una probeta. 

Sí os agradecería que a lo largo del año me proporcionarais más ratos como el de hoy: tirada en el sofá, con la posibilidad de leer durante más de ocho horas seguidas, sin molestias ni remordimientos por no estar trabajando. Cuando los gruñidos del estómago me hicieron dejar el libro, estaba completamente desorientada, sin saber qué hora era ni dónde estaban todos. 

También os agradecería que a la mujer menuda, de pelo ralo y voz susurrante que anda pidiendo por el barrio le proporcionéis un trabajo, como habéis hecho con la señora que vivía en un local destartalado de la calle Maestro Lecuona y que ahora es fácil ver, muy peripuesta, por las calles del centro. Aunque bien es verdad que se le suele prestar atención porque siempre va gritando, quejándose a pleno pulmón, que le va a entrar escorbuto porque no tiene ni tiempo para desayunar decentemente por culpa del trabajo. Pero puede que la mujer sea más feliz con las neuronas danzándole entre las orejas que con un razonamiento aburrido y normal. Así que no se os ocurra arreglarle la cabeza. 

Este año no os pido nada más porque la salud se la solicité a mi médico de cabecera que estudió un porrón de años en la universidad y anda más preparado que vosotros, del amor se ocupa Guille y de los gobernantes con inteligencia, Santa Rita, que es la patrona de los imposibles. 

Atentamente, muak muak muak:
Rebeca