lunes, 31 de julio de 2017

La ventana indiscreta

Mi madre es muy buena descubriendo peligros. Apenas llegó a mi nueva casa, se asomó al balcón y dijo: Aquí puede trepar hasta un gurripato. Con la de escaleras que he tenido que subir y estamos casi en el suelo. A mi madre no le gusta los ascensores. Y tiene razón, la tierra se ha tragado la planta baja y media planta primera. Es un edificio con doble rasante. El patio es mucho más bajo que la rasante exterior (pequeñas trampas constructivas). Estoy convencida que si saltara desde mi balcón, ni siquiera me haría daño. Si algún día amenazo con tirarme por él, no lo diré por deseos suicidas, me instigará la impaciencia porque todo es más accesible desde ese punto. A mí me choca más la cercanía al suelo que a mi madre porque estoy acostumbrada a la terraza del estudio, que quedaba a unos 18 metros de altura. 

La cortina es corta. Queda a una cuarta de la solería. Podría descoser el dobladillo, pero quiero volver a mi antiguo barrio en cuanto pueda. Entre tanto, me entretengo mirando por esa ventana. Es curioso, porque las personas que pasean por el bulevar al que da, parecen muy cercanas. Casi podría tocarlas.

Esta tarde una abuela y su nieta (lo deduzco por la edad que tenían) pasearon durante un buen rato, arriba y abajo, sin cesar. Casi siempre iba delante la abuela, y un paso por detrás, la nieta, de unos siete u ocho años. La abuela hacía un gesto y la niña lo imitaba. Ese juego las aburrió y luego simplemente pasaban una al lado de la otra. No me recordaba a mi abuela y a mí porque la única que parecía hablar era la niña y quien la miraba embelesada, la anciana. 

Luego vinieron a pararse justo en medio de mi ventana, una pareja de novios, chico y chica. Ella gesticulaba mucho, él asentía mucho con cara de circunstancia. El tintineo de las pulseras de la chica impedía escuchar con claridad lo que decía. Algo sobre estar hasta los huevos de la discriminación de su suegra. 

Por lo general, con la llegada de la noche el bulevar se vacía de gente y se llena del olor a fritanga de la cena. Hoy empezó así, pero a eso de la una y media empezó a llegar gente. Chocaba, porque algunos iban vestidos con pijama. Fueron desapareciendo mucho más lentos de lo que había aparecido. Aún ahora, dos horas más tardes, queda una familia con un adolescente al que se le está cambiando la voz. Es estridente, meliflua, cantarina y desafinada. A pesar de la madrugada, lleva un rato llamando a todos sus contactos, preguntado: ¿Lo has sentido? Ha sido tremendo, tío. Casi me cago de miedo. Pensaba que se nos iba a caer todo encima... Estoy tentada de asomarme por la ventana: ¡Eh, chaval! ¿Qué móvil tienes? ¿Qué marca es? 

¿Cómo diablos no se le ha acabado ya la batería? 

domingo, 30 de julio de 2017

Para quejarnos ya estamos nosotros

A veces pienso que debería cambiar el nombre de mi blog por el de El Muro de las Lamentaciones o Quejiditos; incluso El Diván del Psiquiatra estaría bien. Creo que el 99% de mis entradas tratan de temas que van mal o peor en mi vida y en la parte del universo que me ha tocado vivir. 

Hace un rato quise volver a comprobar cómo va el asunto de Venezuela y, como había cerrado el twitter de Hasler Iglesias, puse en Google: Twitter + Iglesias + Venezuela, y me mandó directamente al Twitter de Pablo Iglesias. Soy despistada por naturaleza y no me había percatado de la coincidencia de apellidos. 

Aprovechando que ya estaba ahí, le he echado una ojeada. Muchas críticas al El País (¿eing?), muchas críticas al PSOE (eso lo comprendo), pocas a Rajoy y su gobierno (¡con la que nos está cayendo con estos!!!). Y quejas, montones de quejas entre tanta paja, quejas semejantes a las mías, pero no personalizadas. 

¿Ya está? ¿Un diputado sólo puede hacer eso? Quejarse como yo. Aunque esté en la oposición, ¿un diputado no debería ser parte de la solución? ¿Ese twitter no debería estar lleno de propuestas? Si no hay plazas de colegio para los niños en Madrid, ¿no debería proponer a esos padres manifestarse? Si le duele, como a la mayoría, que en el Mediterráneo siga muriendo gente, que proponga un aumento de presupuesto para salvamento marítimo. Él puede. Nosotros, no.

Sobre héroes

Siempre me llamó mucho la atención que algunos partidos políticos sean afines a regímenes claramente dictatoriales. Si esos políticos que sirven de cobistas a personajes como Maduro, hubieran tenido la mala suerte de ser sus conciudadanos y querer compartir el poder político con él, seguramente terminarían encarcelados. ¿Qué pasaría si un grupo de políticos, por muy de izquierdas que fueran, quisieran independizar una parte del territorio de Venezuela? 

Me recuerdan a esos señores achaparrados de piel carbonizada que se tatúan una cruz gamada en el cogote o esos tipos rubios y altos pero con la inteligencia necesaria para respirar, caminar y no mearse encima, que gritan a cada paso: Heil Hitler

Desde la distancia y la ignorancia es fácil apoyar a los dictadores. Desde cerca, ir contra ellos, defender las libertades y la democracia, es jugarse la vida. Y a pesar de ello, miles de personas lo hacen. Uno entre ellos, mi nuevo héroe:



Sale a cuenta

Es beneficioso para el ego masculino ser machista. 

Llamo a Guille para pedirle explicaciones por su insulto y por primera vez, después de marcharse inopinadamente la madrugada del uno de enero, expone su punto de vista. Dice que le he sacado el piso de Barcelona, un coche, un tercio de su empresa y que aún me quejo. Incluso está molesto porque no quise seguir en el estudio de Málaga y compartir los gastos con su compañero, el que me es tan grato como una patada en el estomago. Su forma de hablar hace parecer que todo, hasta mi voluntad, le pertenecía. No dice nada del préstamos con el que me ha lastrado la economía, ni que el piso de Barcelona ya era mío antes de casarnos, ni la decena de decisiones que ha tomado y me perjudican. 

Dejo que se explaye sin contradecir ninguna de sus afirmaciones. Se convierte en un soniquete al otro lado del teléfono. Recuerdo y me avergüenzo retrospectivamente de las veces que he llevado la razón a los hombres que, tras un divorcio, se han quejado de haber tenido que dejar la casa a su ex e hijos, aunque sólo ellos, los hombres, la habían pagado. La inercia machista de ningunear el trabajo de las amas de casa está tan arraigada en nuestra sociedad que la seguimos sin recapacitar. 

Me ha llamado puta porque hace tiempo le dije que si se iba, no habría otro. No le explico que ese iba era un eufemismo de mueres

Diecisiete horas. Un juez pondrá una firma en un papel y será como las tijeras que cortan un cordón umbilical. En el futuro, ya nada me unirá a él. 

Perspectivas

Guille me llama para escupirme una única palabra: ¡Puta!


Se enteró de que tengo novio.






sábado, 29 de julio de 2017

El odio

Uno de los conductores militar que me llevaba al colegio los lunes de madrugada, me solía preguntar: ¿Qué tienen todos los coches y que, sin embargo, no les sirve de nada? La respuesta es el ruido. Pero, después de reflexionar, creo que estaba equivocado: ¿cuántos atropellos habrá evitado el ruido? 

Voy a la casa de mi madre donde siempre está puesto en la televisión un programa muy aburrido de gente famosa por pura endogamia. Los mismos que critican a los que llaman fea a la hija de Belén Esteban, acribillan a preguntas a una señora con evidentes muestras de estar colocada por la medicación. Mi madre me explica: Es la mujer de Jesulín. Está enferma, en una clínica mental malagueña. Lo de mental lo había deducido porque esa mujer tiene el mismo rostro impávido que mi madre mantuvo durante la mayor parte de diez interminables años. A esa mujer con algún problema mental está bien que no la protejan porque los personajes del programa de la farándula han enseñado a su público a odiarla. 

¿Sirve para algo el odio? La evolución, supuestamente, sólo deja lo que nos hace más fuertes ante la supervivencia. ¿Por qué odiamos? 

Una de mis amigas del grupo de las divorciadas aseguraba que antes de separarse de su marido llevaba meses odiando incluso su respiración. Casi siempre comía con los auriculares puestos -escuchando conferencias, le decía a su marido para no ofenderlo- porque estaba convencida que le arrojaría la comida a la cabeza por su forma de masticarla. Se divorció, se echó un novio y tuvo una hija con él. Volvió a separarse. Algo productivo sacó: la niña. Ahora ya no odia a nadie. 

¿Odio a alguien? Debería odiar a Guille por su forma de dejarme, pero la tristeza por saber que el Guille al que quise ya no existe, es como si hubiera muerto, lo invade todo y no me permite odiarlo. 

Sí odio a los políticos. A los nacionalistas por querer imponerse sin importales lo que pensamos sus ciudadanos (el referéndum es una tomadura de pelo unilateral que servirá para gastar un pastón de los impuestos). Y a los otros, por tardar tanto en atajar un problema que está causando problemas económicos en Cataluña (supongo que lo harán a posta, para meterse en el bolsillo a los empresarios catalanes). 

¿El odio nos hace más productivos? ¿Es realmente necesario, o se trata de un apéndice que la evolución aún no ha tenido tiempo de desprendernos totalmente de él?

jueves, 27 de julio de 2017

Conversaciones robadas: El placebo de lo caro

Echo en falta mi antiguo barrio. Lo conocía y la gente me resultaba familiar. De algunos, a pesar de mi poca curiosidad y nula inclinación a los chismorreos, sabía mucho más de ellos de lo que podrían imaginarse. Aquí, de momento, todos son desconocidos.

¿Qué desdichas lastrarán la vida de una de mis vecinas que se llama Concha? De momento sé que debe soportar la estulticia de su padre. Es muy poca cosa. Mi madre diría de ella que los nervios y el trabajo no dejan que la chicha se le pegue a los huesos. La veo salir casi todas las mañanas vistiendo un uniforme tipo pijama que lo mismo puede ser de enfermera que de limpiadora.

Hoy estaba en la farmacia.

Ella: Me lo puedes cambiar, por favor. Dame el otro.
Farmacéutico: Pero ese no te lo cubre el seguro.
Ella: Lo sé.
Farmacéutico: Le has dicho que es el mismo medicamento pero con diferente caja.
Ella: Sí, y que no tenemos dinero. Pero se ha emperrado en que el genérico no le hace efecto.

El farmacéutico metió la caja de medicina en una bolsa pequeña y de 50 € devolvió algunos céntimos a mi vecina.

Ella, a la par que salía: Lástima que no lo tengas en supositorios.

Heroínas

Mi familia es muy extensa. Montones y montones de primos que he intentado contabilizar media docena de veces, pero me aburro antes de concluir. A la fuerza tenemos ovejas negras. Mi primo Jose (sin acento) es una de ellas. Como estuvo pinchando durante dos meses en Ibiza durante la temporada baja, se cree DJ, y así se presenta. Piensa que ese trabajo le da beneplácito para meterse en el cuerpo toda clase de sustancias legales (en grandes proporciones) e ilegales (con escasa moderación). La vida de mi primo Jose es como una onda de sonido: llena de altibajos a intervalos regulares. Se desintoxica, se confía y vuelve a empezar. Aunque su hija María del Mar lo admira y quiere, en cuanto se percata que está en uno de los momentos nefastos de su existencia, huye de él como si tuviera una enfermedad contagiosa. Ahora que es mayor, lo más fácil para ella sería caer en la tentación de lo que le ofrece el padre como si fuera algo inocuo. Es digna de admiración. 

miércoles, 26 de julio de 2017

Calor

Creía que llovía y me he levantado de un salto para verlo. La lluvia se ha vuelto tan extraña como la nieve en invierno en estas latitudes. Ya es un espectáculo difícil de ver. Pero no era lluvia. Alguien riega las plantas a estas horas. Junto con el estruendo de un aire acondicionado, es el único ruido que se escucha. No suele haber tanto silencio en mi nuevo barrio. Está lleno de casas nuevas, con buena insonorización, pero por aquí a la gente parece gustarle comunicarse a gritos. Aún no llevo dos meses viviendo aquí y ya estoy pensando en mudarme de nuevo. 

Treinta y dos grados centígrados dentro de casa. Cuando regresé de correr, en este barrio imposible hacerlo antes de oscurecer, tuve la absurda idea de refrescarme con colonia pulverizada. En los brazos, las piernas y el estómago no pasó nada. En el cuello fue como recibir una ducha de ácido. La piel está irritada por culpa del sudor. Parece piel cocinada a fuego lento. 

Me gusta que Mickey se quede a dormir. Pero hoy no podía. Su presencia me obliga a permanecer en la cama. Sin él, me parezco a Rambo, el perro de su hermano. Es un animal muy tranquilo y perezoso, listo. Busca el trozo de suelo más fresco de la casa y se tumba, hasta que su cuerpo lo calienta y se arrastra hasta otro puñado de losetas frías. Hago lo mismo que Rambo. Duermo en el suelo, con la cabeza apoyada en un cojín que se empapa de inmediato en sudor, hasta que la solería se calienta y busco otra parcela fresca. El amanecer y la hora de levantarse suelen llegar antes que el sueño. 

La jauría

Comienzo a leer un artículo en El Ideal donde una esclava sexual de Daesh relata su calvario, pero paso la página antes de terminarlo. Hay detalles que prefiero no conocer. No necesito saber que una niña de 10 años era violada y su única forma de intentar protegerse era gritar llamando a su madre. 

Me doy cuenta que soy una cobarde. 

¿Y si emitieran esos testimonios dentro de los programas del corazón que ve mi madre y que suelen ser de máxima audiencia? ¿Haría que la sociedad fuera solidaria con los refugiados? 

Mickey cree que no. Existe un sector de la sociedad que ha nacido para vivir en Un Mundo Feliz. Se dejan manipular y manejar, sin ningún espíritu crítico. Su profesión de profesor lo obliga a leer libros extraños. Tiene por costumbre dejar libertad a sus alumnos para que escojan. Él también disfruta o sufre esos libros para poder hacer preguntas. Y como casi todas son mujeres, dentro de sus neuronas se conserva el recuerdo de novelones contemporáneos de escritoras desconocidas, más eróticos que románticos, donde se idealizan las violaciones. Un protagonista que, por fuerza mayor (despecho, un malentendido, una amenaza...), viola a una mujer y ella, sin quererlo, disfruta. La mujer termina enamorada del violador. En la televisión ocurre lo mismo: se idealiza la crueldad. La misma tía que denigra a los hijos de otros, exige respeto para la suya, la que ella misma ha convertido en un objeto mediático. Y la gente le da la razón

Le digo que tiene muy poca fe en las personas. Pone el canal Telecinco. Trágatelo hasta que me despierte de la siesta... Una jauría humana critica a una compañera por tener un novio mayor que ella. En cuanto la respiración de Mickey es la de un durmiente, apago la tele. 

martes, 25 de julio de 2017

El hilo

Mickey asegura que no le importa si lleno el cuaderno que me regaló exclusivamente con las palabras escuchadas en un dictado de frases absurdas; pero que le gustaría que inventara un cuento para él. Le digo que no es fácil. Necesito un hilo del que tirar, algo que sea el principio de la historia. Tardó un par de horas en decidirse. Un osito de peluche ensangrentado, dice. Supongo que en su cabeza la historia ya tiene principio, desarrollo y fin. ¿Un osito de peluche en el escenario de un crimen? ¿Entre los hierros de un accidente de tráfico? ¿Sangre reseca y marrón en un osito de peluche manido en el altar de una niña difunta? 

¿O un osito de peluche gigantesco, tamaño persona? Una casa de veraneo, llena de gente conocida, toda una familia numerosa. Con el calor que hace, a alguien se le ocurre disfrazarse de osito de peluche porque la dueña confesó que eran su fantasía sexual. La aparición repentina del osito en la cocina, hace que la dueña lo apuñale en el estómago. No se atreve a quitarle el disfraz por miedo a encontrar bajo la cabeza de peluche a alguien querido. Temiendo las consecuencias, cárcel por homicidio involuntario, lo arroja a un pozo seco de la finca. Al día siguiente nadie echa en falta a nadie. ¿Quién era el disfrazado? Pasan los días, todo sigue igual y no parece faltar ninguno de los invitados. La dueña piensa en volver al pozo para ver el rostro del extraño, pero está muy hondo. Se marchan y el conocido a quien nadie echa en falta porque existe gente invisible, sigue pudriéndose en las profundidades del pozo. 

¿Quién se atreve a darle forma al cuento?

Palabras

Mickey me ha comprado un cuaderno. Es grueso, con minúsculos cuadraditos apenas insinuados en el papel, como si se tratara de hojas milimetradas. Confiesa que le ha costado muy poco. Comprado en uno de esos supermercados gigantes donde lo mismo puedes adquirir una sombrilla para la playa, unos supositorios para el estreñimiento o una camiseta rebajada con el logo de Barcelona '92, que algún lumbreras pensó que este año volverían a estar de moda. 

Dice que como tiene muchas páginas y es barata, no me importará hacer tachaduras o arrancar hojas. Me lo ha comprado para que lo llene de palabras y no me olvide de ellas. 

No estamos solos

Poco a poco Mickey me cuela en su mundo. Hoy hemos desayunado con uno de sus amigos, Iván el Terrible. Su sarcasmos es el culpable del apodo. Trabaja de publicista en un importante periódico de Málaga y algo se le debe de haber pegado de la perfección de los modelos a los que se enfrenta porque venía para ver la Alhambra pero parecía arreglado para darse un paseo en uno de los yates de Puerto Banús. 

Es una persona muy contradictoria. Asegura que quería mucho a su padre, pero también que cuando era niño rezaba todas las noches para que se muriera, las razones no nos las ha contado, aunque su verborrea es como una metralleta soltando balas. Da la sensación de que quisiera relatar toda su vida y sus pensamiento más profundos en menos de cinco minutos. 

Sigue rezando, pero ahora quiere que muera su empresa. Está cansado de que lo obliguen a hacer propaganda encubierta, disfrazando de artículos periodísticos lo que es simple publicidad. La novedad de tal supermercado del que todo el mundo habla... suele ser el titular de esos falsos artículos. O La prenda de tal tienda de ropa que vuelve locas a las famosas (prenda que, por lo general, es fea o de un color que no pega con nada). 

Mickey se me adelanta. También él se ha visto obligado a hacer cosas que no son éticas. Aprobar a alguien por ser familia de alguien apegado a sus jefes. Y yo, burlar las normativas para satisfacer las necesidades de algún cliente. 

Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra. 

Al menos, ya no quiere que mueran personas. 

sábado, 22 de julio de 2017

El asesinato de un escritor

La confianza entre Mickey y yo aún es como un río que hay que saltar, vadear o mojarse cada vez que queremos salvarla. Pide permiso para venir a casa, para quedarse a dormir, para beber algo del frigorífico... incluso para husmear entre los libros de la estantería. Pero cuando encuentra un cuaderno lleno con las historias que me contaba mi abuela, lo abre sin más. Interroga, pregunta. Le cuento su origen y le doy un bolígrafo rojo para que corrija las faltas de ortografía. Me alaga leyéndolo durante más de media hora, aunque cuando acaba, es como si sobre las páginas del cuaderno hubiera diluviado tinta roja. Dos faltas de ortografía en medio cuaderno, para mí, no está mal. Pero también me ha corregido el estilo. Tiendo a enredar las frases poniendo las palabras en un lugar que no les corresponden. Quiere traerme uno de los libros de lengua que utiliza con sus alumnos, pero rechazo su ofrecimiento. Si tuviera que ocuparme del estilo, me olvidaría de las palabras. 

Mi cuaderno lleno de historias hace confesar a Mickey: Hace años maté a un escritor. Se llamaba Marcos. Era profesor de literatura. Había escrito una novela pretenciosa, aburrida, con personajes vacuos, enrevesada y sin estilo. Se la dio a leer a Mickey, pero él fue incapaz de decirle la verdad. Su ambigüedad le dio valor al profesor de literatura y la envió al Premio Planeta. Aquel tipo estaba convencido que iba a ganar. Hacía comentarios del tipo: Qué ganas tengo de perder de vista a estos mentecatos (refiriéndose a sus compañeros y alumnos). Hasta tenía escrito el discurso de agradecimiento porque le dijo a Mickey que lo mencionaba. Desde el día del fallo del premio (se lo dieron a J.J. Millás), dedicó todas sus energías a odiar y menospreciar a todos los escritores que habían ganado algún premio de renombre en nuestro país. 

Mickey está convencido que si hubiera sido sincero con su compañero, le habría dado ánimos para reescribir la novela más centrado, con conocimiento de los errores que cometía; tal vez se hubiera apuntado a una clase de escritura creativa o comenzado por algo más sencillo como simples cuentos. Se arrepiente de haber callado. Pero yo estoy convencida que, si le hubiera dicho la verdad, el profesor de literatura no estaría odiando ahora a un puñado de escritores: odiaría a Mickey por haber matado su sueño. 

Fastidiosa realidad


A Mickey le asombra mi fascinación por los terremotos. Nos alternamos para escoger los documentales en la televisión. A los dos nos interesan los que tratan del nazismo o la shoa o los que relatan los últimos días de Hitler. Pero de esos sólo nos quedan por ver algunos que tratan el tema desde el punto de vista del esoterismo, lo que me parece una mofa de las víctimas, una completa falta de respeto, mayor que los chistes de mal gusto que rondan por la red. Por eso a él le toca soportar los documentales que tratan de terremotos y yo finjo aburrirme con las biografías de personajes importantes, como Napoleón o Buda. Si realmente me aburro, como con la biografía de Cantinflas, me refugio en Internet. 

He encontrado una web donde informan de los terremotos en tiempo real, y en la que la gente normal y corriente hace comentarios de lo que han sentido. Escriben en su idioma original y la propia web lo traduce al idioma seleccionado. La traducción de uno de los comentarios, dejado por alguien que sintió una réplica del terremoto de Grecia de hace dos noches, era Batido de luz. ¿A qué podría referirse? Imaginé que, tal vez, aquella persona vivía en una casa con las ventanas tapiadas por frondosas copas de árboles, y que el terremoto las agitó, dejando penetrar la luz de forma intermitente. O que era de noche y el terremoto hizo que se balanceara la lámpara del techo, llenando la habitación de luces y  sombras. 

Mickey leyó por encima de mi hombro. Light shake significa ligera sacudida. 


miércoles, 19 de julio de 2017

La historia interminable

Si el autismo tuviera cura, creería que yo lo fui durante la primera etapa de mi vida, porque las cosas ocurrían a mi alrededor, pero yo no era muy consciente de ellas.  

Cuando en una reunión entre conocidos sale el tema infancia, y yo cuento que la pasé prácticamente toda sin salir de un internado de monjas, la gente siente conmiseración por mí. En parte es comprensible porque los periódicos están llenos de noticias de abusos físicos o sexuales a niños por parte de los religiosos. El mismo hermano del papa Ratzinger admite que abofeteó a los niños de su coro y a reglón seguido asegura que habría intentado evitar los daños a los niños de haberlos conocido. Aterra imaginar qué considerará ese hombre malos tratos. 

Las monjas de mi internado no eran así. Nos querían y lo demostraban, con la suficiente distancia que se requiere a un profesor. Para las pocas que nos quedábamos los fines de semana en el internado -yo lo hacía con mucha regularidad-, nos tenían preparados dulces de postre en las comidas y merienda, que luego exagerábamos ante quienes se habían ido, y películas infantiles de vídeo de la última década, extremado signo de modernidad porque estábamos acostumbradas a ver con las demás alumnas, las rodadas durante la dictadura por niños prodigio que aún, por aquel entonces, aparecían en las revistas del corazón, ya convertidos en cascajos humanos. 

Fue allí donde vi por primera vez La Historia Interminable, aunque yo estaba convencida que había visto otra versión, más completa y muy diferente. Hasta era capaz de describir la librería, semejante a la que había visitado con mi tío Fermín en Madrid, y Bastian era clavadito a mi primo Paco cuando era niño. Yo sólo lo había conocido de adulto, pero en casa de mi tío había ciento de fotografías suyas cuando era tan alto como ancho, regordete, redondo, de carrillos rojos como tomates maduros. Tardé mucho en comprender que las imágenes de mi memoria pertenecían a lo imaginado durante la lectura del libro, y no a lo visto en una pantalla de cine.




lunes, 17 de julio de 2017

El sabor del milagro

Esta casa está llena de ruidos extraños. Las persianas son de aluminio, excesivamente ajustadas, y cuando menos lo esperas ¡crack! suelta un crujido de hueso quebrado. Como tengo la ventana abierta y estoy a muy pocos metros del suelo, todo el que pasa por la acera parece colocarse durante unos segundos en el piso. Sus respiraciones, sus toses, sus canturreos... parecen emitidos junto a mi oreja. Y a lo lejos, un perro aúlla lastimero. Seguramente porque los dueños lo han dejado encerrado en el balcón.

A mi madre no le gusta escuchar esos aullidos. Está convencida que vaticinan alguna desgracia. 

La primera vez que lo escuchó, hubo una masacre, decenas de muertos. ¿Cómo compensar con raciocinio lo que parecía el fundamento de una superstición? 

Cuenta que por aquél entonces la obligación del cumplimiento de las leyes municipales era más laxa. No estaba permitido tener en los patios de las casas del pueblo animales, pero nadie hacía caso a esa ley. Conejos, gallinas, palomas, tórtolas, pavos, patos... hasta cerdos y alguna que otra vaca. El pueblo apestaba, pero sólo para los extraños. El olfato de los autóctonos se había acostumbrado al hedor. 

A una noche del lastimero llanto de un perro, le siguió una mañana de terror. Más de una docena de conejos habían muerto y un cerdo estaba enfermo. Eso fue el primer día, al siguiente no quedaba ni un conejo y los cerdos enfermos eran muchos. A los demás animales no les afectaba la epidemia. 

Una vecina de mi abuela le regaló a mi madre un par de cerditos. Un macho y una hembra. La mujer era de espíritu sensible y no creía soportar ver a sus gorrinos morir. Pero aquellos marranos aguantaron. Todo el pueblo sin cerdos y aquellos dos seguían engordando para su san martín, completamente sanos y lozanos. La hembra incluso se quedó preñada y soltó una piara enorme que fueron vendidos en cuanto los destetaron, exceptuando a dos, que le regalaron a la dueña original de los gorrinos. ¿Tiempo que tardaron en morir los cerditos? Una semana. Por eso, desde aquel momento, llamaron a mi madre La niña de los milagros. Lo prefería a Turrón de azúcar, que era su mote original. Pero, de milagro, nada. El veterinario le aconsejó que encalara la pocilga un par de veces al año y que una vez a la semana lo desinfectara con Zotal. Lo hizo, como el resto del pueblo, pero lo de encalar la pocilga lo pasó de una vez al año a una al mes y lo de desinfectar, a días alternos.

Como no quiso probar la carne de sus cerdos, tuvo que confiar en quienes sí lo hicieron para saber que, a pesar de sus temores, los filetes de lomo y los chuletones de jamón, no sabían a Zotal. 


sábado, 15 de julio de 2017

La anfitriona


Hoy huelo como Dolores, una amiga de mi abuela. La mujer sofocaba el hedor del sudor con agua de colonia. 

Sudo. Me ducho. Media hora después el sudor vuelve. Las gotas me recorren la espalda como animales reptando. Bajan entre los pechos, esquivan el sujetador y llegan al ombligo. La camiseta es un trapo mojado. Ayer, a las siete de la tarde, el termómetro frente al Corte Inglés de la Acera del Darro marcaba 42ºC. Hoy no sé. Tal vez uno o dos grados menos.

Las bicis nos esperan en el pasillo de la entrada. Pero aún hace calor para cogerlas. Queremos dar un paseo por los alrededores del cementerio y la Bola de Oro para comprobar el alcance del incendio. Mi madre las roció esta mañana con agua bendita. Ha traído del santuario de Lourdes un bote con forma de virgen. Dice que es peligroso montar en bici por culpa de los borrachos y drogatas. 

La amiga de mi abuela se tomaba muy en serio sus invitaciones a merendar. Nos preparaba chocolate muy espeso. Sobre el chocolate ponía nubes, que era merengue hervido en leche. Las nubes las adornaba con hilos de caramelo. A mí sólo me gustaban las nubes de merengue. Cuando volvía a casa, le pedía a mi madre o hermanos que me las hicieran, pero a nadie le salía como a ella. 

De aquellas reuniones, la merienda era lo de menos. 

Recuerdas cuando un rayo partió la higuera de la plaza una noche que no había ni una nube en el cielo... Recuerdas cuando el perro de la Antoñita se volvió loco y mordió a más de seis personas, todas de la familia de los Tiznaos... Recuerdas cuando el cura de la catequesis nos decía que los pecadores siempre revivían en el ataúd y arañaban la tapa... 

Al otro lado del miedo

Mentí. Siempre dije que me había enamorado de Guille desde el principio, desde que gateaba por mi despacho atento a sus planos extendidos en el suelo, con la corbata echada sobre el hombro para no pisarla y la camisa salida que permitía ver los hoyuelos del final de su espalda. Al principio, en realidad, sólo fue un capricho. Era el tío bueno del despacho, tras el que todas iban, y él sólo me hacía caso a mí. Tuvieron que pasar algunos meses desde el inicio de nuestro noviazgo para que me enamorara realmente de él. Dos días antes de nuestra primera navidad juntos, nos tocó 300 € en la lotería nacional. Yo pensé en darnos un homenaje en algún restaurante bueno de la ciudad, él no, él propuso comprar mantas y repartirlas entre los pobres. Fuimos a un mayorista y, si mal no recuerdo, conseguimos 32. Treinta compradas y dos regaladas. Eran buenas mantas, pero muy feas, a cuadros marrones y morados. Cada vez que, en años sucesivos, veía a un indigente envuelto en una de aquellas mantas, me emocionaba hasta las lágrimas. Me enamoré de Guille porque era generoso. 

Durante una década fui incapaz de encontrarle defectos. El divorcio ha destruido el temor a molestar de muchas personas que me han dicho qué piensan de él. Es un estirado... Es un esnob... Nos miraba a todos por encima del hombro como si fuéramos moscas revoloteando un excremento.... Ese tío creía cagar diamantes... Ya no importa cómo es. Nada me une a él. Ayer renuncié al 34% de su empresa de drones, y aunque el divorcio me ha dejado con una economía muy precaria, al borde de un abismo porque el trabajo, aunque se acabó la crisis, sigue escaseando; hacía mucho tiempo que no me sentía tan libre. 

jueves, 13 de julio de 2017

La señora de las pócimas

Madre: ¿Sabes quién ha muerto?

Poco a poco mi madre vuelve a su costumbre de llamarme por cualquier nimiedad. Después de abandonarme Guille dejó de hacerlo. Temí que estuviera enfadada conmigo, que me culpara de lo ocurrido, pero sólo la retenía su miedo a encontrarme llorando porque, asegura, no habría sabido cómo consolarme.

Yo: ¿Quién?
Madre: Paca.

El mundo de mi madre se divide entre la realidad y la ficción de los personajes televisivos. A veces me habla con tanta cercanía de gente de la farándula, que los confundo con familiares. 

Durante una tarde, por una de sus llamadas, creí que mi prima Belén y su padre Antonio andaban con problemas judiciales (tienen tierras y una tienda en común); pero mi madre hablaba de Belén Esteban y del representante de la ¿artista?

Yo: ¿Paquita Rico?
Madre: No, Paca la farmacéutica

La memoria de mi madre retiene con todo detalle los malos momentos del pasado, por muy remoto que sea. 

A Paca la conocimos una tarde de invierno en la que toda la ciudad de Málaga parecía necesitar medicamentos para el resfriado. La farmacia estaba atestada, pero en cuanto entramos nosotras, nos dio preferencia. Pero, ¿cómo la sacas así? Pobrecita, si tiene que estar ardiendo de fiebre. ¿Aspirina infantil? Mi madre asintió aturdida, le dio las gracias por habernos colado y salimos. En realidad entramos en la farmacia para comprar a mi padre, que estaba ingresado, unos caramelos de menta con forma de gominola que le gustaba chupar siempre que la quimioterapia no le había llenado la boca de quemaduras. Me llevaba cogida de la mano pero no se había dado cuenta de mi enfermedad. Yo sólo me había quejado de cansancio. Pero eso era algo muy normal en mí.

A la farmacia volvimos en otras ocasiones. Y como mi madre es de darle palique a los desconocidos, se terminó enterando que aquella mujer y mi tío Alfonso eran vecinos. 

Mi madre siente remordimientos por lo ocurrido, pero a mí no me importa. En realidad, de no ser por ella que me ha contado la historia un montón de veces, es como si no hubiera ocurrido nunca. Lo único que me importa de los hechos, saber si al final conseguimos los caramelos para mi padre, ella no lo recuerda. 

El gilipollas que soñaba con cerillas

Los helicópteros sobrevuelan el cielo granadino dirección al cementerio de San José. Los helicópteros me hacen recordar la película Apocalipsis Now. La película a The Doors. El grupo musical a El Jinete Polaco. Disfruté mucho leyendo ese libro. Giro la cabeza y en la mesa de al lado tengo Patria, con el marcador a muy pocas páginas del final. A la mayoría de la gente le ha gustado ese libro. Para mí es como un hueso de pollo atravesado en el gaznate. Los buenos de ese libro son muy buenos y los malos unos amargados por las circunstancias de la vida. Puede que fuera así en realidad; pero algo falla. He conocido militares que pensaban que la solución vasca era una referéndum de autodeterminación y otros que pensaban que debían cerrarles las fronteras y arrojar bidones de gasolina para quemarlos a todos. Mala leche divina, como en Sodoma y Gomorra. 



Otro helicóptero pasa, aunque el periódico dice que el incendio está estabilizado. 

Del incendio me enteré de regreso a Granada. Mi madre me llamó. Mañana ve a visitar la tumba de tu padre. A ver cómo ha dejado el humo el cristal del nicho

Tres focos. Corre un viento tan caliente que reseca el sudor de la piel y la ropa dejando las marcas blancas de la sal. Esta mañana nadie daba los buenos días. Las ocho de la mañana y cuarenta grados. Las dos de la tarde y cuarenta y cinco grados... Un día propicio para provocar incendios. 

Todos los años ocurre lo mismo. En esta ciudad hay un gilipollas con ganas de quemar el bosque de la Alhambra. Quien empieza quemando libros, termina quemando personas. Quien empieza quemando bosques, ¿cómo termina?

miércoles, 12 de julio de 2017

Necesitamos un héroe

Mientras escribo esto suena en Youtube el We Don't Need Another Hero de Tina Turner. Pero en realidad nosotros sí necesitamos un héroe. He buscado en la red (ahora todo está ahí). ¿Dónde habrá uno en la actualidad? Lo he encontrado en los EEUU.


¿Y si invadimos EEUU y hacemos a Michael Moore ciudadano español? 

Hasta hace poco no había visto muchos documentales de él. Me impactó mucho Bowling for Columbine. En EEUU un ciudadano ciego puede conseguir una licencia de armas. Claro que aquí, a mi vecino Daniel el Cuerdo también se la concedieron. En Andalucía los motes suelen reflejar la cualidad o defecto contrarios a los que sobresale en una persona. Aquí, al Cyrano de Bergerac, lo llamarían El Chato

Los documentales de Michael Moore acojonan mucho. No creo que haya ningún norteamericano que ame más a su país. Para amar un país hay que ser crítico con él, percatarse de sus defectos e intentar resolverlos. Pero da miedo que nuestros políticos tomen como ejemplo la situación actual de los norteamericanos y quieran imponérnosla. ¿En serio tu propia compañía de seguros -que pagas o paga tu empresa por ti- puede negarte un tratamiento por considerarlo caro? ¿No conocen las vacaciones pagadas? ¿No tienen derecho a pagas extras? ...

Aunque puede que aquí Michael Moore decepcionara. Muchas personas que tienen mis mismas ideas socio políticas son incapaces de censurar a personajes como Maduro o regímenes tan extremista como el de Corea del Norte por considerarlos de los suyos. 

Pero prefiero pensar que no, que incluso aquí, Michael Moore sería una mosca cojonera para los políticos. 

Tras Rajoy: Oye, tío, ¿en serio que no sabías nada nada de la financiación ilegal del PP? ¿Nos tomas el pelo? 

Tras Pablo Iglesias: Venga, tío, qué te cuesta? Una pequeña censura a Maduro, aunque te ampares en la locura de ese majareta.

Tras Puigdemont: En serio, tío? ¿Después del pollo que has montado te acojonas y le pasas la patata caliente a Junqueras? ¿Pero, de qué vas? ¿Te das cuenta que estás jodiendo la economía de los ciudadanos normales? 

Sin duda, necesitamos un héroe que defienda a los más débiles de este país. Es decir, a cualquier ciudadano que trabaje para vivir y a todos aquellos que quieren pero no pueden porque nuestros políticos están demasiado enfrascados peleando entre ellos, metidos en berenjenales que no importan a nadie, para resolver problemas reales como el paro. 

martes, 11 de julio de 2017

El miedo y el coco

Cinco ratoncitos de cola gris,/ mueven las orejas, / mueven la nariz. / Uno, dos, tres, cuatro, / corren al rincón, / porque viene el gato.. / a comer ratón. 

Canción infantil

Los periódicos nos asustan. Advierten de un terremoto grande e inminente. Aquí y en Los Ángeles. Qué extraño, que mismos hechos distanciados por continentes y miles de kilómetros, nos una a mi hermano, cuñada y a mí. 

Cuando el verano llega, la gente se va de vacaciones y, exceptuando los accidentes que hay por los traslados del centro de las ciudades a la costa, los periódicos se llenan de noticias que realmente no lo son. La última: la de los terremotos. Al menos la advertencia de los estadounidenses está justificada porque Trump ha hecho recortes importantes en el sistema de aviso de terremotos, del que ya gozan, con muy buenos resultados, los japoneses. Pero, ¿qué propósito tiene el advertir a los españoles y quedarse ahí? Deberían, al menos, dar algunos consejos. Ejemplo:

Si vives en un edificio construido después de 2002: estate tranquilo en casa. Métete debajo de la mesa para que no te caigan muebles y objetos de adorno en la cabeza. Mantente lejos de las ventanas. 

Si vives en un edificio construido entre 2002 y 1979: Ponte bajo una viga estructural o el dintel de una puerta. En cuanto el terremoto cese, sal corriendo a la calle porque si hay una réplica, seguro que tu edificio colapsa. 

Si vives en un edificio construido antes de 1979, ante un terremoto: reza.

Menos mal que los periódicos, en esta época, por lo general, sólo sirven para abanicarse o cubrir la cabeza de quienes dormitan tumbados en la playa. 

Sismógrafo de Chimeneas hoy. Los gurruños de tinta son sismos

domingo, 9 de julio de 2017

A Dios rogando ...

Siempre pensé que el agua bendita de la iglesia de mi colegio la aliñaban con colonia. Cuando los miércoles, día de misa obligada, entraba a primera hora de la mañana, olía a lavanda. Y dudo que fuera efluvios desprendido de las hermanas. Ellas no se permitían ningún gesto de coquetería. Exceptuando un mínimo (sí, está subrayado) de higiene. Luego la iglesia se llenaba y el hedor a animal encerrado y a cera quemada, devoraba el delicado perfume.

Supongo que Mickey es culpable de que estos días recuerde más que nunca mis días escolares. Hoy anda lejos, en Almería. En un evento familiar. Mis hermanos y cuñadas en Barcelona y Valencia. Mis amigas las divorciadas, en la playa de Málaga. Y mi madre en Loúrdes, poniendo velas a todo dios. En ese "a todo dios" incluye a Montoro (el ministro de Hacienda). Asegura que ese tío tiene el alma muy negra, porque, ¿cómo permite que una pensionista que cobra 500 euros al mes tenga que pagar 1.000 euros en una dentadura postiza y tratamiento dental? (se refiere a mi tía Lola, que se encuentra en esa situación).

Hace un rato me mandó un whatsapp. ¿Quieres que le ponga una vela al desgraciado? (Guille ha perdido su nombre, ahora todos lo llaman desgraciado, ex o algún epíteto igualmente cariñoso). Llevo toda la mañana ociosa. Y, como ella temía, tener la mente ocupada en temas que no sean el trabajo, me ha hecho enfadar, y mucho; pero no con Guille, que casi llego a comprenderlo. Quien me ha hecho enfadar, hasta convertirme en una locomotora de vapor, como esos personajes de dibujos animados que se van poniendo rojos poco a poco hasta que estallan, es Puigdemont. Su obstinación y majadería no están siendo inocuas. Deberían pasarle cuentas de todos los negocios que se están perdiendo por la inestabilidad política. Por colaborar con un grupo constructor catalán, he perdido la oportunidad de proyectar un hotel en un edificio de 1870 en el centro de Málaga. Es un concurso privado por invitación. Quince participantes. Pero teníamos bastantes oportunidades. Era como un regalo para la imaginación. Nos hincan puñales quienes, se suponen, nos deberían proteger.

sábado, 8 de julio de 2017

Alguien nos recordará cuando hayamos muerto

Las flores cortadas me producen desasosiego. En el pasillo que llevaba a los dormitorios en el internado, había un jarrón sobre un arcón de madera labrada con pinta de ser tan antiguo como el edificio. A aquel jarrón iban a parar las flores que sobrevivían a la misa del domingo. Para el jueves sólo quedaba alguna rosa blanca cabezona, con el tallo flácido y la punta de los pétalos marrones. El viernes el jarrón aparecía brillante y vacío. 

Esta mañana me han regalado un clavel rosa perdido en una nebulosa de minúsculas florecillas blancas. Mis compañeros de desayuno creyeron durante 24 horas que me había suicidado. 

En la madrugada del miércoles la calle se llenó de coches de policía, ambulancias y un coche fúnebre. Una mujer se había suicidado durante la noche. Mi ausencia + suceso aparentemente en mi bloque (en realidad fue en el de enfrente) + supuesta razón (ahora todos me conocen por la divorciada) = conclusión errónea. Dos camioneros retirados que se cuenta entre los habituales a la hora del desayuno en el bar, compraron la flor y el camarero la puso en un vaso de tubo y la colocó en la barra, donde suelo sentarme.

Durante el día, por las conversaciones de algunos clientes, el camarero se enteró de la verdad. La suicida fue una señora mayor con una enfermedad terminal; sólo adelantó lo inevitable, acortando su sufrimiento (E.P.D.).

En agradable saber que alguien, que no es de mi familia, me echará de menos si desaparezco. 

viernes, 7 de julio de 2017

Cruce de caminos

Cuando era pequeña y hacía una y otra vez el mismo recorrido del destacamento de aviación al internado y viceversa, imaginaba que si el trayecto se dibujaba sobre un mapa de papel con bolígrafo, el papel terminaría agujereado porque el camino siempre era el mismo. Durante algunos años, tres o cuatro, los que duró la enfermedad de mi padre y el luto de sus amigos, mi universo no abarcaba más allá del mundo cercado del colegio y del recinto militar y los veinte kilómetros de carretera tortuosa que separaba un destino del otro. 

Poco a poco las líneas imaginarias en el mapa imaginario se fueron prolongando, llegando más lejos: Murcia, Madrid, Barcelona... Pasando fronteras: Andorra, Londres, París... Si hubiera tenido las mismas inquietudes viajeras que mis hermanos, pronto el mundo se hubiera convertido en un pañuelo. 

Para salir de la pereza de las siestas largas, Michey y yo permanecemos tumbados, dedicados a la charla. Hoy intentamos encontrar destinos en común, coincidencias en el lugar y el tiempo de nuestro pasado. Seguramente, algún día del verano de 1995 estuvimos muy cerca, tal vez a pocos metros de distancia; tumbados sobre la misma arena de la playa de la Malagueta. Pero, de habernos conocido, no nos hubiéramos hecho amigos porque durante la adolescencia la diferencia de cinco años, es un abismo. 

jueves, 6 de julio de 2017

Día de perros

Hoy no tocaba madrugar. Lo único que tenía que hacer esta mañana era dedicarla a la enésima reunión con los abogados del divorcio. Parece una historia que no terminará nunca. Le pido prestada su sala de reuniones a un compañero, aprovechando que está fuera. Normalmente las reuniones son en Madrid o Málaga, pero hoy Guille tenía asuntos por aquí. Llegan tarde, pero no me importa porque es una mañana muy extraña. Hace tanto viento que la tela gruesa que se ha soltado de uno de los toldos de los balcones de arriba, golpea con furia el vidrio. Parece un ser animado que quisiera entrar en la sala. Antes de darme tiempo a subir al piso de los dueños del desastre, la tela se desprende del todo y cae a la acera. Alguien, una mujer joven, grita: Ten cuidado, hijo de puta, que podrías habernos matado.

Sólo llega con uno de los abogados de su séquito. Guille está extraño con el pelo teñido y una grieta muy profunda entre sus cejas. Antes sólo era una arruga insignificante que solía desaparecer si le tensaba la piel. Pero ahora resultaría menos extraño que tocara la cara de su abogado, que siempre me mira con una sonrisa, que a Guille. 

La reunión es aburrida. Un rollo de informe económico de la empresa de Guille. Mientras se habla de cifras que me traen sin cuidado, fuera el viento enfurece. El vidrio doble no amortigua el ruido de los golpes de ventanas y puertas que se cierran de golpe, de los toldos sacudidos como velas de barco en un vendaval ni de las sirenas de los camiones de bomberos. 

Cuando salgo a la calle, el viento se ha apaciguado. Regreso con pereza a casa, dándole patadas a las ramas y hojas de árboles que alfombran el suelo. 

Michey y Rambo me esperan a la puerta de casa. Rambo es el perro del hermano de Mickey. Se lo cuida durante unos días porque él está haciendo obra en su casa y no podría ocuparse de él bien. Rambo necesita que le curen el hocico porque se ha cortado con una rama, con las que jugaba mientras venían del aparcamiento a casa. 

Me derrumbo en el sofá. Rambo lo hace en el suelo, a mi lado, con las patas para arriba. Quiere que le rasque la panza. Dormitamos mientras Mickey se ocupa de nuestra comida. 

miércoles, 5 de julio de 2017

El futuro en 120 m²

Madrugo para inspeccionar una casa recién acabada. La familia vendrá este fin de semana a verla. Está en El Rincón de la Victoria y ellos viven en Barcelona. La vieron cuando aún sólo era un esqueleto de hormigón y paredes de ladrillo sin revestir. Quiero comprobar que no hay nada mal. Pero incluso a las 7 y media de la madrugada la luz ya entra a raudales por las ventanas. Hace falta penumbra para descubrir los desperfectos en el pavimento o las paredes. La casa ahora huele a pintura. Lamento que no haya perdurado el de la madera recién cortada de cuando pusieron el suelo. Pero el olor a pintura es mejor que el hedor a orina. Es a lo que apestan la mayoría de las casas por estrenar porque los obreros utilizan los sanitarios cuando aún no funcionan correctamente las instalaciones. 

Una pareja joven. Tres dormitorios. ¿Qué les deparará el futuro? ¿Qué sinsabores y alegrías vivirán bajo el techo que he ayudado a crear? 

Las ventanas abiertas permiten llegar el  ruido del graznido de las gaviotas, pero no el de las olas. El mar está en calma. El agua lame la arena y se retira sin ruido, sin espuma, permitiendo distinguir el fondo. 


martes, 4 de julio de 2017

Las hijas del profesor

El móvil de Mickey esconde un puñado de fotografías que enseña con orgullo de padre. Una docena de mujeres arregladas para una celebración importante. Sólo tienen algo en común: haber querido, o necesitado, aprender a destiempo. Las fotos las tomó el día que se graduaban. A comienzo del curso eran muchas más, incluso había dos hombres, pero sólo ellas han sido las supervivientes.

Hay una mujer de 68 años. Una chica junto a un chaval que parece su hermano mayor pero que en realidad es su hijo. Una mujer con rasgos sudamericanos muy sonriente. Otra con el pelo rubio, muy corto, algo entrada en carnes y con aspecto de ser la jefa de la manada....

¿Por qué estudian? En el internado había una niña con el esqueleto deforme. Éramos crueles. Las que no pertenecían a su clase desconocían que se llamaba Micaela. Todas la llamaban Cuasimoda. Aseguraban, no sé si con algún fundamento, que antes de cumplir los 15 años moriría. Siempre quise saber, aunque nunca me atrevía a preguntarle, que si era así, por qué estudiaba. ¿Qué propósito tenía permanecer encerrada y aburrida durante días interminables si no le serviría de nada lo aprendido?

Mickey conoce la historia de sus alumnas. La mujer mayor, estudia porque es una viuda reciente y temía acabar volviéndose loca si se quedaba sola en casa pensando únicamente en su marido difunto. No es la persona de mayor edad de la que ha sido profesor. Su récord está en una señora de 77 años que consiguió terminar primaria. La chica joven se apuntó al curso porque quería dar ejemplo a su hijo, que se había propuesto dejar los estudios en cuanto cumpliera los 16 años. La señora peruana por necesidad, porque tenía trabajo en un restaurante de Marbella y le exigían un mínimo de estudios. La mujer parecía amedrentada al principio. Desconfiaba. Le repitió un par de veces que no tenía plata para pagar el curso. Tardó en creerse que era gratuito. Y la mujer rubia de pelo corto, simplemente, porque se aburría en casa y las aulas le permitían, además de aprender, disfrutar de algo que todas parecían necesitar: el compañerismo. 

lunes, 3 de julio de 2017

Perdida tras el espejo

¿Por qué escribes tanto? 

Mickey trae un pliego de lija al agua y me la pasa una y otra vez por la dureza del índice, con suavidad, como si fuera una caricia, hasta conseguir que el callo que me produce el bolígrafo, mengüe. 

Tardo en responder. Le digo que soy dislexica. Necesito escribir las palabras para no olvidarme de ellas. 

Me arrastra a Torremolinos. Quiere que conozca a una de sus alumnos. Delante de ella tengo que llamarlo Juan Pedro. 

Quedamos en un bar. La alumna se llama Alicia. Es menuda. Rubia platino con cejas tupidas y negras. Muy nerviosa. De mirada esquiva. A Mickey lo llama maestro, como si se tratara de un título nobiliario. Este año se ha dado por vencida en los estudios porque es disléxica y le cuesta mucho leer. También se hace un lío con los números. Compartimos experiencia. El mismo principio. Pero casi de inmediato nuestros caminos se bifurcan. Su familia no se preocupó de su problema. Ni siquiera sabían que existía. Sacaba malas notas y la castigaban por creerla perezosa. Con once años dejó el colegio. Con 17 se echó novio y tuvo un hijo. Ahora quiere trabajar en lo que sea, pero incluso para camarera de pisos o limpiadora le piden un mínimo de estudios acreditados. 

Acepta mi número de teléfono y unas palabras de ánimo. Cuando la miro, sé que su sonrisa triste es reflejo de la mía. Si mi familia hubiera sido tan negligente como la suya, ahora yo también estaría perdida.

La princesa está triste

¿Qué le gustaba a mi sobrina a los 11 años? No tengo capacidad para responder a esa pregunta porque los recuerdos se mezclan. Además, a esa edad ya tenía suficiente independencia para no necesitarnos para satisfacer sus inquietudes intelectuales. 

Recuerdo que estuvo ingresada en el hospital cuando tenía cuatro años y emitieron en la televisión "¿Qué he hecho yo para merecer esto?", se desternillaba con esa película. Por aquella época también veía una y otra vez, Planta Cuarta; y poco después La Ciudad de los Niños Perdidos. Las películas de Disney no le hacían mucha gracia. Me necesitó para leerle Manolito Gafotas hasta que ella aprendió. Luego ya devoró ella sola esos libros y las viñetas de Mafalda. Por desgracia otras diversiones han ocupado el tiempo que dedicaba a la lectura. Desde los cuatro años está apuntada a un grupo de teatro: West Side Story, La Bella y la Bestia, La Cenicienta, Cabaret... Ella siempre hace pequeños papeles. Suelen cantar y en mi familia tenemos un oído pésimo (es genético). Hace gimnasia rítmica. Casi siempre escogen músicas de Alberto Iglesias porque, aseguran, su ritmo se ajusta muy bien a sus movimientos. En verano, con el dinero que ha ahorrado durante todo el año, se apunta a un campamento de surf donde también se aprende inglés. 

Mi sobrina es una adolescente normal, como sus amigas. A algunas les gusta leer, a otra las películas de Harold Lloyd, una compite en natación, otra sabe tocar muy bien el piano, otra es autodidacta y se está preparando para ser maquilladora de efectos especiales... 

Estos últimos días se ha montado un pollo enorme porque una publicación asegura que la princesa Leonor disfruta leyendo a Stevenson y Carroll y viendo películas de Kurosawa. ¿Qué niño de 11 años no disfruta leyendo La Isla del Tesoro o Alicia en el País de las Maravillas? Las películas de Kurosawa sí chirrían un poco como gustos infantiles. 

Hay quienes se ven en la obligación de defender los gustos de la niña porque muchos se han burlados de ellos al considerarlos demasiado intelectuales. (Los comprendo, hace tiempo vi a un señor de unos 40 años disfrutando durante la hora y media que tarda el autobús Granada-Málaga, de episodio tras episodio de Bob Esponja). 

A mí me parecen unos placeres impuestos por el papel de princesa. Seguramente inventados por un asesor que intenta no deteriorar aún más la monarquía en España. Probablemente ha evitado incluir algún autor o director de cine español para no menospreciar al resto. 

Sería triste que los gustos de una niña de 11 años estén tan faltos de imaginación. 

sábado, 1 de julio de 2017

Yerma

A veces me da la sensación que mi universo y el azar se confabulan para echarme sal en las heridas. 

La semana pasada llegó una carta de Guille. Me invitaba al bautizo de su hijo. ¿Cómo se le pudo ocurrir semejante disparate con las broncas que hemos tenido en las reuniones con los abogados? El niño se llama Guillermo. Guillermito, supongo, para diferenciarlo del padre. La invitación es como una tarjeta navideña, con la fotografía sepia en el exterior. Una pareja y un niño. El hombre sentado en una mecedora con la cabeza gacha, la mirada atenta al niño que tiene entre los brazos. La mujer, como de atrezo, de pie tras la mecedora y con una mano apoyada en el respaldo, mira a la cámara y sonríe, distante. Tardo tiempo en darme cuenta que el hombre es Guille. Está extraño, y no sólo por los retoques de la fotografía. Se ha dejado el pelo más largo de lo que solía llevarlo y teñido. 

La invitación me hace feliz. ¿Estará Guille intentando que volvamos a la normalidad y acabar, al menos, como amigos? Hasta que busco y no encuentro la fecha y lugar de la celebración. 

La única razón del odio de Guille es mi esterilidad. 

Desde entonces todo me obliga a recordar la nítida exclusión que Guille me ha hecho de uno de los momentos más felices de su vida. 

La chica de la limpieza no friega las escaleras porque está embarazada y teme una caída.
Me llaman de la clínica de fertilidad. ¿Quiero intentarlo de nuevo? 
Una niña del instituto de mi sobrina se ha quedado embarazada. Una adolescencia truncada a los 16 años. 
La mujer de mi compañero de El Rincón de la Victoria vuelve a estar embarazada. Su sexto hijo.
En un blog de literatura en el que me gusta entrar escriben sobre gestación subrogada y de niños nonatos. 
El niño que mi cuñada acoge durante dos meses del verano, es más pequeño que otros años, apenas sabe hablar. Se lanza a los brazos de cualquier mujer con el pelo largo y moreno y la llama mami. 

Qué cruel es el universo y qué fácil sentirse su ombligo.


Otra vuelta de tuerca

¿Qué somos? Mickey me ha presentado a alguno de sus alumnos como su novia, pero nuestra relación no es tan seria. Sabemos que se trata de algo efímero, una época de transición para volver a confiar en las parejas. Sin embargo, no paramos de preguntar y hablar, como si necesitáramos conocer todo del otro. Le gusta dormir de frente. Su aliento en mi pelo, el mío en su cuello. En más de una ocasión me ha despertado al intentar hacerme cambiar de postura. Dice que no es normal que las parejas se den la espalda. Lo castigo haciéndole una pregunta. Soy cruel, si habla, se desvela del todo. 

¿Por qué adultos? ¿Por qué no niños?. Conoce la respuesta, no necesita pensarla. 

Por culpa de Felipe González. Uno de mis primeros alumnos. Llamarse como un político no era lo único que lo hacía sobresalir entre los demás niños. Estaba cebado y era muy alto. Parecía el profesor entre los alumnos. Y para colmo cualquier cosa lo hacía llorar. Un día que estaba de vigilante en el patio durante el recreo, les prohibí jugar al látigo. Y claro, Felipe se puso a berrear. Le expliqué, como si hablara con un adulto, que si alguno de sus compañeros o él era lanzado contra las ventanas o puertas de vidrio que rodeaban el patio, se podría hacer mucho daño porque el cristal se convierte en cuchillos cuando se rompe. Pasó menos de una semana. Felipe empujó a uno de sus compañeros contra la puerta de cristal. Se rompió pero era vidrio templado y por fortuna el chaval no se hizo mucho daño. Cuando fui a regañar a Felipe, me lo encontré con los mofletes ardiendo y la cara llena de lágrimas y mocos. "Bueno, al menos tiene remordimientos de conciencia", pensé. Pero al acercarme, el hijo de puta me suelta: "Maestro, eres un mentiroso. El cristal no se rompió como cuchillos".