Mi madre es una persona bastante racional. Aunque parezca una contradicción, es creyente, por superstición y por necesidad (se niega a admitir la posibilidad de no volver a encontrarse con mi padre).
Un ejemplo. Poco antes de nacer yo. Mi familia vivía en unos pabellones militares de Málaga. En el portal del edificio había una garita con un soldado constantemente de guardia por amenaza terrorista (supongo que terminas cogiendo miedo si cada vez que sales o entras de la calle te recuerdan que estás en peligro). Llaman al timbre y sale mi padre. En el suelo había un paquete del tamaño de una caja de zapatos envuelto en papel de estraza, con unos cables saliendo por un lateral y emitiendo un sospechosos tic-tac. La reacción de mi padre fue inmediata. Cerrar la puerta y gritar a mi madre y mis hermanos que se refugiaran en la ducha mientras él arrancaba un colchón de la cama para protegerlos. Pero mi madre fue tras él y quiso saber qué le asustaba tanto. Le explicó y ella sacó conclusiones: zapatos nuevos comprados aquella misma mañana a mis hermanos, recordar que había pensado que debía poner pilas nuevas al reloj de la cocina porque no escuchaba el estridente tic-tac -aunque no levantó la cabeza- y, sobre todo, el que mi hermano mayor, adolescente, estaba pasando una época difícil, su época Unabomber. Al menos no llegaron a llamar a los artificieros (que era lo que él buscaba con aquella broma pesada: quería ver funcionar los robots que acababa de adquirir el gobierno español -como si le hubieran dejado quedarse-).
Cuando murió mi padre, mi madre lo pasó muy mal. El dolor se manifiesta de formas diferentes en cada persona. Mientras que a mis hermanos les encanta recordar anécdotas y momentos vividos con él, a mi madre, si se le menciona, se pone la mano en la sien (como si le clavaran un punzón) y sale de la habitación o nos obliga a cambiar de tema. Por eso me ha parecido muy extraño que lo mencionara esta mañana, cuando la llamé por teléfono. Me dijo que quería hablar con él (tardé en comprender). Tuvo que desmigarme la historia. En Telecinco, en el programa interminable que suele ver, sale una médium, supuestamente muy buena que contacta con gente famosa muerta. Dice que quiere ir a Bendorm e intentar hablar con ella. Le he sugerido mi opinión, pero no se lo he dicho abiertamente. Si quiere ir, la acompañaré incluso; me da miedo que vaya sola y se tope de repente con la decepción.
¿Cómo se permite a una caradura que juegue de esa forma con los sentimientos de las personas cuando más débiles están? Supongo que la médium putativa tranquilizará su conciencia mintiéndose, asegurándose que beneficia a las personas al hacer que crean que sus familiares aún están entre nosotros.¡Cuánta crueldad!!! Y si las mentiras no la tranquilizan, lo hará el dinero (las entradas a sus espectáculos oscilan entre los 50 y 90 euros ).
¿Cómo se permite a una caradura que juegue de esa forma con los sentimientos de las personas cuando más débiles están? Supongo que la médium putativa tranquilizará su conciencia mintiéndose, asegurándose que beneficia a las personas al hacer que crean que sus familiares aún están entre nosotros.¡Cuánta crueldad!!! Y si las mentiras no la tranquilizan, lo hará el dinero (las entradas a sus espectáculos oscilan entre los 50 y 90 euros ).