martes, 31 de diciembre de 2013

En peligro de extinción

Recuerdo el primer año que pasé las navidades en Barcelona. El día 28 los periódicos amanecieron plagados de inocentadas. La que más gracia me hizo fue que Messi dejaba el fútbol porque había sido contratado por el Bolshoi. Ese mismo año u otro, que se estaban buscando subvenciones para inclinar la Giralda 10º para que se pareciera a la Torre de Pisa, por el gran éxito turístico que tenía ésta última.

Mis hermanos recuerdan las bromas gastadas en el destacamento de aviación donde vivíamos. Allí las inocentadas solían ser muy crueles. Desde envolverle a alguien la bicicleta pillándosela a un árbol con metros y metros de cinta de embalaje a cubrir el interior de una garita con sesos y sangre de animal (dando la idea de que alguien se había volado la cabeza allí, obligando al soldado que le tocaba guardia en ella, y que, por supuesto, no tenía ni idea de que todo se trataba de una inocentada, a pasar toda la noche fuera del recinto. El día 28 hojeé el periódico con avidez, pero, o la broma era tan sutil que no la pillé, no la había. No sé si será que todos hemos maduramos y nos parecen absurdas las bromas, o que nadie tiene humor para afilar el ingenio, por culpa de esta crisis.

Esperemos que le próximo año no sea tan nefasto. ¡Feliz año nuevo a todos! (en breve toca comerse las uvas -a Guille ya se las pelé y quité los huesos, que no quiero que se atragante y luego ¡Juerga!).

sábado, 28 de diciembre de 2013

Confesión

Imposible no escuchar la voz ensordecedora que me hablaba en mitad de la noche. No comprendo cómo he podido estar tan sorda hasta el momento. Obcecada por el ateísmo impuesto por mis hermanos y el placer sexual que he de refrenar ahora que lo he encontrado a Él. Con mucha habilidad el diablo consiguió engañarme, poniéndome ante las narices placeres como las dulces caricias de Guille. En estos momentos estoy pensando en el divorcio y dice mi suegra, conocedora de todo lo que implica la Iglesia, que si es por querer meterme a monja, no tendré ningún problema en que se anule nuestro matrimonio. No concibo otro futuro que el estar encerrada en un convento de clausura y pedir perdón por haber tardado tanto tiempo en encontrarlo. Torpe y necia sería si no admitiera que he sido una pecadora hasta ahora que sólo sabía disfrutar de los placeres mundanos sin prestar atención a mi alma. Apenas 21 gramos, es lo que dicen que pesa, que nos puede proporcionar la felicidad eterna. Daría parte de esa eternidad a cambio de volver al pasado y poder mortificarme desde niña con cilicios y disciplinas. ¡Amadme como yo os amo, hermanos!!!


jueves, 26 de diciembre de 2013

Con la que está cayendo

Compungida estoy. La culpa la tiene Elvira Lindo que hoy se despide de escribir su columna semanal en El País. 



A esta escritora tardé en conocerla. La creía muy superficial. La prejuzgue injustificadamente por culpa de la voz aflautada que ponía al hablar como Manolito Gafotas en la radio y porque es complicado pensar en una escritora para adultos cuando se la ha disfrutado como escritora para niños (le leí a mi sobrina casi toda la saga de Manolito Gafotas por el Messenger porque ella vivía en aquella época en Málaga y yo en Barcelona -le encantaba el personaje de El Idiota-). Por fortuna, reparé el entuerto y cuando a mis manos llegó Una palabra tuya, lo devoré con ansiedad. Luego siguieron Lo que me queda por vivir y Lugares que no quiero compartir con nadie. A lo mejor sólo es un viaje de ida y vuelta, un breve o largo descanso de las obligaciones semanales o, quizá, la necesidad de aparcar las pequeñas píldoras que son sus artículos para recrearse en algo más sólido y ofrecernos con más asiduidad alguna que otra novela. 

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Leche de burra

Parece que la Navidad obliga a recordar. Esta noche sucumbí a las costumbres de Guille para irme a la cama: a las once de la tarde ya con la oreja planchada. El cansancio del día me permitió quedarme dormida casi de inmediato (o puede que fuera mero mimetismo). Ahora mismo son las seis y media, pero ya llevo un buen rato con los ojos abiertos como platos (no me asomo a un espejo porque seguro que tengo la apariencia de un búho electrocutado). Por no despertarlo, me he venido al salón, donde hay una enorme bombonera llena de chucherías. He buscado un bombón de esos que vienen en papel dorado, tamaño bola pin-pon, que tiene una avellana americana en su interior (no recuerdo cómo se llaman), pero he terminado entreteniendo la lengua con unos extraños caramelos que me compraban mis hermanos cuando era pequeña. Una de las pocas chucherías que me gustaban. Hacía siglos que no los veía. Ellos aseguraban que estaban fabricados con leche de burra. 


He investigado. Sentía curiosidad. Quería saber si era verdad o una de las muchas bromas que me gastaban mis hermanos. Existieron las pastillas de leche de burra, las vendían en las farmacias, eran como una chuchería para niños que además curaban la garganta. Ya no las fabrican. No tienen nada que ver con esos caramelos que me compraban mis hermanos y que eran como aspirinas de colores, ásperas en el paladar, con sabores extraños, muy poco dulces. Un mito menos. 

Una negativa a tiempo

El azar quiso que esta mañana me encontrara con un antiguo compañero de trabajo paseando por la Gran Vía. Fue uno de los primeros en abandonar el barco (en irse de la empresa en la que trabajábamos) en cuanto aparecieron los primeros indicios de quiebra. Tenía pensado montar su propio despacho. Invitó a Guille a irse con él, pero Guille lo rechazó por mi culpa (no estaba invitada a formar parte de ese grupo selecto). Por supuesto, ha sido inevitable preguntarse qué habría pasado si mi futuro marido hubiera aceptado y desaparecido por completo de mi vida diaria (por aquel entonces ya salíamos, pero no era nada serio). La cosa (el despacho) acabó como era de esperar: mal (no fue culpa del compañero, si no de la situación económica). Cinco compañeros se fueron con él. Antes de finalizar el primer año, ya se veía forzado a hacerlo todo porque no había trabajo para nadie más. A veces siente tanta añoranza del jaleo y el bullicio de trabajar junto a más gente, que siempre que puede se lleva a los niños a la oficina para que hagan ruido. 

Solos, ya de vuelta, jugamos a imaginar qué habría pasado de separarnos en aquel momento. Guille cree que habría sucumbido a su antigua novia y en estos momentos estaría divorciada de ella y viviendo de nuevo con sus padres. Yo me habría vuelto una monógama múltiple, como mi hermano mayor, y no tendría ninguna razón para volver a Barcelona. Creo que la decisión que tomó Guille hace unos años -por miedo, más que por mí- nos ha beneficiado a ambos. 

martes, 24 de diciembre de 2013

Un poso de felicidad

¿Por qué lo hacemos? Nos reunimos alrededor de una mesa llena de comida, a veces con familiares a los que sólo vemos de tarde en tarde porque nos resultan antipáticos o no tenemos nada en común con ellos y nos atiborramos de comida, creo que como excusa a dejar de soltar chorradas porque con la boca llena no se habla

Estos son los primeros cinco minutos que tengo de descanso desde que aterricé esta mañana en Barcelona. Apenas llegué, me pusieron a preparar canapés. Canapés con paté, anchoas, caviar, salmón, aceitunas, huevos de codorniz, pimientos morrones, huevo hilado... Mi suegra había impreso fotografías de cómo debían quedar. Ha sido divertido, como montar pequeñas maquetas. Mientras, ella ha preparado sopa de picadillo (una tradición en esta familia), media docena de pescados diferentes y un pato tremendo, al limón, un bicho tan enorme, que me recordó el episodio de Mr. Bean en el que mete la cabeza por el culo de un pavo gigante y termina cenando un sándwich de algo que parece mermelada (puaaaaaag). 

Tres personas -mi suegra, mi cuñada, hermana de Guille, y yo- trabajando durante más de 8 horas para una cena que duró tres. Aunque con lo que ha sobrado hoy, tendremos para alimentarnos hasta el año que viene. En cuanto se marchó la tita coñazo de Guille -una señora que se empeña en mostrarse antipática con todos y herir todo lo que sea posible con su lengua viperina- la cena se volvió muy agradable.Quiero disfrutar de estas reuniones multitudinarias porque vaticino que llegará el día en el que Guille y yo seremos los únicos comensales a nuestra mesa navideña, o lo que es peor, tendremos alguna importante razón para no celebrarla. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad - La cena

El calor del fuego, el suave chisporroteo de la madera al arder y las anaranjadas luces temblorosas de las que se llena la penumbra más cercana a la chimenea, sumen a doña Pascuala en un agradable sopor del que no quisiera salir jamás. La somnolencia le arrebata parte de los sentidos y hace que funcione su imaginación. Cierra los ojos y se ve sobre el escenario de un garito de jazz, con todas las arrobas de su orondo cuerpo embutidas en un traje lleno de lentejuelas y calzando los zapatos de tacón más altos que ha visto jamás y que le facilitan un contoneo que puede confundirse con un baile estático.  La voz, en su ensoñación, doña Pascuala la toma prestada de Ella Fitzgerald porque en la realidad canta como un sapo dando arcadas.

Si la condensación del vapor en los vidrios de las ventanas no los llenara de lagrimones y en el exterior hubiera alguna luz más que la del cielo blanqueado por la nieve que aún no había caído, doña Pascuala habría podido comprobar que las huellas de quienes se habían marchado después de cenar, ya habían desaparecido bajo una gruesa capa blanca. Pero a la mujer le trae sin cuidado lo que ocurre fuera de los límites de los muros de su vivienda, incluso le es completamente indiferente lo que pasa al otro lado de su imaginación. Sube al dormitorio con los ojos entornados, como si abrirlos hiciera peligrar, al igual que una pompa de jabón ante el mínimo roce, la fantasía de estar sobre un escenario y cantar Summertime a un público que bebe, fuma y la mira con deseo, porque a las cantantes de jazz, aunque sean gordas y de piel insulsa, se las desea por su voz.



Por primera vez en muchos, muchos años, doña Pascuala tiene la cama para ella sola. Como si estuviera sobre un lecho de nieve, abre y cierra los brazos y las piernas extendidas; dibuja en las sábanas la figura de un ángel. Sonríe, gorjea con una risita infantil que nadie escucha porque, exceptuando al esmirriado Nicomedes que dormita en su pocilga, nadie más hay en la enorme casa. Le parece increíble que pocas horas antes le faltara sólo una insignificante contradicción más para estar a punto de sufrir un ataque de nervios. Nicolás, cuyo mayor defecto era forzar la generosidad ajena y llevarse todo el mérito del regalo realizado, llegó a media mañana advirtiendo que para la cena de Nochebuena tenían una docena y media de invitados no previstos. La sensatez se impuso al cabreo inicial. La despensa prácticamente vacía, las tiendas cerradas ya y muy pocas horas para preparar algo mínimamente decente. Doña Pascuala sacó la conclusión de que no les quedaba otra que comerse al desdichado Nicomedes. No tenía mucha chicha, pero al menos entretendrían el diente mondando los huesos. A Nicolás, acostumbrado a cuidar su figura con un sedentarismo sin treguas, su esposa sólo le pidió que colaborara en la cena dando caza al gorrino. Demasiado esfuerzo para quien jadeaba al ir del dormitorio al baño. Antes de poder posar las manos sobre el escuchimizado lomo del animal, Nicolás, después de estrujarse la parte izquierda del pecho con los dedos engarfiados y un gesto de dolor que no terminaba de cubrir la barba blanca, cayó de bruces sobre el hediondo suelo de la cochiquera y antes de que su ridículo traje rojo terminara enfangado, el hombre ya había pasado a formar parte de las cosas inanimadas de este mundo.

La cena fue un éxito: riñones al jerez, criadillas rebosadas, asaduras con patatas, chuletones, puchero con pringue, lengua estofada, pastel de carne... Todos comieron hasta el hartazgo y cuando terminaron, doña Pascuala les rogó que se llevaran las sobras porque eran excesivas para ella sola.

Por un segundo la mujer siente una punzada de pesadumbre: la primera vez que Nicolás colabora de forma activa en uno de sus desinteresados arrebatos de generosidad, y nadie se lo ha agradecido; pero de inmediato se le pasa la tristeza, cierra los ojos y se imagina en el mismo garito de jazz que antes, ahora susurra con voz melosa Cry Me a River, aunque sus ojos permanecen secos y en sus labios hay una sonrisilla de alegre esperanza.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Por la gracia de Dios

En El Ángel Exterminador de Buñuel, un grupo de personas invitada a una cena no se deciden a marcharse de la mansión donde se celebra. Nada les impide salir, pero ninguno tiene la voluntad de dar un paso adelante y cruzar el umbral de la salida. Esta noche me pasa lo mismo: no tengo voluntad para ponerme a trabajar (tengo que mandar algunos presupuestos para antes de mañana), aunque en mi caso se puede justificar por el cansancio. Salí de casa a las 8:00 de la madrugada (hoy es domingo y sigue siendo hoy hasta que me acueste y levante). Hice una excursión con unos amigos al Trevenque, y cuando bajamos, ayudé a uno de ellos a montar muebles del Ikea (el dormitorio para su hijo). Ahora estoy (plof ) en el sofá como una mosca en el casco de Fernando Alonso. Tengo el pc en el suelo. Es un poco complicado escribir así (se me está yendo toda la sangre a la cabeza). 



Para entretenerme y conseguir la voluntad que necesito para ponerme a trabajar (hoy no salgo a correr porque estoy agotada), vi el último programa de Salvados: Confesando al Estado. Trata de la falsedad de que España sea un país aconfesional y laico. Habla, entre otras cosas, de los colegios concertados. Entrevistan al director de uno de estos colegios. (Un inciso: creo que tengo algo de pervertida porque en cuanto estoy ante alguien del Opus Dei, me es imposible no imaginar las púas de un cilicio hincándose en la piel desnuda y nívea de un muslo). En el colegio hay segregación por sexos. Aseguran que el rendimiento de los grupos es mucho mayor así. Una profesora pone como ejemplo a los chavales que se enamoran de alguna chica y que pasan a comportarse como los gallitos de la clase. No soy capaz de corroborar esta afirmación porque mi colegio era casi exclusivamente femenino. Sólo en preescolar había críos. Recuerdo con ternura el extraño comportamiento que tenían algunas de mis condiscípulas en presencia de niños de su misma edad. Mi mundo fuera del internado era más masculino que femenino; pero para algunas compañeras, hijas únicas y padres divorciados, un hombre les era tan extraño y raro como un marciano. También faltaba competitividad. Si realmente existen esos estudios norteamericanos en los que se basa la segregación por sexos en el colegio, los directores y profesores, se despreocupan de los niños una vez fuera de las aulas.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Estudio sobre la sordera

¿Qué no necesita un coche, pero sin ello no funciona?  A uno de los conductores que me llevaban del Destacamento al internado, le gustaba inventar adivinanzas para mí. Me las soltaba al final del viaje de ida, y espera que las tuviera resueltas cuando me llevaba de vuelta. Ésta en concreto, no fui capaz de deducirla. La respuesta es el ruido

El sábado por la tarde un bebé lloraba en una casa contigua a la de mi madre. Antes de pasar diez minutos, ya había en su puerta una vecina llamando para saber qué le ocurría a la madre. Nada importante. La mujer tenía problemas estomacales y dejó desatendido unos instantes al niño.

Mi cuñada la efímera (a los primeros indicios de encariñamiento mi hermano rompe la relación), nos contó que después de tener a su primer hijo (tiene dos), quiso recuperar la figura muy rápidamente y casi se mata de hambre. Dos o tres semanas después de regresar del hospital a casa, sufrió un desmayo por culpa de la anemia y estuvo más de una hora tirada en el suelo de su casa, semiinconsciente, mientras que el niño lloraba como un descosido. Hasta la llegada de su marido, no pudo ponerse en pie y atender al bebé.

Guille llama el piso de la fornicación al único con el que nuestra vivienda tiene medianería. Son apenas 1.50 m² de pared en común, pero que sobran para que conozcamos con todo detalle lo que ocurre en el dormitorio de los vecinos. La pareja de ese piso tienen dos tipos de momentos: el momento fornicación -que recuerda bastante a un partido de tenis en el que los jugadores acompañan cada golpe con un grito- y el momento quejoso -en el que sólo participa la chica y es una interminable letanía, puede durar horas, en la que se hace saber a ella misma (no se escucha a nadie más en la habitación) lo desgraciada que es. Horas y horas gimoteando y repitiéndose que es una desgraciada. Prácticamente he perdido la capacidad de escucharlos, a no ser que un tercero me lo haga notar. Me pregunto si es correcta mi actitud de indiferencia ante los quejidos de la chica -de la que aún desconozco hasta su rostro-. No es pereza, sólo miedo a molestar, a entrometerme y romper la ficción de intimidad que todos creemos tener entre las paredes de nuestra casa.



¿Estamos destinados a sufrir una sordera selectiva que nos aleja de las penalidades de los demás?

lunes, 16 de diciembre de 2013

Desconocidos

Las primeras horas después de una reunión larga con la familia tiene bastante de desintoxicación de las costumbres ajenas adquiridas. De repente me resulta extraño no levantarme con el olor a tostadas y café por toda la casa. También es raro volver al anonimato que una ciudad, incluso pequeña, como es Granada, permite. Conozco a más gente en el pueblo de mi madre, al que sólo voy de vez en cuando de visita, que en mi propio barrio. 

En uno de los pisos del bloque frente al mio, vivía una mujer de mediana edad con su hija. Solían tener unas broncas tremendas. Gritos que eran capaces de atravesar el doble vidrio de mis ventanas. El origen de las peleas lo desconozco. Se hacían reproches: tú has dicho esto... tú hiciste esto otro... Ahora ya no se escuchan los gritos. Veo de vez en cuando a la hija asomada al balcón mirando la calle, vestida de negro, algo demacrada, flaca. Saco la conclusión de que la madre ha muerto. Pero lo que parece una evidencia, puede que sólo sea una mentira del azar. Puede que la mujer se haya ido a vivir con otro familiar o con un novio; que la hija se haya puesto a dieta y que la crisis de los 30 -edad que parece tener- la haya vuelto gótica. Si la abordara en la calle y le preguntara, seguro que me tomaba por una loca.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Hablemos del tiempo

En la casa de mi madre, desde la muerte de mi padre, nunca se ha celebrado la Navidad. Los primeros mantecados y turrones que probé (hasta los 8 años no me gustaban los dulces), fueron de estraperlo. Los compraba mi hermano mayor a escondidas de mi madre y nos atiborrábamos cuando ella no estaba presente. No era una exageración. Sufría ataques de ansiedad por cualquier razón. Lo que sí comenzamos a celebrar cuando mis hermanos se marcharon cada uno por su lado (yo seguía en el instituto primero, y luego en la universidad) fue El Fin de Semana del Ajopollo. No recuerdo quién lo bautizó así. La razón, sí: mi madre siempre nos preparaba patatas al ajopollo en algún momento de esos días en los que nos reuníamos todos mis hermanos y nuestras parejas en su casa. Luego mi hermano menor se marchó a vivir a Londres, yo a Barcelona, y esa celebración pasó al olvido; pero este año las circunstancias nos permite volver a la tradición.

Esta mañana la pasé con dos de mis hermanos (necesitaban unos dibujos). Mientras nos tomábamos un bocadillo en la terraza, salió a colación los temas tabús para este fin de semana. Según cada uno de nosotros, no se podrá hablar:

- Mi madre. Tema tabú, mi padre. No puede hablar de él aún.
- Mi hermano mayor: No soporta el cutre-corazón (Belén Esteban y personajillos semejantes).
- Su novia actual: nada que sea escatológico. Al parecer, tiene un estómago muy sensible.
- Mi hermano mediano: el fútbol. Termina enfadándose porque no comprende cómo la gente puede gastarse tantos millones en un juego que él considera aburrido y ridículo.
- Su esposa: de la crisis. Es capaz de llorar como una magdalena al saber que cualquier conocido no tiene ni para comer.
- Mi sobrina: de la anorexia. Porque, por ser adolescente flacucha, todos parecen pensar que la sufre y la atiborran a comida.. 
- Mi hermano pequeño: de la muerte. Se pone de mala leche. 
- Su pareja: De cualquier enfermedad. Es hipocondríaca.
- Guille: no vendrá. Es el único que no tiene tema de conversación tabú.
- Yo: de política. Parte de mi familia tiende  a la derecha y no llego a comprender cómo pueden defender a un tipo como Rajoy cuando lo está haciendo tan mal.

¿De qué hablamos?... El cielo está ligeramente cubierto con nubes blancas muy altas, aborregadas...


miércoles, 11 de diciembre de 2013

La domadora de palabras

Vuelvo a tener logopeda. La primera impresión ha sido muy buena. Ha aceptado sin trabas, e incluso con curiosidad, el método diseñado por mi tío Fermín: convertir las letras en números. También insiste,a pesar de mi resistencia, en que vuelva a los dictados de frases sin sentido con palabras muy parecidas: Vuela la rueda sin que pueda la nuera luenga ir a la huelga . Si me hubiera dicho a todo que sí, no sería buena. 

Por las tardes atiende su consulta privada, por las mañanas trabaja en un colegio concertado de El Realejo. Al principio se ocupaba sólo de los problemas lingüísticos de los niños, ahora debe trabajar, aunque no tiene la titulación adecuada, como profesora de apoyo para los niños que no tienen nivel académico suficiente. 

El primer día que entré en su despacho me llamó la atención una ventana tapiada con una pared de cajas de pañuelos de papel. Ayer no pude resistir la curiosidad y le pregunté. ¿Para qué necesita tantos pañuelos? El año pasado el presupuesto del colegio donde trabaja le permitía comprar pañuelos y pequeño material que los niños necesitan pero que los padres olvidan meter en sus mochilas. En esta época del año, es fácil que los críos lleguen resfriados al colegio, con el moco colgando. Los padres no tienen más remedio que enviarlos, aunque estén enfermos, porque, o son familias monoparentales o ambos padres trabajan, y no tienen con quién dejarlos. La logopeda tiene una amiga que trabaja como cajera en una gran superficie. Con el descuento a empleados de su amiga y la gran cantidad de cajas de pañuelos que compró, le salieron muy baratas, a la mitad de lo que suelen costar. En un principio las tenía almacenadas en un armario de su colegio. Los demás profesores sabían que las había pagado ella de su bolsillo. Aún así, desaparecían como si fueran agua atrapada entre las manos. No le molestó hasta que vio a un compañero sacar unas cuantas fuera del colegio. Menos de dos euros que la enervaron y enfurecieron. "Al día siguiente, me las traje aquí, fuera del alcance de los buitres".  

martes, 10 de diciembre de 2013

La jaula de piedra

Antes de que mi padre se volviera senil, su único tema de conversación era los negocios; desde que el pasado se ha convertido en su presente y su futuro tiene los días contados, sólo habla de una mujer llamada Alicia. Nadie la conocía. Nadie sabía quién era. Con la excusa, en realidad una mentira descarada, de intentar satisfacer el último deseo de un moribundo, llamé a Catalina. Mi tía no supo negarse y aceptó levantarle el veto. Mi hermanastra llegó una mañana de domingo muy temprano, embutida en un traje de noche oscuro que podía confundirse con un camisón, una flor mustia enredada en el pelo ensortijado y unos tacones afilados como cuchillos. A su paso dejaba el estruendo de su caminar y un hedor agrio a tabaco, sexo y perfume que saturaba el aire de la casa, ya viciado por la enfermedad y las medicinas. La conversación -dos monólogos, en realidad- fue tan breve que Catalina me sorprendió cuando subía la escalera para esconderme en la habitación contigua a la de mi padre, para poder escucharlos. Como excusa a mi presencia, sólo se me ocurrió afirmar que iba en búsqueda para invitarla a desayunar. Aceptó un café con leche y las porras, ya frías, que sobraron de nuestro desayuno. Me pareció el paradigma de la elegancia la forma que tenía de comer, sujetando el churro con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda y el vaso de café y un cigarrillo con la derecha. La pregunta no le cogió por sorpresa. Alicia fue la segunda mujer del viejo. La única que no se cargó. La única lo suficientemente lista para dejarlo antes de que la matara. Protesté. Lo de mi madre había sido un accidente. Se despeñó en el acantilado de Cerro Gordo. Mi madre no se suicidó. Los recuerdos atravesaron la coraza de Catalina y le llenaron de lágrimas los ojos. Hizo que bajara al sótano con la excusa de darle el regalo de navidad. Le pidió que cerrara los ojos y le disparó en la sien. Lo vi todo escondida entre las cajas. Me descubrió, pero no me hizo nada porque me sabía demasiado miedosa. Cuando me hice mayor y dejé de ser tan cobarde, mi palabra valía lo mismo que mi reputación. 

Antes de irse, Catalina me hizo dos peticiones: que no la llamara para el funeral y que dejara de buscar a Alicia porque puede que nuestro padre sólo quiera arrastrarla con él. No la saqué del error. Sé perfectamente dónde está Alicia. Antes de que la enfermad lo anclara en la cama, mi padre ponía en el tocadiscos un viejo vinilo de John Coltrane, My Favorite Things iba hasta el fondo de la galería, donde hay un arco ciego, y acariciaba el paramento con una ternura de la que mi madre o yo nunca fuimos destinatarias.

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Historieta al ritmo de My Favorite Things. 

Separación

Cuando estamos juntas mis dos cuñadas y yo, mi hermano mayor no controla su deseo de fotografiaarnos. Sus novias nunca le duran lo suficiente para que nos habituemos a ellas. 

La esposa de mi hermano mediano compagina con intermitencia, dependiente de la situación económica, su placer por ocuparse en no hacer nada con la restauración (regentaba un restaurante). Lo que más me gusta de ella, son sus arrebatos incontrolados de demostraciones de cariño a mi hermano y mi sobrina. Los abraza, los estruja, se los come a besos... A veces es algo infantil, negligente, pero tiene a su hija para corregirla. Otras veces es tan constante en su deseo por conseguir algo, que a todos nos asombra (por que conocemos su faceta perezosa). En una ocasión estuvo trabajando dos días seguidos para preparar el catering para la boda de una amiga a la que le había fallado el restaurante a última hora. Cree en los videntes y le da miedo quedarse sola en su casa, aunque sea de día. 

La esposa de mi hermano menor trabaja de enfermera en un hospital de Londres. Sueña con envejecer, jubilarse y vivir en la Costa del Sol. Es tan inteligente, que le basta leer un texto una sola vez para memorizarlo. Parece fría, pero no creo que haya nadie en este mundo que quiera más a mi hermano que ella (ni siquiera mi madre, que siempre ha sido excesiva en eso del cariño). La última vez que nos visito, venía con un brazo en cabestrillo. Tenía una tendinitis por haber dado un masaje cardiaco a un anciano en un supermercado durante la media hora que tardó en llegar la ambulancia. Ella sabía que el hombre no iba a sobrevivir, pero no quiso parar porque la esposa del anciano estaba presente (le da tanta importancia a los enfermos como a la conciencia de los parientes). Tal vez sea excesivamente escrupulosa (deformación profesional, supongo) y maniática del orden. Lo que tiene asumido, es que es gafe. 

En Sudáfrica y Namibia, hasta el cercano 1.992 existió el Apartheid (separación). La segregación por razas. Nelson Mandela luchó por abolirlo, hasta lograrlo.


Me gustan las fotografías que nos saca mi hermano mayor a mis cuñadas y a mí. La esposa de mi hermano mediano siempre con una sonrisa que le ocupa todo el rostro, algo entradita en carnes, con la cabeza apoyada en la frente de quien tenga más cerca. La esposa de mi hermano menor, estilizada como una sombra a última hora de la tarde, no importa que su boca no sonría porque sus ojos siempre son alegres, le gusta apoyar una mano en el hombro de quien está a su lado. Y yo, en medio, con la expresión algo forzada porque no me gusta que me fotografíen. Una de nosotras es rubia, con los ojos azules, lechosa de piel, la otra morena, con los ojos marrones y una piel que, a finales del verano, tiende a parecer del color de la madera del almendro y la última, con el pelo rizado, los ojos negros y una piel tan oscura como la noche. 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Como el agua

Para muchos hace bastante que se dieron cuenta que la justicia no es igual para todos, pero para mí, en los últimos tiempos es cuando se ha convertido en una evidencia cristalina. Aunque es ridículo que haya tardado tanto en comprender lo que nadie se molesta en ocultar.

Hace algunos años, cuando mis hermanos, mi madre y yo aún vivíamos bajo el mismo techo, detuvieron a mi hermano mayor acusado de violación. Mandaron una citación a su trabajo informándole que estaba en búsqueda y captura (se quedó alucinado). Se presentó en una comisaría de policía y lo detuvieron directamente. Estuvo retenido desde el viernes por la tarde al lunes al mediodía. Fue muy complicado mantener oculto a mi madre lo que ocurría (mal cóctel la hipertensión y la depresión nerviosa ). Dos días y medio completos con dos noches en una habitación sin poder cambiarse de ropa ni asearse ni tener un mínimo de intimidad y sin apenas comer porque siempre ha sido muy quisquilloso con la comida y le repugnaba la que le proporcionaron. El sábado por la mañana, gracias a la mujer de la denuncia, pudieron deshacer el error: algún lumbreras había trastocado en la denuncia el nombre, dirección y DNI del violador por el del mi hermano, que sólo la había llevado al hospital. A pesar de quedar aclarado el tema al principio del fin de semana, hasta el lunes al mediodía no lo soltaron porque tenía que hacerlo un juez y al parecer no trabajaban en festivos (no sé si la situación ha cambiado).

Ayer venía de Motril en microbús. Había acompañado a mi sobrina a una exhibición de monta de caballos. Ella iba a su bola, con sus amigas, hablando. Me entretuve con una revista vieja de las muchas que había en los portaequipajes. En uno de los artículos (era de mecánica) hablaba de un accidente ocurrido en 1.998 en los Alpes italianos. Un avión rompió el cable de un funicular, provocando 20 muertos. El artículo detallaba minuciosamente lo ocurrido. El avión volaba demasiado bajo. Los pilotos lo achacaron al mal funcionamiento del altímetro (estaba a menos de 150 metros del suelo -a esa altura no hace falta ser un lumbreras ni tener vista de pájaro para saber que es excesivamente bajo, que, como mínimo, a esa altura, pueden producir rotura de cristales). El artículo sólo proporcionaba datos estrictos. La altura en cada momento del vuelo con una gráfica: un descenso regular a la aproximación del teleférico y un ascenso, algo más brusco, pero también regular, después de pasarlo. Blanco y en botella (y no es horchata). Los cabritos de los pilotos habían intentado pasar bajo el cable del teleférico, sin conseguirlo, seccionándolo. Como resultado: veinte muertos por los que nadie pagó. Sólo uno de los pilotos cumplió seis meses de cárcel por entorpecer a la justicia (quemó una cinta de vídeo que habían grabado durante el vuelo).



Una de las abogadas defensoras con las que hemos trabajado últimamente suele decir: En los tribunales no vence la verdad; los que ganan en los tribunales, imponen su verdad. Después de leer un día tras otro en los periódicos lo que ocurre con la doble contabilidad del PP y la no imputación de la Infanta Cristina en el caso Noós, me temo que esa abogada tiene tiene toda la razón. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

La danza de los gusanos

La oscuridad le sienta bien a los gusanos. Dejé un plato lleno de castañas en la alacena. Siempre que se va Guille, para matar el tiempo, para encubrir esos ratos que solía pasar con él, me pongo a limpiar. Tres gusanos habían salido de las castañas y estaban en la porcelana blanca, enormes, redondos, amarillentos y rollizos. Con la luz repentina, se quedaron quietos, fingiendo estar muertos; pero revivieron de inmediato, en cuanto creyeron que no había peligro. Es graciosa la forma que tienen de moverse, de rectar sin ninguna parte a donde ir, de hacerse una pelotilla si en su angosto universo cualquier movimiento se convierte en un posible cataclismo. 

Cuando los gusanos dejaron de divertirme, dudé en si debía aplastarlos (jugo de gusanos -me pregunto si la repugnancia que tenemos por esos bichos, es un sistema de protección-). El plato se habría convertido en el del cementerio de los gusanos, y no habría vuelto a utilizarlo. Es un plato por el que siento mucho cariño: perteneció a mi abuela. Nos lo trajo lleno de carne de membrillo hecha por ella. Estuvo desde entonces en casa de mi madre y hace poco me lo mandó con un trozo de tarta de queso (creo que no recuerda su origen).

Sólo las culebras le repugnan más a mi madre que los gusanos. Quiere que la incineren por miedo a despertar dentro del ataúd (es claustrofóbica) y por el asco que le da pensar que va a ser devorada por esos bichos tan asquerosos. Aunque comemos angulas, y poco diferencia hay; y caracoles, aún más repulsivos con esos mocos que exudan.


Siempre es preferible que nos coman ellos a comérnoslos nosotros


Los gusanos fueron a parar, junto con todas las castañas, envueltos en un papel de cocina, a la basura. Espero que tengan un vida larga y saludable (tan larga como la pueda tener un gusano). Seguro que la putrefacción de la basura del estercolero los mantiene calentitos. ¿Un gusano podrá sobrevivir en un ambiente lleno de metano?

martes, 3 de diciembre de 2013

Los engranajes de la desesperación

Guille llegó con una arruga entre las cejas y se ha vuelto a Barcelona sin ella. Creo que sólo le preocupaba la idea de tener que marcharnos fuera. Le angustia tanto alejarse demasiado de sus padres como a mí no compartir la monotonía diaria con él. Cuando nos impusimos la fecha de finales de año para tomar una decisión, parecía muy lejana; pero todo llega. De momento no nos marchamos. Guille quiere que le demos una oportunidad al reciclaje, que busquemos otra forma de ganarnos la vida. Él sirve para muchas cosas, y parece que haciendo cualquiera de ellas, puede ser feliz. Yo tengo experiencia en muchas, pero creo que pocas de ellas me llevarían a la felicidad (no me imagino de nuevo, como cuando estaba haciendo la carrera, detrás de la barra de un bar -lo mío no es el trato directo con los clientes-). 

Lo malo de los pensamientos nocturnos, es que tienden a engrandecerse con la oscuridad y a desinflarse con las primeras luces del día. Parecía buena idea la de abrir un restaurante de platos preparados expresamente con fruta. Fruta pelada, cortada y adornada, para vagos. A Guille se le da bien la cocina y a mí las pijaditas. Pensábamos ponerlo en un parque como el García Lorca, de Granada, o en la Plaça de Espanya, en Barcelona. (Lo que más me atraía era tener una jornada laboral con un horario fijo, sin trabajo que hacer en casa). 


Otra de las ideas era tener una pequeña flota de drones preparados para la fumigación y la extinción de incendios. En este caso Guille pensaba implicar a mis hermanos, que son buenos montando trastos de todas clases y reparándolos. Piensa que los drones tiene un gran futuro, que dentro de muy poco, los cielos estarán llenos de esos trastos.... y puede que tenga razón. (A lo mejor debería abrir una agencia de seguros que cubriera el riesgo de caída de objetos extraños desde el cielo). 


lunes, 2 de diciembre de 2013

A perro flaco...

De pulgas, es la humanidad que tienen algunos ladrones en la barriada de El Limonar de Málaga, donde vive en la actualidad mi tío, padre de mi famosa prima Estefanía, la que tuvo un desliz con un par de compañeros de trabajo. Antes iba a todas partes ayudado por su yerno, ahora, para ir de un lado a otro, utiliza un andador (él lo llama su tacatá), y, aunque el derrame cerebral lo dejó bastante maltrecho, se maneja bien. 

Si la salud de mi tío fuera buena, su gasto mensual se reduciría a cero. Mis primos se ocupan de cubrirle todas las necesidades, menos las medicinas. Casi todas las subvenciona la Seguridad Social, pero hay algunas, especialmente caras (entre ellas unas medias ortopédicas para facilitarle la circulación), que debe pagarlas él. 

Cada dos semanas va al banco a sacar unos 300 euros. Como no le gusta ir solo, le acompaña un amigo de su mismo bloque, que, al igual que él, necesita un andador para desplazarse. Hace un mes, cuando entraban en el portal de su edificio, a la par que ellos también lo hacía una chica joven, muy bien vestida, tan escotada que parecía que se le iban a salir las margaritas (palabras textuales de mi tío). El ascensor es para cuatro personas y cada andador es como una persona tipo Botero. Mi tío y su amigo se ofrecieron a esperar a que la chica subiera a donde tuviera que ir, pero la desconocida insistió y al final subieron los tres juntos. Cuando mi tío, ya en su casa, quiso guardar el dinero en la caja fuerte, se dio cuenta que le habían cortado la cincha del bolsillo trasero del pantalón y quitado el dinero. Está convencido que le robó la chica bien vestida del ascensor porque un segundo antes, al pasar por la portería, se tentó el bolsillo y aún llevaba el dinero. Mi tío ahora se siente una presa fácil, una tentación para los ladrones a la que no saben resistirse.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Dimensión desconocida

Estos tres últimos días, Guille y yo hemos sido abducidos; arrojados de cabeza a un universo paralelo. En realidad sólo le hemos hecho una visita a mi madre. Pero su mundo, su forma de ser, más que dónde vive, nos convierte en un par de pazguatos que, a menudo, no son capaces de dar crédito a lo que escuchan. Las visitas a mi madre casi siempre empiezan con la retahíla de personas que han fallecido desde la última vez que nos vimos físicamente; solemos estar unidas por el cordón umbilical del Skype o el Whatsapp, pero las defunciones de quienes no sé reconocer por los motes o nombres, no suelen ser nuestros temas de conversación, a no ser la pille yendo a uno de esos funerales que ocupan muchas de sus tardes. 

En esta ocasión casi el único tema de conversación ha sido el desliz que tuvo una de mis primas al mantener relaciones sexuales con dos compañeros del trabajo al unísono y dejarse fotografiar (¿las cámaras de los móviles tienen retardador del disparo? -el mío no, que yo sepa-). Para mí sólo ha sido una anécdota, algo lamentable, porque quien parece estar pagando las consecuencias casi exclusivamente, es mi tío, que anda algo pachucho de salud y bastante deprimido. Para mi madre y la mayoría de mis tíos, es una vergüenza, algo censurable. Algo tan deshonroso que los mantiene alejados de La Lantejuela, el pueblo de mi abuela, donde, se supone, aún nos recuerdan. Una mancha que ha caído sobre toda la familia y que no habrá forma de limpiar. 

viernes, 22 de noviembre de 2013

La felicidad está en la ignorancia

Soy adicta a los documentales. Como ya hemos esquilmado todos los videoclubes de la zona, ahora atracamos Youtube en busca de algo con lo que entretenernos los pocos ratos que estamos demasiado cansados para matar el tiempo con cualquier otro diversión. Guille me ha aficionado a los documentales que tratan de los accidentes aéreos. Hay unos muy buenos que se titulan Segundos Catastróficos. Primero relatan lo ocurrido, luego analizan qué sucedió y cómo se pudo haber evitado. En cada uno de esos accidentes, decenas, cientos de muertos por causas que, por lo general, siempre son absurdas o parecen imposibles.

El que más me ha impactado, por lo ridículo e incomprensible de por qué se produjo, fue un accidente ocurrido el 31 de agosto de 1.999 en el aeropuerto de Buenos Aires. Murieron 100 personas: 95 viajeros y 5 tripulantes. El piloto y el copiloto estaban tan ensimismados con su cháchara en el momento de despegar que se les olvidó pulsar el botón de los flaps y cuando empezó a sonar la alarma, simplemente la ignoraron. 

Otro de los accidentes que llama la atención por la mala suerte y la retahíla de errores que desembocó en la muerte de 45 niños, el 1 de julio de 2002, al chocar dos aviones en el aire. Uno que iba de Moscú a Barcelona y otro de Bérgamo a Bruselas. Los dos aviones tenían un moderno sistema para evitar el choque en el aire, pero la intervención de un controlador aéreo y la falta de protocolo a seguir por parte de la tripulación rusa, hizo posible lo que, al mirar el cielo y verlo tan enorme, parece prácticamente imposible. El controlador aéreo que no pudo evitar el choque, fue asesinado años después de lo ocurrido por un arquitecto que perdió a su esposa y sus dos hijos en el accidente.


Dentro de poco tengo que volar Málaga - Barcelona... ¿Alguien me aconseja un buen amuleto?

martes, 19 de noviembre de 2013

Con la pata quebrá y atada a la cama

¡Virgen del amor hermoso! Si fuera dada a los tacos, soltaría un joder o  algo mucho más fuerte, después de enterarme que el Arzobispado de Granada ha editado un libro titulado Cásate y sé sumisa de Costanza Miriano. 

En el libro de la señora Miriano se puede leer, según El País, frases como: Si algo que él (el marido) hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios... Dios te ha puesto al lado de tu marido, ese santo que te soporta a pesar de todo... En caso de duda, sin embargo, obedece. Sométete con confianza... Es verdad, todavía no eres una cocinera experimentada ni un ama de casa perfecta. ¿Qué problema hay si te lo dice? Dile que tiene razón, que es verdad, que aprenderás. Al ver tu dulzura y tu humildad, tu esfuerzo por convertirte, también él se convertirá. 



¡Manda huevos! Me he quedado ojiplática al leer esto. No por lo que parece una anulación completa de las mujeres como personas. Si no, por una parte, por el permiso que se le da a la mujer para pecar: El marido puede hacer lo que le dé la gana, la mujer tiene que obedecer y luego vérselas con Dios. Y por otra, porque la sumisión puede llegar a ser una perversión sadomasoquista -patológica, si se cumple los extremos que en ese libro se solicita-. 

En realidad, sólo es algo que se puede tomar a risa: el libro y la polémica creada. El libro parece estar escrito únicamente para satisfacer a la parte más radical y recalcitrante de la Iglesia Católica. La polémica: cuanto más se critica un libro, más es leído. 

¿Qué mujer querría o podría cumplir todos los preceptos que se aconsejan en el libro? ¿Qué mujer podría aceptar, después de tirarse una hora en la cocina preparando la comida, una crítica, sin soltar un justificado: pues si no te gusta, te lo haces tú con la punta de la...? ¿Qué hombre querría a su lado a un mujer que pareciera una autómata que sólo sabe mover la cabeza afirmativamente?

sábado, 16 de noviembre de 2013

Ensayo de paternidad

Esta semana pasada hemos tenido a mi sobrina en casa porque mi cuñada, aunque ya no tiene el restaurante, le gusta asistir a todos los cursos sobre cocina que encuentra. Este se celebraba en Tenerife y, a pesar de que Guille nunca piensa mal de nada ni de nadie, asegura que en realidad sólo han sido una mini vacaciones encubiertas. Ha sido divertido y extraño. Cuando era muy pequeña, la cuidaba muy a menudo. Ahora tiene la autonomía de una persona adulta, conocimientos que no compartimos e ideas propias de las que se puede aprender mucho. 

Ayer por la tarde teníamos una reunión con la tutora de mi sobrina. Citó a todos los padres con una diferencia de cinco minutos, pero se demoró con algunos más de la cuenta y cuando llegamos nosotros ya había cola. La mujer tiene fama de ogro. Una de las anécdotas que contaron mientras esperábamos: La profesora pone bastante empeño en que los niños permanezcan bien sentados durante sus clases. Una niña parecía incómoda en la silla y la profesora le exigió varias veces que se sentara bien. Al final la niña tuvo que confesar que tenía un grano muy doloroso, y la profesora le espetó: Si te duele, te fastidias

Cuando estuvimos en casa, le pregunté a mi sobrina si había ocurrido así. Me lo confirmó, menos la última parte. La profesora pidió disculpas a la niña y le dio permiso para ponerse en pie cuando lo necesitara. Me gustaría saber de dónde salió la alteración de la historia: de los alumnos o de los padres.

De mi sobrina, la tutora nos dijo que es una niña muy inteligente y muy segura en sí misma, pero también muy distraída, que siempre parece estar pensando en las musarañas pero que cuando le hace alguna pregunta a traición, responde sin problemas (esto último lo dijo casi con admiración). 

Puede que verse obligada a decir las verdades que algunos padres no quieren escuchar es lo que la ha convertido, para algunos, en un ogro. 

viernes, 15 de noviembre de 2013

Nada para el pueblo, pero con el pueblo

En el bajo de mi bloque, en el mismo piso donde vivía la señora con síndrome de Diógenes, se han mudado un matrimonio joven con un niño de 18 meses. El niño es muy dado al llanto y los padres muy dados a dejarlo berrear hasta que se agota. Es lo que nos está ocurriendo a los ciudadanos frente a este gobierno de ineptos: nos dejan berrear hasta que se nos acaban las fuerzas, sin que nuestras quejas sean escuchadas.

Mi generación, los que nacimos casi a la par que la nueva Democracia, somos un puñado de inútiles que no aprendimos a luchar. Se nos dio todo, y lo aceptamos imaginando que jamás nos lo podrían quitar. Ahora nos lo arrebatan con la excusa de que es necesario para que todo vuelva a la normalidad, pero es falso. Nos mienten, y muchos incluso besan las manos que les roban porque nos han hecho creer que somos parte de la élite a la que este gobierno favorece descaradamente. Se aplaude con descaro cuando anuncian recortes a los sueldos de los funcionarios (nunca a los gerifaltes). Recortes que irán en detrimento de nuestra sanidad, seguridad, la enseñanza de nuestros hijos... Ahorros presupuestarios que son necesarios para que altos cargos inútiles conserven sus sueldos.   

Esta Democracia no es efectiva, porque sabemos muy bien qué está mal, pero no tenemos capacidad para cambiarlo (sustituir a quienes están en el poder sólo implica que quienes ahora protestan con susurros, se desgañiten con sus quejas). Dicen que la Democracia es el sistema de gobierno menos malo, pero vistas las consecuencias que estamos sufriendo en la actualidad, de la descarada falta de derechos que tenemos, ¿no  se trata de una dictadura bipartidista encubierta?


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Buenas intenciones

Como sucede con los accidentes de avión o de tren, en mi familia cualquier acontecimiento ocurre de dos en dos. Hace poco mi prima Ana se divorciaba del marido porque éste la dejaba por una chica de 23 años (la cual ya lo ha abandonado). Ahora le ha tocado el turno a mi prima Estefanía. Todas las historias, por lo general,  vistas con una u otra perspectiva, tienen diferentes matices (suelen ser grises). Pero la que ha implicado la separación de mi prima, es completamente negra, no hay perspectiva que tizne de gris los hechos.

Digamos que podría servir de guión para una película porno lo ocurrido entre mi prima y dos de sus compañeros de trabajo, consecuencia de una celebración etílica que terminó en borrachera, completamente detallado en fotografías del móvil. Fotografías que un alma caritativa hizo llegar al marido, quien asegura que hubiera preferido no saber. Pero ante las evidencia y para evitar ser el hazmerreír de sus conocidos, hizo lo que cabía esperar y se ha separado de Estefanía. Ahora anda bastante perdido, viviendo de nuevo con los padres, porque es uno de los muchos parados de larga duración de este país, y echando en falta su vida anterior. 

Pero quien más herido está con la separación, es mi tío. Hace un par de años sufrió un ictus apopléjico, y su yerno se había convertido en sus manos y sus pies. Ahora grita a pleno pulmón que quiere morirse porque se tira casi todo el día solo y le da vergüenza que sea su hija quien tenga que ocuparse de sus necesidades más elementales. 

Siempre he pensado que ante un engaño es mejor saber. En literatura, en los libros que leo, en las novelas románticas compradas en los aeropuertos o estaciones de autobuses y devoradas durante el viaje, delatar el engaño siempre conlleva consecuencias favorables; pero, por desgracia, en la vida real, pocas veces es así. 

martes, 12 de noviembre de 2013

Gira, gira, gira

Hace unos días (casi dos semanas) me pidieron (un compañero del cursillo que estoy impartiendo) una explicación detallada sobre las matrices polares.

Vamos a dibujar una diana de dardos.
Dibujamos dos círculos, al igual que en la imagen, un radio vertical y número en el centro exacto de los dos círculos. El número debe tener la justificación MC (medio centro), para que cuando lo hagamos girar con la matriz, no pierda su posición.


En la línea de comandos escribimos matriz, y aparece la ventana que aparece en la pantalla. Seleccionamos la matriz polar. Seleccionamos el centro pinchándolo en la ventana (para ello pulsamos el botón que hay junto a la coordena Y). En el número de elementos ponemos 20 porque es el número de divisiones que tiene la diana. En grados cubierto, ponemos 360 (si tuviéramos las unidades de AutoCad en grados centesimales, habría que poner 400). Y al pulsar en Selección de objetos, pinchamos sobre el radio y el número.



Obtenemos un círculo dividido en 20 partes y con 20 números. Pero el radio que hemos dibujado, es completamente vertical, y en las dianas reales, es la bisetriz la que pasa por los 90º del círculo. Hay que girarlo la mitad de grados que tiene cada una de las divisiones: 360/20 = 18º/2 = 9º.


Ahora sólo queda sombrear los trozos divisionarios de la diana. Se puede conseguir con una equidistancia que nos separe la diana como en la imagen. Sólo necesitamos sombrear un trozo verde exterior, otro interior; un trozo rojo interior, otro exterior, y utilizar de nuevo la matriz polar. En esta ocasión el número de elementos será 10.


Finalmente sólo queda editar el texto con DDEDIC, y si queremos que los números no aparezcan bocabajo, los giramos 180º o igualamos propiedades con los que tienen exactamente enfrente (el 3 con el 20, el 17 con el 5, el 12 con el 2...)






viernes, 8 de noviembre de 2013

En busca del tiempo perdido

Poco a poco recuperamos el tiempo que el trabajo nos usurpó esta semana. Un compañero tuvo a mediados del mes pasado un amago de infarto. Creyó que iba a recuperarse antes, pero ha pasado el tiempo y no pudo salir del hospital. Nos pidió ayuda porque si no terminaba a tiempo el proyecto que tenía entre manos, lo habrían penalizado económicamente. Un bloque de cinco pisos para una familia sola. Los padres y cuatro hijos. Todos viviendo juntos, pero todos con intimidad. No es la primera vez que hacemos algo parecido, pero en los demás casos, los hijos ya eran adultos. Aquí, el mayor tiene 23 años y la menor, 14. Lo hemos terminado una semana antes de lo previsto. Tuvimos que empezar desde cero porque no conseguimos encontrar lo ya realizado por el anterior arquitecto. Incluso para Guille ha sido divertido. Algunos días ni se daba cuenta de la hora y trasnochaba tanto como yo. Hoy le hemos dedicado casi todo el día a Morfeo (teníamos muchas horas de sueño que recuperar). Lástima que haya sido tan breve.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Ladrones del tiempo

Una cosa buena tiene estar medio parada: nuestro tiempo nos pertenece. Ahora mismo sólo puedo permitirme escribir este par de líneas porque muerdo un trozo de pizza mientras escribo. Finjo que ceno a la vez que finjo que tecleo, aunque en realidad creo que estoy dormida y sueño que puedo permitirme el lujo de estirarme en el sofá y ver una película o salir a la calle y correr hasta que los músculos de los jarretes palpiten por el esfuerzo. Estoy anquilosada. Me muevo y los huesos crujen como si fueran ramas que se pisan. Ya queda menos para que vuelva a ser dueña de mi propio tiempo.

martes, 5 de noviembre de 2013

Wert: el bufón de la corte

Wert reclama "sacrificio" a los estudiantes (de Erasmus) que pierden la ayuda. (no tengo tiempo para comentar la noticia, pero tampoco creo que sea necesario).


Imprimir, recortar, utilizar dardos... (es para lo único que sirve este tío)



lunes, 4 de noviembre de 2013

Sólo un espejismo

Tengo abandonado un poco el ciberespacio y el blog por culpa (o gracias) al trabajo. Sólo es un espejismo, un instante durante el que parece que hemos vuelto a la normalidad de la urgencia, del movimiento constante, de ser parte de una cadena que se rompe si no contribuimos con nuestro esfuerzo. Estoy disfrutando del momento siendo consciente de él, por si no se vuelve a repetir.




jueves, 31 de octubre de 2013

La confesión

El moscardón verdusco que está posado en el bajorrelieve de estaño que representa la última cena, se asusta con el estrépito de una puerta que se cierra de golpe y revolotea por la habitación. Durante unos segundos es una mancha oscura sobre la pantalla de la lámpara, cuyo cable está adornado prematuramente con una guirnalda navideña de color verde. El vuelo errático lo lleva hasta el vaso donde permanece medio sumergida la dentadura de doña Palmira; una mella efímera que busca la boca que encerraba los dientes postizos, se para en los labios amoratados y liba los espumarajos que se escapan entre ellos.



Sólo la iglesia de ladrillos rojos, gigantesca en la memoria de los que se fueron, pequeña ante quien la mira; impide a Purificación contemplar una llanura interminable de olivos y tierras aradas y muy a lo lejos, unas montañas desvaída que los días nublados quedan camuflada con el cielo plomizo. Purificación no imagina ver el horizonte que el edificio le oculta, aunque muchas veces ha soñado con escapar e ir tan lejos como están esas montañas. La mujer, de rostro de prematura anciana y mentalidad de eterna adolescente, no aparta los ojos de la puerta lateral de la Iglesia, por donde entran y salen las feligresas que se confiesan antes de misa. Entran cinco y cuando sale la quinta, Purificación se apresura a penetrar en las tinieblas del templo.

- Padre, confieso que he pecado. He matado a mi madre.

Le hubiera gustado contar los detalles. A fin de cuentas, era lo único que Purificación había hecho bien en toda su vida. Hasta tenía preparadas las palabras: Usted conoce a mi madre. Era incapaz de ir hasta al cuarto de baño sola. ¿Cómo podía seguir viviendo atada a ella? No imagina qué castigo era consumirme sin libertad a su lado. Se había adueñado de mi vida... No pensaba hablarle del asco y rabia que le daba su forma de comer: una perfecta demostración visual de la trituración de los alimentos, ni de las ganas que le daban de gritarle cada vez que se refería a alguna parte de su físico con diminutivos: mi cabecita, mi bracito, mi... Fue una aversión y un odio cimentados en un pasado muy remoto, que había ido creciendo hasta hacerse insoportable.

Paz, es lo que Purificación siente. No se alteró cuando el sacerdote salió del confesionario corriendo, con la sotana remangada, ni cuando llegó la pareja de la guardia civil y la esposaron y llevaron al cuartelillo, ni cuando en la calle todo fue estruendo de sirenas y conversaciones de un gentío apostado a pocos metros de su celda -sonaba como un enjambre-, ni cuando dos días más tarde la dejan en libertad porque el doctor ha determinado muerte natural. Un infarto.

A doña Palmira le gusta acostarse temprano, aunque la cafeína que ingiere sin saberlo no le permite dormir hasta que comienza el amanecer. Siempre sigue el mismo ritual. Cuando está sentada en la cama, se toma la pastilla para la hipertensión (que ha sido sustituida por píldoras anticonceptivas, sólo porque son semejantes en su aspecto físico) y un somnífero (anfetaminas, en realidad). Se tumba y escucha la radio. Un programa donde gente llama para contar sus desgracias y otra para dar consejos. La noche de su muerte, doña Palmira está intranquila porque cada media hora informan de la huida de dos presos. Su ignorancia le permite imaginar que las distancias no existen y cuando se comienza a abrir la puerta del armario a altas horas de la noche, muy lentamente, muy despacio, cree estar ante los dos delincuentes que han asesinado a un policía antes de darse a la fuga. La voz no le sale, los gritos se quedan obturando sus vías respiratorias y el miedo se convierte en un regato dorado que atraviesa el colchón. En mitad del silencio nocturno, las sacudidas que involuntariamente da la mujer por culpa del ataque que está sufriendo, son como estruendosas explosiones que Purificación escucha desde la cocina, ansiosa por que acaben para conocer el resultado definitivo. En los brazos de Purificación, está Negrita, la gata que salió sigilosa de entre los camisones y sábanas dobladas, y fue al reclamo del olor de una lata de atún recién abierta.

Purificación sacude el moscardón verdoso que pasa por delante de ella. Sonríe satisfecha. Un ápice de tristeza: su madre, que solía llamarla inútil, jamás sabrá lo bien que lo hizo en esta ocasión.

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¡Feliz Halloween!

miércoles, 30 de octubre de 2013

En busca del hogar perdido

Guille ha tamizado las ofertas de trabajo que han ido llegando estos meses. Muchos timos (si quiere más información, pague 20 € por gastos administrativos -el más generalizado-), también muchas mentiras (alojamiento gratuito que hay que pagar con horas extras; sueldos en bruto en los que contabilizan hasta el más mínimo de los impuestos y que dan a entender que son sueldos limpios). Había cuatro ofertas que parecían favorables: todas en países sudamericanos. La de México la descartamos directamente, sólo por la inseguridad que parece existir en ese país (aunque algunos conocidos mexicanos de los foros nos informan que es una violencia que no conocen directamente, que depende de la zona). En una de ellas hubo un error de cifras (metieron un cero de más, y lo que se parecía un sueldo correcto, pero no exagerado, se volvió una miseria, por debajo del sueldo mínimo. Otra la descartamos porque estaríamos en el mismo país, en la misma empresa, pero distantes, la misma situación de la que queremos escapar aquí. Al final sólo ha quedado una oferta para trabajar en Chile. Ahora que es posible la marcha, Guille exige la respuesta a mil preguntas. Quiere conocer hasta el más mínimo detalle de lo que vamos a encontrar. No quiere arriesgarse a ir para volver casi de inmediato. Aunque yo no veo nada de malo en ello. Ir, probar y volver si no nos convence. Podríamos considerarlo como unas simples vacaciones. 

A Guille le preocupan sus padres y mi madre. Dejarlos solos. Está convencido que si nos vamos, será una despedida definitiva. Creo que esa preocupación es la que ha forzado esa vagina facial que le ha salido entre las cejas, una rajita que no se le quita ni cuando duerme. Quise echarle un poco de crema hidratante, pero no se deja. 

Un amigo, monitor de esquí, que va todos los veranos a esquiar (están en otro hemisferio y por lo tanto tienen las estaciones cambiadas). Dice que la construcción está como a principio de siglo en España: en auge, aunque no sabe si también sufren una burbuja inmobiliaria como aquí. Sería penoso ir a un país, acomodarnos a él, crear un hogar y tener que huir de él a los pocos años. 


martes, 29 de octubre de 2013

Con el pie derecho

Hoy tengo una de esas caras de boba que refleja el espejo cuando se es feliz después de una larga ausencia de buenos momentos. Es curioso cómo la felicidad nos cambia la percepción de las cosas. Hace un rato, cuando comenzaba a ponerse el sol, y los últimos rayos rebotaban sobre los cristales de las plantas más altas del Hotel San Antón, durante los segundos que tardó en desaparecer la luz, hasta me pareció un edificio bonito. 

Comenzó con una simple llamada telefónica cuando aún me costaba mantener abiertos los ojos. Un antiguo cliente. Tiene un caserón en La Vega de Granada y quiere rehabilitarlo. Lo acababa de comprar en una subasta del banco. Según él, una ganga. Pretende convertirlo en un hotel: habitaciones amplias, rústicas, cómodas, en mitad de la tranquilidad del campo, pero muy cerca de la ciudad. El edificio está tan deteriorado que tal vez sólo se pueda mantener en pie la intención (es una zona donde no se puede edificar nada nuevo, sólo rehabilitar, tal vez sólo aguanten algunas paredes maestras del exterior que serán suficientes para disfrazar la obra nuevo de reforma). Hacía tiempo que no caía en mis manos un trabajo de arquitectura real (sólo modificaciones de lo ya hecho y periciales): para el mediodía ya tenía esbozadas dos de las tres plantas del edificio. 

Estaba tan ensimismada que no escuché el timbre de la puerta. Era Guille: una semana antes de lo esperado. Al igual que es inevitable perder cualquier compostura cuando el cuerpo sufre los vaivenes de una montaña rusa, yo la perdí cuando lo vi aparecer. Aunque viene con una arruga en la frente, entre las cejas, vertical y profunda que perdura incluso cuando está dormido (ahora ya está acostado, aunque apenas son las 9 y media de la noche, porque vino agotado). Estoy acostumbrada a la forma de ser mi familia materna, en la que a un problema se le da la importancia necesaria para ser resuelto, y antes y después, se olvida. Pero Guille los rumia sin cesar. Ahora le preocupa la falta de trabajo, aunque llevamos unos meses siendo tuertos en un mundo de ciegos. Si le pongo el dedo donde le ha aparecido la arruga sólo sirve para que frunza la frente y balbucee en sueños. 

Guille se durmió después de estar escuchándome hablar por teléfono media hora. La llamada fue mucho más larga, de hora y pico. Una amiga, con una trombosis en la pierna, está prácticamente curada. Estaba eufórica y contagiaba su felicidad. Para ella empieza una etapa nueva en su vida (ojalá le vaya bien). 

Ahora, después de tantas cosas buenas, estoy un poco desinflada, amedrentada, a la espera que algo malo ocurra para haya equilibrio entre lo bueno y lo malo.


lunes, 28 de octubre de 2013

Más sombras en la oscuridad

El cambio horario va a encarecer mi recibo de la luz. Me he dado cuenta hoy cuando a eso de las 5:30 tuve que encender la luz para fregar los platos (había tenido que ponerme inmediatamente después de comer con unas rectificaciones urgentes). Los días laborables me suelo levantar a las 8:00 u 8:30 (ahora hay menos trabajo y todo va más pausado). A esa hora antes ya había luz, y ahora también hay luz (al menos la suficiente para asearme y pintarme los labios). Si voy a Málaga (aunque esto se ha convertido en una excepción) me levanto a las 6:30, a las 5:30 si no puedo disponer del coche (antes no había luz solar, y ahora tampoco la hay). A las cinco y pico ya comienza a ser necesaria la luz artificial para iluminar los puntos más sombríos de la casa. Antes era una hora más. 

Nunca me ha roto la rutina el cambio horario. No me ha quitado el sueño ni obligado a dormir a deshora. Me suelo fijar del reloj de la mesilla de noche y no en el sensorial. A mi madre y a Guille sí les causa bastantes molestias: durante un par de días parecen sufrir jet lag. ¿En realidad se ahorra energía con el cambio de hora? ¿Si realmente fuera así, no sería preferible que las empresas adoptaran el horario a la luz solar? Que se tuviera horario de invierno y de verano: jornadas partidas en invierno, sin madrugones:  y jornadas intensivas en verano: madrugones y hora libre a la siesta, porque es muy duro ponerse a trabajar con la comida dando vueltas en el estómago y el sudor cayendo a chorros. También hay que tener en cuenta que más de un cuarto de la población laboral española, está en paro. ¿No desfavorece a los parados el cambio de hora? Los obliga a madrugar para no hacer nada o a gastar más energía eléctrica, cuando no tienen con qué pagarla.


Pero, si realmente fuera tan importante para los estados ahorrar energía, ¿no se habría inventado algún sistema más eficaz para hacerlo? ¿Se podrían trasladar los rayos solares por tuberías? Al igual que hacemos con el agua: llevarlos desde donde hay en abundancia, a donde es necesaria; llevar la luz solar desde punto de la tierra donde es de día, a puntos donde ha comenzado a anochecer. Tal vez sirvieran simples tubos corrugados de algún material brillante. ¿Realmente se busca el ahorro energético con este cambio?

sábado, 26 de octubre de 2013

24 + 1 o cómo desperdiciar parte de la hora de más que nos proporciona el cambio horario

Algunas preguntas tontas que me hago:

¿Por qué los coches suelen ser de un solo color? ¿No serían muy llamativos y divertidos si fueran estampados, a cuadros, con paisajes, de color fosforito...? ¿Tal vez es por seguridad? Quizá un coche con el dibujo de una chica escultural desnuda a toda pastilla por la autovía produciría muchos accidentes. ¿O por versatilidad para el conductor? ¿Cómo presentarse a un funeral con un coche rosa llena de corazones? ¿o cómo presentarse con uno lleno de calaveras a una boda? ¿o cómo atreverse a dejar aparcado un coche con motivos del barça en Carabanchel? 

Algunas propuestas de pinturas para los coches oficiales del gobierno:


Dibujo que quedaría muy bien el capó en el coche oficial de Ana Mato


Para Wert (título: El tonto del lápiz)

(Otra pregunta tonta: ¿será el apellido del ministro de educación e incultura falso? Tal vez no sabía teclear su apellido real (López) y un jesuita solícito lo bautizó con el de Wert (se teclea con la mano izquier: anular, corazón, indice e índice). 


Para Cañete (aunque debería cambiar su coche por uno tipo smart -redondo y compacto- y pintarlo como una manzana con un lindo gusano saliendo de ella. Seguro que le abría el apetito).


Para los furgones policiales que trasladan a Bárcenas (su coche oficial en la actualidad)

Se admiten propuestas.

Otra pregunta muy tonta: Si yo, que soy un trabajadora autónoma normal y corriente, tengo que pagar un pedazo de multa porque se me olvidó incluir una factura en uno de los trimestres (factura que me pasaron pero que no cobré hasta medio año más tarde), ¿por qué todos los altos cargos del PP que recibieron sobres en B y que está demostrado que la mayoría no declararon, se están saliendo de rositas?

El escritor y su oficio

¿Por qué leemos? ¿Por la necesidad de que nos cuenten historias? Ver una película sería mucho más cómodo, y con las mismas consecuencias. Pero en una película no se nos da la posibilidad de imaginar una parte de lo que se nos narra. Leer es esforzarnos en ver el mundo a través de los ojos del escritor, compartiendo sus conocimientos, imaginación y experiencias. 

Hasta hace muy poco de los escritores sólo me importaba si estaban vivos o muertos (para saber si tenía una posibilidad cerrada de seguir leyéndolos o era posible encontrarme cada poco con algo nuevo). Pero somos seres vivos y, por lo tanto, cambiantes. Ahora incluso me interesa la vida social de los escritores que suelo leer con admiración. 

Ayer le dieron, muy merecidamente, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Antonio Muñoz Molina. En su discurso, dijo: Nos dedicamos [los escritores], pues, a un oficio más antiguo y más útil de lo que parece




¿Cómo sería el mundo sin escritores? De principio, mucho más aburrido (seguramente ya habría superpoblación en el mundo) porque casi todos matamos nuestro tiempo libre ante la televisión o el pc viendo películas, y sin escritores -guionistas- no existiría prácticamente nada qué contar. Pero, sobre todo, sería un mundo mucho más injusto donde muy pocos tendrían la capacidad de discurrir y percatarse de las injusticias sociales. Seríamos como corderos dispuestos a ir al matadero sin protestas, mansos, maleables. Cuantos más conocimientos tenemos, más críticos nos volvemos, más posibilidades tenemos de imponernos ante las injusticias y de enfrentarnos a quien pretende subyugarnos. 

Sobre el escritor Antonio Muñoz Molina he leído muchas críticas; casi todas favorables y algunas cómicamente enrabietadas en las que se deduce más un ataque de celos profesionales que un razonamiento serio (porque también existen críticos buenos y críticos necios). Lo que nadie puede negar de este escritor es que muy generoso con nosotros, sus lectores. Sobra con asomarse casi diariamente a su blog y descubrir que nos habla de un libro que le ha gustado, de unos tomates que le han regalado, de la última exposición a la que ha ido... Trozos de su vida cotidiana que nos hacen aprender y discurrir. Puede que con el tiempo, esas pequeñas (en dimensión) entradas sean consideradas como una parte muy importante de su creación literaria.