lunes, 30 de julio de 2012

A veces escampa

Cuando la ves por primera vez, piensas: camionero. Ella misma reconoce que si carece de algo es de atractivo físico. Es como un cilindro, sin ninguna curva, tan ancha de perfil como de frente, tan ancha en las espaldas como en la cintura como en las caderas. Cuando la conoces una de las primera cosas que te preguntaba, incluso antes de interesarse por el nombre con el que poder identificarte, era si conocías a un chaval de su edad (37 años) sin novia y no muy exigente con el físico. Eso chocaba bastante, te lo tomabas a broma. Te reías. Luego te dabas cuenta que iba en serio.

Fuimos compañeras de la facultad. Aunque ella se agobió el primer año y terminó yéndose a Aparejadores, que es una diplomatura y sólo son tres años. Pero siempre hemos mantenido el contacto. 

Si la primera impresión es camionero, la segunda, después de conocerla, de hablar con ella una hora o compartir una tarde de cervezas, es que te gustaría ser al menos bisexual para no apartarte de Laura en ningún momento. Es como un volcán que te atrae con sus burlas inteligentes, con su humor desbordante, con su enorme cantidad de conocimientos que te hacen cuestionarte si de verdad es una broma la afirmación de que cuando la parieron, al verla tan fea, se cuestionaron entre ponerle una careta o un chip en el cerebro para compensarla, y optaron por el chip. 

Ayer estuvimos casi todo el día en Málaga. Laura nos invitó a comer para presentarnos a "su chico". Nunca ha sido una persona triste, pero lo habría parecido si se compara por cómo estuvo durante nuestro encuentro. No paraba de sonreír, de besuquearnos a todos (incluidos Guille y yo, y su chico, por supuesto), canturreaba, fingía tocar un tambor con los cubiertos, lanzaba la caña a los camareros, a la vez que les guiñaba para que no la tomaran en serio.

Su chico se llama Daniel. Ambos entraban en un chat de la Cadena Ser (no me quisieron decir sus alias). Primero Daniel se enamoró de la personalidad de Laura, luego se intercambiaron teléfonos, después msn y fotos. Con las fotos ninguno fue sincero. Enviaron las de otras personas. Fotografías de modelos sacadas de Internet. Lo que deprimió bastante a ambos porque pensaban que no tenían ninguna posibilidad con la otra parte. Cuando pensaban hacer su última llamada para romper, terminaron sincerándose y quedaron para verse. Daniel es de Asturias. Laura vive en Málaga. Quedaron en Madrid. La cosa funcionó y ahora viven juntos, en Málaga. Daniel es pintor y como en Asturias el trabajo flojea mucho, no ha tenido pereza para hacer el petate (esta expresión la utilizaba mi padre) e irse a vivir con Laura. 

miércoles, 25 de julio de 2012

Las ratas del barco

Cuando Guille despierta en mitad de la noche se come en exceso el tarro. Piensa únicamente en cosas negativas, y eso le produce dolor de cabeza. Esta madrugada despertó a eso de las tres y media. A esa hora él suele estar K.O. y yo, si he vuelto de correr, o estoy en la ducha o esperando delante del pc (metida en algún blog ajeno) a que se me seque el pelo (prohibido usar el secador por el ruido). En esta ocasión me pilló delante del pc. Lo escuché bufar. Su situación laboral es aún peor que la mía. Desde una pericial que le entró a principios del verano, no ha vuelto a hacer nada. Es como si las medidas económicas que ha tomado este gobierno hubieran cercenado todo tipo de desarrollo y la necesidad de expandirse, como si los recortes se hubieran limitado a destruir el futuro. (Pobre Guille, cómo lamenta haberlos votado). El bufido se debió a la conclusión a la que había llegado después de calcular mentalmente qué significaba subir las retenciones del 15 al 21. Ya hemos cerrado el estudio de Málaga. Más retenciones, menos dinero disponible. Y ya estábamos al límite. Me temo que el siguiente paso será cerrar el estudio de Barcelona, algo que ninguno queremos hacer. Sería aún mayor desarraigo y tener que despedir a tres personas de las que somos amigos. "¿Y si nos marchamos fuera?", preguntó. Me eché a reír. Por la mañana había hablado con mis hermanos de lo mismo. Mis hermanos son más soñadores, Guille más realista. Mi hermano mayor se marcha el mes que viene a Corea del Sur, China y Japón. Quiere comprobar cómo está el mercado de la moto por esa zona -sobre todo en Japón-.  La idea es intentar trabajar de preparadores de moto (aquí lo hacen y les va bien). Desde diseño de piezas especiales personalizadas a intentar que la moto disminuya de peso, aumente de velocidad y sea más fiable. Guille habla de Chile. Dice que allí hay en este momento un aumento de las construcciones, se lo han comentado en el colegio de topógrafos. No menciona los países árabes, sospecha que yo terminaría pasándolo mal (por no defenderme con el inglés, por no poder aprender otro idioma, por no ser capaz de que me traten con inferioridad por razones de sexo). Por como habla, con precisión y detalles, sé que lleva un tiempo pensándolo. Creo que en realidad me lo comentó con la esperanza de que intentara pararle los pies. Tal vez necesitaba que lo tranquilizara, que le dijera que económicamente aún estamos bien -por lo ahorrado hasta ahora- y que, incluso si la situación se pusiera muy fea, su padre no biológico ha insistido montones de veces que no dudemos en pedirle ayuda si lo necesitamos (y lo dice con toda sinceridad) aunque sé que Guille jamás aceptaría ayuda económica. Pero la idea de ir a otra parte, de desplazarnos, incluso si no fuera por necesidad, me atrae. Mis hermanos quieren que, si ellos emigran, nosotros lo hagamos al mismo país. Me atrae más Japón que Chile, pero sé que en Chile tendríamos muchas menos dificultades. De momento nos hemos dado un plazo hasta finales de año, aunque yo, mentalmente, ya estoy buscando ubicación a los objetos que tengo a mi alrededor (casa de Barcelona, casa de mi madre, contenedor de basura). 

lunes, 23 de julio de 2012

Miedo

El miércoles me llamó mi cuñada para que la acompañara al hospital. Mi sobrina tenía una gastroenteritis. Llevaba dos días y dos noches sin parar de vomitar. No era la primera vez. Suele darle los veranos pares, y éste tocaba. Cuando me llamó mi cuñada, estaba muy cerca del Clínico. Fui directamente. Llegué demasiado pronto. Sin libro, con el ipod muerto por culpa de haberme olvidado de recargarlo, se prometía una hora de espera bastante aburrida. Pero recordé a mi admirado Sr. Sap: él, durante las interminables esperas hospitalarias, inventa cuentos; así que me propuse abrir los ojos y las orejas a ver qué se me ofrecía. El primero me vino rodado. Una chica empujaba una silla de ruedas donde iba sentado el que, supongo, sería su novio. La chica iba tan absorta en llamar a unos y a otros para informar que Víctor se había torcido el pie en la piscina, que en un momento dado se olvidó que estaba en mitad de una rampa, dejó de empujar la silla, se puso a un lado y la silla comenzó a deslizarse cuesta abajo. Por fortuna la chica iba acompañada por otro chaval, quien impidió que se estrellara contra la barandilla. Sinopsis de cuento: Misma situación. Una chica empuja la silla de ruedas donde va su novio que ha tenido un accidente de tráfico  y le acaban de dar la baja. Mandíbula rota, piernas rotas. Día tórrido de pleno verano en Andalucía. Llega el taxi. Ella sigue hablando por teléfono. El taxista sube al sujeto en el coche y pliega la silla mientras la chica sigue pegada a la pantalla de su teléfono. Cuando llega a casa se da cuenta que en algún momento ha cambiado a su novio por un anciano. El novio, entre tanto, se ha deshidratado bajo la techumbre de fibrocemento de los aparcamientos. (Un pelín macabro, tal vez). 

Cuando me recreaba en el cuento llegaron mi cuñada y mi sobrinilla (11 años, 1.38 m, 28 kg, tres menos que dos días antes). Qué pena daba. 

Mi cuñada me mandó a buscar diferentes cosas (fui feliz por poder ser útil en esos momentos: agua fresca, aquarius de naranja -las malditas máquinas expendedoras sólo los tienen de limón-, unas pastillas tranquilizantes que necesita tomar en cuanto algo sale de la normalidad...). En media hora tenía todo. Estaban en Pediatría, primera planta del clínico. Mientras subía, un grupo de chavales lo hacía delante de mí. Uno le pedía a otro que fuera a alimentar a su perra, que llevaba dos días sin comer. "Mi hermano no tiene cojones de entrar. Y está tan gordo, que si se le echa encima no podrá esquivarla". Siguieron subiendo, burlándose del hermano con sobrepeso, imitando sus movimientos torpes y lentos. Sinopsis: Un grupo de chavales que trabajan en una granja. Uno gordito que siempre es diana de las burlas. Uno de ellos desaparece cuando ha ido a alimentar a los perros. A la hora de desayunar va alguien a buscarlo, se da cuenta que también ha desaparecido a la hora de comer van otros dos, también desaparecen... así hasta que sólo queda el gordito. Cuando va a buscarlos, se da cuenta que uno de los perros tiene la rabia y ha matado uno a uno a sus compañeros. A ver  las entrañas de uno de ellos esparcidas por el suelo, el gordito se desmaya, cae encima del perro asesino y se lo carga.

A partir de ese momento, ya no me quedó ni ánimos ni posibilidad para utilizar la imaginación. Alguien había activado uno de esos protocolos que siempre parecen que le van a suceder a los demás. Separaron a mi cuñada y a mi sobrina y las sometieron a un interrogatorio exhaustivo sobre qué comía la niña, si era querida, si tenía detergentes al alcance de la niña, si alguien más de la familia tenía la misma enfermedad... Mi cuñada, que siempre se toma todo a la tremenda y le da miedo todo, pensaba que le iban a quitar la niña por no cuidarla bien. Salió con un ataque de nervios. Tuvieron que inyectarle un tranquilizante. Y por fortuna se dio cuenta que la imaginaban sospechosa de envenenar a su propia hija mientras aún estaba con los efectos del calmante (hubiera sido caótico si se hubiera percatado después de estar medio KO gracias a la medicación). Durante los tres días que mi sobrina ha estado ingresada, madre e hija han permanecido con las manos enlazadas. 

miércoles, 18 de julio de 2012

Como tres gotas de agua

En realidad las gotas de agua son muy diferentes entre sí. Al menos eso me dijo la bióloga que vive en el tercero derecha y que, como yo, está deseando quedarse embarazada. Su problema es más grave que el mío: no tiene pareja, ni estable ni eventual.

Hace diez o doce años, no habría hablado con ella. En mi posadolescencia, pensaba que hablar con los extraños era de mala educación por invadir su intimidad y me avergonzaba cuando veía que mi madre lo hacía constantemente. Ahora es suficiente con que alguien resople o haga un simple comentario para que yo, como si estuviera sumergida en una obra de teatro, acabara de recibir mi entrada y suelto cualquier parrafada o pregunta. Si bufa en el ascensor (como ocurrió con la bióloga) comento que hace calor, aunque ella de lo que se quejaba era del olor a tabaco que alguien había dejado al bajar, sin duda, fumando -mi olfato es menos sensible que el suyo y yo sólo lo percibí cuando lo comentó-). Al final estuvimos un ratito hablando en las escaleras. Aún no tengo la pericia de mi madre, que de un simple saludo termina virando la conversación hacía los temas más personales y delicados. Mi abuela también era un gran conversadora con extraños.

Lo interesante es conocer historias, reales o ficticias, poco importa. Y cuando no hay quien nos las cuente, hay que recurrir a otros medios. Mi abuela leía El Caso y escuchaba un culebrón radiofónico: Lucrecita. Mi madre lee todo tipo de revistas del corazón y veía culebrones venezolanos (Cristal). Y yo leo todo lo que cae en mis manos y veo en el pc series asiáticas (doramas).

Podemos ser muy diferentes, pero, a la vez, nos parecemos mucho. 

martes, 17 de julio de 2012

El corazón de la momia

Acabo de leer Tutakamón, de Thomas Hoving. Me gusta la historia, cualquier periodo, conocer lo que hacían nuestro antepasados en su tránsito por este mundo. Eso es algo que no se encuentra en el libro de Hoving. El título es engañoso. De lo que menos se habla es del Faraón. En realidad sólo relata las vicisitudes que tuvieron el egiptólogo y su mecenas antes, durante y después del descubrimiento de la tumba casi intacta. Adentrarse en sus páginas es como enfrentarse a un programa del corazón de la actualidad, donde se cuenta las miserias, reales o supuestas, que existieron alrededor del descubrimiento de la tumba. Puede ser interesante para una persona especializada y conocedora de todos los pormenores de ese descubrimiento, pero no para quien llega buscando un trozo de la historia de hace 3000 años y se topa con lo ocurrido hace sólo un siglo. Hay formas más divertidas de pasar las tardes de verano.

viernes, 13 de julio de 2012

El mundo es un pañuelo... y está lleno de mocos

Somos mocos. Lo dice mi tío Fermín, que es un hombre muy sabio. Bueno, él especifica: sus pacientes somos mocos en sus dedos. Mocos pegajosos de los que no se puede desprender ni siquiera después de jubilarse.

Ayer encontré a una paciente de mi tío. Es camarera en uno de los cármenes que están junto al mirador de San Nicolás. Me reconoció por el nombre. Ella y yo coincidimos muchas tardes de verano en la sala de espera de la consulta. El cuerpo que tiene ahora estaba enterrado en cien kilos de grasa y la fobia a quedarse ciega le impedía llevar una vida normal. Tiene una ceguera táctil real que le hacía imaginar que, si se quedaba ciega, sería incapaz de valerse por sí misma. Antes de topar con mi tío, había pasado por media docena de psicólogos que se habían limitado a atiborrarla de anti depresivos. Mi tío hizo que fuera a un cursillo de la Once donde le enseñaban a reconocer los objetos por la textura. Aún, confiesa, le aterra quedarse ciega, pero desde que hizo el cursillo es capaz de hacer muchas cosas, y no limitarse a quedarse tumbada en el sofá, con los ojos cerradas y atiborrándose con alimentos ricos en vitamina A.

Las alabanzas a mi tío me hicieron sentir como un enorme pavo real con la cola desplegada. 

jueves, 12 de julio de 2012

En busca del camino de baldosas amarillas

Admiro mucho a mi tita Ana, tal vez porque me veo reflejada en ella, tengo sus mismos defectos y  mi madre es un lazo de unión que nos proporciona una forma de comunicarnos sin palabras. Mi tita Ana suele pasar temporadas más o menos largas con mi madre, hasta que se cansan la una de la otra y alguna se marcha, pero casi de inmediato se echan en falta y vuelta a empezar. Desde hace algún tiempo la suerte y la felicidad le están dando la espalda. Puede que desde que se casaron sus tres hijos. Lo hicieron el mismo año, uno detrás de otro, sin haber pasado por un periodo previo de convivencia en casa de la pareja. Se encontró, en pocos meses, de tener la casa llena de gente, a tenerla vacía. Le da miedo la soledad y le dan miedo las tormentas (en eso no nos parecemos), seguramente como consecuencia de las historias que mi abuela le contaba ella y posteriormente a mí (historias macabras de familias completas muertas por un rayo). El hijo mayor se marchó a Murcia, distancia demasiado grande para quien no tiene autonomía ni siquiera para desplazarse por los limites claustrofóbicos del propio pueblo. El hijo mediano fue a parar a Pizarra, y la hija, la menor, a Antequera. Mis primos han cambiado con el matrimonio, han sido fagocitados por sus parejas y ahora resultan irreconocibles. Las historias que cuenta, como si fueran epopeyas, de sus incursiones en el mundo extraño de los hijos, parecerían fantasiosas si mi propia madre no hubiera sido testigo de alguna de ellas. Un yerno que no trabaja, se pasa el día chateando, y es incapaz incluso de calentar su propia comida en el microndas, mientras mi prima se tira 10 horas de pie en una farmacia. Y una nuera que la llama de madrugada para, expresamente, no invitarla a la comunión de su nieto más pequeño. Quisiera protegerla. Pero, ¿cómo proteges a alguien de sus propios hijos?

miércoles, 11 de julio de 2012

Quejido

Aaaaaaaah, un mosquito me ha dejado la desnudez como un vestido de faralaes. Un único y enorme mosquito tan satisfecho, tan engolosinado con mi sangre, que se ha vuelto torpe. No ha hecho falta mucha agilidad para convertirlo en un sello rojo de AB+ sobre el acero lacado del frigorífico. Guille, al verlo, ha comentado: Mañana deberíamos ir a donar sangre. Pero mañana lo vamos a tener difícil porque está por aquí su padre biológico y quería llevarlo a comer a alguno de los cármenes del Albayzín, donde la comida a veces no es ni fu ni fa, pero las vistas siempre son insuperables. Hoy el hombre anda con el padre de mi cuñada. Apenas se han conocido y se tratan como si fueran amigos de toda la vida. Han ido a pescar a Calahonda -fingen que peces, en realidad sospechamos que mujeres, porque le padre de mi cuñada es un ligón-. Mi suegro biológico llegó con una otitis externa, para la que está tomando antibióticos. Se los olvidó en su casa, y como es necesario que no corte el tratamiento, ha tenido que volver al médico para que le haga la receta. Aquí le ha costado la caja 40 €, en Barcelona, 35€. Yo creía que los precios eran iguales para todo el país. ¿Por eso no viene ahora grafiado el precio en la caja como antes? Qué injusto, ¿no? Se lo comento a Guille. Él mira la mancha que ha quedado en el frigorífico y que pienso quitar en cuanto deje de rascarme (ay, cómo pica el pie). Peor suerte ha corrido él -comenta.

martes, 10 de julio de 2012

La ventana indiscreta

Una de las cosas que más me gusta del verano es que el calor obliga a abrir las ventanas. De todas las fachadas cuelgan las enormes unidades exteriores de aire acondicionado, por cualquier acera que se pase, llueven gotitas por la condensación del frío; pero, aún así, las ventanas se siguen manteniendo abiertas y los habitantes, escondidos durante el resto del año, se hacen presentes, por su aparición corpórea o por ese trozo de sus mundos particulares enmarcados en aluminio. Desde este ático tengo una situación inmejorable para satisfacer mi curiosidad de cotilla discreta. Mirar al bloque de enfrente, es como leer uno de esos cómics antiguos del 13, Rue del Percebe, pero sin el humor. Quienes más me atraen es una familia que viven en el 5º, casi a nuestra misma altura. Las noches de mucha tranquilidad, cuando los ruidos de esa vivienda nos llega con toda nitidez, es como si compartiéramos el mismo espacio.

Los padres, un hijo adolescente siempre vestido con camiseta de la selección española de fútbol y una hija que, de estar estudiando, habrá empezado este año o el anterior en la universidad. Es la chica el personaje más llamativo. Al principio sentí conmiseración por ella. Creí que estaba atada a una familia de lisiados. Es exclusivamente ella la que interrumpe su almuerzo para responder al teléfono, ir a buscar un vaso de refresco para su hermano o la que tiene que dejar de ver una película para llevar el tabaco al padre. No comprendo tanta sumisión, la cual le perjudica directamente a ella por convertirla en esclava de los deseos y necesidades de otros; pero, principalmente, perjudica al hermano adolescente, quien terminará convertido en un ser bastante inútil, incapaz de valerse por sí mismo. Y lo más extraño es que parece una persona bastante feliz.

lunes, 9 de julio de 2012

La niebla que se corta con cuchillo

¿Cuánto tiempo se tarda en dar 17 puñaladas?  Mucho más que 17 segundos. Hacer que penetre la hoja de un cuchillo en un cuerpo es muy diferente a hendirlo en el aire. La cuchilla corta piel, músculos, venas, topa con el hueso, se rompe. Está el esfuerzo de hacer que penetre y hacer que salga. La sangre lo mancha todo y se convierte en un lubricante. La empuñadura resbala y el mismo agresor se hiere con el tope del cuchillo. Y la víctima se defiende. Imposible herirla en el corazón porque sus manos, brazos,  uñas lo impiden. ¿Cómo había acabado Paqui la noche de su boda en el interior del baúl que había contenido su ajuar, con 17 puñaladas y el vestido tan empapado en sangre que parecía rojo? La encontraron los basureros. Uno de ellos, además de basurero, restauraba muebles viejos, y el baúl, exceptuando una mancha que supusieron de orín y resultó ser sangre, estaba en bastante buenas condiciones. El desdichado que abrió el baúl, tuvo que ser atendido por los sanitarios que llegaron para ocuparse de Paqui. Primero creyó estar ante un cadáver, y eso lo obligó a retroceder y caer de culo en la acera, y cuando el cadáver abrió los ojos, soltó tal alarido que los durmientes de las casas contiguas y todos los perros de los alrededores se despertaron a pesar del cansancio y de que aún faltaban varias horas para que el más madrugador tuviera que ponerse en pie. Mientras el basurero-restaurador permanecía acuclillado a pocos metros del baúl, abrazado a sí mismo y musitando una canción de cuna para la que suponía difunta, la gente, con su apariencia más primitiva -sin dientes postizos, sin maquillaje, sin peluquines, despeinados- comenzó a congregarse junto al hallazgo a la espera de la autoridad y los sanitarios. Fue una larga, interminable espera porque la desdichada muchacha parecía a punto de expirar por lo pálida que estaba y su respiración estertórea. Entre los comentarios de conmiseración (Pobre niña, mira que morir el mismo día de su boda, con lo guapa que iba siendo tan feucha), comenzó a correr de boca en boca una única  teoría: Los hijos de La Piojos los han asaltado para robarles el dinero que han recibido como regalos por la boda. Y la gente buscaba con la mirada otro baúl, seguros de que Roberto,  el novio, había corrido la misma suerte. Por fortuna la curiosidad los ató a aquel lugar y nadie propuso a ir en busca de quienes todos consideraban los seguros agresores.

Casi todas las heridas que recibió la niña estaban en los antebrazos y las manos. Un par de ellas habían conseguido llegar al tórax, en la parte derecha, lo que, para muchos, corroboraba que los hijos de La Piojos habían sido los culpables. Chavales incultos que nunca habían ido al colegio y no sabían lo más elemental. Cuando se llevaban a la niña, se le escuchó susurrar el nombre de su marido en dos ocasiones. A los allí congregados se les rompió el alma por la pena y se derramaron bastante lágrimas mientras comenzaron a aparecer testigos de lo ocurrido que aseguraban haber visto merodear por la zona a los sospechosos. De Roberto se habría hablado bien, aunque no se sospechara que ya estaba muerto. Trabajador, buena persona, siempre ayudando a quien lo necesitaba, educado... Cualquier madre lo hubiera querido por yerno; pero le cayó en suerte a la de Paqui y la gente se preguntaba por qué. Cuando comenzaron el noviazgo, Roberto, de 30 años, que sólo había conseguido desprenderse de las faldas de mamá con su fallecimiento, le doblaba la edad a Paqui. En cualquier otro caso esa relación habría parecido malsana, la de un adulto interesado por una menor; pero en éste no: todo era inocencia. Los conocimientos de las cosas de la vida que tenía el hombre eran incluso inferiores a los que la escasa edad le había proporcionado a su prometida. Durante siete interminables años se vio a Roberto visitar a su novia todas las tardes, sin faltar una, siempre exigiendo la presencia de la madre en la misma habitación.

La congregación de vecinos frente al domicilio de la víctima no se disolvió hasta el amanecer, poco antes de llegar el taxi que debería haber recogido a la pareja para llevarla a la estación de tren, donde tenían hecha una reserva para viajar hasta Barcelona; aunque el destino final era el Monasterio de Monserrat, promesa que Roberto había hecho a su madre. El taxi no se fue vacío. Si alguien hubiera preguntado a Agapito, el semental de sandías, el único amigo reconocido de Roberto y el único que no acusó abiertamente a los Hermanos Piojo de la autoría de lo ocurrido, habría sido capaz de señalar sin equivocarse al culpable e incluso indicar con todo detalle el origen de tan graves consecuencias. No existía un único culpable, en realidad. Los remordimientos de conciencia eran los que le obligaba a estar en pie a semejantes horas de la madrugada, escondido entre las sombras, allí donde las luz de las farolas no llegaban, espiando a su amigo para conocer sus intenciones. Estaba convencido que si detenían a Roberto, el siguiente en caer sería él, por eso fue una alegría verlo entrar en el taxi. Desde la lejanía del sur, Barcelona parecía otro país e incluso otro universo. Tenía la esperanza de que si conseguía escapar a la Ciudad Condal, ya nadie podría encontrarlo.

Dos días, en los que la gente se preguntaba por qué la policía no hacía nada. Por qué no detenían a los culpables, si todos sabían quiénes eran, por qué no encontraban el cadáver de Roberto... Dos días que sobraron para que Paqui se recuperara y contara su parte de historia. Roberto estaba impaciente (siete años esperando ese momento). Fueron directamente al dormitorio. Ni siquiera pudo quitarse el vestido de novia. Estaba algo asustada porque su madre le había dicho que le iba a doler. En realidad no sintió mucho. La presión del cuerpo de Roberto sobre ella, nada más. Y en cuanto dejó de sentirlo, sus manos que le apretaban el cuello mientras le gritaba y exigía que le dijera con quién había estado. Escapó a la cocina, lo que fue un error, porque allí Roberto se hizo con un cuchillo y la estuvo castigando durante lo que le pareció una eternidad. Luego sólo recordaba imaginar que estaba en el juicio final, con todos sus vecinos como testigos.

A Roberto lo detuvieron en el Monasterio de Monserrat. Tuvieron que pasar años para que confesara la verdad de lo ocurrido. Su única experiencia se basaba en lo que le había contado Agapito. Él siempre estaba hablando de Rosa, Blanca, Candela, Lucía... (pocos meses después se descubriría que lo que Roberto suponía hembras, eran meras sandías). Le atribuía  mucha experiencia con el género femenino y creyó a pie juntillas todo lo que le relató. Le dijo que la primera vez para la mujer era como si la penetraran con un hierro ardiendo, que se retorcía y pedía que parase a gritos mientras de su sexo brotaban mares de sangre, pero que eso era lo normal, que no debía asustarse, que lo malo era cuando no ocurría así, porque esa mujer ya había estado con otro hombre.

Durante años estuvieron casados Roberto y Paqui, durante el año que Roberto pasó en la cárcel y algún lustro más -pena suave justificada por una supuesta ofuscación que incluso le había hecho errar en la posición del corazón de su conyugue-. En 1960 y pico había que convencer al tribunal eclesiástico -por lo general, económicamente- para conseguir una nulidad matrimonial, y diecisiete puñaladas no parecían ser suficiente justificación.

martes, 3 de julio de 2012

No somos tan modernos

Cuenta mi madre que cuando se quedó embarazada de mi hermano mayor lo pasó muy mal durante los tres o cuatro primeros meses. Se suele quedar mirándome y pregunta: ¿Cómo tuve valor para tener más hijos? Porque todos tus hermanos fueron buscados. Tú no, tú fuiste una sorpresa, pero a tus hermanos los buscamos uno a uno. En esa época (1968) resultaba extraño que los hombres fueran a las tiendas de comestibles a comprar. Esa era una labor expresamente femenina y si en alguna familia caía enferma la cabeza de familia y los hijos eran pequeños, se les pedía a una vecina o familiar que se ocupara del tema. Mi padre, por no gustarle pedir favores inútiles o porque pensaba que no era algo muy diferente a lo que hacía cuando le tocaba intendencia en la Base Aérea, todos los sábados cogía la cesta de mi madre, llegaba al mercado de Málaga, y hacía la compra para la semana. Un gallo entre gallinas o un palomo cojo, según quién lo mirara.

El día que España ganó la Eurocopa un par de amigos de Guille se quedaron a dormir en casa. El exceso de "libaciones" y el que vivan en un pueblos lejanos, lo hizo necesario. Mientras desayunábamos al día siguiente, uno de ellos, de unos 50 años de edad, nos contó que sus hermanas cuando llegaron adolescentes a Baños, un pueblo de Jaén, provenientes de Ceuta, tuvieron problemas con las beatas del pueblo por la vestimenta que utilizaban. Por aquella época en Ceuta era normal que las mujeres utilizaran pantalones, pero en el pueblo de Jaén era considerado una extravagancia. Una de sus hermanas se enteró que cuando los extraños hablaban de ellas las mencionaban como "las tres frescas" (fresca era el eufemismo de puta) y exigió a sus padre volver al continente africano, pero era por completo imposible. Del enfado, estuvo más de seis meses sin mencionar palabra. Cuando le "salió" novio (como si fuera un forúnculo en una posición delicada) se le quitó toda la tontería y volvió a hablar con normalidad. Muy pocos años después, aquellas mismas beatas que tanto criticaron sus vestimentas, utilizaron el mismo tipo de pantalón que a sus hermanas parecía haberlas llevado a las profundidades de los infiernos.

Me asombra y pasma mi sobrina. Yo con su edad, cuando quería algo, la única logística que desplegaba era el llanto desconsolado. La semana que viene se marcha de campamentos. En las instrucciones le sugerían que llevara dos o tres bikinis o bañadores. La madre le ha comprado dos este año (los del pasado no le sirven porque ha crecido una barbaridad). Para conseguir los 12 € que le cuesta un nuevo bikini, se dedica a decorar uñas por 1.00 € la mano. Por supuesto pedí que me las decorara. Fondo rosa pálido con cristalitos rojos. Guille, para mi sorpresa, también quiso que se las decorara, negras con franjas grises que consigue con un imán especial. Y para mi mayor sorpresa aún, no se las quitó en cuanto mi sobrinilla se fue. Durante cuatro días ha estado exhibiendo sus uñas decoradas y si alguien ponía un poquito más de interés, explicaba que había sido su sobrina. Hace sólo dos años era muy complicado ver a un hombre con las uñas pintadas.

El día del partido España-Italia, uno de los amigos de Guille llegó vistiendo una falda. A la altura de unas bermudas, de cuadros, sin apenas vuelo. Es un chaval joven que estudia diseño en la la Universidad Europea de Madrid.  A todos nos pareció extraño. A algunos curioso, a otros censurable. Cuando le sugerí a Guille que consiguiera una, fue tajante: Nanai. Luego le hice imaginar: él falda, yo falda... Seguro que de ser indistinto el uso de la falda en los géneros, aumentaría la natalidad. Puede que sólo falten dos años para que los hombres la utilicen con normalidad. De momento, no somos tan "modernos" como pensamos.