jueves, 27 de diciembre de 2012

Mala leche - segunda parte

Los mimos excesivos de la madre parecían tener como efectos secundarios en Antoñito el crecimiento desmesurado de su lengua. Incómoda en el reducido cubículo que era la boca, tendía a asomar entre los labios como un trozo de alimento que nunca es engullido. Nadie preguntó a Loli si quería casarse  o si le gustaba como esposo aquel hombre que sólo no utilizar pañales y tener la capacidad de comunicarse, lo diferenciaba de un bebé. Cuando el cura la instó a decir que sí, obedeció después de unos segundos de duda: estaba demasiado aturdida, todo parecía de atrezo, tan de mentirijillas, que supuso que aquella afirmación sólo tendría como consecuencia satisfacer a doña Concha. Dos días más tarde compartía cama de matrimonio con aquel energúmeno en el dormitorio principal de una casita de dimensiones tan reducidas que, de haber querido tener una mascota, les habría faltado espacio. La casita estaba en un pueblo que no salía en los mapas. Cinco calles sin asfaltar, muchas casas y cortijos desperdigados, una iglesia, un colegio, tres bares, una tienda de comestibles, una panadería y una recién estrenada estación de trenes que terminaría siendo, durante algunos años, la más importante de Andalucía oriental. El padre de Antoñito movió algunos hilos para encontrarle al hijo una ocupación acorde con sus habilidades: fue nombrado jefe de la estación de trenes y su trabajo consistía en permanecer sentado en su despacho y fingir que estaba ocupado, algo bastante fácil en cuanto descubrió el matasellos y lo divertido que era estampar el logotipo de Renfe en cualquier papel.


A Antoñito le gustaba su trabajo, se sentía importante por ser el jefe, y le gustaba aún más el sexo, que acababa de descubrir después de ser instruido convenientemente por su padre; pero era mucho más feliz cuando no tenía que madrugar y podía tirarse todo el día jugando o revoloteando alrededor de la madre, a quien ahora tenía a más de 100 km  de distancia. Antoñito culpaba a Lola de su situación. Todo se estropeó en cuanto apareció ella. Primero le cambiaron las cortinas de gatitos por otras muy feas de anclas y luego lo amputaron del lado de su familia. Doña Concha también lo consideró amputación: como si le hubieran arrancado un juanete, una verruga o el apéndice. Había tenido que contar alguna mentira para conseguirlo, pero sabía que Dios la había perdonado porque se confesó y dio un generoso donativo a la Iglesia. ¿Importaba que en el convento creyeran que Loli había seducido al hijo medio tonto de la casa donde estaba trabajando? Si ya estaba estrenada, no podía ser novicia. ¿Importaba que Lola creyera que su suegra se estaba muriendo de cáncer y necesitaba la tranquilidad de saber que su hijo quedaba en buenas manos? Durante cinco años Lola esperó a que se produjera el luctuoso momento -pensaba dejar a Antoñito en cuanto su suegra se fuera  junto a Dios, y recluirse en un convento-. Al pasar el tiempo y comprender que había sido engañada, se limitó a aceptar su destino; aunque no era feliz. No le gustaba la vida conyugal -sobre todo la que tenía que compartir en la cama- y la frustración , por estar lejos de su mamá, había hecho aflorar en Antoñito una mala leche intrínseca que lo hacía ser peligroso para Lola. Sin previo aviso y sin ninguna razón, le daba con el revés de la mano y la lanzaba contra la pared o los muebles. Si el dolor hacía llorar a Lola, repetía el golpe para que dejara de hacerlo. Huir fuera de los límites de la caustrofóbica casa era su única salvación. En la vivienda contigua no vivía nadie, se colaba por un agujero que había en la tapia y, sentada bajo una morera, lloraba hasta que ya no le quedaba ni dolor ni lágrimas.

Veinticinco años es una eternidad, pero para Dolores Antoñito seguía siendo un desconocido. En ese tiempo, y sin  la influencia del padre teniente de la Guardia Civil, la cualificación de Antoñito como trabajador para Renfe fue oportunamente reajustada: se negó rotundamente a pasar de jefe a limpiador. Desde el día que Antoñito se auto despidió, fue Lola quien llevó el sueldo a casa, al aceptar el mismo trabajo que su marido había rechazado. 

Hora de la siesta de una tarde de verano muy calurosa. Dolores odia el verano porque está forzada a llevar manga corta y se ven los moratones (los que su imaginación ya no convierte en pájaros o flores exóticas).  Debería haberse dado cuenta. Si hubiera mirado hacia arriba, habría visto el árbol pelado de frutas. Si no hubiera tenido la nariz congestionada por culpa del llanto, habría olido a pan y dulces recién hechos. Si no hubiera estado sollozando, la habría escuchado llegar. Fue como un fantasma que se hace visible de la nada. Era tan joven como parecía, pequeñita, delgada, con hoyuelos en las mejillas y grandes ojos curiosos que durante un rato la observaron. Ese primer día apenas hablaron. La chica se presentó: era María, la nueva panadera. Al siguiente día, la historia se repitió. Después de recibir un golpe de Antoñito, Dolores volvió al patio (no lo hubiera hecho de recordar que la casa ya no estaba deshabitada). El tercer día hacía tanto calor que Antoñito cayó en una pesada somnolencia en cuanto comió: no hubo golpes, pero Dolores volvió al patio de la chica igualmente. Estar serena la ayudó a ser más consciente de su presencia de la panadera. María se acababa de echar un cubo de agua fría por encima y la tela adherida a las formas femeninas y las sombras oscuras en la camiseta empapada, hicieron sentir vergüenza, pero no regresó a su casa; siguió a María al interior de la casa y aceptó probar la mermelada directamente de su índice desnudo. Si Dolores hubiera tenido un mínimo de experiencia o hubiera sido perspicaz, habría comprendido que María estaba seduciéndola. 

Desde aquel día Lolita, Loli, Lola, Dolores, al abrir los ojos por las mañanas, agradecía a un Dios en el que jamás había creído, estar viva. 

Huy, se me olvidaba: esta es una nueva historia de las que me contaba mi abuela, pero, lo confieso: la he "adornado" un poquito. Ocurrió en Bobadilla Estación, y no en La Lantejuela.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mala leche - Primera parte

Dolores Expósito Expósito. Nunca en la pila bautismal se dio nombre a criatura humana que fuera más premonitorio de lo que iba a sentir a lo largo de gran parte de su desdichada vida. La falsa endogamia sólo significaba que se desconocían sus progenitores. Dolores, Lolita en la primera etapa de su vida, fue abandonada cuando aún goteaba placenta en el atrio de un convento de clausura el primer año de la posguerra y las monjitas, imaginando que ninguna familia querría otra boca más qué alimentar, aceptaron la voluntad de Dios y decidieron cuidarla, para satisfacción de muchas de ellas cuyos instintos maternales no habían sido cercenados al tomar los hábitos. A Dolores se le asomaba la alegría a los ojos cuando recordaba su infancia, a pesar de que la madre superiora del convento ponía en práctica con ahínco y denuedo la expresión: La letra con sangre entra. Letras aprendió pocas Lolita y sangre derramó sólo la de su primera menstruación, porque nadie le había enseñado qué era aquello y menos aún proporcionado compresas. La sangre de los golpes, tímida, permanecía tras la piel en forma de enormes manchas moradas que cuando estaban al alcance de su vista, a la niña le gustaba encontrarles parecido con alguna cosa: los pellizquitos de su profesora de costura parecían mariposas, los guantazos de su profesora de lectura, enormes calamares de cinco patas y las palizas de la madre superiora, que intentaba enseñarle matemáticas, suponía (solían sufrirlas sus nalgas) que serían como gigantescos continentes de planetas inexplorados. 

Era ya Loli -acababa de cumplir 16 años- cuando la mala suerte hizo que, como un gato negro, se cruzara en su camino doña Concha. La mujer, apodada La Marquesa por lo engreída que era y los aires de superioridad que expelía, estaba acostumbrada a que se satisficieran todos sus caprichos por el simple hecho de ser la esposa de un teniente de la Guardia Civil en un tiempo que para los marginados sólo quedaba creer en la justicia divina, porque la terrena no existía. Doña Concha quiso que la niña anduviera todos los días una hora de ida y otra de vuelta desde el convento a su casa, para que cosiera las cortinas de todas las ventanas de su enorme casa. Más de un mes le llevó hacerlo. Cuando sólo le quedaba la cortina del ventanuco de la habitación de las tres criadas, doña Concha apareció en el convento una mañana tan temprano que las monjas más rezagadas aún continuaban sentadas ante la mesa del desayuno. La madre superiora se encontró ante una mujer que bufaba, tenía las mejillas encendidas, los pelillos rubios de la barba erizados y ponía tanta fuerza en el caminar que parecía querer clavar sus tacones en las losetas del despacho. Hablaron durante más de una hora a puerta cerrada. Cuando salieron doña Concha se mostraba mucho más relajada y era la madre superiora quien bufaba, tenía las mejillas sudorosas, encendidas, las cerdas negras de la barba erizadas y ponía tanta fuerza en el caminar que parecía querer descomponer el trenzado de cuerda de las suelas de sus sandalias. Ese día Loli fue arrojada del único hogar que había conocido en su corta vida. Después de ser llamada sinvergüenza, desagradecida y recibir una tunda de golpes con un bastón, se le ordenó que recogiera sus cosas y siguiera a doña Concha. La niña obedeció. Estaba convencida que algo malo había hecho porque las monjas no pegaban sin razón. 

Al día siguiente, de madrugada, con la alevosía que proporciona más el atontamiento de quien es sacado del sueño prematuramente, que la oscuridad, Loli fue plantada ante un altar improvisado en el salón de la casa de su anfitriona, delante de un sacerdote desconocido y a la derecha de Antoñito, el único hijo de doña Concha, que le doblaba la edad a la niña y  que jamás, por muchos años que cumpliera, llegaría a ser don Antonio. 


Continuará...

lunes, 24 de diciembre de 2012

Complacer versus castigar

Primera consecuencia de mi encierro en el ascensor:

Tengo unos nuevos clientes la leche de pijos: se han comprado una parcela de 40 m² y quieren un lotf. En la parcela sólo se puede edificar una planta y la ocupación puede ser del 100% (los promotores tienen la errónea idea de que pueden hacer lo que les salga del pijo en las parcelas que compran). Estos, en concreto, se obstinan en que pueden abrir huecos en todas las medianerías (incluido en la que está edificada -manda huevos!!!-) o a la que da a un patio de otro vecino (al carajo la intimidad ajena -con un derecho adquirido- si a cambio "yo" tengo solecito en mi casa). Son bastante caprichosos y nada comprensivos. A mi advertencia de que se gastarán un pastón en calefactar ese único espacio gigantesco en el que han convertido su vivienda, han respondido: tú no vas a pagar la luz. Por experiencia sé que quienes realmente tienen dinero, no presumen de ello. De momento les he dado lo que piden, incluso una segunda altura que en realidad es darle una vuelta de tuerca a las normativas, y vidrios de colores -sólo estores metálicos que filtran la luz-. 

Lo malo de las viviendas es que cuestan mucho -comprar una casa significa, por lo general, estar atado a ella desde la juventud a la vejez-. Prácticamente es como un matrimonio, y al igual que catas a la persona con la que te vas a unir de por vida -al menos casi todos lo hacemos con ese propósito-, las viviendas debería permitirse ser utilizadas durante un tiempo antes de dar el

El anteproyecto (el castigo)


Socorro, sacadme de aquí!!!

Aaaaaaaag, qué agonía. Esta mañana Guille debería haber volado de Barcelona a Málaga, pero de madrugada su hermana, que estaba embarazada de 7 meses y medio se puso de parto. El marido es bastante bueno para preparar cualquier tipo de bebida, por exótica que sea, e insuperable para conseguir con formas melosas que sus subordinados hagan lo que él necesita, pero nefasto si las circunstancias lo ponen ante fluidos orgánicos (siete puntos en la sien tuvieron que darle después de desmayarse cuando intentó ver el parto de su primera hija). Mi suegra con las dos hijas de mi cuñada, la suegra de mi cuñada demasiado ocupada con la cena de esta noche -tenía 25 invitados- como para prestar alguna ayuda (y eso que sólo tenía que preocuparse de que le llevaran la comida a casa a tiempo)... Consecuencia: primera Noche Buena que Guille y yo hemos pasado separados desde que nos casamos. Por fortuna la cosa ha salido bien (después de 8 horas de parto): una nena (la tercera -como las tienen repes, le he pedido una, pero dicen que nanay-), 2.90 Kg, 48 cm y de nombre Aina (parece un lechoncillo cebado). 

Mis planes eran pasar una noche tranquila. Leer hasta que me cansara, llamar a quien es imprescindible llamar para felicitarle las fiestas, correr durante una hora y meterme en la cama. Pero, oh, desdicha: bajé a tirar la basura y al subir (por lo general lo hago por la escalera -son sólo unos 90 escalones-); lo hice en ascensor porque alguien se había excedido con el cava y echado la pota en uno de los maceteros, salpicándolo todo, incluido el arranque de la escalera. A llegar a la tercera planta el aparato hizo buuuuuuuuuuiz (como si algo pesado resbalara sobre una superficie aceitosa) y el maldito trasto se paró. Pulsé hasta quedárseme blanco el índice el botón de la campanilla (pero sospecho que ha ocurrido como en el cuento del Pastorcillo mentiroso:  tantas veces gritando Que viene el lobo - algunos chavales y algunos no tan chavales, tienen la costumbre de pulsar ese botón sistemáticamente- que a la hora de la verdad, nadie acude a quien pide auxilio). Durante una media hora intenté salir: pulsar el botón la campanilla, intentar separar las puertas de seguridad, pulsar los demás botones, palmotear las puertas... Si al menos hubiera llevado el bolso -venía de tirar la basura, sólo llevaba las llaves de casa- me hubiera podido entretener porque estos días, como consecuencia de las interminables colas en todas partes, lo tengo lleno de pasatiempos: el libro electrónico, el ipod, libreta, rotuladores... Claro que tampoco hubiera tenido que intentar entretenerme, porque habría llevado el móvil y tenido la posibilidad de llamar al número que indica la misma placa que advierte que no se pueden subir niños solos ni más de cuatro personas. 

Lo del título de esta entrada iba por ni nueva sobrinilla, que parecía deseosa de salir de donde estaba encerrada. Yo, pasado el primer momento, incluso disfruté de la situación: di solución a un par de asuntos que me llevaban rondando por la cabeza hacía unos días (no tienes otra cosa que hacer: a la fuerza piensas). Si no hubiera sido porque comenzaba a sentir frío (con el frío mi vejiga parece encoger y el líquido que contiene pide escaparse), es posible que hubiera mantenido silencio cuando escuché a mis vecinos del tercero subir a escasos centímetros de mi cabeza. A las dos llamaron al teléfono que les grité y a las dos y media apareció un  enfurruñado técnico. Cinco minutos más tarde recordé una de las escenas de Down (el ascensor asesino), al tener que saltar por un hueco de unos 80 cm al suelo de la segunda planta (a 1.40 m) -si el ascensor se hubiera puesto en funcionamiento en ese momento ¡zas! en comparación, la pota del bajo no hubiera sido nada-. (Hasta me han aplaudido cuando salí ¡ja!).

jueves, 20 de diciembre de 2012

Mientras agonizo

Ufffffffff qué trabajo me está costando terminar de leer Diario de un skin de Antonio Salas. Demasiados datos innecesarios -o al menos que a mí me traen sin cuidado-: grupos y subgrupos de los skin, grupos musicales, repetición de la estética... 

Tenía una profesora de lengua que decía: Cada persona tiene su verdad. En mi vida sólo me he encontrado de forma directa con dos cabezas rapadas. Ambos eran más parecidos a la idea que las personas normales tenemos de esa gente que a la que proporciona Antonio Salas en su libro. Uno de ellos era universitario (estudiaba magisterio, pero creo que no terminó la carrera), el otro trabajaba de mecánico. Ambos leían mucho y eran capaces de soltarte sentencias sacadas de Mi lucha, de Hitler. Ni la universidad ni la lectura hace que alguien sea inteligente. Estos, en concreto, eran bastante cabezas huecas capaces de llenar tanto espacio baldío únicamente  con ideas que confirmaran sus creencias. Si algo las contradecía, les daban la vuelta, las manipulaban, para hacerlas adaptarse a lo que necesitaban. No creo que fueran muy diferentes a los miembros de cualquier secta. Se les sustituía los tirantes por una corbata; se les amputaba de debajo del brazo Mi lucha y se les implantaba una biblia, y se transformaban en dos de esos meapilas que vienen a horas intempestivas a hablarte de Dios. Me hubiera gustado que en Diario de un skin se hablara más de las razones que llevaron a cada uno de los sujetos con los que el periodista se topaba a decidir ser un skin. Estos dos, a los que yo conocí, sospecho que sólo se dejaron arrastrar por un tercer amigo de personalidad mucho más fuerte que la de ellos.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Del rosita cerdo al marrón melaza

Últimamente estoy viendo bastantes documentales sobre la Segunda Guerra Mundial, e inevitablemente sobre Alemania y el nazismo. También estoy leyendo Diario de un skin. Todo supura racismo: asco y aversión hacia lo diferente y desconocido. Esta entrada iba a ser en defensa de la igualdad de razas, pero creo que cualquier persona sin carencias y sana mentalmente de nuestra sociedad no cree ni remotamente que su raza sea superior a cualquier otra. También sé que aún queda mucho para que se consiga la igual real.

Dos ejemplos de carencias (culturales ambas).

La semana pasada iba en autobús, desde la calle Arabial a la Estación de Autobuses. Delante de mí una profesora de instituto le estaba contando a una amiga que le había preguntado a sus alumnos qué les gustaría hacer antes de que el mundo se acabara (por la profecía de los Mayas). Las respuestas que le dieron fueron muy variopintas: terminar un juego de play, conducir un coche, casarse con su novio... Pero una de las respuestas pasmó a la profesora: Darle una paliza a un gitano. La profesora preguntó que por qué quería hacer eso;  le respondió que porque eran malos, porque robaban y violaban a las chicas payas... Por desgracia la profesora y su amiga se bajaron del autobús y yo me quedé con las ganas de saber si había conseguido sacar esa idea del cabezón del chaval. 

El verano pasado. Mi hermano, el que vive en Londres y su novia fueron a Los Ángeles de vacaciones. En el hotel donde estaban hubo un brote de gastroenteritis debido a unos alimentos en mal estado. Los llevaron al hospital y los pusieron en tratamiento. Antes de la noche todos estaban recuperados menos mi hermano. Mi cuñada, que es enfermera (cardióloga genetista -en Gran Bretaña las enfermeras tienen especialidad-) se interesó por el tratamiento que le habían puesto y se dio cuenta que con él habían seguido el protocolo para los hispanos no residentes  que consiste en atiborrarlos de medicamentos contra una serie de parásitos intestinales. Por fortuna sólo necesitó una noche más para estar perfectamente. 




jueves, 13 de diciembre de 2012

La trompetilla del Apocalipsis

El coco para mi madre se llamaba doña Natalia. Mi abuela se partía de risa cada vez que recordaba la prontitud con la que mi madre obedecía si se le amenazaba con ser delatada su pequeña maldad a aquella profesora de primaria que tenía la capacidad de atemorizar a los niños hasta el extremo de conseguir que vomitaran o se orinaran encima. Inmediatamente mi abuela se ponía triste, por haberse visto obligada a dejar al cuidado de aquella bruja a una niña de sólo tres años. Era comprensible que los niños la temieran: tenía todo un protocolo de castigos físicos; el más leve consistía en golpear una sola vez con la regla los nudillos de quien cometía la torpeza de dejar caer un lápiz o una tiza al suelo; de los más crueles, golpear nalgas desnudas hasta dejarlas en tal estado que el dolor imposibilitaba al dueño de las misma utilizarlas para apoyarlas en cualquier superficie, por mullida que estuviera, durante dos o tres días; para recibir semejante castigo sobraba desperezarse en clase, bostezar o demostrar de alguna forma aburrimiento. Entre los niños mayores, corría de boca en boca historias que sólo podían ser leyendas urbanas. Se contaba que doña Natalia antes era profesora de un instituto muy importante de Sevilla y había sido relegada a aquel colegio rural después de destrozar, durante un ataque de ira, la cabeza de una alumna contra un pupitre. A las clases de doña Natalia había que ir con el uniforme limpio, permanecer perfectamente sentados durante toda la clase y levantarse si entraba alguien. No cumplir todos estos preceptos conllevaba consecuencias nefastas: en un mundo donde nunca se cuestionaba la autoridad de los profesores, lo normal es que el alumno castigado por doña Natalia también  lo fuera por sus progenitores. 

Quienes la conocían bien aseguraban que tanta mala leche era debida a una soltería no deseada. Quienes la conocían mejor, aseguraban que esa soltería no deseada era consecuencia de su mala leche innata. La necesidad de macho doña Natalia la paliaba con la religión. Allí donde hubieran unos faldones negros, estaba ella, dispuesta a tragar misa tras misa; levantándose, sentándose, poniéndose de rodillas... en los precisos momentos que le rito lo exigía; sirviendo de eco nítido, potente y fuerte a la voz del cura.  

Ocurrió durante la misa del mediodía, la más concurrida de la semana. Fuera hacía un día luminoso y despejado de invierno, en el que el sol engañaba y el frío hería cualquier trozo de piel desnuda, enrojeciendo mejillas y narices; granulando con sabañones cualquier apéndice poco abrigado. Dentro el calor, por la calefacción era sofocante, pero no lo suficiente para mantener alerta a doña Natalia, quien cayó en un profundo sopor, a lo que contribuyó el tedio -era su tercera misa de la mañana- y la voz melosa del cura. En el preciso momento que el sacerdote levantaba la hostia para asegurar que era el cuerpo de Cristo, doña Natalia, arrobada por la somnolencia, deleitó a toda la concurrencia con una sonora e interminable ventosidad tipo trompetilla. El ruido y el hedor espabilaron a la mujer, quien no pudo ni supo disimular: se puso tan roja que los capilares de su cara y cuello parecían a punto de estallar. Cayó al suelo y comenzó a dar patadas, llorar a moco tendido y gritar mientras se tiraba del pelo. La dejaron desahogarse durante unos minutos. En cuanto se calmó lo suficiente para que sus gritos no interrumpieran la misa, el sacerdote continuó. Doña Natalia salió antes de concluir la misa. Estaba tan abochornada -había dado tantas palizas a niños por demostraciones de humanidad mucho menos vergonzosas- que no fue capaz de encararse de nuevo a sus alumnos. El lunes siguiente, a primera hora, dimitió y los niños, al menos los de La Lantejuela, ya no tuvieron que soportarla más. 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Divagaciones ... hace tiempo que perdí la cuenta

Supuestamente este gobierno no iba a tocar las pensiones: mi madre no recibirá la paga extra de navidad. Su pensión ha mutado a paga de funcionaria con jubilación anticipada. Ella, que siempre ha votado a la derecha, de presentársele la oportunidad, sería capaz de depilarle la barba a Rajoy arrancándole los pelos a puñados. 

El piso de enfrente, el que da al patio de vecinos, siempre parece estar alquilado por parejas que discuten. Estos son los más ruidosos que hemos tenido porque sus peleas se escuchan desde mi cocina a pesar de tener las ventanas cerradas. El marido es contable, por las tardes trabaja en su casa. La mujer peluquera en paro. Hoy han discutido porque la mujer quiere que el marido contribuya a hacer las tareas de la casa. Él alegaba trabajar más de 14 horas al día y no tener tiempo (creo que no exageraba porque lleva toda la noche con la luz encendida -soy una cotilla-).

Acabo de terminar de leer Brooklyn Follies de Paul Auster. Este autor me confunde. Me da la sensación de que a veces toma el pelo a los lectores (si mal no recuerdo, es en La Música del Azar donde parece cansado de escribir y ¡zas! termina la acción con un accidente de tráfico). En este libro una niña habla como si fuera una adulta y un enfermo de cáncer parece haber sufrido un resfriado y la historia chirría cuando una sobrina cuenta a su tío que ha aceptado hacerle una felación al guía espiritual del marido. A pesar de ello, es un libro entretenido.

Hoy he comprado una caja de chocolatinas Nestle para cuando vuelva Guille. En un motel cutre en el que estuvimos este verano en Cádiz, Guille, en broma, se lamentó en voz alta cuando se marchaba el recepcionista que nos llevó a la habitación: Vaya, qué mala pata, se han olvidado de ponernos el bombón en la almohada. La habitación era tan cutre y pequeña que apenas teníamos espacio para cambiarnos de ropa y temíamos dar un golpe sin querer a algún mueble porque seguro que terminaba desvencijado. A la noche siguiente y todas las noches que nos quedamos, encontramos sobre la almohada una chocolatina Nestle y una ramito de flores aromáticas: jazmines, dama de noche y lavanda, albahaca y hierba buena. Era tan grande el contraste, la habitación tan burda y el detalle de la almohada tan delicadamente preparado, que Guille y yo aún nos partimos de risa cada vez que vemos una chocolatina de esa marca.


martes, 11 de diciembre de 2012

Bajo la espada de Damocles

Hoy ha sido un día aciago, o tal vez sólo triste sin consecuencias directas. Esta mañana me tocaba una revisión ginecológica ordinaria, aunque quería matar dos pájaros de un tiro y pedir información sobre los tratamientos de fertilidad. Cuando me dijeron que mi ginecóloga de siempre no podía atenderme, casi me alegré porque así tenía una buena justificación para atrasar la visita a una fecha que Guille ande por aquí (para estos temas prefiero que me acompañe). Me gusta mi ginecóloga de Granada. Es una señora de unos cuarenta y muchos años, muy peripuesta. Me recuerda un poco a mi madre. Creo que ella habría tenido el mismo aspecto si no se hubiera tirado la década de los 40 a 50 años en la cama con una depresión. Supuse que para enero Guille ya habría tenido tiempo de terminar el trabajo que ahora mismo lo retiene en Barcelona. Pero me informaron que para enero mi ginecóloga ya no estará. La van a despedir. Seguramente será sustituida por otro profesional recién salido de la facultad que puede que no les salga más económico, pero sí será más maleable. Regresé a casa pensando en mi ginecólogo de Barcelona -hace mucho que no veo a mis suegros y también me apetece echar una ojeada a nuestro piso de la Diagonal-. Pensé que estaría bien hacer todo  a la vez. Decepción de nuevo. Mi ginecólogo de Barcelona no trabaja para Adeslas desde agosto de este año. Lo he buscado por si ahora trabaja de forma independiente, pero, de momento, no he tenido resultados. También van a echar a nuestro médico de cabecera (Guille y yo tenemos al mismo). Hace dos semanas acompañé a Guille porque tenía dolores de cabeza (resultó ser principio de sinusitis). Sospecho que él ya sabía que lo iban a echar, pero en ningún momento su atención o profesionalidad fue inferior a la acostumbrada. (Maldita crisis).

lunes, 10 de diciembre de 2012

50 m² para maría

Hace cinco semanas nos pidieron hacer un proyecto de actividad para convertir el sótano de una vivienda unifamiliar en un criadero de champiñones. Como había poco trabajo, inmediatamente nos pusimos manos a la obra. Se visó el proyecto diez días después. No teníamos ni puñetera idea de los requerimientos de los champiñones, por lo que preguntamos a un botánico: 85% de humedad en el ambiente, una red de riego por goteo (es regulable), 20ºC de temperatura y nada de luz natural. Por lo general la propiedad nos llama cada vez que termina uno de los instaladores para que comprobemos que todo está acorde con el proyecto. Este promotor no nos llamó ni una vez (supusimos que por pensar que se le iba a cobrar más o algo parecido). El miércoles nos llamó para decir que había terminado, y esta tarde me pasé para darle el visto bueno y poder hacer el final de obras que le solicitan. Para mi sorpresa, las ventanas que se había previsto cerrar en el proyecto por necesitar los champiñones que no les dé la luz natural, ahora estaban abiertas de par en par (dan a un patio interior), la iluminación, que se había proyectado muy tenue, era semejante a la de un burdel de carretera (aunque sin los colorines estridentes), la humedad había bajado un 15% y la temperatura subido 5ºC... Se lo advertí al cliente (fue como llamarlo zopenco en sus narices, porque eran más que evidentes los cambios). Me aseguró que todo estaba bien, que habían decidido plantar un tipo de champiñón especial que  necesitaba menos humedad y más luz y temperatura. Cuando llegué a casa llamé al botánico. En realidad sólo quería que me confirmara mis sospechas, y lo hizo, sin palabras, partiéndose de risa en cuanto me escuchó. 

sábado, 8 de diciembre de 2012

Como una ostra en el desierto

Me aburro. Siempre pensé que mi situación ideal era la que tengo en este momento: poco trabajo pero el dinero suficiente para ir tirando. Desde que empecé la carrera he trabajado por encima del horario que aconsejan (en realidad no sé quién lo hace; dividen el tiempo del día en tres: ocho horas para el trabajo, ocho para el descanso y ocho para el ocio). Durante la carrera tenía que ganar el dinero suficiente para cubrir mis necesidades básicas (la beca daba para muy poco y mi madre apenas me podía ayudar). Cuando conseguí mi primer trabajo de arquitecta -sin contar los que hice para algunos profesores-, tuve que seguir estudiando, porque en la carrera te hacen aprender muchas cosas inútiles, pero no las imprescindibles para hacer un proyecto en condiciones. Cuando tuve experiencia y me trasladé a Barcelona, tuve que estudiarme las nuevas normativas y aprender a utilizar algunos otros programas. Cuando supe lo suficiente para poder relajarme, empezó la crisis y hubo que luchar para rendir más que los demás: todas las semanas había más de un despido (casi todos éramos autónomos: te dejaban de pagar durante un par de meses, y si no pillabas la indirecta, te daban la carta anunciándote que ya no necesitaban más tus servicios). Nosotros abandonamos el barco cuando lo vimos zozobrar. El mismo día que nos despedimos, abrimos el estudio de Barcelona y de inmediato nos llamaron para el edificio del Campus de la Salud en Granada y tuvimos la posibilidad de abrir el estudio en Málaga. Me encantó volver a la monotonía a la que me había acostumbrado durante la carrera: dormir una noche de cada dos. ¡Qué placer era robar algunas horas al sueño para leer o ver una película! O rellenar los tiempos muertos que me dejaba el cálculo de estructuras, escribiendo en este blog. En ese tiempo que yo consideraba de agonía, imaginaba que sería capaz de leer un libro de una sentada o ver más de una película seguida: sólo necesitaba tener la libertad para hacerlo, sin remordimientos de conciencia. Ahora puedo. La carga de trabajo se ha reducido tanto que puedo tener las tardes libres y hasta dormir todas las noches. El edificio del Campus de la Salud ya está por la estructura y apenas nos está dando problemas. Tenemos la apertura de algunos locales comerciales, dos periciales y media docena de finales de obras. Debería estar contenta y disfrutar de este momento de ocio, pero me resulta imposible. No soy capaz de leer más de tres horas seguidas y si intento ver más de una película, cabeceo ante el inicio de la segunda, aunque esté ahíta de dormir. 

Sin duda Vetusta Morla tenía razón: Sin carbón, no hay Reyes Magos.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Sin conciencia o inconsciente?

Guille no ha vuelto. Debería haber regresado el lunes por la noche, pero un trabajo lo retiene en Barcelona. Es  más complicado adaptarme ahora a su ausencia que cuando venía sólo para los fines de semana. Me había acostumbrado a su constante presencia y cuesta mucho llenar los espacios de tiempo libre. Doy interminables caminatas que ya me han hecho romper un par de zapatillas de deporte y he vaciado las estanterías de los documentales del videoclub. Ayer vi uno muy interesante sobre la amante de Hitler. (Eva Braun en la intimidad de Hitler -también se encuentra en youtube-). Es una recopilación de las grabaciones que Eva Braun hizo como vídeo aficionada. No sé por qué extraña razón pensaba que la amante de Hitler había sido una afamada directora de cine, una mujer madura, sofisticada y culta. En realidad sólo fue una cría moldeada al gusto del Führer. La conoció y convirtió en su amante cuando aún era menor de edad. Acabada de salir de un colegio religioso, tenía en la cabeza la idea de querer ser actriz (¿o famosa?). La principal desgracia de Eva fue parecerse a Geli, la sobrina de Hitler, de la que parece está enamorado, y con la que mantiene una relación tan asfixiante, que Geli termina suicidándose.

Cuando Eva y HItler se conocen, él aún no es el genocida en el que se convertirá más tarde. Esos pocos años sobraron para que Eva se adaptara a la buena vida que el Fühler le proporcionaba (vacaciones, casas de lujos, aviones privados, ropa cara...). En Eva no existe el paliativo de la ignorancia para intentar comprender la admiración que siente por el dictador.  Cuando su hermana mayor Ilse muestra abiertamente su antipatía por Hitler, Eva le advierte que si no cambia, será mandada a un Campo de Concentración, y ella no podrá hacer nada. Es comprensible la animadversión que Ilse siente por Hitler: era ayudante y amante de un médico judío, el mismo que salvó de morir intoxicada por un bote de somníferos en 1935 a Eva cuando intentó suicidarse porque el Fühler parecía tener otra amante.

Supongo que nunca se sabrá si Eva Braun fue una inconsciente, que no tenía la capacidad de comprender lo que significaba un genocidio -una niña que fue aleccionada para mirar y no ver- o alguien sin conciencia que a cambio de una vida cómoda, le traía sin cuidado lo que hiciera su amante. Aunque también tenemos una tercera posibilidad: que aún sabiendo lo que ocurría en los Campos de Concentración, creyera, como su amante, que estaban haciendo un bien a la sociedad, o a Alemania.

martes, 27 de noviembre de 2012

La Bruja Malvada y Cenicienta en el País de las Maravillas

Estoy haciendo la digestión de Las Amantes de Elfriede Jelinek (le dieron el Premio Nobel de literatura en el 2004 -dato que no sabía cuando cogí el libro-). Aún tengo la mala costumbre de escoger lo que leo por la portada: tapa rosa, título Las Amantes... ergo = novela romántica... ¡Ja! Gran error. 

En esta novela la autora se inventa un mundo gris y marginal donde el único destino de las mujeres es el sufrimiento (trabajar y recibir palizas -primero de los padres y luego de los maridos, que por lo general son borrachos-). En este mundo tan tétrico pone a dos personajes: Brigitte y Paula. 

Brigitte trabaja en una fábrica cosiendo las cintas de sujetadores. Su única aspiración en la vida es casarse con su novio Heinz, a quien no ama, por quien siente incluso asco, pero quien tiene un futuro prometedor como empresario (ha estudiado electricidad y piensa montar un negocio). Cuando aparece Susi, una estudiante a quienes los padres de Heinz prefieren como nuera, Brigitte consigue quedarse embarazada, aunque odia a los bebés, y Heinz se casa con ella. Juntos, prosperan.

Paula, estudia confección, aspira a ser costurera, primero para terceras personas, luego, cuando se case con su novio Erich, sólo para su familia. Tiene 15 años, se queda embarazada por accidente, y el novio, al principio, se niega a casarse, luego es convencido por un familiar de Paula. El matrimonio, por falta de medios económicos,  Erich es un borracho, viven en una habitación de la casa de los padres de ella. Tienen otro hijo. Paula anhela tener una casa propia, pero el dinero no les alcanza porque Erich se lo bebe todo; hasta que Paula descubre que puede ganar dinero fácilmente con la prostitución. Es descubierta, se divorcian  y pierde la patria potestad de los hijos. Termina trabajando en la misma fábrica donde lo hacía Brigitte antes de casarse. 

Me ha gustado esta novela. Está escrita con frases que se convierten en párrafos, y cada uno de ellos son como escupitajos al lector. No utiliza mayúsculas, a no ser que quiera resaltar alguna palabra en concreto. También los nombres propios están escritos en su totalidad con minúsculas (me pregunto si su intención es hacer hincapié sobre la insignificancia de los personajes). 



miércoles, 21 de noviembre de 2012

La adopción del Tamagotchi humano

El sábado llovía sobre mojado. El agua caía con tanta fuerza que cada gota parecía querer taladrar el tejado de chapa que cubre parte de la sala (la que está robada a la legalidad del ayuntamiento). Mi nula imaginación me hizo suponer que en el pueblo de mi tita Puri, Bobadilla Estación, también estaría diluviando, y, como Guille se había ido -no vuelve de Barcelona hasta el próximo lunes- y no había ningún trabajo pendiente, decidí ir a verla para intentar servirle de distracción durante el rato de lluvia. Iba a ser una visita corta: desde después de comer, a no más allá de la hora de la merienda; tal vez llevarla a casa de mi madre, si el tiempo seguía malo. Pero en Bobadilla la lluvia era suave, un molesto chirimiri, nada más. Aunque había llamado avisándole de mi llegada, mi tía no estaba en la casa. Dos timbrazos y quien apareció fue su vecina. Me avisó que mi tía estaba en un velatorio. Se ofreció a acompañarme con tanta insistencia que, aunque no me gusta  molestar a extraños y la señora parecía haberse cambiado de ropa para estar cómoda dentro de casa (vestía una bata de medio luto y calzaba zapatillas) le agradecí que me guiara. No llegamos a nuestro destino porque nos encontramos con mi tía en mitad del camino y regresamos a la casa, cada una de ellas aferrada a uno de mis brazos y yo en medio (me da la sensación que mi tía se vuelve más o menos achacosa dependiendo de los males ajenos -puro mimetismo-).

La vecina amable fue invitada a pasar un rato con nosotras. Pronto me enteré que ella es la famosa señora de 80 años que no ha recibido subvención para arreglar su casa, aunque está destrozada por las inundaciones de finales de septiembre. Hay gente con más medios que ella y con menos desperfectos que sí le han ayudado para arreglar, al menos, lo más urgente. Le han negado toda clase de ayudas porque, supuestamente, su única hija vive con ella -supongo que para poder desgravar en hacienda por tener al cuidado a un ascendiente-  (aunque no la ha visto en los últimos 10 años -se mudó a Madrid- y de su existencia aún en este mundo se entera porque todas las navidades le manda una postal felicitándola. Un año de estos dejará de recibir postales y ella supondrá que su hija ha muerto).

Cuando llegó la hora de mi marcha, volvió a llover fuerte. Mi tía me pidió que me quedara, no por miedo a que le pasara algo malo a ella si se quedaba sola en la casa, si no por miedo a que yo tuviera un accidente en la carretera (ha aprendido qué significa aguaplaning y le aterra). Acepté y de repente me vi convertida en una de ellas: con una bata color azul eléctrico que mi tía compró por 15 euros en el mercadillo que ponen cerca de las vías del tren dos veces a la semana, unas zapatillas con piel de borrego en su interior que sofocaban mis pies acostumbrados a la desnudez, y arrimada a la candela (un brasero eléctrico bajo la mesa camilla).

Hablaron de la difunta. Mi tía y su vecina son creyentes, imagino que por la misma razón que mi madre: existe tanta injusticia en este mundo que necesitan creer en la justicia divina (que los malos serán castigados; nada de recompensas por estar siempre al lado de Dios y nada de vida después de la muerte). De la difunta afirmaban que se ha ido a descansar. Al parecer el marido la maltrataba. Habladurías con un solo fundamento: el marido quiso gastarle una broma a la mujer y le sustituyó el colirio por un bote de pegamento instantáneo. A la mujer se le perforó el ojo y lo perdió. No hubo denuncias. La inconsciencia del marido fue tomada como una broma que salió mal.

Durante la cena vimos la televisión (la primera no, que ahí son todos unos comeollas) luego jugamos al siete y medio y antes de las once, ya estábamos en la cama.

Al final regresé el lunes al medio día, y por que no me quedaba más remedio, por el trabajo. 

martes, 13 de noviembre de 2012

Piquete informativo

Hoy me toca hacer huelga por:

  • Los dos constructores, uno de Villanueva del Rosario y otro de Antequera, que, desesperados por las deudas y la situación familiar, terminaron suicidándose.
  • Por más de la mitad de compañeros que están en paro y con perspectivas de que aumente la lista.
  • Por los obreros que llevan meses sin trabajo y sólo encuentran salida en delinquir.
  • Por el montón de compañeros que han terminado divorciándose por la precaria situación económica de las parejas.
  • Por los trabajadores, como los chavales de Yamaha, que cobran media jornada y trabajan el día completo.
  • Por los trabajadores, como los de la fotocopiadora, que cobran el paro y trabajan 8  horas diarias para que el jefe les pague 200 euros más al mes.
  • Por la sanidad pública que comienzan a desmantelar.
  • Para que no recorten más en la enseñanza pública.
  • Para que la Iglesia tenga los mismos deberes que un ciudadano normal y corriente y pague el Ibi de sus inmuebles.
  • Para que no recorten las pensiones a los ancianos obligándolos a pagar parte de los medicamentos sin los que su vida sería aún más miserable. 
  • Para que el Congreso no se gaste 20 millones de euros en material administrativo mientras a una señora sin medios económicos se le niega una subvención de 3000 euros para que arregle su casa después de una riada (la vecina de mi tía, la señora tiene 80 años y sólo puede subsistir porque los vecinos le han acondicionado una de las habitaciones de su vivienda).
  • Por todos aquellos que no se atreven a hacer huelga, aunque lo desearían, por miedo a ser despedidos
.... Seguro que a ti se te ocurren miles de razones más para hacer hoy también huelga

viernes, 9 de noviembre de 2012

La doble muerte de Angustias

En los velatorios se suele hablar de las bondades del finado. En el de doña Angustias el silencio era sepulcral. Los asistentes se escudriñaban unos a otros, alguien abría la boca, todos lo miraban expectantes, esperando a que una primera frase avivara los recuerdos de los demás, pero sólo se trataba de un bostezo mal disimulado. Doña Angustias tenía la mala leche incrustada en la sangre. Lo sabían bien tres de sus cinco nietos, los tres nacido del matrimonio de su hijo con una mujer que ella no había aprobado por considerarla muy poca cosa. Cuando el hijo murió prematuramente, Rosario, la mujer, quedó a merced de su suegra. El mismo día del entierro del hijo, Angustias exigió a Rosario y su prole que se mudaran de la casa principal a una cabaña de aperos que estaba a medio kilómetro del cortijo. Un muladar, en realidad, con ventanas sin vidrios, puertas desvencijadas, suelo de arena compactada y paredes renegridas por el mal tiro de la única chimenea. Cinco duros al mes ganaba Rosario trabajando en el cortijo todos los días y tres duros le exigía Angustias como alquiler de la cabaña. Rosarito, la hija menor de la familia, aunque han pasado más de 70 años, aún es capaz de recordar la retahíla de vejaciones a las que fue sometida su madre y su familia. La que más le duele: que a su madre le quitaran la alianza de oro que le había comprado su padre. La que le rompe la voz: Ella era pequeña, unos cinco o seis años. Sus dos hermanos estaban bastante enfermos y su madre no había podido ir a trabajar. La mandó a ella a avisar de lo que ocurría y a comprar cuatro huevos. Llevaba el dinero, unos pocos céntimos. Volvió a la casa con sólo dos huevos porque el dinero no había dado para más y su madre se echó a llorar. Rosarito no comprendía por qué lloraba su madre, si ella no había hecho nada malo. Había tenido mucho cuidado con los huevos, no estaban rotos, uno en cada bolsillo. Tuvieron que pasar algunos años para que Rosarito comprendiera que su madre no lloraba por algo que hubiera hecho ella, si no por la mezquindad de su abuela.

Al filo de la media noche ya no quedaba nadie ajeno a la familia en el velatorio de doña Angustias. Los niños fueron mandados a la cama y Encarna, la hija de la difunta, y Rosario, decidieron turnarse velando el cadáver, principalmente por si llegaba alguien, por el miedo a el qué dirán. Encarna, poco acostumbrada a madrugar, haría el primer turno, Rosario el segundo. Cuando Rosario se despertó pasadas las cinco de la madrugada y regresó al salón de la casa vio que sobre el féretro había cuatro pesados sacos llenos de duros de plata. Encarna estaba junto al él, comiéndose las uñas y sin apartar la vista de la tapadera. La maldita no se muere, susurró. Rosario pensó que el cansancio había gastado una mala pasada a su cuñada y le sugirió que se fuera a dormir, pero apenas se había apartado un par de pasos cuando se escuchó el nítido castañetear de la madera y la reacción de Encarna fue la de arrojarse sobre el ataúd. Por favor, no dejes que vuelva aquí fuera -rogó.  

Tres semanas tardó doña Angustias en recuperarse de su falsa muerte. Y aunque las criadas le habían contado con pelos y señales lo ocurrido aquella aciaga madrugada, en la casa nada cambió: Rosario era considerada como una simple criada y Encarna la hija mimada. Tuvieron que transcurrir otros cinco años para que el deseo de Encarna se cumpliera y su madre muriera de forma definitiva. Incluso después de muerta la inquina de Angustias por la nuera parecía hacerse patente. La casa se la dejaba a todos los nietos en usufructo desde el momento que cumplieran 18 años. A la hija le dejaba el contenido de la caja fuerte y a Rosario, dos tinajas de hediondos cuajos. Pero Angustias, además de tener muy mala leche, era rencorosa y desconfiada. Impuso a la hija su presencia, sabiendo que con ello la castigaba y que si lo soportaba era porque pensaba en el premio que recibiría al final; el premio se redujo a un puñado de bisutería y una caja de carne de membrillo llena de fotografías. Pero, ¿dónde estaban las joyas y dinero de doña Angustias? Rosario lo descubrió en cuanto consumió la primera tongada de cuajos en hacer queso. Bajó papel de estraza cuidadosamente colocaba estaban los sacos llenos de duros de plata que Encarna había utilizado para mantener cerrada la tapa del ataúd cuando su madre volvió a la vida.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La habitación de los relojes de arena gris

Estos días te fuerzan a pensar en la muerte (en la propia y en las ajenas, en las que ya han sucedido y las que sucederán en un futuro que se adivina inmediato). Imagino a mi sobrinilla ya muy vieja, con más de 90 años, escuálida y enhiesta, caminando por una habitación llena de relojes de arena de color gris, ordenándole a su mayordomo Evaristo que los gire a la vez que los va señalando con la punta de su bastón y nos nombra: Al abuelito, a la abuelita, al tito José, a la tita Queca... a mi marido número uno, a mi marido número dos... a mi marido número siete... La idea de encerrar las cenizas en relojes de arena se la he robado al sr. Sap y él la había leído en no recuerdo qué libro; aunque dice mi madre que las cenizas humanas no son apropiadas para convertirlas en el contenido de un reloj porque resultan demasiado irregulares y pesadas, pero si consiguen convertirlas en diamantes, seguro que alguien inventa una forma de transformar la ceniza irregular en minúsculas esferas perfectas.

Sólo puedo imaginar a mi sobrina cuidando de ese cementerio de relojes de arena porque de momento no tenemos más descendientes. ¿Cuánto tiempo tarda en desaparecer por completo de este mundo, borrarse de toda memoria, quien no tiene familia y no ha hecho nada importante (ni bueno ni malo) durante su vida? Seguro que menos de una generación. Incluso es fácil que se vea relegado al olvido quien sí ha tenido familia numerosa. Llevamos un tiempo (por un tema de herencia) buscando documentación de uno de mis bisabuelos. Apenas sabemos nada de él. Se llamaba Fermín, nació en 1.909 y falleció en 1.941 (32 años de vacío). De él no queda ni siquiera una tumba a la que llevar flores.

De mi padre si, existe un nicho, aunque está vacío (las cenizas, para disgusto de una de sus vecinas, las tiene mi madre en su dormitorio). Ayer fui a llevarle flores. Es muy agradable el paseo desde el centro de la ciudad al cementerio, por medio de los Jardines de la Alhambra. En algunos tramos miras hacia arriba y no ves el cielo, sólo el follaje verde de los árboles.  Es como pasear por un túnel inmenso. Por el módico precio de seis euros un chaval con edad de estar pidiendo chucherías de casa en casa o metiéndole mano a la novia de turno, según lo espabilado que sea; sube por una escalera hasta cinco metros para limpiar el cristal del nicho jugándose la vida (un porrazo desde esa altura puede ser grave). El arnés que lleva y el mosquetón, por la forma de atarse, no serviría de mucho. Muerto por limpiar un nicho vacío. Sería lamentable. Lo hago por mi madre, ella necesita esas pequeños detalles. Creo que piensa que la conciencia de mi padre continúa existiendo en alguna parte y quiere hacerle saber que aún lo recordamos.  El año que viene intentaré convencerla para que no sigamos ese ritual.


El hotel Washington Irving  agonizante
(fotografía tomada camino del cementerio)


La idea de los relojes de arena me ha gustado mucho: ¿qué mayor utilidad para algo inerte que hacer saber a los vivos de lo efímero de la propia existencia?

miércoles, 31 de octubre de 2012

Cara de piedra

Primeras respuestas a los currículums enviados:

El principio fue decepcionante, un timo, sin duda. Me obligaban a comprar un billete de avión  a Holanda para un acompañante y para mí. El acompañante, supuestamente, iba a ayudarme durante los primeros días y a servirme de intérprete. Lo comento con mis hermanos, ellos dudan, pero mi madre, que ve todos los programas de la tv, incluido uno donde se escenifican timos, lo conoce: gente que necesita viajar a un lugar en concreto, se pillan a un pardillo que les paguen el viaje con la promesa del trabajo, y les sale gratis. Siguen el rollo durante el viaje, pero al llegar al aeropuerto, desaparecen.

El segundo fue más esperanzador. También en Holanda, como urbanista jardinera (supuestamente mi título de arquitecta sirve). Las condiciones, teniendo en cuenta las que me he encontrado con posterioridad, no eran malas: 2500 €/mes, sin pagas extras, 35 horas semanales, seguro médico... no me informé mucho porque uno de los requisitos era hablar holandés o inglés. 

El tercero (el que da título a esta entrada), en Gran Bretaña, como maquetista, pero no de edificios, que son las únicas que yo he hecho, si no maquetas que se pueden considerar más como juguetes: ricos extravagantes o empresas, que quieren una miniatura de un pueblo o  un lugar real a escala para que por ella pase un tren o un Scaletrix. Condiciones: 1700 €/mes, pero incluidas 10 horas extras semanales, en total serían 50 horas semanales, solo un día de descanso, sin pagas extras; algo bueno... me proporcionarían habitación, pero que tendría que compartir (la habitación, no la casa) con dos personas más. La hora sale a 8.50 €. Me dieron tantos rodeos para no aclararme lo del seguro que sospecho que, de existir, será injusto. Mi madre para estas condiciones tiene un dicho algo burdo: puta, y encima pone la cama


miércoles, 24 de octubre de 2012

La simbiosis de las féminas en flor

En el mismo momento que Agapito Fernández sufría la amputación de su miembro viril, Miguel el Pobre caía desde el tejado del cortijo de Miguel el Rico mientras encalaba los caballetes. Una caída desde seis metros, aparentemente sin consecuencias, de la que se levantó por su propio pie. Antes del anochecer, Miguel el Pobre moría en su cama en completa soledad y la mujer que siempre lo amó, con la que no pudo casarse por no tener donde caerse muerto, según la familia de ella, le guardó luto y lloró hasta el día que compartieron panteón. 

La sangre es muy aparatosa, y un pene seccionado en dos, desde el prepucio hasta el escroto (como si fuera una baguette dispuesta para la preparación de un bocadillo) es bastante parecido a un géiser de salsa de tomate. Agapito dejó un reguero desde el huerto de su tío hasta la mitad del camino al pueblo (unos 300 metros) donde el cura lo recogió en su coche y lo llevó a la casa del único médico del lugar, en mitad de tal griterío de dolor que alertó de que algo había sucedido incluso a quienes vivían en los arrabales más apartados. La rotura de la monotonía en un lugar donde nunca sucede nada, hizo que la mayor parte de los vecinos se congregaran a la puerta de la casa del médico. La explicación que se daba a los que iban llegando era: "Agapito se quedó sin pito", cantinela que habría acompañado a los descendientes del desdichado hasta el día de hoy, de haberlos tenido.

La muerte de Miguel el Pobre fue un daño colateral del escarmiento que quisieron darle a Agapito. Si su tío o el cura del pueblo, o ambos (nunca se supo con exactitud quién fue el culpable) no hubieran colocado una cuchilla de afeitar en el agujero que Agapito había practicado en una sandía  para satisfacer sus deseos sexuales, el infeliz no habría aullado de dolor al sentir la división de su virilidad y el grito no hubiera hecho perder el equilibrio a Miguel el Pobre, haciéndole caer desde el tejado. Si toda la atención de la parroquianos del bar no hubiera estado puesta en los dimes y diretes de lo ocurrido en el huerto de las sandias aquel medio día, alguno hubiera prestado atención al rostro marmoleño de Miguel cuando estuvo almorzando, e interesado por su salud. Y si el único médico local no hubiera tenido que acompañar a Agapito hasta Sevilla en el coche del cura para que no se desangrara, habría podido atender la llamada que Miguel hizo a su casa pasada la media noche.

Algunos quisieron ver en la muerte prematura de Miguel el Pobre un castigo divino por haber aceptado trabajar en la casa de Miguel el Rico. Cuando Francisca y Miguel anunciaron su matrimonio pocas semanas después de haber iniciado el noviazgo, nadie pensó, como suele ocurrir en estas ocasiones, que los forzaba a ponerse ante el altar la multiplicación de células dentro del útero de la mujer. Sabían de qué pie cojeaba el palomo, e incluso por quién sentía predilección. Se pensó que Francisca había aceptado la infelicidad en el matrimonio a cambio de una vida holgada y que el marido había tenido la desfachatez de ponerle como criado al propio amante. Semana a semana, mes a mes, quienes habían vaticinado un futuro desgraciado para Francisca, esperaban distinguir en su rostro la tristeza y verla apagarse poco a poco en soledad, pero después de únicamente dos meses, si se la miraba de perfil, además de una sonrisa radiante, lo que se distinguía era un vientre cada vez más convexo. Aquel primer hijo, Miguel de nombre, fue sietemesino, aunque nunca tuvo el don de sanar con las manos. Un año y medio después nació Purificación, otro año y medio pasó para llegaran a este mundo Fermín y Ana y otro año y medio transcurrió para que viera la luz por primera vez la benjamina: Francisca. Parecían un matrimonio normal, aunque al marido se le iban los ojos tras las camisas desabrochadas de los obreros y pasaba casi todos los fines de semana en Sevilla, en su piso de soltero, supuestamente trabajando.

Cuando la muerte convirtió a Miguel en un objeto frío, Francisca y los niños disfrutaban de unos días de playa en Cádiz. Llegó cuando ya estaba metido en el ataúd y sabían que se le había roto el bazo y desangrado silenciosamente sin derramar una gota de sangre. Francisca fue incapaz de ocultar quién era su auténtico marido. Lloró tan desconsoladamente durante todo el velatorio y el entierro, que salió a la luz lo que había podido ocultar durante seis años. Desde ese día todos la consideraron viuda, ella misma lo hizo al no mudar ni un sólo día de los que le quedó de vida sus prendas negras por alguna de color. Miguel y ella siguieron viviendo juntos, por comodidad, por costumbre o porque ya se habían encariñado el uno al otro. Un cariño fraternal en el que sobraban las habladurías de terceros.

Otra de las historias de mi abuela.

lunes, 22 de octubre de 2012

La abstinencia de la lectora

He vuelto a recuperar el placer por las palabras. Ahora estoy en la etapa pazguata: cualquier frase brillante me llena de asombro y quiero memorizarla. 

"Parecíame algo fantástico lo que me contaba aquel hablador sempiterno, que, por lucir el ingenio, era capaz de alimentar su facundia con materiales de invención". De Lo Prohibido de Benito Pérez Galdós. Del mismo libro: "[...] sus tumefactas encías, en las cuales empezaban a retoñar esos huesos que, al decir de un chusco, son como los cuernos, pues duelen cuando nacen y después se come con ellos".




jueves, 11 de octubre de 2012

Terror en el circuito

(Este título parece el de una película de serie Z, por lo menos)

Estos días los alumnos de las universidades de Ingeniería de toda España concursan en el diseño y construcción de motos. Una de las pruebas a las que serán sometidas las moto es una carrera con pilotos semi profesionales, lo que implican que serán expuestas a velocidades de unos 200 km/h por lo menos. A nosotros nos han solicitado ayuda  tres de esas universidades, lo que nos ha permitido conocer de primera mano los diseños de forma minuciosa. (No creo que ninguna de estas Universidades haya incurrido en un incumplimiento de las normativas del concurso, porque a ninguna de ellas le hemos sido útil al negarnos a hacer todas las piezas que nos presentaron por tener un diseño deficiente). Si han sido capaces de cometer errores tan bárbaros como confundir pulgadas con cm, y dejar nada menos que 10 cm corto el larguero de una horquilla... ¿qué fallos más delicados no habrán cometido? 

Ninguna de estas motos, de piezas calculadas individualmente y no como parte de un conjunto, o piezas pensadas únicamente para aligerar peso y no para resistir en funcionamiento y sometidas a calor, fricciones y vibraciones, han sido sometidas a alguna de las muchas pruebas que superan las motos legales antes de permitir que un piloto se suba a ellas. 

Sé que es tonto, pero vaticinar un acontecimiento da la sensación de que aumentan las probabilidades de que no ocurra: así que, esperemos que ninguno de los pilotos tenga un accidente y sufra daño por que es muy duro imaginar las consecuencias de un accidente por la rotura de una pieza mal diseñada cuando el vehículo va a más de 200 km.

Del día que me quedé sin lágrimas

La lectura de Hablar Solos aviva los recuerdos de mi infancia. Del tiempo que mi padre estuvo enfermo y los acontecimientos que siguieron a su muerte. También hace evidente, aunque era una explicación que ya conocía, por qué mi padre me llevó a escuchar el Réquiem de Mozart cuando sólo tenía 6 años. Creo que fue en el Teatro Cervantes de Málaga. Es de las pocas entradas importantes de un concierto al que he ido que no conservo, aunque es posible que algún día, leyendo cualquiera de los libros de mi padre, la encuentre, porque él tenía la costumbre de meter toda clase de documentos y cosas entre las páginas de los libros. En una ocasión encontré las semillas de una planta en un papel de libreta perfectamente doblado. Sentí curiosidad y las puse en una maceta. Al poco tiempo empezó a crecer una planta. Resultó ser una adormidera. En realidad creo que fue cosa de mis hermanos. No sé si para burlarse o para que no me decepcionara, porque las semillas llevaban guardadas bastantes años cuando las plante, por lo menos cinco, y me extraña que soportaran tanto tiempo inmunes. 

Tardé mucho tiempo en darme cuenta de la muerte de mi padre, en notar su ausencia. Ya me había acostumbrado a que pasara largas temporadas en el hospital y que la casa permaneciera completamente silenciosa. Y antes de eso, antes de caer enfermo, también se ausentaba a menudo por los cursos que constantemente estaba haciendo o impartiendo. En realidad a quien echaba más de menos era a mi madre: la depresión la convirtió en un fantasma. Pasaron un año y tres meses y medio hasta que finalmente lloré por él. Ocurrió cuando volví a  casa por las vacaciones de Navidad. Nos habían dado las notas a primera hora de la mañana y permitido que nos fuéramos. Cuando llegué a casa estaba tan triste que comencé a llorar sin aparentemente razón. Mis hermanos, que no estaban acostumbrados a verme derramar lágrimas, ni siquiera había llorado cuando llegué a casa con todas la nalgas raspadas (quemadas) y sangrando por deslizarme, involuntariamente, por la ladera de una montaña (como si fuera un tobogán gigante), se asustaron tanto que estuvieron a punto de llevarme al médico. ¿Me había hecho alguien daño? ¿Me dolía algo? ¿Había sacado malas notas? -irían a arrancarle los pelos del bigote a la monja, uno a uno-... En realidad ni yo misma sabía muy bien por qué lloraba, hasta que estallé: ¡Quiero que venga papá! Como no sabían cómo consolarme, cerraron la puerta de mi habitación y dejaron que me desahogara sin apenas interrupciones. Ese día me trataron como a mi madre: de vez en cuando aparecía uno de ellos y me hacía beber líquido para que no me deshidratara u obligaba a comer algo. Lloré desde el medio día hasta media noche, cuando me quedé dormida. A la mañana siguiente ya no estaba triste y sabía que mi padre no iba a volver por mucho que llorara. 

martes, 9 de octubre de 2012

De Tucumancha a Región

Treinta más uno. Seguro que me deprimiría si mirara una de esas estadística donde te dicen qué debes haber conseguido con esta edad, por eso no la miro (no soy masoca). El primero de mis cumpleaños. Ha sido un buen día: bastantes regalos inesperados y sorprendentes. El último ha sido la llamada de mi amiga Victoria, mi alma gemela, el contrapunto a mi personalidad alocada y algo desequilibrada durante los años en la facultad (aunque hicimos bastantes cosas que hoy día censuraría). Habíamos perdido el contacto después de que ella se fuera a Toledo a hacer un curso sobre implantes de células madre en la columna vertebral. Coincidió con nuestro traslado a Granada y con que ella cambió de número de móvil al cambiar de compañía telefónica. Nos pusimos al día de estos dos años en blanco. Ahora, la que está más tranquila y centrada soy yo. Su retahíla de parejas es interminable. Hizo toda una enrevesada investigación de campo para conseguir mi número de teléfono. 

Poco antes llamaron Pere y su marido para cantarme feliz cumpleaños en inglés. Están escribiendo una novela a cuatro manos y me mandan el primer capítulo. Me gusta tanto que los llamé de inmediato exigiéndoles más, pero no hay más, todavía. Ellos también están contentos con lo que les va saliendo y aseguran que, de seguir así, la enviarán a algún concurso literario. Me la leyó Guille porque está escrita en catalán. Antes había protestado, quejándose un poco, no del todo en broma, no del todo en serio, porque asegura que Pere era originalmente su amigo y ahora lo es más mío. Ingenuo: no se da cuenta que nuestro principal tema de conversación es él.

Mi madre, para no variar, no ha recordado qué día es hoy (o fue ayer, porque ya pasa de la dos de la madrugada). Bueno, le queda otra oportunidad.

El primero y más inesperados de los regalos: Hablar Solos, el libro de Andrés Neuman. He tenido tanta mala suerte con los libros leídos este verano, que me extraña encontrar uno que me interese (llegué a pensar que había dejado de gustarme la lectura). Una historia sencilla contada por la voz interior de los tres personajes principales. El viaje en camión de un padre y su hijo pequeño por un itinerario de paisajes inventados, un gran secreto, soledad... La historia se parece bastante a la que se debió enfrentar mi madre, aunque la del libro es mucho más aséptica, limpia y dulce.

lunes, 8 de octubre de 2012

Peleada con el ente

Las palabras y yo no nos llevamos muy bien. Un curso de SketchUp, otro de programación de AutoCad que estoy recibiendo y otro de Bases del AtuoCad que estoy impartiendo para algunos compañeros del Colegio de Arquitectos, me tienen muy ocupada (además de los problemas que tenemos día a día con la obra del Edificio del Campus de la Salud). Apenas tengo tiempo para dedicarle a las palabras: a las leídas y a las escritas. Si no dedico una hora por lo menos al día a la lectura concienzuda o la escritura, termino confundiendo ente con entre, Dani con Dina (la hija de una de mis mejores amigas se llama Dina), ladera con cadera... Los entres convertidos en entes son los que hacen saltar las alarmas. Son las palabras que siempre confundo al principio, justo antes de que comience el desastre. Si día a día no dedicara algún tiempo a las palabras, terminaría siendo una analfabeta funcional.

Esta confesión es muy parecida a esas que los alcohólicos hacen en público cuando quieren dejar de serlo: tengo un problema y tengo que solucionarlo, pero necesito vigilancia para que la pereza o la negligencia no me hagan desmadrarme.

He empezado por sustituir el libro que estaba leyendo (Contra Natura, de Álvaro Pombo -Goytisolo me dejó bastante saturada de historia sobre homosexuales) por el último de Andrés Neuman, Hablar Solos. Lectura muy fácil: frases cortas y directas. El de Pombo también era de lectura fácil (sólo es un aplazamiento), pero me interesa más lo que cuenta A.N. Para empezar empieza dedicándole el libro a su padre, "que es también una madre" ... qué bonito.


lunes, 1 de octubre de 2012

Otras historias

Estábamos preocupados por mi tita Puri. Habíamos dejado de tener noticias suyas desde el viernes por la noche, cuando su pueblo Bobadilla Estación, se inundó por culpa de la lluvia. No es que hubiera desaparecido (que temiéramos que algo malo le hubiera pasado) sólo que se había marchado con algún vecino y no sabíamos cuál. Por fin hoy al mediodía dio señales de vida. Había estado justo en frente de su casa, en la misma plazoleta, vigilando para que no le quitaran lo poco que la lluvia le había respetado. 

Antes la gente contaba historias al amor de la lumbre, ahora lo hacemos asomados a la tecnología. Desde la casa de mi madre, que siempre sirve de refugio a los desahuciados por culpa de alguna catastrofe o el desamor, mi tita, por medio del Skype, nos relata lo que pasó. Comenzó a llover el viernes por la mañana, pero de manera tranquila, sin que se pudiera presagiar lo que ocurriría pocas horas después. El tiempo cambiante es fatal para sus muchas dolencias y se tomó un calmante y un somnífero y se metió en la cama a media tarde, aunque asegura que parecía noche cerrada por lo espeso que era el manto de nubes. Es consciente que se despertó con los truenos. Por sus vecinas sabe que los truenos comenzaron a las diez de la noche. No supo qué hora era: su reloj despertador es electrónico y la luz se había ido un rato antes. Pretendió levantarse, pero las pastillas aún le estaban haciendo efecto. Saltó de la cama, como si tuviera un resorte, cuando escuchó un estruendo en el exterior. No sabía qué era, ni pudo imaginar nada. Dice que por un instante pensó que podría ser un terremoto, pero que lo descartó de inmediato porque nada se movía. Se puso la bata y abrió la puerta de la calle. El vecino de al lado le había colocado una tabla -en los pueblos, a diferencia que en las ciudades que parecemos fantasmas, aún son solidarios con quienes los rodean-. Pudo ver lo que sucedía porque, como ella, muchos se habían asomado al exterior y llevaban linternas. Fue como un pequeño tsunami de barro muy denso, como papilla o lava que chocaba contra las protecciones que habían puesto en las puertas y pasaban de largo. Pensaron que no pasaría nada, aunque hubo quien gritaba pidiendo que llamaran a los bomberos. La mayoría de las casas de la plazoleta donde vive mi tía, son de dos plantas. La suya es sólo planta baja y sin escalones; preparada para mi tío, que estuvo enfermo mucho tiempo. La suya fue en la primera que ocurrió: del sumidero del patio, la ducha, bidé y del inodoro, comenzó a salir el agua a borbotones, con tanta fuerza que parecía una fuente, agua menos densa que la del exterior, pero igualmente oscura y sucia. Tuvo un ataque de pánico. Por fortuna el hijo de la vecina fue en su auxilio y la sacó de la casa a cuestas: el chaval es joven, menos de 22 años, y  bastante menguado de carnes, mi tita es una señora de buen comer. Aún no se explica cómo el chaval pudo con ella.

Las plantas bajas de todas las casas de esa zona anegadas. La de mi tía, con los muebles que estaban pegados al suelo, inservibles. Algunas cosas podría lavarlas, como los muebles de la cocina, que son antiguos, de madera casi petrificada y metal; pero al pensar que parte del agua salía por el inodoro y, por lo tanto, estaría mezclada con excrementos, siente repugnancia.

El dinero que tenía ahorrado para su entierro, tendrá que destinarlo a arreglar la casa (enlucido, pintura, muebles, puertas...). Si me muero antes de volver a ahorrar, que me donen a la ciencia, !pero que me donen vestida!

viernes, 28 de septiembre de 2012

El cielo sobre la tierra

El collar de perlas cultivadas de mi madre tiene ciento siete cuentas menudas e imperfectas. Cuando está nerviosa, lo retuerce y mordisquea hasta que, demasiado a menudo, termina con el hilo roto y todas las perlas esparcidas por el suelo. Soy experta en recogerlas. Es como si jugaran al escondite. Se meten en las juntas de las losetas, se pegan como imanes a las patas de los muebles y, a pesar de la imperfección de su esfericidad, son capaces de rodar hasta otras habitaciones. Antes eran ciento quince, pero con tantos años -más que yo- y tanta rotura, es comprensible que alguna se haya perdido. Esta mañana, mientras hablábamos por teléfono, volvió a romper el hilo del collar; pero mi madre juró y perjuró que todo iba bien. 

Es alucinante cómo cambia el tiempo en esta ciudad. Ayer, la climatología dio un pequeño aviso de lo que iba a ocurrir hoy: ha llegado el otoño sin transición, tan de golpe que el frío aún no ha conseguido apoderarse del estudio, a pesar de estar rodeados de vidrio y de chapa sin la protección de un aislamiento térmico. Aún somos una burbuja de la temperatura de ayer.  Hasta que no estuve a unas calles de casa, no me percaté del frío; pero importó durante poco tiempo porque en cuanto apreté el paso, dejé de sentirlo, y porque la lluvia me tenía enajenada. Llovía torrencialmente. Hacía tanto que no había visto llover así, que era una novedad. Por las calles en cuesta, perpendiculares a Ángel Ganivel,  bajaban ríos de agua de lluvia, incapaces de ser tragados por los imbornales, la mayoría atorados por la suciedad que ha ido acumulándose durante una primavera y un verano de sequía. Los días que estuvimos en el País Vasco, nos llovió, pero era una lluvia mansa y tranquila en la que tenías que sumergirte durante horas para que te mojara. 

Cuando volví a casa, empapada, sudando y algo mohína porque mi juguete (la lluvia) casi había cesado, Guille hablaba con mi madre por teléfono. Intentaba convencerla para que pasara unos días con nosotros. Estaba dispuesto a salir en aquel mismo momento a buscarla.  Cuando colgó, me explicó. Aquella misma lluvia que me había servido de divertimento durante toda la mañana, causó estragos en el pueblo de mi madre -Villanueva del Rosario- y algunos de los alrededores. En esta ocasión ella se ha librado. Hace cinco o seis años, las cosas fueron distintas: otra riada derrumbó la tapia del patio y el agua entró en tropel por la puerta trasera, inundando la cocina hasta el techo y el resto de la planta baja, hasta medio metro de altura. Todos los muebles inservibles. Fingió (ahora sé, por el nerviosismos de esta mañana, que fue así) tomárselo con filosofía: "El seguro me va a pagar la renovación de la cocina, que le iba haciendo falta", dijo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

En busca del paraíso perdido

Mi hermano mayor ha vuelto de su periplo por tierras asiáticas y sudamericanas. Vacaciones, la excusa; buscar un lugar donde empezar de nuevo porque la crisis parece no tener fin, la realidad. 

La gente ya nos ha ido persuadiendo de otros lugares. Londres, donde vive mi hermano menor. Él mismo nos ha sugerido que busquemos cualquier otro lugar antes que ése. Demasiado gris y triste. Vaticina una depresión a mi cuñada y un divorcio inmediato. Además,   hay mucho trabajo de camarero y cuidadores de personas enfermas o mayores, pero no especializado como el nuestro.

Marruecos: dos buenos amigos que estuvieron trabajando de profesora y de carpintero. Aseguran que es un lugar inmejorable para pasar unas vacaciones, estar un mes, dos a lo sumo; pero que el razonamiento de las personas es tan diferente al nuestro, que termina quemándote. Contratos que no se cumplen, trabajos que nunca se terminan, amigos que tte convierten en sus criados...

Arabia Saudí: parece que hay mucho trabajo de arquitecto, pero para hombres. Las mujeres son consideradas seres inferiores -menos las extranjeras que las del país,-. Los hombres se niegan a aceptar órdenes de una mujer (aunque me aseguran que hay alguna excepción).

El resto de Europa: Francia, Alemania, Suiza... Demasiada manoseada por quienes están en nuestra misma situación.

Mi hermano es parco en palabras, aunque Guille sabe hacerlo hablar. Primero se interesa por cómo nos va a nosotros, cómo han sido estos dos meses que ha durado su ausencia casi completa, despegado de todos por voluntad propia, sin llamadas telefónicas ni mensajes por Internet. "Si me ocurre algo, ya se ocupará la Embajada de informaros", asegura. Poco a poco comienza a hablar, sin contar anécdotas, como si él hubiera sido un mero espectador ante una gigantesca pantalla de cine de 360º. Cierra los ojos y su dedo se mueve como un avión por la atmósfera de la Tierra. China: La mayor dificultad, el idioma. Muy pocos hablan inglés y el chino es complicado de aprender.  Sería muy fácil conseguir trabajo como personal especializado en tornear y diseñar piezas, de moto o de cualquier otra cosa que fuera necesario. Su maquinaria es muy mala, mucha holgura, poca precisión; pero parecen no exigir más. Lo que para ellos es bueno, produciría una úlcera de estómago en todos mis hermanos.

Corea del Sur. Paradójicamente, dice, es el país al que más nos parecemos. Trabajan con una precisión y exactitud igual o superior a la nuestra. La gente es bastante culta. Hablan muchos inglés. Lo único que no le ha gustado es el sistema educativo que tienen, dice que los niños parecen alienados. Creo que tampoco le han gustado las mujeres de Corea -algo muy importante para él, que le duran las novias un mes o mes y medio-. Asegura que en un principio son llamativas, muy femeninas y dulces; casi adolescentes quinceañeras, aunque tengan 40 años, a las que quieres proteger; pero que al cabo de una semana echas en falta el carácter firme y las curvas contundentes de una europea.

Japón: es el país al que a mí me gustaría ir, pero mi hermano ya lo ha descartado -a Guille tampoco le gusta por el idioma-. Comunicarnos con los japoneses no sería difícil. Muchos hablan inglés e incluso algunos español. Si tienes trabajo, tienes seguro médico, cosa que no ocurre en el resto de países. Se trabaja con precisión, aunque no se llega a los extremos que en Corea. No le ha gustado los terremotos (de nada ha servido decirle que, de sufrir un terremoto, en ningún otro lugar se está más seguro que en un edificio japonés), no le gusta la sumisión a la que están sometidas voluntariamente las mujeres ni el extraño comportamiento de los hombres.

También ha estado en Argentina y en Chile. De momento creo que va ganando en sus preferencias Chile. Es en el único sitio donde encontró trabajadores españoles que no dieran la sensación de estar un poco encarcelados en país ajeno. 

martes, 25 de septiembre de 2012

Historias en blanco

Guille, entrajetado y circunspecto, es una especie de ogro o trol para los niños pequeños. Les da miedo. Tal vez porque les recuerda a un médico, y los niños, por muy poca edad que tengan, listos que son, saben que los médicos hacen daño.

Esta mañana volvíamos de una reunión de trabajo con unos clientes y al pasar por los soportales de la calle Agustina de Aragón, encontramos a un niño, de unos tres o cuatro años, que hacía pompas de jabón bajo la atenta mirada de su abuelo. Nos sumergimos en la nube de pompas y Guille, que no sabe resistirse a la tentación cuando tiene a un crío cerca, fingió que cada una de las pompas le hacía daño al chocar con ellas. El niño, asustado, fue a refugiarse tras su abuelo, aferrándole de una pierna, abrazado a ella como si ese miembro fuera una columna y el único parapeto que lo salvara del peligro. El gesto de cobardía hizo soltar una carcajada al hombre, aunque el agua jabonosa estaba manchándole los pantalones.

El mismo gesto lo recuerdo en mi sobrina. Desde que estuvo hospitalizada por una gastroenteritis con dos años, sentía pavor de las personas vestidas con bata blanca. Íbamos a la farmacia o a la carnicería, y ella se abrazaba a mi pierna con una fuerza que me cortaba la circulación. Es difícil recordarla ahora, ya con 12 años y a punto de alcanzar en altura a mi madre,  tan medrosa, tan pequeña, tan desprotegida.

La evolución nos ha diseñado para sentir el deseo y la necesidad de proteger a los niños, a los propios y los ajenos. Nuestro mayor miedo es que algo malo les suceda, y uno de nuestros principales fines, que avancen y evolucionen hasta convertirse en adultos. Por eso es tan complicado de comprender para las mentes sanas, cómo, al transformarse el amor de un hombre por una mujer en odio, su venganza fuera matar a sus propios hijos.

martes, 18 de septiembre de 2012

The big father (¿Un mundo feliz?)

Antes de irnos unos días de vacaciones, estuve ayudando a un antiguo jefe a limpiar la oficina de su casa. Necesita el cuarto para alquilarlo a un estudiante. Picos de pato, cangrejos, paralés, escuadras, cartabones, estilógrafos... planos en papel vegetal, tan quebradizos que se adivina el paso del tiempo, de mucho tiempo, y la sensación de estar ante una antigüedad valiosa; fotocopias que conservan el olor a amoniaco... Plantillas de muebles y sanitarios... La yema de los dedos se ennegreció por culpa del polvo que se había acumulado en meses, o en años.   Eran cosas que nadie había utilizado desde casi cuando nací (con exactitud, desde que yo tenía cuatro años). En un mueble donde se guardaban los planos vegetales, con muchos cajones, muy delgados, las fecha más reciente era del 1985 (otro siglo y otra forma de trabajar). 

Mientras guardábamos en cajas o metíamos en bolsas de basura los objetos, mi antiguo jefe (en realidad, mi maestro -por lo que aprendí de él-), me iba explicando cómo se trabajaba antes. Un hotel con 332 habitaciones iguales, 10 suites y 110 habitaciones individuales. Hubo que dibujarlas una por una. Primero se hizo en papel semi-vegetal, luego se pasó a vegetal. Más de un mes de trabajo. Ahora se haría en un día, dos a lo sumo. Las fachadas, más de 500 ventanas; por fortuna bastante limpias de adornos. Tuvieron que dibujarlas todas (calcándolas de un solo original). Hoy, utilizando el comando "matriz" del AutoCad (programa para dibujar planos), se haría en unos dos minutos.

Puede que los planos antiguos, los que se hacían a mano, tuvieran más encanto, fueran más bellos por su imperfección, y graciosos, con esos trazos que se prolongaban unos dos o tres milímetros por encima del encuentro de varias líneas para evitar pegotillos de tinta. Nadie nos recrimina por utilizar los programas de ordenador para conseguir la perfección y la facilidad de nuestro trabajo.

Guille tiene algunas dioptrías sólo en el ojo derecho (el otro lo tiene bien) y para él es un engorro utilizar gafas (principalmente por que hace mucho deporte). Se quiere operar y estuvimos preguntando. Nos tranquilizó saber que el ultimo proceso, el del limar su cristalino para que pueda ver bien, lo hace una máquina.

Las máquinas son mucho más perfectas que las personas. No tienen temores ni sentimientos que las entorpezcan en los momentos más críticos. No se altera ante una situación grave y son tan ecuánimes e imparciales como "nosotros" las hayamos programado para serlo. Tampoco tienen "amigos" ni preferencias por favorecer a un grupo determinado de personas.

Mi madre suele repetir, siempre que la tecnología le sorprende: Si mumá Dolores (su abuela) levantara la cabeza... Lo dijo ante el microondas, ante la vitrocerámica, ante su primer ordenador (heredado)... Cosas tan cotidianas como darle a un botón y que tengamos una superficie caliente para preparar los alimentos, no hace mucho se podía considerar un milagro.

Avanzamos, y no pensamos que las máquinas se estén apoderando de nuestras vidas, si no que nos facilitan el trabajo. Jugamos con ellas al ajedrez y confiamos más en sus resultados para el cálculo de una estructura que en los salidos de una mente humana. ¿Por qué no permitirles también nuestro gobierno? ¿Sería tan complicado? Programas que decidieran, entre las posibles variables a un problema, cuál sería la más beneficiosa para los humanos. Regularían los impuestos, serían ecuánimes, imparciales, no requerirían sueldos millonarios cuando se jubilaran, y nunca se fundamentarían en las tendencias políticas de un signo u otro. ¿Habría habido crisis económica en ese caso? Si realmente todo se deriva de la burbuja inmobiliaria, el programa no habría aceptado dar licencias de obra para segundas viviendas, ni habría permitido que se construyeran hoteles de 200 habitaciones en pueblos que no alcanzan a los 1000 habitantes.

La literatura y el cine nos ha enseñado a tener miedo de ese tipo de gobierno; y supongo que yo, de no encontrarme un día y otro con las consecuencias de esta crisis, también lo consideraría una aberración.


martes, 11 de septiembre de 2012

Solos ante el peligro

Mis pies son un asco. Son así de nacimiento. El dedo pequeñito es más grande que el anterior a él y el que equivaldría al índice en las manos, más largo que el gordo (unos pies nada sensuales). También están llenos de durezas como consecuencia de caminar y correr más de 40 kilómetros a la semana. Durante un tiempo intenté cuidármelos. Utilizar sólo calzado comprado en ortopedias (me lo aconsejó mi primo podólogo); pero únicamente conseguí gastarme un dineral en calzado y llevar zapatos salidos de la imaginación de quien odia la belleza (seguro que es una enfermedad mental muy común -se lo tengo que preguntar a mi tío Fermín-).

Los pequeños o grandes incidentes ocurren a mi alrededor y suelen rozarme como mucho, sin darme de lleno. El primer año que viví en Barcelona hubo un brote de salmonelosis debido al aire acondicionado de un edificio de oficinas. Por fortuna, todos los infectados, más de diez, se recuperaron. Cuando mi madre llamaba preocupada por las noticias que escuchaba en la tv, yo le aseguraba que Barcelona era muy grande y que eso ocurría en el otro extremo de la ciudad, cuando en realidad mi vecino del apartamento de arriba y el de abajo, estaban enfermos. Durante el primer año de la carrera, unos amigos salieron de juerga un fin de semana. Yo me excusé de ir con ellos en el último momento. Iban cinco, dos  se metieron en una pelea y los detuvieron a todos. El fin de semana perdido en un calabozo de la policía y todos los padres al borde de un ataque de nervios (pueden hacerlo, te pueden retener con una causa aparente remota y luego soltarte sin pedirte perdón si quiera)...

Hace pocas semanas Mercadona retiró una serie de productos de su marca blanca (Deliplus). Al parecer mezclaron dos sustancias que juntas, son cancerígenas. Yo utilizaba mucho la crema antisequedad para los pies.  Aseguran que los productos no son dañinos, que la cantidad de esas sustancias, son mínimas.  Pero, preguntas:

  1. Si no son dañinas, ¿por qué las retiran? El gasto ha debido de ser bárbaro. Sólo a mí me han devuelto más de cinco euros -los aproveché para ir a Aromas -tienda de cosmética que está en la misma acera que Mercadona, y comprar un body milk de la marca Nivea porque ya no me fiaba de las marcas blancas de los supermercados-. 
  2. ¿A qué llaman cantidad mínima? ¿Es acumulativa? Por que yo he utilizado durante, como poco, cuatro años la crema para hidratar los pies, todos los días. Algunos, dos o tres veces. 
  3. ¿Y si nos ocurre algo a los consumidores?¿Cómo demostrar que ellos son los culpables? En el ambiente hay cientos de productos cancerígenos. Por eso debemos evitar estar en contacto con más, porque así aumentamos la probabilidad de enfermar. 
  4. Y, la más importante: ¿Los productos no pasan un sistema de seguridad y calidad antes de ser puestos en el mercado? ¿Cómo han podido tardar tanto en descubrir el error? ¿Estas empresas tan importante no tienen personal especializado que impida semejantes meteduras de pata? 
Si el ministerio de Sanidad  no nos protege, ¿quién lo hace? Puede que sea como dice mi madre: "No ocurren más cosas porque Dios no quiere"

martes, 4 de septiembre de 2012

Puntas de flecha envenenadas con estulticia

El amor no llena el mundo de ciegos, si no de tontos. De no ser así, sería imposible dar explicación al extraño comportamiento que es aceptado por las parejas de algunas personas. La casualidad ha hecho que en poco tiempo me tope con tres de ellas. A pesar de los muchos avances sociales, los papeles del hombre y la mujer aún están claramente diferenciados en algunos círculos, sobre todo para quienes piensan que el pasado siempre fue un tiempo mejor. El machismo sobrevive, avivado principalmente por algunas de nosotras.

El primero de estos personajes con el que me topé, es el marido de una de mis primas.  Su físico, una preñez de 12 meses, ya delata el esfuerzo que hace a lo largo de los días, las semanas, los meses.... El horario de mi primo político, según conocimiento de primera mano de mi tía (aunque supongo que algo distorsionados por la inquina) es el de un adolescente en los días lluviosos de verano: madrugar poco, ponerse delante del ordenador durante horas y horas y no dar palo al agua, hasta que se acuesta ya de madrugada... y vuelta a empezar.  Cuando llega a casa mi prima, después de más de 8 horas de trabajo en una farmacia de las afueras y una hora de viaje, tiene que ocuparse de todos los quehaceres de la casa y de preparar la cena y la comida para el día siguiente. Se ampara en la crisis para justificar su imposibilidad de encontrar trabajo. Creo que no siente la necesidad de justificarse ante nadie por obligar a mi prima a llevar todo el peso de la casa.

Segundo personaje: el marido de la hermana de mi cuñada. Ella está embaraza de ocho meses y medio y, como en el caso anterior, también es la única que trabaja en la pareja El marido parece un poco más capaz que el anterior, pero, mientras que ella ha tenido que ir pidiendo cosas para el bebé a unos y otros por no llegarle el presupuesto, el marido presume en el facebook de haberse comprado unas zapatillas de deporte de más de 200 € y una bicicleta de montaña con chasis de carbono.

Nuestra antigua aparejadora de Barcelona. Está en esa edad en la que sus compañeras de facultad y amigas de la infancia están ya divorciadas y en busca y captura del segundo marido. Un grupo de ellas han conseguido una oferta para pasar una semana completa en Benidorm y ella, aunque está felizmente casada, ha decidido ir. Está molesta porque el marido se lo ha reprochado.

Hay mentes que, a pesar del ímprobo esfuerzo que hago, no consigo comprender. 

jueves, 30 de agosto de 2012

¿Qué hemos hecho para merecer esto?


¿Que carecen de toda empatía? ¿Que no tienen un ápice de conciencia social? ¿Que son infantiles? ¿Que no están preparados para la labor que desempeñan? ¿Que son unos bocazas? ¿Que empeoran sus meteduras de pata con las supuestas explicaciones? ¿Que deberían dejar sus cargos? ¿Que están cobrando por unos trabajos que no están ejerciendo? ¿Que son unos tocapelotas? ¿Que están más guapos callados? ¿Que no son conscientes de lo que ocurre en este país en la actualidad? ¿Que son unos egoístas? ¿Que deberían correr la misma suerte que un parado de larga duración?...

En realidad era una adivinanza sin una respuesta fija. Que cada uno escoja la que prefiera o proponga una nueva. 

martes, 21 de agosto de 2012

Días de pereza y playa

La muerte de Nico, un viejo amigo de mi padre, me llegó a la par que en el libro que estoy leyendo moría la niña pequeña del personaje principal. Me informó mi madre. Ella es muy cumplidora socialmente, pero siempre con intermediario. No hay funeral de conocido o amigo al que no haya enviado sus condolencias, o bautizo, boda o comunión al que no haya mandado un regalo y sus parabienes, pero siempre por medio de alguno de nosotros (mis hermanos o yo). Nico vivía en Cádiz desde que dejó el ejercito, y no me importó conducir hasta allí (a Guille le interrumpí la siesta, y lo dejé dormir durante todo el trayecto porque imaginaba un velatorio interminable). Salimos a media tarde, y aunque el viaje son sólo cuatro horas escasas, llegamos de madrugada porque, ya en Cádiz, paramos a cenar y prolongamos la sobremesa recordando a otros muertos, muchos más en la memoria de Guille porque es voluntario en una asociación de distrofia muscular, aunque, por fortuna para él, pocos familiares directos. 

¡Qué desosiego me produce Cádiz! Todo se alía para que la ciudad parezca mucho más vieja y descuidada de lo que es en realidad. Su ubicación geográfica hace imaginar una vivienda aislada cuyas ventanas permanecen abiertas durante todo el año. El salitre del mar descascarilla la pintura y los enfoscados de los edificios. Heridas de guerra incluso en los pintados recientemente, ladrillos que han quedado al descubierto o plaquetas de zócalos que han saltado. 

Interrumpimos el descanso y la relajación de los pocos que habían quedado en el tanatorio. La esposa, las dos hijas, el novio de una de ellas y el marido de la otra. También había una señora de mediana edad (creo que hermana del difunto) pero a ella, que dormía profundamente cuando llegamos, no la alteramos. Fue suficiente con dar el apellido de mi padre para que supieran quién era yo. Besos, alegría fingida -o real- por el reencuentro y la sorpresa de mi transición de una marimacho a una señorita (en realidad nunca he sido ni lo uno ni lo otro). 

A las tres estábamos paseando por la playa, a las tres y media, Guille se caía de sueño. Conseguimos habitación en un motel. Puede que mi memoria sea compasiva o que me esté volviendo tiquismiquis con la edad, pero creo que nunca he pisado lugar más cutre. Una cama, que parecía enorme, ocupaba casi la totalidad del dormitorio (cuando estuvimos acostados comprobamos que la impresión era falsa, la cama era de matrimonio, convencional). La única mesilla de noche era un tablero de aglomerado forrado con plástico que fingía madera, pegado a la pared con un par de bisagras. El armario, el hueco que dejaba un pilar mal colocado, tan estrecho que la ropa había que colgarla en paralelo respecto a la puerta, no ortogonal, como suele hacerse. El cuarto de baño sí estaba bien, más grande, incluso, que el dormitorio.

A pesar de parecernos tan incómodo, al final nos quedamos cuatro días y sus noches. Durante este tiempo no hemos hecho prácticamente nada (descansar). Con sólo el netbook y la conexión del pinganillo a Internet, daba pereza hasta mirar el correo.