martes, 30 de julio de 2013

Frenética

Hacía tiempo que no me ocurría y hasta hoy no me he dado cuenta que lo echaba en falta. Esta mañana ha sido de locos. Tener que utilizar los dos teléfonos a la vez mientras enviaba correos electrónicos con la tablet y hacía cola en el supermercado. La mañana empezó temprano, a las seis y media, cuando Guille me envió unos planos topográficos donde debía replantear una vivienda. Lo había intentado a lo largo de la noche, pero no le daba tiempo y la necesitaba para antes de la diez. Le siguió, cuando aún no había terminado lo de Guille, la necesidad de un cliente de tener una documentación para antes de la semana que viene (y el colegio de arquitectos de Granada cierra todo el mes de agosto). Luego hubo más... y más... Llegó la hora de comer sin que apenas me diera cuenta, como si me hubiera quedado dormida y el sueño se hubiera tragado el tiempo. Estaba acelerada y me costó mucho volver a la tranquilidad. Fue cuando me di cuenta que echaba en falta esas mañana frenéticas de mucho trabajo donde es necesario hacer dos o tres cosas a la vez y el tiempo se evapora porque no hay ni un segundo para percibir cómo transcurre. Mañana será parecido, para empezar tengo que ir a los juzgados y luego al colegio de arquitectos y a los otros juzgados (en Granada están los de Plaza Nueva y los de La Caleta); pero seguro que en cuanto el mes de agosto avance unos días, todo volverá al aburrimiento y la monotonía.


domingo, 28 de julio de 2013

El hombre de la camiseta roja

Los héroes reales no tienen superpoderes. Si sus manos tocan los vidrios rotos o las aristas de las chapas, se cortan. Si cargan pesos, sus espaldas se arquean. Si trabajan durante horas, se agotan. Y cuando todo ha pasado, si cierran los ojos, tendrán pesadillas por lo que han visto. Pero, a pesar de ello, siguen adelante y gracias a su esfuerzo muchos de los que estaban destinados a morir, viven. 










viernes, 26 de julio de 2013

El largo viaje

Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales. 

Miguel Delibes

Unos zapatos marrones muy parecidos a los que mi padre utilizaba con su uniforme de paisano (porque mi padre siempre iba uniformado), ese fue el billete de mi primer viaje sola en tren. Tenía tres años y el trayecto no pasó de los cuatro kilómetros: desde Bobadilla Estación a El Apeadero. En un lugar donde no existían cines, ni centros comerciales y cuyo bar más frecuentado se llama cantina y está lleno de soldados, ir a ver salir los trenes era todo un acontecimiento. Nos llevaba mi padre y mientras compartíamos alguna bolsa de frutos secos sentados en uno de los bancos destinado al descanso de los pasajeros, nos hablaba de cuando los trenes funcionaban con carbón, de trenes que habían sido famosos o de películas o libros cuyas historias transcurrían en el interior de un tren.



La primera parte de mi vida estuvo muy ligada a los viajes en tren; supongo que pricipalmente por vivir en un pueblo cuyo apellido es Estación y también porque mi madre siempre odió conducir. Exceptuando aquél accidentado viaje a mis tres años de edad, en los que me colé en el tren que estaba a punto de partir persiguiendo unos zapatos marrones que creía eran los de mi padre, sólo en una ocasión, en muchísimos kilómetros hechos a lo largo de las vías, sufrimos un pequeño percance. Íbamos de Bobadilla Estación a Málaga en un vagón muy viejo con asientos de plástico que se quedaban pegados a la sudorosa piel desnuda de los muslos y cuyos respaldos se podían mover para ir sentados en el mismo sentido que el avance del tren o el contrario. A la salida de un túnel una piedra impactó sobre un cristal y lo desmenuzó, pero sin fragmentarlo; cayó sobre un par de viajeros como si fuera una manta. Prácticamente salieron ilesos.

Me sigue encantando viajar en tren. Es mi medio favorito para llegar a Barcelona. Te montas por la noche en el Hotel-Talgo y apareces por la mañana a pocos kilómetros de casa, después de haber dormido mecida por el suave traqueteo de los vagones. Sé que es un medio seguro para viajar porque las estadísticas lo confirman. Lo que me cuesta mucho comprender es cómo precisamente quienes deben afianzar esa seguridad en los viajeros -los presidentes de Renfe y Adif- son quienes precisamente están enturbiando la confianza de todos, primero, haciendo ver que el maquinista del tren accidentado en Galicia era un auténtico kamikaze y segundo, haciendo que todo la culpa recaiga sobre él. En el mismo tramo, ¿qué habría ocurrido si el conductor hubiera sufrido un desvanecimiento? Las consecuencias habrían sido las mismas.

Ahora, lo que los usuarios del ferrocarril necesitamos, para no tener que persignarnos, aún siendo ateos, cada vez que vayamos a hacer un viaje, es que estos dos señores que con tanta perfidia se lavan las manos, den la cara y afirmen que harán test psicológicos a los conductores de las máquinas y, sobre todo, confirmen que se pondrán medios mecánicos para impedir que en tramos peligrosos dependa únicamente de una persona el que el tren no vaya a velocidad superior a la permitida.

jueves, 25 de julio de 2013

Casas de ensueño

Guille dice que uno de los días más felices de su infancia fue cuando se mudaron de casa y su padre (no biológico) y él montaron el Scalextric en la cocina y el salón, aprovechando que se comunicaba con dos puertas, y estuvieron jugando toda la tarde. Luego ya no pudieron hacer lo mismo porque la casa estaba ocupada por los muebles y, sobre todo, por una madre que exigía un estricto orden. Cuenta que durante muchos años su principal sueño fue tener edad para poder independizarse y comprar un piso enorme donde poder colocar un Scalextric semejante al que montaron su padre y él. Asegura que esa etapa de vida ya pasó hace mucho, pero estoy convencida que aún hoy sería feliz si pudiera colocar el Scalextric en toda la casa y jugar como un niño (aún lo conserva y fue un regalo muy socorrido -un coche o unas cuantas piezas- en las primeras ocasiones que necesité regalarle algo, cuando aún no lo conocía bien). 

Mis libros están desperdigados. Tengo en casa de mi madre, en la casa de Barcelona y aquí, en Granada, donde vivo actualmente. Sería imposible juntarlos todos por falta de espacio, aunque parte del salón de Barcelona está destinado exclusivamente a ellos (la biblioteca, llamamos pomposamente a ese rincón de la casa).  Se amontonan en estanterías metálicas y de madera, como si se tratara del almacén de una tienda o un economato -palabra robada a mi madre-. A veces, mientras dibujo, se me va la bola y diseño en las casas que estoy proyectando, una biblioteca. Me la imagino tipo antigua, pero cómoda. Las paredes, desde el techo al suelo, forradas de libros, dos alturas, con pasillos a los que se accede con escaleras de barco. Todos los libros a la vista y accesibles. 



En el siglo XIX, H.H. Holmes consiguió construirse su casa de ensueño en Chicago. La convirtió en un hotel donde fueron a parar, desafortunadamente, muchos de los visitantes a la Exposición de 1.893. Una de las habitaciones para los huéspedes era una cámara de gas con varias mirillas desde las que Holmes podía observar qué ocurría en el interior. Desde esa misma habitación se tenía acceso a diferentes trampillas y toboganes que permitía descender al huésped difunto o simplemente mareado por el gas, hasta el sótano del hotel donde existían cubas llenas de ácido o cal y una habitación destinada a la tortura. Se sospecha que el Dr. Holmes asesinó a más de 200 personas. 






martes, 23 de julio de 2013

... de perogrullo

Injusticias que son de perogrullo y, sin embargo, no hacemos nada por arreglarlas:

La religión y las mujeres. Las mujeres estamos discriminadas ante cualquier religión, en lugares supuestamente civilizados como España donde predomina el catolicismo, es imposible que una mujer acceda a un puesto importante dentro de la cúpula del poder de la Iglesia, y la única razón es la tradición: siempre ha sido así y así deberá seguir siéndolo.
En lugares donde predomina la religión musulmana, la situación es aún peor, sobre todo porque se suele mezclar la justicia y las costumbres religiosas. Considerar a la mujer como un ser inferior permite que a una mujer se la encarcele por haber sido violada.

Las monarquías. Tenemos la obligación de mantener y mimar a una seria de personas por el mero hecho de haber nacido en determinada familia. ¿No somos todos los españoles iguales? Y para colmo, la familia real española ni siquiera sabe hacer correctamente su trabajo: choriceo, divorcios, cuernos...

El cachondeo de la justicia. El caracortón del presidente del Constitucional considera que no infringe ninguna normativa por ser militante del PP. Esa opinión lo hace merecedor de recibir las yoyas necesarias para que los pelillos de la nuca se le salgan por las narices. ¿Sería justo que un arbitro pitara un partido entre el Madrid y el Barça con la equipación de alguno de ellos bajo el uniforme negro? Y, ¿quién va a pagar los nuevos juicios que habrán por culpa de las recusaciones que han permitido (y obligado por saberse que el juez no era imparcial) por su militancia en un partido político?

El cachondeo de la política. El gobierno enlodado hasta la coronilla con el caso Bárcenas, y la mitad del país aún pensando que todos son iguales. ¿Tiene alguien esperanza de que ocurra algo después de que Rajoy explicaciones sobre el extesorero el día 1 de agosto? 

lunes, 22 de julio de 2013

Del desamor

¿Se puede amar a dos personas a la vez? Pere está convencido que sí, aunque su experiencia le debería haber enseñado todo lo contrario. Él y Ray, como quiere que lo llamemos ahora, se divorcian. Ray asegura que es por las largas separaciones, sólo están juntos seis meses al año. Pere dice que es culpa de una tercera persona. Por un momento, cuando lo comentó, temí que se refiriera a Guille. Al parecer Ray encontró quien ocupara el hueco que él dejaba en la cama (y en su anatomía); pero han sido ya tantas separaciones de amigos y familiares, que no suelo creer lo que los divorciados cuentan de sus exparejas. Sea como fuere, Pere aún ama a Ray y dice que no le importa compartirlo. ¿Es eso realmente amor? Yo jamás querría compartir a Guille con nadie. Pero, ¿podría dejar pasar un día y otro sin verlo?

jueves, 18 de julio de 2013

Señor de parto

Qué extraña es la gente. Hay un chaval, o puede que sea un señor, que se pasea por el barrio gritando a pleno pulmón; es un grito de dolor, como si le estuviera mordiendo el escroto un perro rabioso o le atravesaran el ojo con un pincho incandescente. Desde mi azotea no lo veo porque pasa por debajo de los pasadizos del edificio de enfrente (probablemente el edificio más feo de toda Granada y con una evidencia de exceso de edificabilidad que es inevitable preguntarse cuánta pasta soltó el promotor para que le permitieran semejante barbaridad). El chaval pasa un par de veces al día, sin horario regular.  Una vez por la mañana y otra por la tarde. Siempre emitiendo el grito de dolor. El primer día me asustó mucho. Pensé que era alguien que sufría de verdad. Ahora ya no, pero cuando lo escucho corro a la azotea y me asomo porque me gustaría saber quién es. Mi madre lo escuchó hace unos días, lo tachó directamente de loco. Mi hermano, que también lo escuchó mientras hablábamos por teléfono, supuso que era una especie de cobrador del frac, pero más refinado y porculero.  Lo que me pregunto, además de quién es y por qué lo hace, es cómo es posible que no se desgañite.


miércoles, 17 de julio de 2013

Atrapada

Hoy ha tocado hacer tres finales de obras en Álora, un pueblo de Málaga. Eran infraviviendas a las que la Junta de Andalucía dio una subvención hace tres años para reparar lo más imprescindible. A una se le arregló la cubierta, a otra se le añadió un cuarto de baño interior y a la otra, se le parcheó lo más básico, aunque lo que realmente necesitaba era tirarla abajo y construirla de nuevo. Las obras de las tres viviendas se habrían podido haber terminado en tres meses, pero se ha tardado tanto porque dependían de un único albañil que prácticamente les ha regalado su trabajo y, sobre todo, su tiempo. Una de las cosas que quedó por hacer en la vivienda que estaba en peor estado, era cambiarles las puertas exteriores (tenía dos, una delantera y otra que da a un patio). Ambas puertas son las que antes (mitad del siglo pasado, durante el franquismo) se solían poner en las viviendas sociales (las de VPO), pero en el interior, por su mala calidad: dos paneles de madera unidos entre sí por un entramado de cartón. Sé perfectamente cómo está compuesta porque una de las puertas, la principal, estaba completamente destrozada. La dueña de esa vivienda, una señora de unos 50 años, delgada y ágil, se cayó cuando iba a acostarse, al tropezar con un mueble. Se rompió la cadera. No podía moverse. Pasó toda la noche tumbada en el suelo y sufriendo grandes dolores (no tiene vecinos cerca). Por la mañana, cuando el panadero (reparte el pan en una furgoneta), llegó a su casa, le gritó, y el hombre, que al parecer es del tipo toro, tiró la puerta de un sólo empujón (la desintegró). Diez días hospitalizada y una operación. Ahora la mujer está recuperándose en la casa de una vecina y cuenta lo ocurrido como si se tratara de una anécdota divertida, sin rencor contra la vida y lo que le ha tocado sufrir. 

martes, 16 de julio de 2013

La fuerza de la gravedad

Con lo feliz que yo era disponiendo de tiempo libre para leer, tumbarme a la bartola sin hacer nada, pasear por esta ciudad que, aunque sea tan pequeña que se puede recorrer a pie de un extremo a otro sin jadear, siempre hay rincones por descubrir porque es como un laberinto capaz de ocultar lugares que pueden estar tan cercanos, entre el cielo y la tierra, a la altura de la vista o la de un pájaro, que es una sorpresa no haberse topado con ellos antes. Hoy me han robado casi todo el tiempo libre del que disponía. El nuevo constructor que ha venido a sustituir al que solía hacer las casas unifamiliares en algunos de los pueblos de la costa granadina, en concomitancia con el aparejador de esta misma zona, ha decidido que las obras no necesitan tantos hierros. Ha hecho sus propios cálculos omitiendo los coeficientes de seguridad y la posibilidad real de que exista en esta zona un terremoto de mediana intensidad. La gente no suele creer en lo que no ve. La fuerza de la gravedad, aunque sea tan evidente y fácil de demostrar, no se palpa: el dinero de esos hierros que no se colocan en la obra, sí se toca. 

lunes, 15 de julio de 2013

Bichos

La señora del bajo con el síndrome de Diógenes se ha marchado esta mañana y esta misma tarde los hijos han venido para limpiar el piso. Se les nota bastante avezados en la labor de dejar impoluto lo que parecía un contenedor de basura gigante. Venían preparados con mangas largas, guantes, detergentes... y mucho insecticida que han rociado a mansalva al mediodía. El hedor a producto químico subía por el hueco de escalera hasta mi piso. Cuando bajé después de comer -en lugar de dormir la siesta, como Dios manda-, para ir al supermercado, encontré un ejército de cucarachas y otros insectos muertos, con las patas para arriba y quietos como hojas secas en otoño -era el ruido que hacían al pisarse: algo rígido y frágil quebrándose bajo el peso de mis pies: crack, crack, crack...-. 

Sin perdón

El día de ayer empezó muy, muy, muy temprano. A las seis y media de la madrugada (de un domingo) mi cuñada me llamó por teléfono. A esas horas imaginas lo peor. Los pocos segundos que tardé en espabilarme y responder, dan para imaginar mucha catástrofes personales. Estaba histérica (pero no es necesario que ocurra algo grave para que ella se ponga a gritar como una poseída). Mi cuñada estaba pasando la noche en el piso que su padre tiene en el Zaidín porque mi sobrina está de campamento, mi hermano de viaje de negocios y a ella le da miedo quedarse sola en la casa que tienen en Cullar (cosa que a mi sobrina no le ocurre). El padre dormía en la casa de la novia. Me contó que a las seis y pico de la madrugada llamaron al portero automático. Se despertó y pensó que era un grupo de gamberros y/o borrachos y no les hizo caso. Volvieron a llamar, esta vez con más insistencia y se asomó a la ventana, con la intención de echarle un bullón (palabra propia de mi cuñada que significa echar una bronca muy grande) pero se dio cuenta que eran dos guardias civiles. Bajó en pijama (el Zaidín, un barrio de Granada, es casi como un pueblo, es muy normal ver bajar la basura o pasear al perro en pijama). Preguntaban por su padre, como no estaba, no quisieron informarle de por qué habían ido a buscarlo. En cuanto se fueron los guardias civiles, le entró la histeria (la imaginación sin razonamiento, es muy mala). En lugar de llamar a su padre, como hubiera sido lo sensato, me llamó a mí. Al cuarto de hora estaba con ella, y con una docena de vecinas que se habían congregado a su alrededor. Una punzada de celos. Le habían llevado tila para tranquilizarla, le abanicaban, le hacían mil sugerencias para quitarle de la cabeza la idea de que su padre estaba tirado en una cuneta después de haber sufrido un accidente...

Accidente lo hubo. Nos enteramos una hora más tarde. Pero lo tuvo el hijo de la novia del padre de mi cuñada, y no él. Le dejó el coche. El hijo de la novia bajó a la playa con un grupo de amigos, se emborrachó y cuando volvían, estrelló el coche contra un camión que estaba aparcado. Por fortuna, nadie salió herido. Pero, en lugar de asumir las consecuencias, se dieron a la fuga.

Fue curioso ver la reacción de mi cuñada cuando se reunió con su padre a la hora de comer: le golpeaba porque le había hecho pasar un gran susto y le reprochaba que le hubiera dejado el coche al hijo de la novia y nunca se lo deje a ella porque la cree una inconsciente conduciendo; lloraba con desconsuelo y, a la vez, lo abrazaba y daba besos porque estaba en perfecto estado cuando lo había imaginado muerto pocas horas antes. 

viernes, 12 de julio de 2013

La colmena

Ahora que el curso universitario ha terminado, con la marcha de los estudiantes a sus casas y en las ventanas y barandillas de los balcones han proliferado los carteles de SE ALQUILA, me doy cuenta que este edificio es, principalmente, de gente que está de paso. Incluso la señora del bajo, la que tiene el síndrome de Diógenes, se marcha dentro de unos días. Los hijos le han encontrado un piso en el Albaicín, en una de esas calles tan escarpadas con pavimento desigual de cantos rodados. Piensan que así tendrá más difícil arrastrar todos los trastos inútiles que suele acumular en su casa (microondas, muebles viejos... cualquier cosa que pueda cargar en el armazón de un carro de la compra). También, por fortuna, se ha ido un estudiante cuyo entretenimiento era tocar el trombón, trompeta o la corneta (imposible distinguir el instrumento en los hirientes gemidos que llegaban hasta mi casa por el patio de vecinos). 


jueves, 11 de julio de 2013

El enemigo fiel

A Ludovico Pérez se le conocía por El Nieto de El Tuerto desde que su abuelo murió de estreñimiento. El Tuerto, solían abreviar, era un apodo muy contradictorio para quien tenía el ojo más certero de todo el pueblo ante la mira de una escopeta. En sólo un año acabó con las perdices, torcaces, palomas y patos del coto de don Héctor; pero él tardó en darse cuenta porque era poco aficionado a matar seres vivos. Si tampoco le hubiera gustado matar el tiempo, Ludovico y sus hijos jamás se habrían conocido. Uno de los primeros días lluviosos de otoño Héctor-hijo, Isadora, Jacinta y Lorenzo se encontraron frente a un adolescente que parecía un adulto, vestido con un traje del que era dueño alguien mucho peor alimentado que él y empapado de pies a cabeza. Parece que papá nos ha traído una nueva mascota, con estas palabras Lorenzo aprendió que las mascotas pueden romper narices y hacer mucho daño. Desde ese momento Ludovico y Lorenzo prometieron odiarse de por vida, y cualquiera habría podido jurar que lo cumplieron satisfactoriamente. En los meses que compartieron profesor, no se dirigieron la palabra ni compartieron juegos. Era muy diferente con el resto de hermanos: todos tenían algo afín con Ludovico y disfrutaban juntos. Aquellas clases, que pretendía ser un castigo por haber diezmado la diversión de los amigos de don Héctor en su coto, terminó convirtiéndose en un juego para el muchacho y un suplicio para el profesor porque el cerebro de su nuevo alumno era tan árido a cualquier conocimiento abstracto que a menudo se imaginaba abriéndole el cráneo para incrustarle directamente las ideas.

Lorenzo siempre supuso que las catástrofes y cataclismos ocurrían en mitad de la noche, de un temporal o de la más impenetrable de las oscuridades. ¿Quién iba a imaginar que un luminoso día de julio podía apestar a pólvora y amenazar esa monotonía que el muchacho solía maldecir por llenarlo de aburrimiento? Pronto aprendió a añorarla. En cuanto el pueblo fue tomado por los sublevados, los nacionales, como se llamaban ellos; y el padre tuvo que huir a Madrid por culpa de sus tendencias políticas y su hermano mayor apresado y llevado a Sevilla (como si las ideas fueran hereditarias). Lorenzo asistía a cuanto ocurría a su alrededor abrumado. La mayoría de las veces sólo era necesario que un dedo enemigo señalara a una futura víctima y la acusara de traición para que la apresaran y convirtieran en un fantasma del que era imposible conocer el paradero.

A nadie extrañó que Ludovico, acostumbrado a cazar animales, también cazara personas cuando los responsables de la Junta de Defensa Nacional le pusieron un arma en la mano y se lo ordenaron. Era como un sabueso, parecía ser capaz de olfatear el miedo. Entraba en una habitación, echaba una ojeada y señalaba exactamente dónde se escondía el acusado. Era tan efectivo, que tuvieron que contratar al notario del pueblo como juez para que ningún prisionero se pusiera ante el paredón sin la pantomima de un juicio.

Lorenzo apenas ha tenido unos minutos para esconderse entre la paja del granero. Homosexual, es la acusación; el acusador: alguien anónimo. Un antiguo criado corrió los 2 Km que los separa del pueblo para informarles. Isadora quería ocultarlo ante las mismas narices de quienes van a buscarlo, disfrazándolo de niña. El rostro de Lorenzo es tan delicado, imberbe y dulce que no habrían necesitado muchos afeites para el disfraz. Jacinta pensó que el mejor escondite era una de las tinajas de sal de la despensa. Pero no dio tiempo para llevar a cabo ninguno de los planes porque el remoto ronroneo de los motores de los camiones se convirtió en un rugido de inmediato. Distingue con toda nitidez las voces de los sublevados, media docena, y entre ellas, reconoce la de Ludovico a quien le ordenan que examine las caballerizas, pero el muchacho no está acostumbrado a recibir órdenes y exige ocuparse del granero. Le aceptan el capricho. Tarda sólo un minuto en encontrarlo. La horca que hunde en la paja, choca con su muslo y la deja quieta. En un principio Lorenzo piensa que se trata de un reto, para que salga y se enfrenten, luego se da cuenta que en realidad lo está reteniendo, obligándolo a permanecer quieto. Fuera, uno a uno, los compañeros de Ludovico informan del resultado negativo de su búsqueda. Cuando la presión de la horca cesa, Lorenzo teme escuchar el grito de júbilo de su antiguo compañero, por haber encontrado a la presa. Aquí no hay ni una rata, escucha, sin embargo.

Lorenzo nunca supo por qué Ludovico lo salvó. No tuvo oportunidad de preguntárselo. Aquella misma noche sus hermanas lo montaron en un camión que lo llevó a Portugal y de allí voló a Argentina. Sus vidas jamás volvieron a cruzarse.

miércoles, 10 de julio de 2013

La arboleda perdida



Cuando era pequeña, allá por 1988, y mi mundo se reducía al recinto militar de la imagen, cuando aún ni siquiera había pisado el internado de la Inmaculada, pasaba la mayor parte del tiempo, sobre todo en verano, en una arboleda de chopos y helechos que había en la parte superior de la fotografía, limitada por los caminos asfaltados y el de arcilla amarilla que se pierde hacia la izquierda y que lleva a un helipuerto, razón por la que  talaron todos los árboles. Para nosotros, los niños, era como un bosque enorme en el que podíamos construir cabañas y perdernos durante horas, imaginando que vivíamos aislados del resto del mundo. Los árboles y las plantas lo invadían todo, incluso los restos de un edificio que parecía buscar permanecer oculto hasta para quienes lo buscaran desde el cielo. Sólo quedaba la solería y el inicio de los muros. Aquellas habitaciones que parecían el escenario prematuro de una película de Lars von Trier, sin las paredes que las limitaran, parecían ridículamente pequeñas. Dependiendo de a quién preguntara, el edificio había tenido un uso diferente. Mi padre afirmaba que había sido un colegio para soldados; mi hermano mayor, un calabozo; Gabi, el mayor de todos los niños, aseguraba que había sido la casa de un antiguo capitán que había tenido más de diez hijos... Como la arboleda, los restos del edificio, que parecían tan sólidos hincados en el suelo, ya no existen. Me temo que ésta es otra de las muchas preguntas que arrastraré hasta el final de mis días sin una respuesta. 

sábado, 6 de julio de 2013

Entre biombos

De los cinco sentidos, el de la vista es al que más aprecio le tengo. Imagino la vida sin alguno de los demás, pero no poder ver, es el peor castigo que se me ocurre, por lo que cuido bastante mis ojos. 

Llevaba unos días sintiendo dolor de cabeza intermitente. Lo achacaba al calor excesivo. Hasta que esta mañana me miré detenidamente al espejo y vi que tenía el ojo derecho como una sandía a la que han quitado la cáscara verde: con la parte blanca llena de manchas rojas muy intensas. Ya me había ocurrido alguna vez antes. Se trata de una escleritis (la experiencia me ha enseñado que muy poco tiene que ver la mayoría de enfermedades con lo que dice de ellas Internet -y en este caso, aún menos-: me sale desde que tenía 20 años más o menos y se debe principalmente a la sequedad del ojo por culpa de la falta de lágrimas). En esa ocasión, además del enrojecimiento, me había salido una burbujita de pus. Decidí ir a urgencias, con el único propósito de que me tranquilizaran. Llegué a Nuestra Señora de la Salud (menudo nombre el del hospital, casi es más digno de un tanatorio) a las 7 de la tarde, a las 7 y cuarto, estaba en el box nº3 ante un médico barbado bastante joven -de unos 27 o 28 años-. Supongo que este será el primer síntoma de darme cuenta que ya no soy tan joven: encontrarme frente a profesionales a los que no podría llamar padre por la edad. La primera impresión fue sólo regular, porque le acaba de llegar un whatsapp y miraba de reojo el teléfono, ignorando la pantalla del ordenador donde estaba mi expediente. Le expliqué lo que me pasaba, y que seguramente sería una escleritis. Me pidió que me tumbara en una camilla separada por un biombo (uno típico de hospital: con estructura tubular y partes opacas de tela). Miré entre las rendijas que dejaba la tela y vi que buscaba en su teléfono móvil "escleritis". Viene hasta donde yo estaba, me examina el ojo y comienza a sacar cosas de los armarios: gasas, suero, botellas de líquidos raros... y una jeringa del tamaño de un extractor de semen de caballo (ENORME). Vamos a intentar quitarte esa bolita de pus, dijo precisamente antes de pensar que debía tomarme la presión arterial. ¿Es de extrañar que la tuviera alta? Por fortuna el pedazo de jeringa no era para pincharme, si no para darme en el ojo un baño a presión con suero. 

La bolita de pus siguió en el ojo; el dolor, en la cabeza y yo, por culpa de la presión alta, fui a parar a cuidados intermedios, una habitación enorme con otros enfermos donde la intimidad sólo estaba protegida por biombos  móviles que iban de un lado a otro de la habitación, dependiendo de las necesidades. Fueron tres cuartos de hora muy interesantes durante los que me hicieron un electro, me sacaron sangre, pusieron un suero por vía intravenosa y obligaron a chupar dos pastillas asquerosas con las que me bajaron la tensión de 15/9 a 12/7. Pero lo más divertido fue escuchar las conversaciones de los enfermeros (dos chicas y un chico) y un celador. Me di cuenta que echaba en falta el compañerismo que ellos demostraban. El celador incluso se quedó un rato después de acabado su turno para que ninguno de los enfermeros (los tres bastante menudos y él era del tipo el increíble Hulk cuando es de color verde) tuviera que cargar con un señor que llegó con problemas de sobrepeso y movilidad y que debían hacerle un análisis de orina. 

No creo que el doctor sea malo; sólo algo inexperto. Llegó a las mismas conclusiones que cualquiera otro, pero con media docena de pruebas innecesarias. Estaba agotada cuando me derrumbé en el sofá, ya en casa, y quedé completamente K.O. hasta el amanecer. Pero cuando intenté levantarme, fue como si la fuerza de la gravedad hubiera aumentado su potencia y cada uno de mis miembros estuviera lastrado por pesas de plomo. Las pastillas habían seguido funcionando por la noche y desperté con la presión por los suelos. Tres cafés y dos Coca-colas, me ha devuelto a la normalidad. 

jueves, 4 de julio de 2013

Cuaderno de bitácora

Granada a 1 de julio del año 2013 de Nuestro Señor:

El día amaneció con una calma chicha que dejó paralizada toda la mañana sobre nuestras cabezas, muy alta en el cielo, una única y ridícula mota algodonosa; a medida que avanzaba el día, la nubecilla blanca se convirtió en una congregación de nubes grises, tan compactas y pegadas entre sí que eran como un manto impenetrable que sólo dejaba a los rayos del sol filtrarse, a ninguno llegar directamente. La tormenta rompió a lo lejos, en el horizonte, trayendo olor a tierra mojada y el estruendo de los truenos. Sólo cuando comenzaron a abrirse claros en el manto, cayó un chaparrón, aparentemente de la nada, de gotas enormes, como lonchas de salami, como pezones de matronas, de agua muy caliente que de inmediato se evaporó dejando la piel pegajosa por la humedad.

Incidencias: Los vasallos del rey nos exigieron el pago del diezmo. Dejaron temblando nuestras arcas. 


Granada a 2 de julio del año 2013 de Nuestro Señor:

Calma chicha durante todo el día. Ni una nube en el cielo.

Incidencia: Pelea de gallos. Ninguno ganó, los dos perdieron.


Granada a 3 de julio del año 2013 de Nuestro Señor:

Cielo despejado, aire estático, sin nubes: sólo calor.

Incidencia: Promesa de un nuevo trabajo que podría ser interesante; proyecto de cuatro casas en la costa, en ladera, junto a la playa. Pero sólo es una promesa y a las promesas, en la actualidad, le cuesta mucho cuajar. 


Granada a 4 de julio del año 2013 de Nuestro Señor:

A primera hora de la tarde hace tanto calor que podría freír un huevo en las losetas de gres de la terraza. Pereza. No hace falta moverse para que el sudor empape la camiseta. Al quitármela y dejarla caer al suelo, hace un ruido (plot) como de ser orgánico. La piel brilla. Se cubre de una capa pegajosa que la ducha con agua fría sólo consigue hacer desaparecer durante unos minutos.

Incidencias: Ninguna. Día tranquilo.


El ático donde vivo en Granada tiene una terraza enorme, en forma de U. Originalmente era el lavadero del edificio, o un castillete para instalaciones. De obra sólo tendremos unos 12 m², el resto es de chapa y cerramientos de aluminio acristalado. A veces es como vivir a la intemperie. Si se tienen las ventanas abiertas, se puede tener la sensación que se está dentro de un barco. Uno de los lados de la terraza, está orientado al este, el otro lado al oeste y el que los une, al sur. Tendría la maravillosa visión de toda Sierra Nevada, si el mazacote del hotel San Antón no me la tapara casi en su totalidad. Qué cerca parece estar el mar a vista de pájaro.




miércoles, 3 de julio de 2013

Al ritmo de las voces

Me encanta haber vuelto a correr de madrugada, mientras casi el resto del mundo duerme. Las personas somos animales de costumbres y solemos hacer lo mismo a la misma hora. De momento, el horario de mis salidas me lo impone el trabajo, que se ha acumulado estos dos meses, previos a los cierres de los Colegios de Arquitectos, siempre clausurados en agosto. Es como si los promotores temieran que no fuéramos a regresar de estas vacaciones forzosas. Cuando consiga un mínimo de normalidad, la costumbre dominará a los remordimientos de conciencia por dejar un trabajo a medias y podré salir siempre a la misma hora. Recuperaré a los desconocidos recurrentes: a ese señor que baja la basura en pijama, a la pareja de novios que se despiden muy cariñosos en  un portal, a los patinadores que zigzaguean por las riberas del Genil cruzando los puentes... y que si un día desaparecen por las buenas, el pesimismo hace imaginar que sólo la fatalidad impide esos minutos, o segundos, de coincidencia en este universo (y puede que sólo se deba a un reloj que se atrasa o adelanta). 

Antes corría al ritmo de la música pop coreana; ahora que pretendo culturizarme, tengo cargado el ipod con conferencias de escritores y me he dado cuenta que la voz de cada uno de ellos es apropiada para correr en alguna parte en concreto de esta ciudad. La de Elvira Lindo, por ejemplo, es adecuada, con sus titubeos entre frases y suavidad siseante, para subir y bajar la árida escalinata del Palacio de Congresos. Si sustituyera a la señora Lindo por Pérez-Reverte, con su voz acelerada y mala baba intrínseca, terminaría jadeando y agotada. La dulzura argentina de Andrés Neuman es la más adecuada para recorrer las escarpadas pendientes del Albaicín y la de Javier Marías, un poco monótona, siempre al mismo ritmo, sin que los sentimientos obliguen a altibajos en el tono, pero que exudan buenas maneras y corrección, es la que mejor permite disfrutar del renovado Camino de Ronda, que parece una estepa completamente llana a corta distancia, pero que si nos fijamos en el horizonte, se distingue sin dificultad una empinada loma. 






martes, 2 de julio de 2013

Hermanos de sangre

Estamos tan acostumbrados a ver palizas en la televisión, que la gente se rompa a puñetazos la cara, que no te das cuenta que es algo extraño hasta que ves una en la realidad. Es lo que comentó esta mañana el encargado del banco cuando nos reunimos en una notaría del centro de Granada para ratificar una escritura. 

Las casas a medio construir también tienen valor. El dueño de una de estas casas, casi una mansión en Las Gabias, ha tenido la mala fortuna de morirse cuando aún no había terminado lo que, al parecer, había sido su gran sueño. La dejó como herencia a sus dos hijos; uno de ellos comercial en paro; el otro, peluquero. Cuando llegaron al banco para hacer la hipoteca (después deberían haber ido a la notaría para modificar la escritura), comenzaron a calentarse: uno de ellos -el peluquero- quería que el dinero de la hipoteca permaneciera en una cuenta para, con él, acabar la construcción; el otro quería que se dividieran el dinero y terminar la vivienda cuando la situación económica se los permitiera. Antes de que nadie pudiera reaccionar, los dos hermanos comenzaron a darse puñetazos con tanta violencia y mala leche que ni siquiera el guardia de seguridad del banco pudo separarlos; hasta que uno terminó con la nariz rota y gritando y el otro vomitando después de recibir un golpe en el estómago. 

Estoy intentando recordar. Por fortuna, se remonta a años la última pelea real que presencié. Hace poco el constructor y el promotor del edificio del Campus de la Salud tuvieron un encontronazo, pero fue más del tipo: Detenedme que lo mato. Sin llegar realmente a las manos. 

Antes del almuerzo uno de los hermanos me ha llamado para que haga una división horizontal en la casa (mitad para cada uno). Les propondré que echen a suerte qué mitad le corresponde a cada uno, porque seguro que eso también los hará enfadar. 


lunes, 1 de julio de 2013

A todo cerdo nos llega nuestro san Martín

Los enormes llanos de la Base de Armilla. A primeras horas de las mañanas de invierno, cuando el sol iluminaba pero aún no había comenzado a calentar, la tierra y la escasa vegetación estaban cubiertas por una espesa capa de escarcha que parecía nieve, y a mí, con los hangares de los helicópteros a nuestras espaldas, me permitía imaginar que estaba en Siberia. En aquellos enormes llanos sólo había un único poste, con una manga de viento en su cúspide, como si fuera una bandera catalana desvaída. Allí fue donde mis hermanos me enseñaron a montar en bicicleta e invariablemente yo terminaba yéndome hacia el poste (raro fue que no lo atropellara ni una vez). 

Soy del tipo de persona que se tira, sin poder evitarlo, hacia un poste solitario en mitad de una estepa. 

No me gustan los parques de atracciones ni las ferias (sobre todo a la hora de alejarme de ellas: son como falsas promesas de felicidad); pero no puedo evitar ir una y otra vez. De ellas sólo me atraen las montañas rusas o cualquier atracción que me voltee, sacuda, haga volar o me ponga bocabajo. Precisamente las que menos gustan a Guille. ¿Para qué quieres subirte al Dragón Can si tenemos a Carles?, me preguntar con sorna. Carles es nuestro asesor fiscal y suele mandarnos la documentación que tenemos que entregar a Hacienda en el último momento. Poco antes de comer me envió la copia de la declaración de hacienda del año pasado (el plazo para entregarla cumple a las 12 de esta noche), para que la firmara con el certificado digital y la reenviara. 

Al ver el resultado: aluciné (sí, en colores). ¿Cómo es posible que el año pasado, habiendo ganado menos, pero habiendo gastado más, paguemos más que el anterior? Llamé a Carles. Pedí que me explicara. Es fácil: podemos gastar todo lo que queramos en hipotecas y planes de pensiones, pero si hemos ganado una cantidad limitada -muy limitada- de dinero, sólo podemos desgravar parte de lo gastado. 

Carles me envía una fotografía:


Pínchale alfileres, me aconseja. No le harás daño, pero relaja un montón.