sábado, 30 de julio de 2016

Aviso a viajeros

Hace poco nos llamó una antigua cliente a la que habíamos hecho un proyecto de rehabilitación de su vivienda. Tenía un problema: quería saber si era posible abrir un agujero en el cerramiento de su cocina para colocar una rejilla. Una inspección del gas se lo exigía. Como no recordaba bien la vivienda y tenía que pasarme por la zona para otro asunto, me acerqué a su casa. Inmediatamente la recordé. La mujer tenía la extraña costumbre de llamar a la puerta de su cocina siempre que iba a entrar, aunque vivía sola. La vez anterior, por respeto a su intimidad, resistía la tentación de preguntarle por qué lo hacía; pero esta vez la curiosidad me ha superado. Por las ratas, dijo. Les estoy dando la posibilidad de escapar porque seguro que a ellas le resultan tan desagradable como a mí que nos encontremos. La mujer había pagado la rehabilitación con una subvención de la Junta de Andalucía, que le había permitido arreglar la cubierta y el baño, pero no las puertas, y a la de su cocina, que daba a un patio y el patio al campo, le faltaban unos buenos 15 cm para llegar al suelo. Utilizamos ese hueco para colocar la rejilla. La imagen era bastante absurda, lástima que no sacara una fotografía: la puerta y la rejilla colgando bajo ella. (Algún día tendré que recopilar todas las barbaridades arquitectónicas con las que me estoy encontrando).

Por fortuna a mi cliente, por la exigencia de los operarios del gas, sólo tuvo que desembolsar lo que le había costado la rejilla. Para unos vecinos del Zaidín, la exigencia de lo absurdo e innecesario, les ha podido salir más caro. Por alguna razón el administrador de su finca les ha hecho creer que es imprescindible que cambien su ascensor por otro destinado a minusválidos. Las obras necesarias les puede salir por un ojo de la cara, y teniendo en cuenta que muchas de las personas que viven en ese edificio son pensionistas, es comprensible que se nieguen rotundamente. Lo más absurdo es que, aunque el ascensor cumpla las exigencias de las minusvalías, es imposible que lo haga el recorrido hasta las viviendas. 

(Supongo que habrá en juego alguna comisión). 

Si alguien se encuentra en esta misma situación, debe saber: 

- Es obligatorio cumplir la ley de los minusválidos, si al menos uno de los inquilinos del edificio, minusválido, así lo exija, siempre que las obras necesarias no excedan un presupuesto mensual en las cuotas de la comunidad, que viene fijado por los estatutos de cada edificio.
- Las cabinas del ascensor debe tener una profundidad de 1.25 m y 1.00 m de ancho, si el ascensor es de sólo una puerta.
- Delante del ascensor debe haber un espacio libre, no barrido por puertas, de 1.50 m de diámetro.
- Los pasillos de acceso al ascensor desde el exterior y hasta las viviendas, deben tener un ancho de 1.20 m. 
- Las puertas deben tener una altura libre de 2.10 m.

Quien necesite asesoramiento sobre este tema, puede dejar su pregunta en los comentarios: me será grato responder. 

jueves, 28 de julio de 2016

Piensa mal...

A eso del mediodía, cuando los rayos del sol caen verticales y las sombras son mínimas, desde la atalaya de mi azotea, los transeúntes parecen buscar refugio de algo más hiriente que el calor. Rápido, rápido, rápido. Corren al pasar por las zonas donde no existe ninguna protección y casi paralizan el paso por los pequeños rincones de sombra. Desde aquí arriba, los peatones recuerdan esas historias de ciudades en guerra donde es peligroso incluso ir a buscar unas botellas de agua. Más que del sol, parecen protegerse de las balas certeras de un francotirador. 

El calor está produciendo estragos. Hasta la pita de mis vecinos parece haber sucumbido. Sus hojas están arrugadas, mustias, de color terroso. Antes de la parálisis de la ciudad a la hora de la siesta, el termómetro que hay junto a El Corte Inglés marcaba 40º C. En una de las callejuelas paralela a San Antón, una chica joven, después de llevarse la mano a la frente, cayó de rodillas, como si fuera a rezar, y después de espalda. Inmediatamente la chica fue socorrida por media docena de personas. No perdió del todo la consciencia. El sudor resbalaba por su rostro muy pálido. Parecía avergonzada por el revuelo que se formó por su culpa. Se excusaba: Lo siento, todo se me puso negro de repente y las piernas se me volvieron de chicle. Una mujer mayor le hacía aire con un abanico. Otra le puso un pañuelo húmedo en el cogote, otro le ofreció un botellín de agua.

Hacía siglos que no veía marearse a nadie. Hoy, el azar, ha querido que fueran dos personas. En el supermercado una señora de edad contradictoria, vestía un conjunto de tela sintética apropiada para adolescentes, aunque su rostro parecía haber dejado atrás hacía mucho esa época, cuando se disponía a pagar, se apoyó en el mostrador de la caja y aseguró estar mareada. Sospecho que nadie la creyó. A pesar de ello, la cajera y el encargado se mostraron solícitos. Le ofrecieron una silla y agua. La mirada de casi todos los que esperábamos estaba puesta en las bolsas atiborradas de cosas sin pagar. Hubo quien susurró su incredulidad y quien vaticinó que la señora intentaría marcharse sin pagar. Me fui antes de que eso ocurriera. Y aunque siempre camino de forma apresurada, sin motivo, por pura inercia, la mujer, a pesar de ir cargada con dos bolsas saturadas, me dio alcance y pasó. Junto al semáforo, un coche la esperaba. 

lunes, 18 de julio de 2016

Ideas durmientes

Qué hijos de puta somos (los arquitectos y los promotores).

Fotografía robada a El País digital

Existen miles de formas para hacer accesibles los vidrios desde el interior de los edificios pero por comodidad, por respetar la intimidad de los habitantes y porque siempre se ha hecho así, seguimos obligando a que operarios, por lo general mal pagados, se jueguen la vida para que nuestros rascacielos brillen. Aunque reconozco -tal vez porque soy algo masoca- que es un trabajo que me gustaría hacer, pero no más de un par de días. Parece un trabajo demasiado monótono.

Durante la carrera nuestros cerebros estaban saturados de ideas. Un compañero y yo inventamos un limpiacristales que, al menos el prototipo, funcionaba. Era simple. Dos escobillas semejantes a las de los lavaparabrisas, una interior, otra exterior, con un juego de cuerdas como las de un paralex. Si la ventana no era accesible, hasta llevaba un pequeño depósito que se llenaba de agua jabonosa. De abajo a arriba, la escobilla enjabona el vidrio, hacia abajo, la limpiaba de residuos. Arrumbado en el despacho de algún profesor o bajo toneladas de basura, estará el prototipo.

Tuvimos muchas más ideas, ciento de ellas, miles; pero llenar la cabeza de efímeros datos aprendidos de memoria, nos impidieron desarrollarlas. ¿Dónde se irán las ideas que tenemos y olvidamos? ¿Desaparecerán del todo o dormitan en nuestros cerebros? 

viernes, 15 de julio de 2016

Otro amargado más

Supongo que la imagen que permanecerá ligada en nuestra memoria al último atentado que hemos sufrido en Niza, será la de un cuerpo pequeño cubierto por una manta térmica con una muñeca al lado. 


Un amargado de 31 años, un delincuente de poca monta, con una vida que parecía ser una mierda ha arremetido con un camión contra una multitud que estaba de fiesta. Nada más fácil de hacer si lo único que tienes que perder es la carga de seguir viviendo. Ahora los medios de comunicación lo convierten en terrorista y proporcionan una justificación a una simple locura y al ISIS un acólito que nada tiene que ver con ellos, como tampoco lo tenía que ver el loco que atentó en Orlando contra un grupo de homosexuales. Sólo era un gay renegado. 

No se necesita ningún dios para que un desequilibrado embista contra lo que ha decidido odiar. Si el desequilibrado que mató en 2011 a 77 adolescentes en Noruega lo hubiera hecho cuatro o cinco años más tarde, también se lo habríamos atribuido al Estado Islámico.

miércoles, 13 de julio de 2016

Los ídolos no deben morir

No puedo evitar que me avergüence pertenecer a una sociedad en la que un sector disfruta con el maltrato animal disfrazado de arte. Sí, otra vez el resabido tema de las corridas de toros. En esta ocasión como consecuencia de la desdichada muerte de un torero, Víctor Barrio

A nadie le extraña ni cree inapropiado que un trapecista ejecute sus piruetas con una red bajo él, o asegurado por un arnés y una cuerda. Los motoristas llevan casco y un mono que es como una armadura. La carcasa de un fórmula 1 es como una jaula indeformable y sus monos son ignífugos. Si un escritor ha jodido a un grupo y es amenazado de muerte, nos alegramos que le pongan guardaespaldas. Queremos que nuestros ídolos sigan vivos. 

Sin embargo, en la supuesta fiesta del toro, si existe sospechas de que los cuernos del toro son lijados para convertir un arma peligrosa en otra menos dañina, se considera un desprestigio para el torero. ¿Y por qué no es una exigencia que los chalecos de los toreros estén protegidos con kevlar? 

Sí, es una vergüenza que parte de nuestra sociedad se divierta viendo un maltrato animal, pero más avergüenza que ese mismo sector no haga nada por exigir la protección de sus ídolos. 

martes, 12 de julio de 2016

La blanca y liviana nieve de julio

Ha nevado. Guille estaba convencido que mi comentario era consecuencia de un sueño o un deseo y no de la realidad. El termómetro de la farmacia de la esquina nunca baja de los 30º C, ni siquiera de noche, ni de madrugada, cuando la ausencia de sol refresca un poco el ambiente. Pero sí, había nevado. Una nieve de atrezo, tan falsa como los billetes de 7 €. Ahora que está de vacaciones Guille no madruga, pero para él las 8:00 es media mañana. Cuando se levantó, encontró toda la terraza llena de bolitas de poliestireno expandido. Creemos que un crío del edificio de enfrente, el que antes era un hotel, se ha dedicado horas y horas a desmenuzar los protecciones del embalaje de un electrodoméstico y la brisa que corría ayer del suroeste lo ha arrastrado hasta nuestra terraza. Un adulto no habría tenido tanta paciencia y un perro excavando para esconder su orina, habría despedazado el corcho blanco en lugar de separarlo con tanta minuciosidad. Las bolitas blancas ahora están en la panza de nuestra aspiradora. Guille intentó barrerlas, pero eran desobedientes y salían volando, sin parar en el recogedor. Soy menos civilizada que él. Yo las habría espantado como si fueran moscas molestas y dejado caer a la acera, provocando la sorpresa de los viandantes.

lunes, 11 de julio de 2016

¿Dónde está Stephen King?

El primer libro que compré, el primero que adquirí con el dinero ahorrado con el sudor de mi frente, fue La Larga Marcha, escrito por Richard Bachman. Mi hermano me llevó a una librería para consolarme porque no había podido entrar a un concierto por ser menor de edad. Jamás estaré lo suficientemente agradecida a los promotores de aquel evento, cuyo recuerdo se habría apelmazado con el de media docena más a los que fui por aquella época. Sin embargo, el recuerdo de poder pulular entre los libros y hacer lo que para mí fue un gran descubrimiento, quedará en mi memoria para siempre.



Gran decepción recibí al saber que aquel sujeto sólo había escrito cinco libros. Pero fue una decepción efímera porque inmediatamente me informaron que Richard Bachman en realidad era Stephen King disfrazado. Devoraba los libros de este escritor como si fuera una lima de grano grueso. Dinero que pillaba, dinero que me fundía en la librería, siempre con el mismo objetivo. Como solía ir a la misma, el dependiente me bautizó con el apodo de La Niña del Terror, y como él también era fan de King, me aconsejaba. Carrie, Cujo, Rabia, El Fugitivo, Apocalipsis, El cuerpo... Me entusiasmaba cuando reconocía en el libro que estaba leyendo alguna película que había visto.

Me encantaba porque hacía creíble lo fantástico. En la realidad en la que nos obligaba a sumergirnos en sus libros King, era posible la existencia de vampiros, de animales que resucitaban, la telequinesia, la visión del futuro...

Pero en algunos de los últimos libros que he leído de este autor, es como si se le hubiera ido la pinza del todo. Comienza con una historia muy interesante, real, factible, como un policía que maltrata a su mujer, el libro engancha desde el principio y esperamos la venganza de la mujer; pero llega un momento que la fantasía excesiva y descarriada nos da una patada y nos arroja del libro.

Echo en falta al Stephen King de mi infancia. ¿Dónde se habrá metido?

domingo, 10 de julio de 2016

Parece un chiste

No salen las cuentas. Leo Messi es condenado a 21 meses de cárcel por defraudar a Hacienda 4.100.000 €, es decir:

21 meses x 30 días = 630 días

4.100.000 € / 630 días = 6.507,93 €/día

A Cristina Cerezo la quisieron meter en la cárcel 80 días por no poder pagar una multa de 480 €.

480 € / 80 días = 6 €/día.

Seguro que Messi no tendrá que pisar la cárcel ni un minuto, y seguro que Cristina, de no haber sido por un empresario con más sentido común que la justicia, no se habría librado ni un solo día.

En ambos casos el alegato que hacían las partes era el desconocimiento. 

¿La justicia es igual para todos? ¡Y una...


viernes, 8 de julio de 2016

Se buscan borregos

Tiendo a imaginar que la mayoría de trabajos son mejores que el mío y están libres de preocupaciones. Pero es una impresión falsa porque incluso los limpiadores tienen que enfrentarse a clientes poco satisfechos o porculeros, que se divierten dejando sus huellas en el suelo mojado. 

Incluso el trabajo de escritor, aparentemente tan inocuo, sin el yugo de un presupuesto o los deseos incoherentes de los promotores; está atado a críticas, algunas furibundas y crueles, capaces de herir al novelista más galardonado. 

Sin embargo, uno de los trabajos que más difíciles y complicados me parecieron siempre, es el de profesor. Cuando era pequeña me cohibía tener que salir ante toda la clase para dar la lección; y los profesores tienen que hacerlo a diario. Pero ahora sé que ese es el menor de sus problemas. 

Esta mañana mi hombro ha servido de paño de lágrimas a mi amiga Magdalena. Hace un par de años la enviaron a un colegio del norte de Granada, una zona marginal. Estaba contenta, aunque le costó adaptarse. Le resultaba muy paradójico que, exceptuando algunos familiares desequilibrados, la mayoría de los padres de sus alumnos le demostraran un gran respeto, mayor que el de los padres de colegios selectivos.

A mediados del curso que acaba de concluir, la mandaron a un colegio concertado religioso. Estaba feliz, creía que empezaba a mejorar. Se equivocaba. El primer encontronazo fue porque en su aula había más alumnos de los permitidos por ley. Después de protestar y no recibir respuesta de la directora del colegio, mandó una carta al ministerio de educación. Desde ese momento estuvo fichada. En algunas charlas que les dio la directora al profesorado, subrepticiamente la llamó perezosa. No cesó de tener problemas. No muy grandes, a veces insignificantes, pero que acumulados hacían que se sintiera muy infeliz. El colmo fue cuando, después de dar una clase sobre la sexualidad, como estaba previsto en el temario, algunos padres enviaran cartas de protesta. Le dolió que la directora ni sus compañeros la apoyaran.

Se duele: Los alumnos les importas una mierda. Sólo buscan corderitos, borregos que hagan lo que ellos quieren para que no les den trabajo.

Quiso volver a su antiguo colegio, pero su plaza ya está ocupada. La han mandado a Baza. ¡Con lo friolera que soy!, se lamenta.


jueves, 7 de julio de 2016

Atrapada en la red

Mi cuñada es del tipo de personas que creen más en la homeopatía que en la medicina y más en el creacionismo que en la teoría de la evolución. Para ella tiene más prestigio los que escriben los horóscopos que los meteorólogos. Asegura que se confunden menos.

Ahora anda liada con el karma, con la interpretación, bastante libre, que ella da a ese concepto. Si llega al estudio y estoy escuchando, mientras trabajo, un documental sobre la Segunda Guerra Mundial o sobre asesinos en serie, me lo cambia por uno de esos vídeos interminables de música supuestamente relajante que me consiguen exasperar porque el sonido durante siete u ocho horas siempre es el mismo, un bucle de un puñado de notas. 

Si su teoría tuviera un ápice de realidad, el caserón que estoy haciendo ahora sería un nido de desgracias porque lo he dibujado con una serie de documentales sobre delitos en la red. Lo que más choca en esos documentales es el incomprensible extremo al que llegan los sentimientos de las personas que se conocen en la red. Sentimientos mucho más fuertes y profundos que los ligados a la vida real y a seres reales. Y casi siempre termina, como poco, en decepción. 

Por eso, cuando hoy hemos recibido la invitación a la boda de una de mis primas con su cibernovio -al que, por fortuna, sí conoce en la vida real-, mis hermanos, demás primos y yo hemos iniciado una porra: ¿cuánto durarán? Mi primo Carlos les echa un año, pero su apuesta venía acompañada de esta imagen:


miércoles, 6 de julio de 2016

No meneallo

Uno de los hechos más surrealistas al que he tenido que enfrentarme en mi profesión, fue consecuencia del amianto. Hace más de cinco años nos contrataron para proyectar una vivienda unifamiliar en una parcela rústica donde había una caseta de aperos muy burda: paredes de bloques de hormigón y cubierta de fibra de cemento (amianto). En teoría la caseta de aperos no iba a tocarse porque servía para guardar herramientas y un tractor. Pero alguien debió pensar que aquella construcción tan cochambrosa desluciría la casa nueva y la misma retroexcavadora que había estado limpiando el terreno le arreó un par de golpes con la pala y tiró al suelo. Tierras sobrantes, broza, bloques de hormigón rotos y chapas de fibra de cemento desmigadas fueron a parar a la misma escombrera. Y, por supuesto, hubo denuncia. Era gata escaldada y en esta ocasión no me acojoné como la primera vez, en la que hasta llegué a imaginarme en la cárcel. Dos policías muy educados de delitos ecológicos se presentaron en el estudio y nos hicieron ir a la escombrera, junto con el aparejador de la obra, el conductor de la retroexcavadora, el dueño de la propiedad, el conductor del camión, el constructor y algunas personas más. Vimos a un operario caminar entre los cascajos marcando con un espray fluorescente los trozos de amianto. Parecía un adulto afanado en encontrar huevos de pascua. Aquel sujeto no llevaba ningún tipo de protección. Cuando un trozo de la escombrera parecía un traje de faralaes, llena de puntos naranja brillante, aparecieron otros dos operarios con trajes especiales, monos blancos de los pies a la cabeza, incluida capucha, mascarilla, guantes y botas, y, con la lentitud de una gravedad mucho menor a la terrestre, fueron recogiendo los trozos de amianto. El aparejador se quejó a los policías, dijo que todo el circo que habíamos presenciado parecía una escena sacada de una película de los Monty Python. Los policía se limitaron a encogerse de hombros. Ellos sólo eran unos mandados y procedían según les indicaban. 

Pocos días antes de las últimas elecciones salió una noticia: quieren retirar todo el amianto de los colegios e instittuos andaluces. Sospecho que es una propuesta más electoral que útil. Es verdad que el amianto está prohibido, y que debe ser peligroso -confiamos en los científicos-; pero la mayoría del amianto que existe ahora mismo en los colegios está protegido por capas de polvo y pintura. Retirarlo significa roturas de los elementos constructivos que lo contienen, y ese polvo que se forma (como durante los atentados de las Torres Gemelas), fácil de retirar y limpiar en su mayoría, pero imposible en su totalidad, es lo realmente peligroso. Esperemos que utilicen el sentido común y que no se les ocurra retirar el amianto pocos días antes de la apertura de los colegios e institutos, aunque conociendo el entramado gubernamental... 

martes, 5 de julio de 2016

Días de pereza y rosas

Poco a poco recupero el derecho a disfrutar de mi propio tiempo. El compañero de Guille se quedó en casa después del pequeño accidente de tráfico que tuvieron. Ha sido un enfermo leve comportándose muy bien como enfermo terminal. Hasta me había acostumbrado al constante "ay, ay, ay..." con el que acompañaba cualquier acción. Se movía por la casa con la lentitud de una tortuga haciendo la digestión. Y me requería para cualquier acción, incluso para beber un vaso de agua. Eso convertía cualquiera de mis trabajos en una tarea interminable. Ni siquiera pude salir a correr. Lo echaba tanto de menos que ayer, aunque salí a la hora de siempre, llegué con al luz del día a casa. Guille se siente culpable y carga con el trabajo de la casa que me corresponde a mí. Ya sospechaba mi enfado antes de que habláramos y apareció al volver de su último viaje, con un pequeño rosal plantado en una maceta. Sabe que lo efímero de las flores cortadas, me deprime.

Guille friega los platos y yo ganduleo delante del ordenador mientras escucho a Ravel, Pavana para una infanta difunta. Esa música me parece más sosegadora que triste. Muy agradable sin el soniquete del ay, ay, ay... del enfermo.

Debería tranquilizar a Guille, decirle que no es culpa suya que su compañero enfermo haya resultado ser un coñazo, pero es tan agradable ser atendida por alguien, para variar, que creo que retrasaré esa conversación hasta esta noche. 

lunes, 4 de julio de 2016

El efecto magdalena

Los veranos de mi infancia empezaban con el olor a plástico recalentado de la tapicería del furgón que iba a buscarme al colegio para llevarme a casa y con el sabor de los extraños helados a los que me solía invitar el chófer, como un ritual, por mis buenas notas. Unos helados baratos, salidos de una cubitera de hielo, con colores exóticos -celeste, morado oscuro, negro...- y con nombres aún más extraños -navidad, acapulco, picahielos...-. Jamás supe en qué alimento o fruta tenían su origen, pero tampoco importaba porque a esa edad a un helado sólo se le pide que esté dulce y frío. 

Ahora mis veranos tienen su inicio, independientemente de la meteorología, el primer día que voy a la piscina. Mi hermano por fin ha tenido unos momentos para el lento ritual del llenado del vaso: vaciarlo, limpiar sus paredes, llenar los depósitos de la depuradora... y abrir los grifos.



Parecía una piscina pública porque mi sobrina ahora está atada a un séquito de amigas y admiradores.

Qué agradable fue intentar leer a la sombra de un árbol mientras el aire se llenaba con los aromas de la barbacoa: chuletas, salchichas, morcilla, hamburguesas... No avanzaba mucho en la lectura. Casi todos los libros de Stephen King tienen algunas páginas donde se le ha ido la pinza, y me tocaba tragarme en las que eso ocurría en El Retrato de Rose Madder. Dormitaba hasta que el golpe del voluminoso libro contra mi nariz me despertaba. 

Y por la tarde tocó salir a pasear, aún, a pesar de la ducha, con la piel que había estado expuesta al sol irradiando calor y la que había quedado cubierta por el bikini, saturada de humedad. Un paseo interminable que acabó de agotar la fuerzas que quedaban después del día de piscina. 

Ayer todo recordaba a la infancia.  

sábado, 2 de julio de 2016

El ombligo del mundo

En el estudio de arquitectura que trabajaba durante el inicio de la crisis, la llegada del desastre fue semejante al choque del Titanic con el iceberg: éramos tan grandes, trabajábamos tanta gente y tan especializada, que nadie pensó en el hundimiento a pesar de las evidencias. Y como en el Titanic, la hecatombe fue inmediata. Empezó con el reajuste de los salarios. Casi todos lo aceptamos porque la alternativa era echar gente a la calle y todos temíamos ser uno de los señalados. Una de las arquitectas más antiguas no lo aceptó. Creía tener su trasero blindado. Había estudiado con la jefa y todos los proyectos pasaban por sus manos. Le daba el toque de elegancia del que presumía nuestro estudio. Imprimíamos los planos y ella los emborronaba con lápices de colores. A veces, injustificadamente, para que su puesto de trabajo tuviera una razón para existir. Después de presentarle cuatro o cinco proyectos y corregirlos, era fácil conocer sus preferencias. No por ello dejaba de exigir modificaciones, llegándose la mayoría de veces al absurdo resultado de, después de desperdiciar cinco o seis horas, obtener planos finales prácticamente idénticos a los originales.

Aquella mujer pensaba que sin ella el estudio no podía funcionar y cuando los demás aceptamos la reducción de sueldo, ella amenazó con dejar su trabajo si estaba incluida en los reajustes. Por supuesto, era un farol. Nadie en su sano juicio, en aquella época de futuro aterrador por incierto, habría dejado su puesto de trabajo por unos pocos euros al mes. No le dieron tiempo para reaccionar. Casi de inmediato tenía en su mesa, para que lo firmara, el documento por el que escindía el contrato con la empresa de forma voluntaria. Supongo que el orgullo la ofuscó en ese momento y firmó, aunque dos días más tarde quiso recular, sin resultados. 

Me da la sensación que con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea está ocurriendo lo mismo. Querían salir, pero prácticamente se les está echando, y aunque algunos quieren recular, ya es demasiado tarde. 

¿Cuánto tiempo necesitarán para volver al redil?