miércoles, 6 de julio de 2016

No meneallo

Uno de los hechos más surrealistas al que he tenido que enfrentarme en mi profesión, fue consecuencia del amianto. Hace más de cinco años nos contrataron para proyectar una vivienda unifamiliar en una parcela rústica donde había una caseta de aperos muy burda: paredes de bloques de hormigón y cubierta de fibra de cemento (amianto). En teoría la caseta de aperos no iba a tocarse porque servía para guardar herramientas y un tractor. Pero alguien debió pensar que aquella construcción tan cochambrosa desluciría la casa nueva y la misma retroexcavadora que había estado limpiando el terreno le arreó un par de golpes con la pala y tiró al suelo. Tierras sobrantes, broza, bloques de hormigón rotos y chapas de fibra de cemento desmigadas fueron a parar a la misma escombrera. Y, por supuesto, hubo denuncia. Era gata escaldada y en esta ocasión no me acojoné como la primera vez, en la que hasta llegué a imaginarme en la cárcel. Dos policías muy educados de delitos ecológicos se presentaron en el estudio y nos hicieron ir a la escombrera, junto con el aparejador de la obra, el conductor de la retroexcavadora, el dueño de la propiedad, el conductor del camión, el constructor y algunas personas más. Vimos a un operario caminar entre los cascajos marcando con un espray fluorescente los trozos de amianto. Parecía un adulto afanado en encontrar huevos de pascua. Aquel sujeto no llevaba ningún tipo de protección. Cuando un trozo de la escombrera parecía un traje de faralaes, llena de puntos naranja brillante, aparecieron otros dos operarios con trajes especiales, monos blancos de los pies a la cabeza, incluida capucha, mascarilla, guantes y botas, y, con la lentitud de una gravedad mucho menor a la terrestre, fueron recogiendo los trozos de amianto. El aparejador se quejó a los policías, dijo que todo el circo que habíamos presenciado parecía una escena sacada de una película de los Monty Python. Los policía se limitaron a encogerse de hombros. Ellos sólo eran unos mandados y procedían según les indicaban. 

Pocos días antes de las últimas elecciones salió una noticia: quieren retirar todo el amianto de los colegios e instittuos andaluces. Sospecho que es una propuesta más electoral que útil. Es verdad que el amianto está prohibido, y que debe ser peligroso -confiamos en los científicos-; pero la mayoría del amianto que existe ahora mismo en los colegios está protegido por capas de polvo y pintura. Retirarlo significa roturas de los elementos constructivos que lo contienen, y ese polvo que se forma (como durante los atentados de las Torres Gemelas), fácil de retirar y limpiar en su mayoría, pero imposible en su totalidad, es lo realmente peligroso. Esperemos que utilicen el sentido común y que no se les ocurra retirar el amianto pocos días antes de la apertura de los colegios e institutos, aunque conociendo el entramado gubernamental... 

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