lunes, 31 de marzo de 2014

El rubor de las sombras

¿No deberían pasar los libros un control de calidad? ¿Es lícito que nos vendan cualquier producto tan pésimo que da vergüenza ajena pensar que un adulto en su sano juicio ha escrito eso? 

Rebobino... empiezo por el principio. Mi cuñada presume de no haber leído un libro en toda su vida (sí, lo sé, yo también me pasmo; pero ella se pasma igualmente, y me considera una friki recalcitrante, porque soy capaz de pasarme toda la tarde del domingo leyendo encerrada en casa; así que estamos empatadas). Está apuntada a una asociación de mujeres. Suelen hacer manualidades, compartir recetas de cocina, ir a algún evento cultural... y esta semana les ha tocado leer Cincuenta sobras de Grey, de E.L. James. Ella quiere seguir siendo virgen en eso de la lectura, pero también quiere quedar bien ante sus compañeras (como si fuera una alumna aplicada). Y me ha encasquetado el libro y pedido que le haga un resumen porque sabe que tengo la mala costumbre de no poderme negar. He aguantado hasta el primer tercio del libro, cuando la protagonista se ruboriza por 75 vez. No exagero. La protagonista se ruboriza en casi todas las páginas del primer tercio del libro (a veces incluso dos o tres veces); y si me equivoco, es por defecto, no por exceso (si fuera un personaje real, tendría los mofletes llenos de venas varicosas, rojos como los de un borracho, porque tanto dilatarse y contraerse los vasos sanguíneos, deben de sufrir algún tipo de daño).  



Resumen que le he enviado a mi cuñada: Cuento de una Cenicienta mojigata y boba con un Príncipe Azul sadomaso. (De repente me siento con la misma mala leche que Carlos Boyero). 

He investigado. Primero, porque algo tan mal escrito no creía que pudiera ser publicado. Como mi cuñada me lo trajo en un e-book sacado de la biblioteca de su pueblo, pensé que podía ser una copia pirata falsa. Pero no, los trocitos que he encontrado en Internet, son los mismos. También he investigado sobre el escritor. Pensé que sería un hombre, por lo irreales y faltos de detalles de sensaciones femeninas de los párrafos eróticos; pero no, es una mujer (supongo que virgen). 

Shhhhhhh ahora no molestéis. Voy a escribir sobre las noches en el piso de estudiantes, cuando te levantabas en mitad de la madrugada porque te apetecía un vaso de agua y te podías encontrar a una compañera y a su novio eventual fornicando como posesos en el lavadero sólo por el placer del morbo de poder ser descubiertos. A lo mejor me hago millonaria y salgo de la crisis... (es broma, lo de escribir sobre mis compañeras, lo del lavadero sí me ocurrió). 

domingo, 30 de marzo de 2014

Hasta el fondo

Inicio


La jovialidad de Heater desaparece en cuanto los ojos de otros dejan de poner la atención en ella. Jacques la observa como si mirara a una extraña. Se ha quedado tan melancólica tras la marcha del profesor que parece una amante despechada. Sabe que en cuanto se acerque a la mesa, la sonrisa de su esposa volverá, y esa felicidad fingida que se obstina en lucir como si fuera un accesorio más de moda, como el enorme bolso que arrastra lleno de trastos inútiles y le produce dolor de espaldas al final del día, o los zapatos de tacón bajo que le destrozan los pies.

Sobre el mantel blanco vuelve a haber una copa de champán. Cuando una pareja pasa cerca para ocupar la misma mesa que ha dejado libre el profesor, ella la sujeta por miedo a que vuelvan a tirarla accidentalmente. Aquél tipo jamás sabrá que con su torpeza le ha salvado la vida, o, al menos, alargado unos días.

El padre de Jacques decía de Heater que era una mujer compacta: pequeñita, redonda, poca cosa, insignificante. Alabó el buen seso del hijo el día de la boda: Una mujer así, siempre te querrá. No corres el peligro que adorne tu frente con una bonita cornamenta, aseguró. El padre nunca supo que Heater dejó de llamarlo Jake el mismo día que leyeron el testamento y descubrió que el taller de reparación de barcos, donde el hijo había trabajado toda su vida, pasaba a manos de la pelandrusca que había alegrado las noches del anciano en sus últimos días. Todos conocían al padre como Big Jake, y Heater no quiso que ni el nombre del marido le recordara al pérfido suegro.

Tercer intento de Heater por entablar conversación con los recién llegados. Pregunta sobre los zapatos de la chica. Ella, educada y tajante, responde con un monosílabo y apatía. Jacques se apresura a regresar a la mesa. No quiere que la persistencia de su mujer acabe con la paciencia de la pareja y reciba un exabrupto. Heater es del tipo de personas que rumian y se atormentan durante horas por cualquier mínimo detalle que evidencie la realidad de su forma de ser.

Ahí está de nuevo, la sonrisa forzada en sus labios mustios y la voz que tintinea como sus brazaletes de latón cuando le anuncia que la nueva copa de champán se la debe agradecer al profesor que se acaba de marchar. El frío del líquido ha condensado la humedad del ambiente en el vidrio. A Jacques le apetece dar un largo sorbo, dejarla vacía, deshacerse del sabor amargo del vómito; pero en cuanto su nariz recibe la miríada de minúsculas gotitas que saltan al explotar las burbujas en la superficie del vino, percibe otra vez, con toda claridad, el olor a almendras amargas. Devuelve la copa intacta a la marca redonda que la base había dejado en el mantel, sin que Heater se percate. Está demasiado ensimismada, haciendo planes con los que ocupar todos los minutos del poco tiempo que les queda lejos de casa y de la monotonía, de las preocupaciones del trabajo, que muchas veces llenan de lágrimas los ojos de su esposa. La última vez fue pocos días antes de salir de viaje. Heater volvió a casa muy agitada, temblando, con el maquillaje corrido por el llanto. Había tenido que utilizar la fuerza bruta para quitarle a una madre desesperada por que se le acababa el subsidio, un bote de cianuro con el que pretendía matar a sus dos hijos y luego suicidarse. En un principio el bote fue a parar a la basura, pero, en mitad de la noche, a pesar de su tamaño y de ser muy escrupulosa, Heater se metió en el contenedor de basura para recuperarlo y esconderlo en la casa. Le daba miedo que un vagabundo hambriento o un perro callejero pudieran morir envenenados por su culpa.

La mano regordeta de la mujer se posa sobre la mejilla rasurada del hombre. Jake, querido, ¿te encuentras mal? Callar que ha vomitado voluntariamente en el cuarto de baño hace unos minutos, es lo primero que el hombre se reserva para sí mismo en mucho tiempo.

¿Cómo será su vida sin Heater? Desde que se jubiló, el tiempo parece haberse dilatado. La falta de cansancio hace que sus noches sean una eternidad de espera, a que amanezca y su esposa dé las primeras señales de estar despierta para comenzar  contarle los sueños que ha tenido, reales o inventados. Al mediodía la persigue en su ajetreo de preparar la comida para relatarle minuciosamente qué hizo durante toda la mañana y por la noche, consigue adormilarla contándole el argumento de alguna de las películas que ha visto por la tarde. Aunque sólo sea por la costumbre, no existe nadie más sobre la tierra con quien Jake quiera estar. La mano le tiembla cuando levanta la copa y le da un sorbo. Estoy un poco cansada. No te importa si volvemos al hotel, ¿verdad, querido?, con la mentira, Heater lo protege, evita un sobre esfuerzo.

Tres... cinco pasos hacia la salida. Heater se para, gira, vuelve a la mesa, como si hubiera olvidado algo. Acaba de un solo trago el contenido de la copa. Era una pena desperdiciarlo, explica a Jake. Con las palabras, sale un eructtito que provoca la hilaridad de la mujer y un intenso rubor en sus mofletes. 

sábado, 29 de marzo de 2014

Seiscientas Oes

¡Aaaaaaaah, qué tédio! ¡Qué aburrimiento! ¡Se me desencajan las quijadas por culpa de los bostezos! Me muevo y las articulaciones de las piernas (crack, crack) parecen romper trocitos de calcio que se han ido formando, como si fueran estalactitas, por falta de actividad. Todo el sábado encerrada en casa sacando los cuadros de superficies de las doce viviendas. 

Un cálculo rápido: cada una de las viviendas tiene una media de 15 recintos a los que hay que poner las superficies. Y he tenido que hacer tres versiones diferentes. Además, en la planta sótano de las viviendas hay un garaje con 20 plazas. He tenido que sacar la superficie de [(15 recintos x 12 viviendas)+20 plazas de garaje] x 3 versiones = 600 polígonos (aproximadamente). Cualquier ayuda que nos permita abreviar la labor, es agradecida. 

Para conocer el área de cada habitación, suelo crearme una capa que se llama área (no hay que ser original en AutoCad), no imprimible (por si meto la pata y se me olvida desactivarla). Los polígonos los procuro crear con el comando Contorno (antes de colocar la carpintería). Si ya la tengo colocada, con polilínea o rectángulo, y para saber el área del polígono, pulsando el botón área, lo que me obliga a pulsar inmediatamente la letra O para que me diga el área de un objeto (mi polilínea). 

Cuando llevaba ya unos 550 lecturas de polígonos, se me ocurrió pensar que me ahorraría bastante trabajo si pudiera evitar darle a la O cada vez que pulsaba área... y recordé que era muy fácil resolver el entuerto. Basta con personalizar el botón. Para ello...

Pinchamos con el ratón en una zona libre en las barras de herramientas. 


Si pulsamos el botón derecho del ratón, aparece el cuadro de la imagen. Seleccionamos personalizar


Nos aparece la ventana de la imagen, donde podemos buscar el botón que queremos personalizar (área, en mi caso). Una vez seleccionado, pulsamos la flecha que hay en la parte inferior derecha.


Aquí podemos modificar el comando del botón e incluso el dibujo del mismo (por si tenemos un montón de tiempo libre y nada mejor que hacer).

Pinchamos en macro y aparece a la derecha un botón con tres puntitos ... Le damos ahí, y se abre una ventana donde podemos modificar el texto. Para ahorrarme pulsar la O cada vez que selecciono área, me sobra con poner, después de los comandos que ya existen, un espacio en blanco y una O. De ^C^C_area, pasaría a poner ^C^C_area O


Aceptamos, aceptamos y aceptamos... cerramos todo, y ya tengo listo el botón a mi gusto.

¿Os parece una chorrada?... ¡Pulsad 600 veces la letra O... a ver si no cambiáis de opinión!






jueves, 27 de marzo de 2014

Arrojando lastre

Guille me envía un muñequito danzante cada vez que tiene una buena noticia que darme. Hacía tanto tiempo que no había razones para mandármelo, que se me había olvidado por completo. Cuando hoy lo vi, regordete y con la mitad de sus articulaciones anquilosas, pensé que sólo era una chorradita que quería enseñarme para alegrarme el día. Se extrañó que no lo llamara de inmediato para preguntarle cuál era la buena noticia. 


Cuando me enteré de la noticia, yo también me debería haber puesto a danzar como el muñequito: por fin hemos conseguido comprador para el local que tenemos en Barcelona; cuya hipoteca nos estaba lastrando la existencia, obligándonos a vivir separados y a cobrar por debajo de lo razonable para asegurarnos tener carga de trabajo. Pero me quedé mohína (puf, desplomada sobre el sofá). 

Recuerdo perfectamente el día que fuimos a ver el local por primera vez. La crisis ya había empezado, acabábamos de escapar del estudio de arquitectura donde nos conocimos, donde ya sólo quedaban cuatro gatos y la amenaza de ser también echados. Nos hicimos autónomos y el principio nos fue relativamente bien. Pensábamos que la crisis ni nos rozaría (qué ingenuos). 

El local, desnudo, parecía enorme. Antes de comprarlo nosotros, había sido una imprenta, de esas donde hacen invitaciones de bodas, recordatorios de bautizos y comuniones y tarjetas de visita. Había montones esparcidas por el suelo, mal cortadas o emborronadas por culpa de la tinta corrida. Los antiguos dueños habían dejado su rastro. En el cuarto de baño, además de decenas de botes de limpiadores industriales medio gastados, había una extraña máquina que tardé en saber para qué servía. Era como un túnel de lavado, pero en miniatura. Guille se remangó el pantalón, puso el pie en un extremo y el zapato le salió lustroso y brillante por el otro. Yo hice lo mismo y... al carajo las medias. 

Ya en casa, mientras pasaba el croquis a Autocad y diseñaba los diferentes espacios, imaginaba un posible futuro. El despacho de Guille y el mío enfrentados, con grandes ventanales que diera a la sala común donde iban a estar los administrativos, delineantes y aparejadores. Mucho espacio libre en el despacho de Guille, una mesa enorme en el mío, que cupiese al menos tres pantallas de las grandes. Quería una sola para poner como salvapantallas las fotografías de nuestros hijos (los que planeábamos tener). 

Es como si ese posible futuro se hubiera esfumado, como todo el dinero que invertimos en engordar las arcas de los bancos. 

martes, 25 de marzo de 2014

Estelas

Justo por encima de mi casa hay un corredor aéreo. Es fácil saberlo porque cuando se mira al cielo, suele haber alguna estela blanca de los aviones que vuelan muy alto. No pasan muchos. La estela de uno comienza a disiparse cuando aparece otro, amenazando una catástrofe imposible que sólo está en mi imaginación. ¿Y si chocaran?, me suelo preguntar. Hoy día es prácticamente imposible, por los sistemas de seguridad que existen. Aunque en el pasado ocurrió más de una vez. ¿Y si de repente explota? Sería complicado escapar de la lluvia de combustible ardiendo. Cuando está Guille por aquí no tengo pensamientos tan negros.

Veo las estelas de los aviones porque a veces me tumbo junto al ventanal de la terraza. Lo hacíamos este verano por las noches, para aliviarnos del calor, acostados sobre el pavimento desnudo; ahora lo hago sobre la jarapa que compramos en Órgiva (el suelo está demasiado frío). Hago que en la casa suene la música que le gusta a Guille. Sigo el ritmo de la música con el pie. Un gesto tan repetido, durante tanto tiempo, que el barniz de la pata de una mesa contra la que choca mi pie, ha desaparecido. También he pulido el tablero de la mesa que suelo utilizar. Antes eran iguales mi mesa de trabajo de Granada y de Barcelona. Ahora, la de Barcelona sigue teniendo las aristas vivas y ninguna de las mellas que ha ido dejando el uso en la de Granada.



¿A dónde irán los aviones que me sobrevuelan? Casi todos van dirección sur, hacia el mar. Demasiado altos para imaginar que han salido del aeropuerto de Granada. ¿Irán a Kenya? ¿A Uganda? ¿A Casablanca? ...¡Qué ganas entran de escapar!

lunes, 24 de marzo de 2014

La voz de Scheherazade

¿Por qué escribimos blogs? ¿Por qué lo hago yo? Hoy me lo preguntó mi logopeda. Ella prefiere que no lo haga, que vuelva a los interminables y tediosos dictados, que en realidad son más fáciles que intentar estrujarme el cerebro durante un rato y escribir las majaderías que se me ocurran. Los dictados me llenan de frustración: ¿qué es una vaca vacua? ¿por qué los gallos tienen callos? ¿por qué los túneles están llenos de tules? (son una retahíla de frases sin sentido con palabras parecidas). Le respondí que porque me divertía; pero no me creyó. Piensa que me cuesta mucho más escribir de lo que es en realidad. Propuso que por vanidad, porque me agrada ser leída. Asentí. Si no le gustaba la verdad, para satisfacerla, cualquier mentira era buena (aunque si me leyeran más, no sería divertido, porque cometer una burrada ante 20 personas es tolerable; ante 40, aterra). 

Ella también escribe un blog, pero lo hace por obligación, se lo impone el colegio para tener informados a los padres de los avances de sus hijos (no me extraña que esto de darle a la tecla, ella lo considere más un castigo que una satisfacción). 

¿Por qué escriben blogs escritores consagrados como Andrés Neuman o Antonio Muñoz Molina? ¿No será por la necesidad de saberse leídos? ¿Qué placer les produce? ¿Es para complacernos a nosotros, sus lectores? ¿Les compensa, sobre todo a Antonio Muñoz Molina, a pesar de los ataques furibundos que recibe de algunos trolls? Si algo me gusta mucho, como si mi forma de ser me impidiera disfrutar de ella plenamente, me atormento imaginando su final. En todo momento temo que alguno de esos personajes extraños, que quieren llamar la atención con una rabieta, lo termine agotando y se olvide de nosotros.

¿Por qué escribes tú tu blog?

sábado, 22 de marzo de 2014

La agüita amarilla

No había que moverse mucho ayer, ni ser muy observador, tampoco estar conectado a las redes sociales, para saber que algo extraño sucedía en la ciudad. Me sobró ir al supermercado y darme un paseo por la sección de bebidas alcohólicas para imaginarlo: ¡La fiesta de la primavera!

La marabunta de adolescentes, algunos sobrepasaban los 40 años, comenzó alrededor del mediodía. Eran como animales migratorios con un destino fijo. Los veías cargados con sus bolsas de supermercado llenas de bebidas o con cubos rebosantes, abrían la boca y antes de que preguntaran, ya sabías lo que tenías que responderles. Como un Colón encima de un pedestal, señalabas al norte, a la lejanía, hacia donde el Camino de Ronda se pierde en el horizonte, donde un alcalde bienintencionado instaló el botellódromo, un lugar destinado a la borrachera colectiva. En el lugar no se puede hacer otra cosa: no hay música, no hay actuaciones, no hay lugar donde tumbarse y limitarse a tomar el sol. 



A pesar de estar lejos del centro de concentración, no me he librado de las consecuencias de la supuesta fiesta (¿se puede llamar fiesta a pillar una borrachera?). Pasadas las diez del día siguiente aún se veían grupos de personas cargados con los restos del naufragio del que parecían volver, entre gritos disonantes que pretendían ser canciones. 

Al menos para mí sólo ha sido una molestia insignificante y pasajera. En la radio una mujer que vive junto a El Corte Inglés, se quejaba, no ya de los ruidos durante todo el día y la noche, si no por la falta de respeto que demuestran quien se divierte de forma tan extraña. Aseguraba que a altas horas de la madrugada le tocaban el portero automático. La disyuntiva estaba entre si abrir o soportar durante un rato los timbrazos. Abrir significaba encontrarse por la mañana con una cloaca en el portal, el ascensor e incluso el descansillo de la escalera porque al lumbreras del alcalde que se le ocurrió crear el botellódromo no imaginó que si tanto líquido entra, en alguna parte deben depositar el que, inevitablemente, sale. 


jueves, 20 de marzo de 2014

El perro del hortelano

Qué poco valor damos al tiempo ajeno. Llevo toda la tarde atrapada en el piso. Podría salir, ningún impedimento físico me lo prohíbe, ni psíquico (tipo El Ángel Exterminador); pero estaba obligada a esperar al mecánico del termo. Vino ayer. Le echó una ojeada y vio que necesitaba sustituir una válvula. Supuestamente la tendría esta mañana a última hora y hoy la pondría, pero hasta que no dieron las ocho no llamó para decir que la tendrá mañana.

Entretanto, qué asco me doy. He tenido que lavarme a trocitos, calentando calderos de agua y refregándome con una esponja. Lavarme la cabeza ha sido más complicado. Me enjuagué bien el pelo, creía, pero lo tengo apelmazado por culpa de la mascarilla. Veo desde la terraza el enorme mamotreto del hotel San Antón ante mis narices, y me dan ganas de alquilar una habitación hasta que la crisis del termo pase. Qué fácil es ignorar las comodidades que nos proporciona esta vida y notar su ausencia sólo cuando dejan de funcionar.

Mi abuela me contaba que cuando era niña sólo se bañaba una vez a la semana, los domingos por la noche. Le llenaban un barreño de zinc con agua caliente, y la tenían en remojo hasta que los dedos de las manos se le ponían como pasas. Cuando fue mayor, le aseguraron que si se bañaba mientras tenía la menstruación, se le cortaba y tenían que llevarla al ginecólogo para que le hiciera un raspado; por eso durante años, ni se acercaba al agua durante esos días del mes.

Busco alternativas, por si la situación se prolonga mucho más. Hay pocas personas con las que tenga confianza para pedirme que me permitan ducharme en sus casas. La aparejadora con la que trabajé hace un par de años, es la más cercana en distancia. Mi hermano, mi madre... lo malo es que no puedo alejarme mucho del piso porque en cualquier momento puede llamar el mecánico, asegurando que tiene la pieza. Este hombre es como el perro del hortelano, que ni come, ni deja comer.


miércoles, 19 de marzo de 2014

Como un perro verde

Creo que es la pericial más extraña a la que he tenido que enfrentarme. (Bueno, la del sujeto que se adueñó de dos habitaciones del piso adyacente mientras el dueño -su hermano- estaba de vacaciones, también fue muy rara).  Un vecino de un bloque de pisos se queja de que la cisterna de su inodoro se vacía cada vez que desde los pisos superiores tiran agua por el váter. Ha denunciado al arquitecto del inmueble por mala praxis y exigen una burrada de compensación económica por daños psíquicos al impedirle, teóricamente, conciliar el sueño el constante vaciar de la cisterna. Ningún otro vecino tiene ese mismo problema. Él vive en un tercero y el bloque tiene seis plantas. En el bloque gemelo, en la misma planta, tampoco se da el extraño fenómeno que, en teoría, sí es posible. Si la bajante, a la que están conectados todos los inodoros, fuera de sección inadecuada (excesivamente estrecha), al vaciarse una cisterna en una planta superior, los inodoros de las plantas inferiores, debido al vacío, sufrirían succionamiento del agua del sifón, y este mismo vacío podría obligar al agua acumulada en la cisterna a salir.... En teoría. En la práctica no hemos logrado verlo ninguno de los presentes. Veinticinco pruebas realizadas, sólo en una, supuestamente, se ha producido el evento, pero, cosa rara, cuando el único testigo era el dueño de la vivienda (¿será una cisterna inteligente y vengativa?). 



¡Vaya desperdicio de tiempo, de agua, de servicios judiciales... y de injustificada intranquilidad de un  profesional que, en apariencia, ha hecho bien su trabajo!


martes, 18 de marzo de 2014

Un faro en mitad de la tormenta

Hace calor. Esta tarde llovió, pero sigue haciendo calor, demasiada para una noche de invierno. Ahora mismo ya no queda ni rastro de humedad en el suelo, aunque fue un buen chapetón. Me gusta este tiempo tan extraño; me suele gustar cualquier cosa que salga de la normalidad (en el clima, solamente, en el resto de cosas, prefiero la monotonía). 

Hoy ha sido un día tan gris como hemos tenido el cielo la mayor parte de la tarde: el termo no funciona, tengo la menstruación, han cerrado las dos únicas peluquerías a las que estaba acostumbrada a ir por aquí, Guille ha pospuesto una semana más su regreso...

Pocas cosas hay que me pongan de más mala leche que no poder ducharme a primera hora de la mañana. Hay gente que necesita cafeína en su cuerpo para comenzar a funcionar, para mí es imprescindible remojarme para poder estar completamente consciente y no verme sumergida en un extraño jet lag. Intenté ducharme con agua fría, pero sale a tan baja temperatura (como si llegara directamente del nacimiento del Genil) que es doloroso sentir el chorro gélido sobre la piel. Vendrán hoy a arreglarlo (la carcasa donde es esconde el termostato, de esos que son dos plaquitas metálicas, se ha inundado y dejado de funcionar). 

La menstruación nunca me ha producido dolor ni molestias. Sólo me entristece por lo que implica: otro mes de espera. Claro que en esta ocasión habría sido, literalmente, un milagro que gestando: la inmaculada concepción. ¡Ja! ya me imagino con camisón, manto y levitando sobre una nube sostenida por angelotes rollizos. Y para colmo Guille aplaza su venida una semana más. Debería alegrarme, porque eso significa más trabajo, y Guille es muy feliz mientras trabaja. Pero soy egoísta, y lo prefiero tener a mi lado.

Soy despistada. Algunos establecimientos de la zona llevan cerrados semanas o meses, pero yo no me percato hasta que los requiero. Me ha ocurrido con las dos peluquerías a las que solía ir (soy un animal de costumbres). Una de ellas estaba en una de las perpendiculares que comunican la Ribera del Genil con la calle Agustina de Aragón, y tiene nombre árabe (demasiado vaga a estas horas para ponerme a buscarlo en el Google map). A esa calle sólo la necesidad me hace ir. Es comprensible que su cierre me haya pasado desapercibido hasta ahora. La otra, por el contrario, la tengo frente a mi azotea, en un local muy pequeño que con anterioridad había sido una panadería, y que duró abierta menos que una cerveza en manos de un beodo. ¡Kaput! Desaparecida ante mis napias sin previo aviso. Me metí en la primera peluquería que encontré. No está mal. Todo el salón para mí sola. Cuatro lavacabezas, ocho sillones de tocador, tres secadores extraños, tres peluqueras... completamente desocupados.

Cuando volví a casa me encontré el correo electrónico de un encargado de obras que es bastante bueno y al que aconsejé que enviara su currículum al promotor de las 12 viviendas de Málaga. Me lo agradecía, pero declinaba la propuesta porque tiene trabajo, de manitas, en el puerto deportivo de Marbella. Asegura que no necesita absolutamente nada para ser feliz.

lunes, 17 de marzo de 2014

El vuelo de una mosca

Tengo un compañero que lleva un tiempo, para desearnos feliz inicio de semana, enviándonos unos vídeos de accidentes de tráfico (no sé si es un sádico o quiere que pensemos -dada la crisis- que todo puede ser peor). 

El de esta semana (si vais a Rusia, tened cuidado con el tráfico)


Ver estos vídeos puede ser educativo, porque se aprende lo fácil que es que la vida te cambie en sólo un segundo. Algo que ha estado a punto de ocurrir esta mañana (al menos para uno de los operarios de la obra del Campus de la Salud).

En este momento, en la sala de laboratorios, por encima de donde irán las mesas, se están colocando unas regletas para las instalaciones de electricidad y telecomunicaciones. Las regletas van pegada a la pared con un tornillo cada medio metro. Se abre un agujero, se mete un taco de nailon y se aprieta el tornillo. Es fácil, porque el panel especial para los laboratorios es de una resina no muy fuerte y debajo hay ladrillos huecos. Lo malo es cuando pilla un pilar. Se les había pedido que colocaran un tornillo inmediatamente antes y después del pilar y si la junta coincidía en mitad del pilar, se pegara con silicona. Pero toda esa información que se proporciona en un despacho a altas horas de la noche, por lo general, se queda perdido en la memoria del encargado.

Esta mañana revisaba los falsos techos (y todas las instalaciones que van en ellos) en la misma sala donde un sujeto ponía las regletas. Nos acompañaban dos personas más: el encargado de tomar medidas para hacer las mesas de los laboratorios y su ayudante (un derroche o una obra de caridad, porque ese trabajo lo puede hacer perfectamente una persona sola). Yo tenía la vista fija en el cielo (raso), así que no fui testigo directa de los hechos. Al igual que en las películas de miedo, en las que un grito se adelanta al instante de terror; primero se escuchó un alarido muy agudo, casi femenino (del ayudante del medidor de mesas) y luego se hizo un silencio tan perfecto que se podría haber oído el vuelo de una mosca (si el frío no las tuviera recluidas aún en sus huevos). Todos miraban al señor de los agujeros. Tenía las manos levantadas, como si lo estuvieran atracando, y el taladro colgaba de su ropa, a la altura del estómago, al igual que un badajo gigantesco. Por un momento temí que al quitárselo, se desparramaran, como un bote de confeti, sus tripas. 

Por fortuna, la cosa no pasó de un susto, una camiseta agujereada y una sudadera agrandada. El operario, al encontrarse con un pilar, hizo fuerza empujando el taladro con el estómago. Por alguna razón, la broca resbaló y el taladro se giró, sin que el sujeto tuviera suficientes reflejos para quitar el dedo del gatillo. La broca siguió girando y se enredó con la ropa. Sólo tiene un arañazo

domingo, 16 de marzo de 2014

Mayday

Hoy tocó comida familiar. Mi hermano, mi cuñada, mi sobrina y una amiga de ella a la que prácticamente tenemos adoptada (a mí me llama ya tita). Estuvimos en un bar cercano, en la Ribera del Genil. Paella, boquerones y calamares fritos, ensalada, crema catalana... Mejor comida de lo esperado por el precio. Escogimos el lugar por su ubicación: cerca de mi casa, con mesa prácticamente al exterior y con todo el sol de la primeras horas de la tarde produciéndonos una agradable somnolencia que habría derivado en sueño si no hubiera estado encendida la TV justo sobre nuestras cabezas. Daban la noticia del Boeing 777 desaparecido en Malasia. Cada uno teníamos una teoría.

- Mi cuñada: Han sido abducidos. Lo siento, es mi cuñada, ella cree en esas cosas. En una ocasión, por navidad, mi sobrinilla, que tendría unos 5 o 6 años, me susurró al oído: No le digas a mamá que Papá Noel no existe

- La amiga de mi sobrina: En el avión volaba alguien con una grave enfermedad contagiosa y el FBI lo tiene secuestrado hasta que pasen la cuarentena. (Ella y mi sobrina sabían que una cuarentena no tiene que ser necesariamente de 40 días, y que tiene ese nombre porque era el tiempo que tardaba en infectarse una persona y producirle la muerte o sanar, por la peste bubónica que asoló Europa durante la Edad Media). 

- Mi sobrina: Unos gamberros quisieron secuestrar el avión por una apuesta tonta y ahora, visto la que han formado, no se atreven a devolverlo. 

- Mi hermano, que conoce el valor del aluminio de avión, está convencido que son un puñado de piratas aéreos que sólo tienen el propósito de vender todo el avión por piezas, como si fuera chatarra (es que mi hermano no tiene mucha confianza en la inteligencia de los cacos). 

- Yo. Es un secuestro aéreo. Las autoridades malayas ya conocen qué exigen como rescate y lo están tramitando en secreto por exigencia de los secuestradores. Cuando entreguen todos los millones de dólares o liberen o no sé qué presos políticos chinos o tibetanos, liberarán a los viajeros.

En este momento las autoridades están barajando el suicidio de  alguno de los pilotos (cosa extraña teniendo en cuenta que suele haber tres personas en la cabina). En Indonesia ya se supuso que un piloto quiso suicidarse. Al final descubrieron que era un problema con el timón de cola. 

Si fuera creyente, rezaría por que la agonía de los familiares termine cuanto antes. 

viernes, 14 de marzo de 2014

Relax

Hoy he disfrutado por primera vez en mi vida de una clase de yoga (ohmmmmmmm). He ido invitada por un cliente que nos ha contratado para hacer un proyecto de actividad. Unas oficinas se pasará a local para hacer yoga (ohmmmmmmm). El local está en Málaga, pero como tiene un centro en Granada en funcionamiento, me dio un vale para asistir a cinco sesiones gratis. He pisado gimnasios de toda clase, pero nunca había estado en uno destinado al yoga exclusivamente. El de aquí es un local en la planta baja de un edificio en la calle Arabial. Es bastante feo. Suelo de terrazo y paramentos pintados al gotelé. Las ventanas parecían lucernarios: pegadas al techo y muy estrechas. A pesar de tener vidrios traslúcidos, se veía con claridad los barrotes de las rejas, dándole un aspecto carcelario y produciendo una sensación desagradable de encierro forzoso. La fealdad del local intentaban paliarla con toda la parafernalia propia del misticismo que parece envolver la práctica del yoga: pósteres con paisajes difuminados o con la imagen de una pareja practicante (de yoga, no de sexo) cuyas posturas parecen salir del Kamasutra; incienso... música con ruidos de fondo de correr del agua (eso siempre me ha producido ganas de miccionar), supuestamente relajante, me produce estrés porque estoy esperando a cada instante que el ritmo varíe. 

Que karma más chungo tenía el monitor. Si alguien tiene alguna queja, que lo diga a la cara y no vaya con habladurias a otros. Soltó, nada más llegar.A lo largo de los 50 minutos que duraba la clase, volvió a repetir su petición. ¡Qué lenta soy! Tardé en darme cuenta que yo era la causante de semejante comentario, y de su mal humor. Me debió creer un topo. 



La sesión de yoga no me relajó nada, pero sí fue muy pedagógica. Aprendí que es imprescindible el incienso (por la misma razón que el botafumeiro) -también hay que colocar extractores para eliminar la condensación de humo- y ante cualquier fuerza mayor, la supuestamente relajación del yoga no funciona ni con los más avezados. 

Cuando llegué a casa me puse a limpiar. Con música de Madredeus, que no provoca el error de pensar a cada instante que va a cambiar de ritmo. Estirar hasta llegar a lo más alto de los marcos, encogerse para alcanzar los rodapiés... al final, encontré un buen sustituto del yoga.


jueves, 13 de marzo de 2014

Mi hermano y sus mujeres

Suelo hacer para mis hermanos dibujos de piezas para motos, coches, coches antiguos, juguetes de hace cuatro o cinco décadas.... No es extraño que vengan a cualquier hora del día o de la noche. Pero en esta ocasión, que necesitaba un dibujo, sólo fue una excusa de mi hermano mayor. Venía acompañado por una chica, su última novia, la que sus padres tienen una granja y de la que toda la familia está sacando beneficio porque nos suele regalar productos recién cogidos (del gallinero o de la huerta). Creo que a toda la familia gusta (y no por egoísmo). Al igual que nos gustaban cualquiera del centenar largo de novias efímeras que le hemos conocido. Procuramos no conocerlas mucho, no encariñarnos de ellas, porque suelen ser tan breves como un suspiro y no queremos echarlas de menos. Aunque con esta parece ir más en serio: ha roto su regla de mantenerlas alejadas de nosotros. Creo que la visita de esta tarde la ha hecho a petición de ella: presentármela ha sido su regalo de cumpleaños. 

Hice que comiera roscos fritos, de los que cociné ayer con mi vecina. Estuve feliz de hacerle ver que había dado buen uso a los huevos que me mandó. Hasta le pinchamos en el rosco más grande, una vela de cumpleaños que tenía perdida en uno de los cajones (tonterías que se guardan y a las que casi nunca se les da uso). No le cantamos el cumpleaños feliz (debería estar muy agradecida por esto) porque mi hermano y yo desafinamos como gatos a los que ha pisado la cola. 

Es divertida, extrañamente tímida. De conversación monotemática si no se la guía. Jamás he conocido a alguien tan entusiasmada con su profesión. Es profesora. Como todos en estos días, se queja de la crisis y los recortes, que llegan hasta el extremo de limitarles las fotocopias. Se lamenta de no saber cuánto cobrará porque las pagas extras son como Lázaro, que viven y mueren y reviven al antojo de Dios (en este caso, Dios es el gobierno). Al hablar de sus alumnos, es cuando se le cambia la expresión de su rostro, le brillan los ojos y parece entrar en trance. Conoce los problemas de cada uno, las necesidades que tienen, los que hay que dejar que vayan a su bola y los que hay que atarlos en corto para que funcionen mejor. No se avergüenza al asegurar que no es ecuánime al poner la nota en los exámenes. Suele premiar a quienes se esfuerzan más. Dice que ha comprobado que así se animan y el rendimiento es mayor. No sé si es justo lo que hace. Lo que sí resulta evidente, es que ama su trabajo. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Olor a canela

Acabo de abrir la puerta para salir a correr (sólo he vuelto a ponerme los leggins largos porque hace más frío del que pensaba). Siempre me dio la sensación que los olores se disipan antes en los ambientes con bajas temperaturas, pero al toparme con el aire de las escaleras, me ha llegado hasta lo más profundo de mis fosas nasales el olor a canela y repostería que contribuí a hacer esta tarde con mi vecina del segundo. Bajé para compartir con ella una de las dos docenas de huevos que mi nueva cuñada me ha regalado (sus padres son agricultores y tienen un cortijo con animales). Eran demasiados huevos para mí. 

A mi madre se le da muy bien eso de las visitas sociales. Sabe soltar el cumplido adecuado en el momento adecuado y callarse lo que es conveniente no decir en voz alta (a mí, aunque sin un ápice de maldad, me ocurre lo contrario). Cuando hago una de esas visita, agradecería no pasar de la puerta. Me esfuerzo en cambiar sólo porque creo que conviene a mi personalidad, al igual que intento que me guste música diferente a la que realmente me gusta y leo escritores que me hacen bostezar (como Nicholas Sparks). 

Con mi vecina del segundo es imposible una visita de hola y adiós. Su piso parece un museo a toda una vida de recuerdos. Cuando vuelvo a mi casa, me da la sensación que está demasiado desnuda. Hasta tiene un cuadro de un perrito, uno de esos minúsculos, que son una migaja de animal. Mi capacidad para atormentar almas sosegadas: le pregunté por el perro y se puso triste. Hace unos años lo llevó al veterinario porque lo veía tristón e hicieron que lo sacrificara para que no sufriera. Ahora se arrepiente de su decisión. Dice que lo desecharon como si fuera un trasto, un objeto inanimado para el que no existen piezas de recambio.

Quiso que la ayudara a hacer roscos fritos con los huevos que le acaba de llevar. Fue muy divertido. Es algo que me gustaría hacer algún día con mi madre (aunque ella es poco de compartir los quehaceres de la cocina). Huevos (yemas de color naranja - mi madre dice que esos huevos son así porque comen maíz), harina, levadura, azúcar (poca, para complacerme), limadura de limón, zumo de una naranja... (creo que no llevan nada más). Fue divertido hacer los churritos y juntarlos en forma de círculo (como jugar de nuevo con plastilina). Luego se fríen y espolvorean con azúcar y canela. 



Ahora salgo a correr, cuando vuelva, para evitar las agujetas porque llevo unos días de inactividad, me comeré uno. 

Como un sorbete de limón

Ayer me lo tomé de vacaciones. Llevaba más de 72 horas sin dormir y estaba agotada. Pensaba no hacer nada, pero el día estuvo saturado de menudencias, de pequeños recados que apenas me dejó un instante de descanso, aunque lo que no perdoné, fue irme temprano a la cama. Ni siquiera salí a correr. Mi tío Fermín me regañaría si supiera que estoy tanto tiempo sin pegar ojo. Dice que el cerebro necesita sus horas de descanso (detalla minuciosamente qué se produce durante el sueño). No es que no me guste dormir, es que me da pena dejar lo que estoy haciendo e irme a la cama, donde seguramente me tiraré un rato dando vueltas, pensando en lo que he tenido que abandonar a medias. Eso no me ocurre si el peso del cuerpo de Guille me hace deslizar por la cama y terminar pegada a su espalda. 

Acostarme temprano implica levantarme aún más temprano. A media mañana tenía todo hecho. Cuando los acontecimientos me regalan un tiempo extra, suelo aprovecharlo en limpiar. A los cristales de la terraza le hacen falta una buena pasada. Me molesta mucho mirar fuera y ver una falsa neblina debido al polvo. Pero el cielo ha estado extraño durante todo el día. Muy nublado hacia el sur, por encima de Sierra Nevada; completamente despejado o con alguna nube despistada, hacia poniente; por la Vega. Parecía que iba a llover a raudales. En todo el día no ha caído una gota; aunque a primera hora de la noche se levantó un viento fuerte y cálido que tiró al suelo algunas hojas de las que ya están cubiertos los árboles. 

Coloqué el sillón de la lectura frente al ventanal que deja entrever, tras el hotel San Antón, la Sierra. Llamé a mi madrina (en realidad no es mi madrina; fue una de las primeras novias de mi hermano mayor). Imagina que te acabas de comer un potaje de habichuelas... ¿qué leerías ahora para limpiar el paladar? Es nuestro juego: comparar los libros con comida. Me sugirió a Javier Marías, que para ella es como una pechuga de pollo a la plancha (para mí, como un vaso lleno de somníferos). Algunos de los Trópicos de Henry Miller, que es como comer pipas (ya los leí, como toda adolescente dada a los pecados de la carne, debe hacer). Algo de Almudena Grandes, para ella es como comer boquerones fritos (para mí es como tener un empacho de pepino -se repite y se repite y se...-). Estuvimos un buen rato hablando (aunque desde antes de llamarla tenía decidido ponerme con El Profesor, de Charlotte Brönte). Pero dijo de Alice Munro que es como beber un sorbete de limón. Ahora tengo en el brazo del sillón de lectura Amistad de Juventud


lunes, 10 de marzo de 2014

Gresca

Olfateo el aire en busca de algún tóxico que inocule mala leche y mal humor a raudales. No da resultado. Puede que yo esté vacunada; pero un par de individuos que en estos mismos momentos discuten bajo mi ventana, no. Son casi las dos y media de la madrugada, y ya llevan un buen rato calentándose la oreja. Uno de mis vecinos se quejó por el ruido que hacían, y obedecieron, bajando el tono de voz, aunque me molesta más los susurros forzados que los gritos. Discuten por una deuda de cinco euros (estoy tentada a tirárselos por la ventana, para que se callen). Uno de ellos, prototipo de pagafantas, invitó a beber a una chica el viernes. La chica al final se fue con el amigo del que invitaba, y ahora considera que tiene una deuda que le debe pagar. Supongo que la historia tendrá más intrigulis, sería triste que no fuera así por que, en  caso contrario, el valor de la chica, para el pagafantas, sería sólo de cinco euros. 

De cuando éramos inocentes

Hace unos días -difícil de concretar porque están implicados diferentes husos horarios- Antonio Muñoz Molina, en su blog, dedicó una entrada al aniversario de la muerte de su padre. La leí con escozor en los ojos. No por la tristeza que implica la desaparición de un ser humano (estaría constantemente triste); ni por empatía hacía el escritor (habría sido hipocresía, a pesar de la admiración que siento); si no porque obliga a ser consciente de los propios recuerdos. 

Cada persona soporta el dolor como puede Mi madre con el silencio, mis hermanos con el recuerdo y el resentimiento (le culpan de su propia muerte, de que no pudiera dejar de fumar a pesar de nuestra existencia), yo con la imaginación. En gran medida me he inventado al padre que apenas tuve. Lo he ido creando a partir de lo que dejó: sus libros, sus discos, las historias que cuentan mis hermanos, algunas fotografías, muy pocas, porque solía estar tras la cámara...

Dicen mis hermanos que desde su muerte nada fue igual que antes. Es como una fiesta en la que falta el anfitrión. En cualquier acontecimiento, por nimio que sea, por importante que sea, siempre se nota su ausencia. En el nacimiento de mi sobrina, en su rápido crecer, incluso cuando coincidimos todos en una comida. Inevitable no pensar en el cariño que le hubiera tenido a la niña. Cuando lo pasaron a cuidados paliativos (cuando lo sentenciaron a muerte) dijo a mi hermano mayor: No tengo miedo a la muerte. Sólo lamento perderme ver crecer a vuestra hermana. 

Su rostro comienza a tener las primeras arrugas y su pelo, canas; sólo porque mis hermanos, que heredaron sus facciones, comienzan a tenerlas. Como lo imagino, más que lo recuerdo, puede que para mí termine siendo un anciano, aunque no llegó a cumplir los 47 años. 

viernes, 7 de marzo de 2014

La masoquista

A veces creo que soy una masoquista a la que no le gusta el dolor, pero que no puedo evitar buscarlo. Me atormento pensando qué puede ocurrir mal ante cualquier hecho, por insignificante que sea, como si quisiera adelantarme al sufrimiento que inevitable sentiré. 

Si Guille llama y me dice que vendrá conduciendo de madrugada desde Barcelona, esa noche no puedo dormir, temiendo que mi sueño, a pesar de la distancia, se le contagie y tenga un accidente de tráfico. Pero por lo general no son temores tan drásticos. A veces son insignificantes y casi siempre ridículos. Miedos absurdos. 

Cuando estaba en la facultad una compañera de piso, en una fiesta que celebrábamos (ahora no recuerdo qué festejábamos, puede que nada), se emborrachó sólo lo suficiente para relajar su pudor, pero no para olvidar y permitir que su memoria, a posteriori, la liberara de la vergüenza por el ridículo hecho. Le dio por levantarse la falda a la altura de la cabeza y enseñar la ropa interior. Por fortuna aún no estaba generalizado el mostrar al mundo las extravagancias propias o ajenas vía Youtube. Cada vez que me pongo una falda de vuelo y corta, procuro dejar en el cajón de la ropa interior los tangas y bragas con personajes de Walt Disney (mi sobrina tiene la costumbre de regalármelas, creo que como venganza a un vestido con pololos que le compré cuando era pequeña). Temo estar tan ensimismada en mis pensamientos que me olvide de todo, incluso que me encuentro ante extraños, y me dé por levantarme la falda como a mi compañera de piso. 

Si duermo poco, me suelo echar una siesta después de comer de unos 20 minutos. Hoy esos minutos de inconsciencia han sido fagocitados por un bochorno anticipado: el promotor de un bloque de pisos en Málaga, el que expele rectitud y beatería por cada uno de los poros de su piel, quedó en pasarse por mi casa  a las 11:00 de la noche para dejarme las últimas modificaciones que quiere que se le haga a su proyecto (venía de Madrid de ver a su socio). Las personas somos animales de costumbres y mis vecinos suelen fornicar como si estuvieran grabando una película porno a esa misma hora. ¿Cómo reaccionar si promotor y fornicadores coincidían? ¿Qué decir para que no se ofendiera?... Por fortuna el promotor se fue antes de la sesión de cine para adultos.


jueves, 6 de marzo de 2014

¿La definitiva?

¿A qué edad deciden los niños lo que quieren ser? En mi familia es como si viniéramos de origen con la decisión de nuestra profesión tomada, como si la tuviéramos incrustada en los genes. Les ocurrió a mis hermanos, por cuyas venas siempre pareció circular gasolina en lugar de sangre, y me ocurrió a mí, que desde los seis años, al ver los planos que mi padre manejaba por estar designado a las obras en el Destacamento de Aviación donde vivíamos, supe que estaba destinada a la arquitectura. Incluso mi cuñada, casi desde que tuvo uso de razón, anheló dedicarse a no hacer nada en absoluto (y, por temporadas, lo ha conseguido). 

 Con mi sobrina está siendo diferente. Es errática. Cuando era muy pequeña quería ser charcutera, fontanera, disc jockey, odontóloga... durante mucho tiempo quiso ser veterinaria, hasta que a su perro lo castraron y le permitieron asistir a la operación. Hoy, mientras subían a mi casa en ascensor, discutía con su madre, intentándola convencer de que la profesión de azafata es una buena elección. ¿Quieres que tenga el corazón en un puño cada vez que te vayas a trabajar? Se quejaba mi cuñada. Mi sobrina, que ya se conocía los argumentos de su madre, se había aprendido de memoria las estadísticas de accidentes aéreos y se los soltó de golpe. 

Durante toda la cena discutimos del mismo tema (habían venido a compartir conmigo una oferta de dos pizzas por una que había encontrado en una pizzería de Acera del Darro). Mi cuñada es una de esas personas cobardes muy valientes. Todo le da miedo, pero lo logra vencer. Mucho más admirable que quien no tiene miedo a nada. Sólo sube a los aviones borracha, literalmente. No comprende que sangre de su sangre, quiera una profesión en la que tiene que poner en peligro su vida todos los días.  

Por supuesto, saqué a colación lo ocurrido en el vuelo París - Barcelona que hicieron Guille y su madre. Conté la versión de la madre, incluyendo su convicción de que el avión no se había caído por lo mucho que ella había rezado. Solucionado, dijo mi sobrina. Cada vez que vaya a volar, pediré a la suegra de la tita que rece para que el avión no se caiga .

miércoles, 5 de marzo de 2014

Sobre fratricidio

Tengo en la memoria un recuerdo que  a la fuerza debe ser falso porque en él mi tío Pere y mi tía Lola están juntos bajo el mismo techo y jamás se soportaron, hasta el extremo de repelerse como imanes de igual polo. En el recuerdo me duele el estómago, y mi tía, que es sietemesina, (supuestamente tiene el don de curar los problemas estomacales) me masajea el estómago. Conmigo ese don sólo funcionó una vez (tenía gases). En esta ocasión hubiera preferido que me dejara sufrir en soledad. Mi tío está en el extremo del sofá donde tengo apoyada la cabeza. De vez en cuando me toca la frente, como hacía con mi padre, y parecía preocupado. Tal vez el recuerdo fue un sueño, una forma cobarde de protestar porque después de la muerte de mi padre todos me atosigaban y yo sólo quería estar sola.

En ese recuerdo, como en muchos otros donde no participa la imaginación y comparto con mis hermanos, mi tío Pere interrumpe lo que está haciendo para poner toda su atención en la TV porque dan una noticia sobre Antonio Tejero (el del golpe de estado del 23-F de 1.981). Mi tío lo consideraba un héroe. No comprendía por qué lo había encarcelado. A fin de cuentas -decía- ese tío sólo ha hecho que los chupasangres de los políticos se caguen o se meen en los pantalones. Algunos le reían la supuesta gracia, y hasta había quien se la copiaba. Yo lo creía. Era una niña, no comprendía aún qué era una dictadura o una guerra civil. 

La Guerra Civil Española es de color sepia y huele a alcanfor. En los libros de historia del colegio se reducía a un párrafo, mucho más corto que el temario que se ocupaba de al-Andalus, como si fuera algo vergonzoso que hay que esconder y mostrar sólo de soslayo. Tal vez por esa sensación de ser algo que no merece la pena, todo lo que trataba de la Guerra Civil me repelía. Entre ello, Max Aub, escritor que me había aconsejado hasta la saciedad mi madrina. Ella conoce mis gustos (porque suelen ser los suyos). Incluso me regaló un par de sus libros: los dos primeros tomos del Laberinto Mágico -no sabía que era una serie de seis novelas-. He empezado por Campo Abierto; pero al parecer no importa mucho el orden. Me ha gustado mucho. Sólo el trabajo ha impedido que lo lea de un tirón. No es una literatura del tipo desnuda (Y se quitó la túnica, /y apareció desnuda toda. /Oh, pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para siempre!). A veces, demasiado empalagosa para mi gusto; pero tiene mucho humor, sobre todo en las descripciones de los personajes y es muy interesante lo que cuenta. 

Si mi tío Pere aún siguiera admirando a Tejero, le haría tragar, página a página, este libro, para que comprendiera de qué pasta, hedionda y marrón, está hecho su héroe.  

martes, 4 de marzo de 2014

Buscando un cabo

Recuerdo la sensación de vacío que sentí el primer día después de la entrega del proyecto final de carrera. Había pasado varías semanas trabajando casi 20 horas al día, sin hacer otra cosa, sin pensar en otra cosa, sin imaginar que existía en este universo algo diferente al proyecto que tenía entre manos. Y la sensación de angustia y ahogo por saber que no me daría tiempo a hacer todo cuanto quería. ¡Qué agradable fue ser de nuevo la dueña de mi propio tiempo!

Estos días tenemos mucho trabajo. De repente, inesperadamente, se han acumulado un montón de finales de obra; no porque la economía vaya súbitamente bien, si no porque Endesa, en cuanto está falta de efectivo, se pone brava con los promotores de las viviendas y no dejan apenas plazo para sustituir la luz de obra por la luz de consumo regular. Necesitan el certificado de habitabilidad del ayuntamiento para hacer el cambio de contrato. Mientras dibujo, no hay que tener puestos los cinco sentidos en lo que son simples modificaciones de lo ya hecho, me gusta mucho escuchar documentales (Crímenes Imperfectos o Mayday, son muy entretenidos) o conferencias de Javier Marías (aún no le he encontrado el puntito a sus novelas-dentro de dos o tres libros leídos, le volveré a dar otra oportunidad, o me la daré yo, que el problema de que no me guste es mío-, pero me encanta como conferenciante. Tiene voz de amante. De esas que esperas sentir, más que escuchar, pegada al oído. Lo que dice también suele ser interesante. 

En esta última remesa de dibujos, sin embargo, los documentales y conferencias han sido sustituidos por música (el Réquiem de Mozart y todo lo habido y por haber en Youtube de Ludovico Einaudi). Quería tener la mente libre para pensar en la historieta de la Canica. En cómo será la vida en el centro de la Galaxia. Debe de ser un hervidero de vida y de avances. Algo semejante al contraste que existe entre Bollullos del Condado y New York. 

Ahora que ya no hay historieta por la que molestarme en imaginar cosas, me he quedado desinflada y vacía, como cuando terminé el proyecto final de carrera. De repente se ha vuelto más aburrido dibujar o ducharme o correr y más hiriente porque tengo la mente libre de fantasías y llena de realidad (Guille lejos, la docena y media de proyectos que tenemos en los colegios visados y sin cobrar, la inutilidad del tratamiento de fertilidad en este momento, la sensación de caída libre de la normalidad diaria...). Ando con los ojos abiertos como un búho, a la búsqueda del cabo del hilo que me permita encontrar otra historieta con la que entretenerme para distraer el pensamiento.



... me pregunto, si terminaré como esas personas cuya realidad se encuentra encerrada en los límites de su cráneo. 

domingo, 2 de marzo de 2014

La canica iridiscente - Azul

Son como catedrales góticas: estructuras nerviadas muy tenues y vidrio por todas partes. Veintitrés ve las extrañas naves que acaban de llegar a través de las lágrimas, desde un metro sobre el suelo, porque está sentada, con la cabeza del general apoyada en sus piernas. Quien la tripula es un ser que recuerda remotamente a un humano, un humano que ha sido divido en dos por su eje de simetría y unido con gruesos cordones umbilicales a la altura del cerebro y del estómago. El único que desciende de la nave va vestido con una ropa profusamente adornada y lleva los cordones umbilicales cubiertos con arandelas labradas. Cada mitad del cuerpo compuesto por simetrías es independiente. Una está atenta a lo que ocurre a su alrededor, la otra a Veintitrés y al cadáver del general. Quien lo asesinó, dispara al alienígena. No lo daña, la bala rebota en su cuerpo y cae al suelo, no hace que se enfade. El asesino sólo recibe una mirada de reprobación, como la de un profesor a su alumno díscolo después de haberlo golpeado con una bola de papel. De repente Veintitrés se encuentra bajo la atenta mirada de los cuatro ojos del alienígena, que se mueven libremente 360º por ranuras cubiertas de pestañas colocadas en la parte superior de la cabeza. El ser sujeta a Veintitrés por los hombros. Está convencida que quiere romperle el cuello. La idea le parece tan placentera, que sonríe; pero no recibe ningún daño físico. Ni siquiera nota un cosquilleo cuando un implante cerebral, del tamaño de una pulga, penetra por su oído y busca, sin dañar ninguna función, su lóbulo occipital. Acaba de ser capacitada para entender cualquier idioma.

Somos los MXXIV. Estamos destinados a preservar el equilibrio ecológico de los planetas desde tiempos inmemorables, desde que nos cargamos nuestro propio planeta, en realidad. Habéis incumplido por lo menos un centenar de normas interestelares. Sois aún demasiado salvajes y retrasados para vivir en esta zona de la galaxia. Seréis devueltos a vuestro planeta.

Nadie protesta, aunque creen que serán enviados a la muerte, a un planeta inviable para la vida. Veintitrés ve desfilar a sus compañeros, entrar en la nave alienígena, llevar con ellos los despojos de Uno, aún con vida, cerrar las compuertas y ascender. Ella sigue abrazada al cadáver del general. Sin él, no quiere seguir adelante. Si le dieran opción, Veintitrés piensa que le gustaría quedarse en ese planeta que vuelve a no tener nombre para ella, enterrar al general y echarse a dormir sobre la hierba hasta que la muerte haga que estén juntos de nuevo. Pero no tiene elección. Cuando un par de robots recogen el cuerpo inerte del general y lo llevan al interior de la nave, ella lo sigue como un perrito faldero. Los robots, semejantes a un par de linternas con ruedas, han tejido alrededor del cuerpo muerto un enjambre de hilos, finos como la seda, y transparentes. El cadáver parece levitar. 

- Agárrate. Volvemos a la civilización -dice el alienígena. 

En esta ocasión Veintitrés sí es plenamente consciente cuando atraviesan un agujero de gusano. Sólo siente un ligero cosquilleo en el estómago, semejante al que produce una noria que va muy rápida en su descenso. Varios años luz atravesados en un segundo. 

- Espero que no me consideres un bicho raro y silencioso. Es que hace siglos que no utilizaba un sistema de comunicación tan rudimentario como el habla. Tenemos implantes en el cerebro que nos permite estar constantemente comunicados unos con otros, sin necesidad de palabras. Has recibido decenas de solicitudes de antropólogos, sociólogos, arqueólogos... para conocerte. Eres un fósil viviente. También me he ocupado de avisar a inmigración para que estén presentes cuando desembarquemos. Tenéis que ser dados de alta, tú, el bebé que gestas, la bacteria que te cubre y el otro humano, aunque sospecho que él tardará unos días en poder completar los trámites, porque para eso hay que estar completamente consciente. Supongo que unos tres días llevará la reconstrucción cardíaca. Y no debes preocuparte por tus compañeros de viaje. Cuando atravesasteis el agujero de gusano sin pagar el peaje, os detectamos y desde entonces estamos poniendo remedio al problema de vuestro planeta. Mira...



Si Veintitrés hubiera girado la cabeza, habría visto, cuyo origen parecía estar en el interior de la pupila del alienígena, una proyección tridimensional de la Tierra, nuevamente de un hermoso color azul. Si hubiera hecho zoom en cualquiera de sus rincones, habría contemplado signos de vida, personas que habían resistido a la contaminación extrema y al retroceso de varios siglos que habían sufrido. Pero Veintitrés no gira la cabeza, está demasiada asombrada con lo que ve al otro lado de la ventana. 

Con la colaboración de Ltenio00

FIN

sábado, 1 de marzo de 2014

La canica iridiscente - La Conquista

Es feliz. Los demás duermen protegidos del frío en tiendas de campaña. Veintitrés prefiere la intemperie. Yacer sobre el blando lecho de hierba y pegar la oreja al terreno para escuchar el murmullo del agua que discurre a pocos centímetros de la superficie. Ya han hecho pozos y prospecciones de todo tipo. Para los científicos de la Santa María es un planeta monótono y aburrido. La única clase de animales pluricelulares que parecen existir son los eolos. Por la noche, cuando la luz de alguno de los tres satélites de Urbania inciden en ellos, sus cuerpos transparentes se iluminan y Veintitrés cree tener sobre su cabeza gigantescos farolillos tailandeses. Sólo descienden de tarde en tarde, para alimentarse del jugo de la hierba. Se desploman desde una altura de 20 o 30 metros con un chasquido de trapo mojado, como si se suicidaran de súbito. Unos segundos y vuelven a ascender, dejando en el suelo un círculo perfecto de hierba mustia.



El descanso de los durmientes es interrumpido por tres naves. La primera novedad en cinco días. De la primera descienden un par de científicos, con cara de despiste y cansancio. De la segunda, cuatro obreros que comienzan a descargar pesadas cajas. Y de la tercera, un guardaespaldas armado y Uno, ufano y engolado como un pavo real. Se impone porque tiene armas y un pequeño ejército capaz de descerrajar un tiro en la cabeza de quien se atreva a incumplir alguna de las normas que su capricho de dictador exige. Una de ellas es la prohibición, bajo pena de muerte, de cualquier tipo de relación sentimental entre los pasajeros de la Santa María. Por eso el general Sagrado permanece apartado de Veintitrés y sólo se atreve a mirarla de soslayo. Ahora que existe una pequeña ilusión de futuro, todos prefieren la espera a la inmolación.

De las cajas que los operarios aún siguen arrastrando hasta el centro del campamento, Uno saca una extraña arma, pesada y grande, y apunta al eolo que lo sobrevuela. Aunque el raciocinio de la mayoría no hubiera estado mermado por el sueño del que acaban de sacarlos con brusquedad, seguro que sus reacciones no habrían sido distintas: completa indiferencia. Sólo el general Sagrado emite un ensordecedor alarido ¡Noooooo! a la vez que se abalanza contra el dictador. Desde el primer día, cuando los eolos lo rodearon, venidos desde todos los puntos cardinales, atraídos por el ulular que emitían los más cercanos a él, el general Sagrado está convencido que esos animales son mucho más inteligentes que lo supuesto por los científicos. Aunque no tienen ojos, de alguna forma lo percibieron, provocando su curiosidad. Al igual que percibían las semillas extrañas que los conquistadores de Urbania pretendían plantar en la tierra esponjosa y fértil. Trabajaban durante todo el día, veinte horas ininterrumpidas, y cuando, muertos de cansancio, se retiraban, los eolos caían sobre el nuevo cultivo y dejaban el suelo pringado con una sustancia gelatinosa e impermeable que la volvía yerma.

Demasiado tarde. De la extraña arma sale una bengala. Y de la pistola del guardaespaldas de Uno, un proyectil. La bengala impacta en el interior del eolo; el aire caliente que desprende el fósforo ardiendo obliga a que ascienda con rapidez, hasta que la noche y la transparencia del cuerpo hacen que parezca una estrella más en el firmamento. Desaparece de súbito y llueven trozos de animal despedazado. Los gritos de entusiasmo de Uno son ahogados por los de dolor de Veintitrés. El general nunca llega a su objetivo. La vida se le va a la misma velocidad que una mancha, morada en mitad de la noche, se extiende por sus ropas. Queda sin saber que los eolos, como dedujo, son animales inteligentes. Cuando Uno levanta el arma para volver a disparar, el animal, con una reacción de suicida desesperado, se desploma desde la altura y cae sobre el dictador, aprisionándolo con su enorme cuerpo; produciendo un desagradable ruido de huesos quebrándose. Nadie lo ayuda. Nadie lo ayudaría, aunque la atención de todos no estuviera siendo robada por los recién llegados.

Con la colaboración de Ltenio00

Continuará...