miércoles, 31 de agosto de 2016

En busca de lo imposible

Camino a casa, Guille me fue poniendo al día de los pormenores de nuestros vecinos de Barcelona. Algunos se han mudado, un par de ellos se han divorciado -la crisis ha sido nefasta para las uniones sin mucho amor-, y nuestro vecino del 5º F ha enviudado. Era un matrimonio de costumbres arcaicas, con los roles muy diferenciados: la mujer en la cocina y el marido en la oficina. Durante unos meses el hombre, él mismo lo afirma, estuvo muy perdido: sin encontrar nada en su propio armario, sin saber plancharse una camisa ni hacer una tortilla francesa para cenar -se ha especializado, palabras suyas, en los huevos revueltos-. 

Tiene mesa fija en el bar de menús baratos del barrio. La recurrencia lo ha convertido en buen amigo del dueño del bar, y antes de cerrar unos días por vacaciones, le subió a su casa una docena de platos preparados, para que no pasara hambre en su ausencia. La mujer de nuestro vecino del 5º F nunca le había hecho macarrones, uno de los platos que le llevó. No los había probado ni una vez en toda su larga vida. Pensaba que no les iba a gustar, pero se equivocaba, En uno de nuestros encuentros en el ascensor en estos últimos días, el hombre regresaba del supermercado. Había ido a comprar media docena de botes de tomate frito porque quiso hacerse macarrones y utilizó una bolsa de dos kilos de pasta. Aún no tiene mucha conciencia de las cantidades para satisfacer el apetito de una sola persona (y no un regimiento). 

Ahora anda buscando el sabor de las lentejas de su esposa difunta. Pide la receta de las lentejas a todo el que le presta un ápice de atención. Le he dado la receta de las lentejas que hace mi madre, con magro y zanahorias; la de mi cuñada, con conejo y cebolla; la de mi tía Ana, que incluso le echa espárragos trigueros, cuando es la época... La mía no se la he dado porque me limito a abrir una lata de Litoral. Cuando le preguntamos qué le echaba su mujer a las lentejas, se encoge de hombros: él se limitaba a comer lo que había en el plato y a encontrarle defectos si había tenido un mal día en el trabajo. 


martes, 30 de agosto de 2016

Conversaciones robadas: la niña

En el estudio de Málaga están haciendo obras de mantenimiento en nuestra planta y hasta que terminen (nos han asegurado que la semana que viene) nuestro despacho es un tubo en la planta baja del mismo edificio, sin aire acondicionado y una única ventana -larga, estrecha y enrejada-, a la altura de la coronilla. La tenemos constantemente abierta porque el calor, aunque hoy no corría terral, es completamente insoportable. Los ordenadores en funcionamiento parecen radiadores y el sudor empapa las camisas.

La ventana da a una calle peatonal tomada por las mesas y sillas de la terraza de un bar. 

Madre: Cómete la tostada de una puta vez.
Niña: La mantequilla sabe raro. Huele a pies.
Madre: Como te arranque los tuyos y te los haga tragar sí que va a oler a pies. 

La niña tenía razón: la mantequilla de ese bar está rancia. 

Falso


Los dichos suelen tener fundamento y ser en mayor o menor medida ciertos. Sin embargo, es una enorme trola el que dice: Lo bueno, si breve, doblemente bueno

He vuelto de mis mini vacaciones. 

Dos metros cuadrados de piel

A una de mis primas Tere -tengo tres, en mi familia se repiten más los nombres comunes que los apellidos-, el sol le llena la piel de minúsculas ampollas de agua, como si fueran quemaduras. No necesita estar expuesta directamente a sus rayos, incluso bajo la sombrilla, en la playa o en el campo, sólo después de media hora, su piel lisa parece cubierta por gotelé. La solución a que mi prima Tere no se viera obligada a mantenerse aislada en las reuniones de la familia, casi todas al aire libre si el tiempo lo permite, la encontró mi tía Ana, la única a la que se le da bien los inventos ligados a la aguja, las tijeras y el dedal. Le confecciona con regularidad especies de monos con capucha que le llegan de los pies a la coronilla. La cubren por completo. Al principio le daba vergüenza utilizarlos, en parte porque mi tía suele utilizar telas con estampados llamativos. Ahora, desde que se ha dado cuenta que las burbujitas le dejan manchas oscuras en la piel, su temor a las burlas y risas le resultan indiferentes. 

Cuando este verano, en el que aún estamos sumergidos, pero que para mí, después de dos días de trabajo intenso me parece lejano, leí la noticia de la prohibición de los burkinis en las playas francesas, fue inevitable que recordara a mi prima Tere. Ella bromea, asegura que si se le ocurriera ir a Francia de veraneo, se llevaría el documento médico que confirma su alergia severa al sol. 

Pero en Cannes persisten con lo que creo un error. Alegan que lo hacen para preservar la condición laica de la sociedad, olvidando que también existe el derecho a ejercer cualquier religión. Y aseguran que sólo intentan evitar enfrentamientos. No prohíben turbantes, kipas o barbas. Como siempre, las marginadas, de nuevo, otra vez, sólo las mujeres. 

Yo creo que la religión es un lastre para el hombre. Pero también creo que se debe desprender de ella de forma natural, no con prohibiciones e imposiciones que sólo conseguirán dilatar el tiempo que se requeriría para ello.

jueves, 11 de agosto de 2016

Verde que te quiero verde

Una de las cosas que mejor recuerdo de los veranos que pasaba en el pueblo con mi abuela, son los baños que me daba en la alberca de su casa de campo. Cada tres días me llevaba a ponerme en remojo durante todas una mañana, como si fuera un garbanzo para el cocido. Que fuera cada tres días, tenía una explicación. Era el periodo con el que regaban. La alberca quedaba vacía casi en su totalidad y la llenaban con el agua del mismo pozo donde sumergían melones, sandías y cervezas para que se pusieran frequitos. El sol necesitaba al menos dos días para quitarle el susto al agua, para templarla. 

El agua de la piscina olímpica de saltos se ha puesto verde. Al parecer debido a un alga  y por no haber pensado en los efectos que podían producir gran cantidad de nadadores. 



El despiste olímpico podría haber sido peor. Por ejemplo, que no hubieran pensado en la resistencia que debía soportar el suelo de los participantes de halterofilia. O podrían haber puesto el techo del palacio de deportes donde compitan las gimnastas de rítmica, demasiado bajo. En el colegio era divertido jugar a ensartar el aro en una luminaria que estaba a unos tres metros del suelo. Todas las semanas el conserje tenía que arriesgar su vida para deshacer el entuerto producido por la buena puntería de algunas. O podrían haberse olvidado de poner aseos en los vestuarios de la piscina... Aunque: amarillo + azul... ¿qué color produce esta mezcla?


Los libros

Guille me manda una fotografía de nuestra trastero/habitación de invitados del piso de la Diagonal. Está parcheado. Hasta hace dos días era de color rosa fosforito. Tan rosa que después de estar en él cinco minutos, si los ojos se fijaban en una superficie clara, se veía todo verde. Estaba rosa fosforito porque era el color que quisieron mis sobrinas, las hijas de la hermana de Guille. Nuestro piso, que acumulaba polvo sin nadie que lo habitase, sirvió de salvavidas momentáneo  durante la interminable crisis, primero al hermano de Guille y luego a su hermana y familia. Su hermano, que sólo lo quería para dormir, dejó intacto el piso. Su hermana lo acomodó a sus necesidades y además del cambiar el impoluto blanco de nuestras paredes, mando a dormitar mis libros al mismo local donde lo hacen los cientos de documentos legales del antiguo trabajo de mi suegro. Será divertido devolver los libros a su lugar. Limpiarles la parte superior de las hojas con una brocha, las pastas y el lomo con un trapo húmedo, leer algún párrafo de cada uno antes de devolverlo a su balda... Mientras Guille pintará una tras otra vez el dormitorio. hasta que deje de parecer un algodón de azúcar.

domingo, 7 de agosto de 2016

No debería importarme, pero...

Rara vez cojo los autobuses urbanos. Granada es pequeña, vivo en el centro, se llega fácilmente andando a cualquier parte, y con mayor rapidez. Hace un par de días, en la cola de la pescadería, dos mujeres hablaban, se quejaban de la mala combinación de los autobuses urbanos con los amarillos (los amarillos llevan a los pueblos dormitorio). Una de ellas aseguraba que, invariablemente a la hora que tomara el autobús urbano, siempre tenía que esperar media hora a que llegara el interurbano, y que si preguntaba a los que estaban en la parada, siempre le aseguraban que acababa de perderlo por los pelos. Claro, como el alcalde y los suyos tienen coches oficiales, se la traen floja los problemas que tengamos con los autobuses la gente normal, se quejaba una de las mujeres.

Donald Trump se rodea de millonarios en su gabinete económico. ¿Quién se preocupará por los problemas reales de los ciudadanos que no pertenezcan a la minoría rica de Norteamérica?

¿Mal o peor?

Hoy he comido muy temprano, un almuerzo de pueblo, como lo llama mi madre, a la sombra de un tilo, en un ventorrillo en la carretera de la sierra, en compañía del jefe de obra de un chalet que hicimos en Santa Fe, un pueblo de Granada. Ensalada mixta y lomo encebollado. Lo llamé para interesarme por su salud y sin darme cuenta, había quedado con él para dar un paseo y comer, aunque no tenemos mucho en común. Supongo que el jefe de obras estaba tan aburrido como yo. 

Cuando faltaban pocas semanas para terminar la obra, el jefe creyó tener la gripe. Le dolían las articulaciones y la garganta. Se sentía tan mal que fue a urgencias en cuanto terminó la jornada laboral. Le diagnosticaron un infarto de miocardio. Después de la operación, le prohibieron todo lo que significa un pequeño placer en esta vida: la sal, el alcohol, el sexo... Incluso su forma de ser: se centra demasiado en el trabajo y eso lo estresa. 

A juzgar por las dos cañas que se tomó durante la comida, sospecho que no sigue los consejos médicos. Durante la convalecencia, en su misma habitación, había un hombre joven, menos de treinta años, que también había sufrido un infarto de miocardio. Un año antes había conseguido desengancharse de las drogas  y rehecho su vida. Pero de cuarenta y pocos kilos, pasó a pesar más de cien. Me temo que ese hombre fue mal ejemplo para el jefe de obras. Él asegura que al chaval estuvo a punto de llevárselo al otro barrio la vida saludable, lo que no había conseguido las drogas; pero yo creo que simplemente sustituyó una adicción (las drogas) por otra (la comida). 

Al menos el jefe de obras, en estos momentos, parece saludable y feliz. 

sábado, 6 de agosto de 2016

Tedio

En los meses de invierno, los olores y los ruidos del patio de vecinos al que da mi cocina, arremeten contra los sentidos e incitan a mantener siempre cerrada esa ventana. Ahora añoro el hedor a coliflor cocida, a potaje o frituras que subían desde las profundidades y se colaba en mi casa apestándola. En estos días el patio, por la noche, sin ninguna vivienda iluminada, parece un pozo sin fondo. 

Primero se fueron los estudiantes. Luego los dos ancianos que aseguran que sus pisos serán sus sarcófagos, emigraron a sus pueblos. Incluso mi vecina beata, tan apegada a sus cosas, ha escapado a la casa de un familiar en las Alpujarras. A la par marcharon las familias con hijos a la playa. Y ayer, de madrugada, Guille volvió a Barcelona porque aquí, la mayor parte del día, sólo me miraba trabajar. 

En cualquier otro momento, tener una tarde libre, sin obligaciones, me habría satisfecho. Pero hoy, sabiendo que los demás están en lugares más divertidos, me hace aburrirme de la soledad que otras veces anhelo. Lástima que sea demasiado tarde para refugiarme en una playa. Creo que recurriré a Dostoyevski.

jueves, 4 de agosto de 2016

No digas que fue un sueño

Cuando era pequeña, en el destacamento de aviación en el que vivíamos, un soldado se suicidó en una garita mientras hacía guardia. El hecho formó mucho revuelo y fue inevitable que yo me enterara, pero mis hermanos, que creyeron que la muerte voluntaria de un soldado me podría alterar, dijeron que había fallecido por un resfriado. No sabían que yo me había enterado de los pormenores de primera mano, los dos soldados que encontraron el cadáver relataban con todo detalle lo que habían visto. En aquellos momentos caóticos, los niños éramos invisibles para los adultos. 

Desde entonces, mis hermanos y yo, cada vez que hablamos de alguien muerto por un disparo -por fortuna, sólo vistos en la ficción de las películas- bromeamos y decimos que ha muerto de un resfriado: el aire les entra por el agujero que ha hecho la bala, se resfrían y mueren. 

Una de las vacaciones de mi adolescencia que mejor recuerdo es la que pasé en Málaga, en el apartamento de uno de mis tíos, cuando tenía 15 años. La depresión de mi madre había comenzado a ser intermitente y podíamos permitir el lujo de gorronear sin ser una molestia del todo. El mismo día que comenzaba la feria, estuve a punto de morir. Había escuchado en la radio que no existían los cortes de digestión y estaba convencida que nada malo me ocurriría. Me metí en el agua poco después de comer, no fue una comida copiosa, sólo un poco de pollo asado. El agua estaba templada. Di unas brazadas, las suficientes para dejar de hacer pie, e inmediamente comprendí que algo malo ocurría: me dolía el estómago y la cabeza estaba a punto de estallarme. Respiraba, pero el aire no parecía llegar a mis pulmones, no me saciaba. Y de repente se hizo la oscuridad. Hubo un salto en el tiempo. Estaba en al agua, convencida que la muerte no era tan mala, y de repente estaba en la arena, vomitándole encima a un socorrista. Me diagnosticaron un corte de digestión. ¡Cómo lamento haber perdido el documento que me dieron en el hospital y qué frustrante resulta escuchar y leer que lo que estuvo a punto de llevarme a la tumba a los 15 años, es algo que no existe!

Estos días a diestro y siniestro, en muchos medios de comunicación, han asegurado que los cortes de digestión son leyendas urbanas. En las playas de Valencia, en los dos últimos días han fallecido seis personas. Es verdad que casi todos eran personas mayores con problemas previos de salud, pero también hay un señor de 48 años. Como en la broma de mis hermanos, ¿estará la razón secundaria ocultando la verdadera causa de esas muertes? 


lunes, 1 de agosto de 2016

Más de lo mismo

Comprendo a Pablo Echenique. Seguro que intentaba ayudar a su asistente personal cuando aceptó que siguiera trabajando para él aunque no pagaba los autónomos. Mejor dicho, lo comprendería sino se tratara de un político, quien debe tener la prioridad de conseguir el beneficio común al individual. También hay que tener en cuenta que mantener a un trabajador sin asegurar es un gran perjuicio para él (el trabajador): en caso de accidente no estará cubierto (son muy normales las luxaciones de espaldas en los ayudantes personales de minusválidos) y tendrá que prolongar su vida laboral porque ha estado realizando un trabajo fantasma.

Lo que realmente no comprendo es la explicación de Echenique, intentando excusarse por ser una persona "humilde" (aunque en el momento que tuvo a su asistente sin asegurar cobraba más de 3.000 euros de media al mes: 14 pagas de 2.464 más 337 € de minusvalía). Humilde se puede considerar a mi tía, que cobra una pensión de 500 € y se tiene que gastar casi la mitad en medicinas, en botica, como ella dice. A pesar de ello, la mujer que le suele echar una mano de vez en cuando, sí está asegurada (le paga 10 € a la hora). También encorajina que en 2015 no tuviera asegurado a su asistente cuando Echenique acababa de dejar el trabajo de eurodiputado por el que cobró más de 8.000 € al mes

Excusarse en la ignorancia es aún más molesto porque si has pagado al año a una persona más de 3.000 euros hay que presentar a Hacienda un impreso con los detalles. Y decir que este tema sale ahora porque es verano y no hay noticias... es que este tío no ha lee a diario los periódicos. 

En fin, eran una esperanza pero sólo son un grupo político más.