jueves, 30 de agosto de 2012

¿Qué hemos hecho para merecer esto?


¿Que carecen de toda empatía? ¿Que no tienen un ápice de conciencia social? ¿Que son infantiles? ¿Que no están preparados para la labor que desempeñan? ¿Que son unos bocazas? ¿Que empeoran sus meteduras de pata con las supuestas explicaciones? ¿Que deberían dejar sus cargos? ¿Que están cobrando por unos trabajos que no están ejerciendo? ¿Que son unos tocapelotas? ¿Que están más guapos callados? ¿Que no son conscientes de lo que ocurre en este país en la actualidad? ¿Que son unos egoístas? ¿Que deberían correr la misma suerte que un parado de larga duración?...

En realidad era una adivinanza sin una respuesta fija. Que cada uno escoja la que prefiera o proponga una nueva. 

martes, 21 de agosto de 2012

Días de pereza y playa

La muerte de Nico, un viejo amigo de mi padre, me llegó a la par que en el libro que estoy leyendo moría la niña pequeña del personaje principal. Me informó mi madre. Ella es muy cumplidora socialmente, pero siempre con intermediario. No hay funeral de conocido o amigo al que no haya enviado sus condolencias, o bautizo, boda o comunión al que no haya mandado un regalo y sus parabienes, pero siempre por medio de alguno de nosotros (mis hermanos o yo). Nico vivía en Cádiz desde que dejó el ejercito, y no me importó conducir hasta allí (a Guille le interrumpí la siesta, y lo dejé dormir durante todo el trayecto porque imaginaba un velatorio interminable). Salimos a media tarde, y aunque el viaje son sólo cuatro horas escasas, llegamos de madrugada porque, ya en Cádiz, paramos a cenar y prolongamos la sobremesa recordando a otros muertos, muchos más en la memoria de Guille porque es voluntario en una asociación de distrofia muscular, aunque, por fortuna para él, pocos familiares directos. 

¡Qué desosiego me produce Cádiz! Todo se alía para que la ciudad parezca mucho más vieja y descuidada de lo que es en realidad. Su ubicación geográfica hace imaginar una vivienda aislada cuyas ventanas permanecen abiertas durante todo el año. El salitre del mar descascarilla la pintura y los enfoscados de los edificios. Heridas de guerra incluso en los pintados recientemente, ladrillos que han quedado al descubierto o plaquetas de zócalos que han saltado. 

Interrumpimos el descanso y la relajación de los pocos que habían quedado en el tanatorio. La esposa, las dos hijas, el novio de una de ellas y el marido de la otra. También había una señora de mediana edad (creo que hermana del difunto) pero a ella, que dormía profundamente cuando llegamos, no la alteramos. Fue suficiente con dar el apellido de mi padre para que supieran quién era yo. Besos, alegría fingida -o real- por el reencuentro y la sorpresa de mi transición de una marimacho a una señorita (en realidad nunca he sido ni lo uno ni lo otro). 

A las tres estábamos paseando por la playa, a las tres y media, Guille se caía de sueño. Conseguimos habitación en un motel. Puede que mi memoria sea compasiva o que me esté volviendo tiquismiquis con la edad, pero creo que nunca he pisado lugar más cutre. Una cama, que parecía enorme, ocupaba casi la totalidad del dormitorio (cuando estuvimos acostados comprobamos que la impresión era falsa, la cama era de matrimonio, convencional). La única mesilla de noche era un tablero de aglomerado forrado con plástico que fingía madera, pegado a la pared con un par de bisagras. El armario, el hueco que dejaba un pilar mal colocado, tan estrecho que la ropa había que colgarla en paralelo respecto a la puerta, no ortogonal, como suele hacerse. El cuarto de baño sí estaba bien, más grande, incluso, que el dormitorio.

A pesar de parecernos tan incómodo, al final nos quedamos cuatro días y sus noches. Durante este tiempo no hemos hecho prácticamente nada (descansar). Con sólo el netbook y la conexión del pinganillo a Internet, daba pereza hasta mirar el correo. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Las pequeñas noticias

Uno de los testeros del estudio-patera donde vivimos en Granada está ocupado por una gigantesca pantalla de TV, nos la prestó mi hermano para que Guille pudiera ver la Eurocopa. Decenas de veces hemos intentado devolvérsela, pero siempre surge alguna cosa que hace que el enorme agujero negro que se traga mis ideas, continúe colgado de la pared; creo que en parte por deseo de Guille y con el beneplácito de mi hermano. En Barcelona tenemos televisión, pero está en el despacho de Guille, y puedo evitarla con facilidad. El estudio de Granada es un único y amplio espacio separado, a lo sumo, por biombos y evitarla es prácticamente imposible (tendría que ponerme a trabajar en la azotea y con la que "está cayendo" no es aconsejable).

A Guille le gusta ver los telediarios durante el almuerzo (yo echo en falta la música de jazz o minimalista que ponía antes); pero no me quejo porque bastantes cosas ha tenido que sacrificar por mi culpa y ver las noticias mientras come, es una costumbre que ha heredado de su casa materna.

Ahora los telediarios están llenos de noticias insignificantes; que no serían tomadas en consideración de no ser por la pereza del verano que invade incluso el azar de que ocurran cosas importantes. Sería más feliz no viendo a dos menores (con aspecto de adultas) escupiendo a un anciano con Alzheimer, y posteriormente excusándose en que el hombre les había hecho insinuaciones deshonestas (aunque la expresión del hombre en el vídeo es la de pensar: ¿Qué diablos ocurre? ¿Por qué me hacen esto?). También sería más feliz sin conocer en detalle decenas y decenas de historias de miseria causadas por la crisis y que son muy recurridas en casi todos los programas que echan en las cadenas no estatales.

No es que esté contra la televisión, simplemente sé que sería más feliz no viéndola. También sé que me enriquece, como enriquece todo conocimiento, y en parte me ayuda a pensar de forma diferente sobre algunos temas de actualidad. Como el comportamiento de Gordillo en el asalto a los supermercados. De no haber visto las imágenes, seguramente lo consideraría un héroe (aunque no capacitado para tener un puesto público -me parece una barbaridad que un alcalde considere lícito que se robe a algunos ciudadanos, aunque no sean de su municipio-). Ahora simplemente estoy confusa, sé que fue más una llamada de atención que un acto de recaudar alimentos para quienes lo necesitaban; pero aún así, después de ver las imágenes... sé que podrían haberse conseguido los mismos resultados sin utilizar la violencia y sin tratar de forma desigual a los ciudadanos que por herencia o trabajo están más favorecidos en este momento de crisis. 

viernes, 10 de agosto de 2012

Desesperación

Me gustan los libros, me gusta que me cuenten historias de ficción porque los escritores suelen tener menos mala leche que Dios (que la realidad) y siempre someten a sus personajes a una presión limitada y soportable. Y si el libro te atormenta, siempre tienes la posibilidad de cerrarlo y olvidarte de él. 

Tiene 32 años, pelo rizado, una hija que parece su clon a escala 1:2 y la capacidad de trabajar durante más de doce horas seguidas sin cansarse. Yo lo conozco porque trabajó para nosotros como yesero (uno de los mejores) en algunas obras. Pero, incluso los mejores se quedan sin trabajo en esta crisis salvaje que está diezmando capacidades. Como era imposible volver a la obra, buscó trabajo en otros campos. Por las mañanas repartía periódicos, por las tardes, cuidaba a un señor mayor enfermo y algunas noches, vigilaba un par de barcos en el puerto deportivo de Marbella. Supongo que fue ahí donde lo captaron. A mi comentario de "lo que no comprendo es cómo aceptó", la mujer me explica que en lo de los periódicos hacía tres meses que no le pagaban y que  los familiares del anciano, aunque le pagaban a finales de mes como habían acordado, siempre le dejaban a deber alguna cantidad. Una niña pequeña, la hipoteca de la casa, las letras de los dos coches, la imposibilidad de venderlos porque salían perdiendo dinero... Ahora está detenido en Portugal. Recibió una paliza cuando lo encarcelaron sin razón, ha perdido siete kilos y no para de llorar como una cría cuando alguien (los padres, los suegros, la esposa) va a verlo. 

La necesidad, el miedo a perderlo todo, nos está convirtiendo en delincuentes. 

jueves, 9 de agosto de 2012

Los miserables

Desde mi escritorio, a través del vidrio sucio, veo carteles de "Se Vende" en las ventanas de cuatro pisos y dos coches que están aparcados junto a la acera. Si el soportal del edificio no me lo ocultara, también vería dos o tres locales comerciales con el mismo cartel. 

Uno de mis antiguos jefes me ha llamado para averiguar cómo nos iba a nosotros. Se ofrece para hacer cualquier trabajo, lo que sea. Era uno de los arquitectos señorito, capacitado para dar órdenes, brillar por su humor y su labia en las comidas de trabajo y hacer bocetos en las servilletas de los bares. Ahora ha aprendido a manejar el AutoCad y el Presto. 

A las puertas del Mercadona, en El Camino de Ronda, el que está más cerca de la calle Alhamar, hay un señor pidiendo limosna. Es español. Tiene dos hijos pequeños, no tiene trabajo y no recibe ninguna ayuda. Al final de la calle San Antón, otro señor en las mismas condiciones. Ambos relativamente jóvenes, de no más de 45 años. Este gobierno nos está convirtiendo en un país de pedigüeños.

Antes de que cerraran el Colegio de Arquitectos por vacaciones -es un edificio fantasmal- hablo con los pocos compañeros que pululaban por sus silenciosos pasillos -ni siquiera estaba abierta la cafetería-; les aterra el  uno de septiembre. Saben que va haber una avalancha de arquitectos que se van a dar de baja porque ya es imposible seguir asumiendo los gastos colegiales y seguros si a la situación precaria en la se estaba antes, ahora hay que añadir el 21% de IVA y el 21% de retenciones. No salen las cuentas.

Mi cuñada tiene una forma de ser muy peculiar que le hace meterse en problemas constantemente. Al principio supusimos que exageraba. La semana pasada salía del centro comercial del Serrallo cargada con las bolsas de algunas compras que había hecho y con un par de menús del MacDonald. Dice que de repente se vio rodeada por un grupo de rumanas y que le arrebataron los menús con la excusa de tener hambre. No utilizaron la violencia, no la amenazaron ni le mostraron ningún arma. Sólo tuvo miedo porque ellas eran cinco o seis y ella estaba sola. Sollozaba al teléfono mientras me lo contaba. Ahora está aterrada, no quiere salir a la calle y tampoco deja a mi sobrina ir sola a la casa de su amiga, que está en su misma manzana. Después de leer la noticia de que varios miembros del SAT han asaltado un par de supermercados, ya no pensamos que mi cuñada haya exagerado al contar su historia. Lo más molesto de lo ocurrido es que mi cuñada no habría dudado en darles la comida si se lo hubieran pedido -se lo he visto hacer muchas veces-. Y es posible que con los supermercados hubiera ocurrido lo mismo.

lunes, 6 de agosto de 2012

¡Por los clavos de Cristo!!!

Eduardo Mendoza tiene dos vertientes. Una seria, donde es bastante bueno, y otra humorística, donde es aún mejor. El no tener obligaciones, la pereza para hacer algo que exija más gasto mental, el que Guille esté fuera por trabajo estos días, el calor y lo divertido del libro, me ha hecho que devore -más que lea- en estos dos últimos días, El Asombroso Viaje de Pomponio Flato. Como en Sin Noticias de Gurb, a Eduardo Mendoza se le va la pinza hasta extremos inimaginables (como piden en muchos culebrones nipones: "Esto es una obra de ficción. Por favor, véala con la mente abierta"). La historia versa sobre un filósofo que viaja buscando un arroyo cuyas aguas proporcionan la sabiduría. El filósofo llega a Palestina en el siglo I. Se topa con un niño, de nombre Jesús, cuyo padre, José, carpintero de profesión, ha sido acusado de haber asesinado a un noble de la zona. José, único carpintero del lugar, sólo tiene esa noche para construir la cruz donde será crucificado al día siguiente, el mismo tiempo que tienen Pomponio ayudado por el niño Jesús para intentar averiguar qué ha ocurrido en realidad... 

Estos son los que yo considero realmente lecturas del verano: libros delgados, los que se pueden leer tumbada a la bartola sin el riesgo que el sopor producido por el calor haga perder la consciencia y el libro termine estampado contra las narices, y las narices amoratadas o sangrando. Libros que por lo divertidos que son, o lo interesantes, inviten a noches de insomnio. 

Ahora, después de la hilarante lectura que me ha dado a conocer las vicisitudes de Pomponio Flato, estampo mis huellas dactilares en la portada y las páginas de Risa en la Oscuridad de Vladimir Nabokov... es un cuento que, de momento, también promete mucho. 

jueves, 2 de agosto de 2012

Los latidos de la difunta

Cada vez que levanto la vista y miro por la ventana me doy cuenta que los cristales necesitan una limpieza y veo la pared casi carcelaria, cercana, del edificio de enfrente; es de ladrillo visto y para que alguna ventana rompa la monotonía roja, tengo que hacer rodar la silla hacia atrás. Casi una semana completa sin sacar las narices del ordenador. Ya tenemos licencia de obras para el edificio del Campus de la Salud, ya se empieza las construcción y es ahora cuando los problemas se amontonan. De momento nos encontramos con que las obras adyacentes nos han modificado la rasante del terreno y que el muro de contención de los vecinos nos permite ahorrarnos el nuestro (montón de hormigón armado). Primer precio contradictorio y primer problema con la constructora. No es necesario que transcurra mucho más tiempo para darme cuenta que la constructora va a ser problemática. Quieren cobrar más caros los bloques cerámicos que cerrarán la medianería con los vecinos, que el propio muro de hormigón.... problemas, problema, problemas... A Guille le entretiene trabajar de correveidile, aunque se tira casi todo el día fuera, y a mí sólo me quedan los libros para despejar la mente durante los pocos minutos de descanso que tengo.

Latidos, de Anna Godbersern, no es precisamente el tipo de libro que me gusta leer. Es una novela romántica, uno de esos subproductos forzados que supuestamente nos gusta a las mujeres por tratar de cosas del corazón. No todo lo forzado es malo, pero sí resulta artificioso. Esta novela tiene una trama simplona, los últimos capítulos parecen inacabados, apresurados por culpa de la fecha de entrega o por la extensión del libro y la supuesta historia romántica es prácticamente una anécdota por tratar al protagonista masculino como un actor secundario. Algo bueno... no hay que molestar a las neuronas para comprenderla. (Deberían existir dos palabras para identificar a los escritores. Una que definiera a los escritores cuyo interés está en las historias que cuentan y aquellos que realmente hacen literatura, donde no importa la historia que cuenta, si no, cómo la cuentan).

Este libro me lo regaló mi suegra. Desde que supo que me gustó Un paseo para recordar (la película, el libro, de Nicholas Sparks me parece sumamente meapilas) me suele regalar todos los libros -novelones románticos- con los que ha disfrutado ella. Leer algunos de ellos es como una tortura, pero sí me gusta mucho hablar de esos libros con mi suegra. Hacer comentarios e intercambiar impresiones (a veces llego a la conclusión de que ella y yo hemos leído libros completamente diferentes).