domingo, 30 de octubre de 2016

Los dueños de los muertos

Lloré durante el funeral de mi padre, pero creo que se debió más al cansancio que a la pena. Fue un periplo interminable y un día de 48 horas. Sí recuerdo que nadie pudo consolarme el primer día que llovió después de su entierro. Estaba convencida que ni la cubierta del nicho ni el féretro estaban protegidos contra las goteras y se estaba mojando mientras nosotros permanecíamos tan confortables dentro de casa. Tardé mucho tiempo en superar ese temor. Con otros familiares, como mi abuela o mis tíos fallecidos, no he sentido esa angustia. Años después, cuando conseguimos que sacaran sus restos del nicho, lo incineraran y mi madre se los llevara a casa, fue un gran alivio. Desde entonces vuelven a entusiasmarme los días de lluvia, por lo extraños y necesarios que son en estas tierras de días luminosos. 

Ahora el Papa Francisco prohíbe que los familiares creyentes tengan las cenizas de sus difuntos en casa. Mi madre es creyente, aunque hace mucho que no presta atención a las exigencias de la Iglesia. Le extraña esa obstinación por apoderarse de los cuerpos de los muertos cuando supuestamente la Iglesia Católica sólo se interesa por las almas, y si Dios está en todas partes, ¿qué hace más sagrado un cementerio que su propia habitación? Alega la Iglesia que mantener las cenizas fuera de un lugar sagrado puede sustraer a los difuntos del recuerdo de los familiares: la urna de mi padre, que originalmente era de cerámica rugosa, ahora está pulida por las caricias de mi madre. Como en otras ocasiones, la Iglesia únicamente parece haber dado otro paso para distanciarse de sus fieles.

sábado, 29 de octubre de 2016

La muerte de un desconocido

Mi tío Carles ha muerto. Llevaba 28 años sin verlo. Por aquel entonces le tenía mucho cariño porque era como la versión sana de mi padre: su mismo rostro, su misma constitución antes de caer enfermo, su misma tranquilizadora respiración silenciosa antes de necesitar el oxígeno, su misma risa... Pocos días después del funeral, fue repudiado por mi familia. Me enteré con el tiempo, cuando fue pasando y él no volvió a vernos. Tal vez me contaron la razón de aquel extraño divorcio, pero no me di por enterada y mi imaginación creó muchas alternativas a la realidad, desde que ya no éramos familia a que se había insinuado a mi madre y mis hermanos lo habían echado. La razón fue mucho más prosaica. Se le había pedido que tramitara el cobro de un seguro y se quedó con el dinero para comprarse un coche, prometiendo devolverlo poco a poco, aunque creo que nunca lo hizo. Tan parecidos físicamente y tan diferentes en su idiosincrasia.

Ahora mis primos me mandan fotografías de mi tío para que me convenza que lo ha matado el sobrepeso. Es imposible distinguir los rasgos del hombre que conocí en las imágenes que veo en la pantalla del teléfono. Sus ojos están medio sepultados por la grasa de las mejillas, su nariz afilada se ha convertido en un gigantesco fresón y hasta su sonrisa es irreconocible, llena de tristeza; como arrastrada por la fuerza de la gravedad, por el empuje de la enorme papada que esconde su cuello.

Me gustaría decir algo bueno de mi tío, pero en realidad sólo fue un desconocido. Q, E. P. D.

viernes, 28 de octubre de 2016

Nadie lo busca

Cuando llega esta hora, las siete y pico de la tarde, y en el estudio, aunque luminoso, es necesario comenzar a encender luces, siento una desagradable sensación de soledad y opresión. Son más de 50.00 m², pero es como si las paredes se acercaran más cada vez que levanto la vista, y el techo estuviera a punto de colapsar. Siento la necesidad de salir fuera. Estos últimos días, en los que Guille no está, siempre ceno en los bares de los alrededores. No soy del tipo de persona que le molesta comer sola y rodeada de gente. También he vuelto a salir a correr de noche. Mi vecina del segundo me ve cuando vuelvo, porque tiene un horario de monja de clausura: ya se ha levantado cuando yo aún no he pensado en irme a dormir. Si te ocurre algo, tú te lo habrás buscado, me advierte. Soy boba y al principio creo que se refiere a torcerme el tobillo por culpa de las sombras con las que la luz artificial camufla los socavones. Comprendo el sentido real de su comentario cuando paso junto a un grupo de chavales y uno, utilizando un lenguaje soez, azuzado por su grupo y el alcohol, me pide a gritos, mientras me persigue unos pocos metros, que le haga una felación. 

miércoles, 19 de octubre de 2016

Por favor, Dios, dame paciencia... pero dámela ya!!!!

Estimados señores norteamericanos:

Ahora que le van a prescindir el contrato, ¿no nos podrían prestar al señor Obama durante cuatro años? Nuestros políticos son unos completos ineptos y llevan un porrón de meses sin ponerse de acuerdo. 

Es indiferente que no hable español. Tampoco es que nos enteremos mucho de lo que ahora suelta Rajoy por su hociquito. 

No podemos prometer devolvérselo indemne. Seguro que termina siendo forofo del Betis y del jamón serrano. 

Coñas aparte, ¿a alguno de nuestros políticos le importa, aunque sea un ápice, España? 

Acabo de abrir un correo que llegó a última hora de la tarde. Un grupo financiero suizo retrasa la firma de un contrato para convertir un edificio protegido del centro de Málaga en hotel. Nosotros íbamos a hacer el proyecto. Al principio del desgobierno lo disimulaban y daban largas a los negocios que casi estaban cerrados con excusas extrañas; ahora dicen la verdad: los inversores no quieren riesgos. Para cada uno de ellos es mucho dinero para que de repente se topen con una pared de impedimentos gubernamentales. 

Duelo a garrotazos

Durante un tiempo pensé que mi primo Miguel Ángel era famoso porque los mismos cuadros que llenaban los pasillos y habitaciones de la casa de mi abuela materna salían en los libros. No recuerdo cómo me enteré que mi primo se limitaba a copiar cuadros famosos. El que estaba en el zaguán de la casa, colgado sobre un sillón de madera labrada, al que me subía para observarlo desde cerca, representaba a dos hombres enterrados hasta las rodillas, a una distancia de un metro, con un palo en la mano cada uno. Cuando veía a mi primo Miguel Ángel, que era un adulto que hacía mucho que el trabajo lo había apartado de los pinceles, le pedía que me pintara el cuadro siguiente a aquél. ¿Cuál de los dos hombres ganaba? ¿Se abrían la cabeza y se les desparraban los sesos? ¿Cómo conseguía liberarse el vencedor si alrededor no había ninguna pala? Mi primo no pintaba, pero contaba la historia: Si miras al cielo, me decía, verás que las nubes están a punto de descargar una tormenta enoooooooorme. Hay una riada y como los tíos están medios enterrados no pueden escapar y se ahogan. Por supuesto, yo pensaba: qué tontos. Incluso ahora lo pienso, porque las historias que nos cuentan durante la infancia nunca dejan de ser verdad.


Estos días Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico andan dándose mamporros verbales como si fueran dos niños en un patio de colegio, se insultan con el ingenio forzado de los sesudos y sacan los trapos sucios que parecían guardar desde hace mucho. Y tanta bronca tiene su origen en el lenguaje inclusivo. 

¡Qué hartazgo! Nunca me he sentido excluida cuando alguien dice nosotros. ¿Qué ocurre si por normativa desdoblamos el lenguaje? Por lo general, sobre todo cuando hablamos, tendemos a abreviar. Desdoblar el lenguaje nos llevaría a excluir a alguno de los géneros en la mayoría de nuestras frases. Desdoblar el lenguaje sólo sirve para complicar al hablante o a quien escribe. Y, ¿hasta dónde llegaría la majadería? Los niños y las niñas gordos-gordas, morenos-morenas, rubios-rubias, pelirrojos-pelirrojas, negros-negras, blancos-blancas.... comen manzanas para adelgazar... En fin, desdoblar el lenguaje es como si se pusiera una tirita en un tajo en la yugular: así no se consigue la igualdad de géneros.

Los ajedrecistas acelerados

La escritora Evelyn Beatrice Hall dijo: Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo

Algunos jóvenes azuzados por Podemos impiden la conferencia de Felipe González y Juan Luis Cebrián en la Universidad de Derecho Autónoma de Madrid. 

¿Silenciar a un ex presidente democrático y a un presidente de un medio de comunicación en una universidad? Imponer por la fuerza la opinión de una minoría. Menospreciar lo que opinan otros....

Lo paradójico es que si el grupo al que apoyan estos jóvenes consiguieran su propósito, y el PSOE se negara a un segundo mandato de Rajoy, estarían facilitando una mayoría absoluta del PP, según las encuestas para unas terceras elecciones. Son como esos jugadores de ajedrez acelerados y poco reflexivos que sólo aciertan a vaticinar un único movimiento. 

¡Qué vergüenza!

domingo, 16 de octubre de 2016

De otro color

Las apariencias importan. En un par de ocasiones me he topado con problemas para recoger la documentación de los juzgados por ir con la ropa de la obra. Teniendo en cuenta que en la obra es muy fácil pringarse con cemento, grasa, pintura o mil productos más que no salen aún después de mil lavados, es comprensible que siempre utilice vaqueros ajados y camisetas a punto de caducar. En una de las ocasiones, la jueza, al verme parada en el umbral de su puerta, me prejuzgó. Creyó que había ido a visitarla para interceder por algún preso. Me soltó una interminable diatriba de palabras apelotonadas en las que no me dejó meter baza, ni hizo caso a mi mano levantada que le pedía la palabra. Si a mí, que iba vestida como una zarrapastrosa, me trató como a una delincuente; me pregunto si, en contrapartida, a un delincuente que va vestido de bonito (arreglado) lo tratará con respeto. Desde  entonces siempre llevo en el coche uno de esos vestidos que no se arrugan y unos tacones, por si las moscas. 

Pero, ¿qué ocurre cuando no te puedes desprender de eso que para algunos te convierte en un ser inferior? La ayuda de una doctora estadounidense fue rechaza por una azafata porque no creía que fuera médica por ser negra. 

Me temo que todavía queda un largo e interminable camino para llegar a la igualdad universal. 

Espero que Obama no se encuentre con esa azafata en cuanto deje de viajar en el air force one. 








sábado, 15 de octubre de 2016

Somos los tontos

Ni siquiera de noche me libro de los ruidos de la obra: cuando eran las cinco menos veinte de la noche, fuera pintaban las líneas de la calle. La máquina era como un tractor minúsculo, pero hacía el jaleo de un helicóptero volando rasante. Con las dos primeras pasadas temí que hubiera un incendio en las cercanías; hasta que salí a la azotea y miré al cielo. Había ruido, pero no aparato. Tuve que buscar entre las sombras de la calle para resolver el enigma. Los operarios parecen muy hábiles, con esa agilidad que se gana con la experiencia. 

Ayer por la mañana mosqueé al electricista que metía cables en una rehabilitación que tenemos en calle Elvira. Sólo metía cables por los tubos corrugados que quedan escondidos en la pared, pero lo hacía con tanta rapidez, que resultaba imposible apartar la vista de él. Me miraba de reojo, supongo que a la espera que le hiciera alguna observación. En realidad tenía una pregunta que hacerle, pero temí molestarle y me quedé con las ganas de conocer su respuesta. Tú que eres electricista, ¿tienes alguna trampa en el contador de tu casa? 

Poco antes de llegar a la obra, en la caótica mañana de ayer, había estado en el piso del contable de Guille, que a la vez es uno de sus amigos del futbito. Tenían puesta ya la bomba de calor y el ambiente dentro de la vivienda era sofocante. Bromeando le pregunté si no tenía miedo a la factura de la luz, y antes de responderme, se partió de risa. Él y todos sus vecinos tienen hechas trampas en los contadores y sólo pagan una décima parte de lo que consumen. El bloque está en la zona norte de la ciudad, pero no a la zona deprimida donde se juntan criaderos de marihuana y químicos de las drogas de diseño. En el bloque viven personas normales, con un sueldo fijo mensual: contables, profesores, abogados, dependientes, funcionarios...

El amigo de Guille asegura que hay que ser tonto para pagar los recibos astronómicos de la luz. No se percata que esa luz que consume y no paga, se la pagamos entre todos, por eso la cantidad es astronómica.

Qué poca solidaridad. 

jueves, 13 de octubre de 2016

El durmiente

Mi nuevo vecino ronca. Está roncando en este mismo momento. Sus ronquidos son como el estertor de un motor a punto de gripar. Son tan ruidosos que la vecina del tercero se ha asomado a la ventana de la cocina y ha chistado, pero el hombre duerme profundamente y si el propio ruido que emite no lo espabila, menos un murmullo a  muchos metros de sus tímpanos. 

Si nada lo molesta, seguirá así hasta las siete y media de la mañana; al menos eso es lo que ha ocurrido desde el día que llegó, hace una semana y media ya. Sólo el domingo despertó más tarde. 

Otros durmientes a los que he escuchado roncar, tienen treguas, intervalos de silencio y de estruendo. Mi vecino no, él comienza pocos minutos pasada la media noche y hasta la mañana su espiración bronca no descansa ni un instante. Debe amanecer con dolor de garganta, como poco. 

Quien no conozca físicamente a mi vecino, pero escuche el jaleo que es capaz de formar, pensará que es un hombre voluminoso, orondo, grande; nada más lejos de la realidad. Parece un personaje enfermizo, un tísico de película romántica: canijo, ojeroso y pálido, más en apariencia que en la realidad porque va con barba de dos o tres días y su pelo es muy oscuro, casi negro. 

¿Le dejará soñar tanto ruido? Como calculo una estructura y necesito tranquilidad, me he puesto los cascos. Amortiguados por las canciones de Sting, sus ronquidos parecen el vaivén de las olas en la playa. ¿Soñará que está junto al mar?

miércoles, 12 de octubre de 2016

El insoportable peso de la paja

Mi tía Anita es como la plastilina: blanda y maleable. Cuando ella y mi madre caminan juntas, siempre cogidas del brazo porque mi tía tiende contagiarse de los males ajenos y ahora está convencida que anda mal de las piernas, se les puede escuchar hablar de animales. Si en su paseo se topan con algún perro, siempre hay alguno en su recuerdo con el que poder identificarlo. Vivieron toda la infancia en un cortijo rodeadas de una extraña fauna: vacas, perros, tórtolas, conejos, gallinas, pavos reales, caballos, burros... los animales se convertían en parte de la familia. Las he escuchado relatar más historias de Blanquita, una burra con la que iban a comprar al pueblo, que de mumá Dolores, su abuela, la jefa del cortijo. 

A mi tía Anita no le enseñaron a amar a los animales, lo aprendió sola. Hasta hace unos días mi tía consideraba que el toreo es una barbarie. Ahora no, ahora dice que las corridas de toros han existido siempre y que está bien que continúe habiendo. Creo que teme ser confundida con una antitaurina porque las redes sociales han tenido la facultad de convertir un comentario individual, cruel, ofensivo y desequilibrado en el pensamiento general de todos los antitaurinos y animalistas; al menos, para personas como mi tía Anita. 

Por fin el fin

Ayer, en el supermercado, delante de mí, en la espalda de una chica, unas mariposas revoloteaban ascendiendo hacia su nuca sin llegar nunca a destino. Estaban muy bien dibujadas, con sombras y diferentes matices de gris. Ayer aún perduraba el veranillo del membrillo o de san Miguel y a eso del mediodía resultaba agradable mostrar partes de la piel desnuda. Hoy no: el buen tiempo ha acabado. Llueve. Caen chaparrones furiosos e intermitentes, chispea entre los intervalos. El otoño se perfecciona al otro lado de las puertas de vidrio con algunas hojas secas y marrones que el viento ha traído hasta el suelo de mi azotea. Los días de este año siempre han sido contados, pero su fin ya se ha convertido en un futuro inmediato. Echo una ojeada a mis lecturas de este año porque ayer me descubrí sintiendo placer al leer un simple estudio geológico, que no es más que un tocho que explica las característica del suelo de la parcela donde se va a cimentar. ¿Por qué este año son tan pocas? Ya apenas queda tiempo para engordarlas. La respuesta está en el número de proyecto: 47, mucha morralla, pero ya algunos importantes. El año pasado sólo hubo la mitad. ¿Está acabando por fin, definitivamente, la crisis?

domingo, 9 de octubre de 2016

El regreso de Lázaro

Cuando mis hermanos utilizan el oxicorte se miran, sonríen, se ríen, sueltan una carcajada y, aún con los ojos llorosos por la risa, hacen un gesto negativo. Qué mundo más extraño este, y qué personas tan raras lo habitan. 

A Ruano lo conocemos del pueblo que consideramos el de mi madre, en el que pasó la primera parte de su infancia. El nombre de Ruano es Luis, pero entre la chiquillería que jugaba en la plazoleta del pueblo había tantos Luis que no quedaban diminutivos cuando llegó él y en los juegos le tocó cargar con su apellido como si estuviera en la mili o la escuela. Tampoco importaba mucho. Su madre lo dejaba salir a jugar de higos a brevas. Era una de esas ausencias que no se notan. 

De la bajada de Ruano a los infiernos conocemos poco. Supongo que después de deshacerse del yugo de su madre se vio abrumado por la libertad y se ató a las drogas. De vez en cuando nos llegaba alguna noticia. Pobre y desdichada Katy que tenía que bregar con su hijo drogadicto, tan alterado que pintaba las paredes con excrementos y comía insectos. Hasta que un día nos llegó la noticia de la muerte de Ruano. La madre aceptó nuestro pésame y nosotros sus frases de desconsuelo moderado: Ese ya no era mi Luisito. Mi Luisito murió hace mucho tiempo. Mi Luisito ya no pertenecía a este mundo. Mejor que Dios se lo haya llevado: sufríamos todos, él más que nadie... 

Cuando mis hermanos hicieron uno de los últimos pedidos de bombonas de oxígeno para soldar, apareció un representante con los transportistas, trajeado, cariñoso y efusivo como jamás lo había sido Ruano durante su infancia y adolescencia. La presencia de los transportistas impidió a mis hermanos interrogar a su antiguo compañero. 

Mi madre culpa a Katy de la mentira de la muerte del hijo; mis hermanos creen que esa ha sido la única forma que Ruano ha encontrado para escapar de las garras de su madre. Puede que nunca sepamos la verdad de la muerte de Ruano, como si se tratara de un asesinato auténtico, a no ser que preguntemos a bocajarro. 

sábado, 8 de octubre de 2016

Negro sobre negro

¿Dónde están los límites del humor? Hace algunos meses Guillermo Zapata se lo preguntó, puso algunos ejemplos y eso le costó su puesto de concejal de cultura en el Ayuntamiento de Madrid. 

No estoy capacitada para discernir dónde se encuentra esa frontera. Mi humor, si existe, es diferente a la de la mayoría. Humoristas como Chiquito de la Calzada o Los Morancos no han conseguido ni siquiera hacerme sonreír, aunque películas de supuesto terror, en las que armarios se abren solos o las sillas forman una pirámide en mitad del salón, me hacen desternillarme de risa. ¿Por qué huyen los habitantes de esas casas en lugar de investigar qué ocurre? ¿Por qué tener miedo de la muerte si tienen ante las narices la evidencia que no todo se acaba al morir? 

¿De qué es lícito que nos riamos y de qué no? Por supuesto, tenemos el derecho de escogerlo cada uno (aunque en el caso de Zapata hayan querido institucionalizarlo y restringirlo). También tenemos derecho a considerar enfermo mental a quien considera que la frase: Otro caso Marta del Castillo, ja, ja, ja... es humor negro. Unas risas al final de una frase desafortunada y cruel no transforma la maldad en humor. 

Forjando anormales

Cuando mi madre compra en el mercado lentejas a granel, luego tiene que espulgarlas. Las extiende sobre la mesa de la cocina y va quitando, con mucha paciencia, trocitos de ramas o pequeños chinos. Muchas tardes de dos semanas de este veranos hemos hecho lo mismo con las fotografías aéreas sacadas por Guille. Lo contrataron para sacar el vuelo de un pueblo con el que detectar edificaciones fuera de normativa, pero antes de entregar el trabajo hubo que limpiar las fotografías, eliminar las que podían herir la sensibilidad de quien quien es observado y de quien mira. Creemos estar protegidos dentro de nuestros patios o azoteas altas, pero ya existen ojos que nos miran sin que nos percatemos. Supongo que en breve, en cuanto haya un pequeño escándalo, intentarán regular la legalidad de los drones volando espacios privados. De momento todo está en el limbo. 

Hay escenas más molestas para quien mira que para quien es observado. Ninguno de los fotogramas del montaje aéreo de Guille se puede considerar como tal, aunque en este momento conozco intimidades de conocidos que preferiría ignorar. La escena que realmente me produjo bochorno y dejó perpleja, ocurrió hace pocos días, la semana pasada. Medía un piso gigantesco en la calle San Antón, muy cerca de mi casa. Era un piso destinado a una familia numerosa, con media docena de dormitorios dobles e incluso triples gracias a las literas. Una piara de criaturas, ya crecidas. Mientras yo medía la vivienda, pululaban por las habitaciones tres hijas adolescentes y dos hijos un poco mayores. Los hijos jugaban a la play, dos de las hijas ayudaban en la cocina y otra limpiaba el polvo en el salón. Uno de los hijos pidió a la hermana que limpiaba el polvo que le llevara un flan, y ella, dócil, lo hizo. 

¿Tan atrasados estamos aún? En el pasado, durante mi niñez, me había topado con escenas semejantes. Creía que habíamos avanzado. Le comenté lo ocurrido a una compañera. Se quedó expectante. Esperaba que hubiera ocurrido algo más. Niñas colaborando en las tareas caseras y que sirven de criadas a sus hermanos masculinos. ¿Se forja así a hijos de puta como los de la violación colectiva de los San Fermines y Pozoblanco

miércoles, 5 de octubre de 2016

Un festín de los infiernos

Para mi madre, el paradigma de envidia se llama Katy. Era una amiga de infancia con la que se ha ido topando a lo largo de la vida. Cuando se vive en un cortijo, a varios kilómetros de los pueblos más cercanos, las circunstancias imponen a los amigos o su alternativa: la soledad. 

Esa mujer siempre necesitaba tener cosas mucho mejores que quienes la rodeaban, haber estado en lugares mucho más lejanos y exóticos que quienes junto a ella presumían de algún viaje y sus hijos tenían que sacar notas superiores que las de los hijos de quienes ella parecía considerar contrincantes. 

Aseguran que se alegraba del mal ajeno porque era la única forma que sus esfuerzos para estar por encima de todos podían tomarse un descanso. Por eso muchos atribuyeron a un castigo divino el que su hijo mayor cayera en las garras de las drogas. Nunca comprendí cómo se puede llamar justicia a que un hijo pague por los pecados de sus padres, como en esta ocasión. 

Pobre, desdichado, desgarbado y antisocial Ruano. La última vez que lo vi tenía 14 años, yo la mitad de su edad. Incluso hablar conmigo, que sólo era una niña, le teñía de rojo las mejillas. 

Estuvo muy enfermo. Una sobredosis revolucionó sus neuronas. Hacía cosas raras, como pensar que era Picasso y a falta de lienzo y pinturas, utilizaba las paredes y sus excrementos. También le dio por comer cucarachas vivas. 

Ayer recordé a Ruano porque al abrir la puerta del almacén de un local que tenía que medir, y que hasta hace pocos meses fue un restaurante, escapó una marabunta de cucarachas. Doscientas o trescientas cucarachas asustadas por la luz repentina del exterior (tal vez la repulsión que siento por esos bichos me hace exagerar el número). 


Fui lenta con la cámara de fotos. Las vivas escaparon despavoridas

Ruano consiguió salir de los infiernos. Se recuperó, cuando parecía completamente perdido. Ahora sí es una persona digna de admiración, aunque su madre ya nunca lo menciona. 

lunes, 3 de octubre de 2016

Sin maldad

El mundo está lleno de hijos de puta y Guille no está vacunado contra ellos. Su compañero de trabajo se ha apoderado de los prototipos de drones que había desarrollado exclusivamente Guille. Los ha patentado y pretende que Guille le pague un porcentaje por todos los trabajos topográficos que haga con ellos. Se ampara en que el 70 % del capital inicial de la empresa que montaron juntos, lo puso él. 

Guille ha estado casi todo el fin de semana sentado en el sofá, con las manos metidas en los bolsillos, la mirada perdida y esa arruga entre las cejas que le aparece cuando está preocupado. La arruga ha desaparecido. Ahora está sentado ante el ordenador y sus dedos teclean a la velocidad de la luz. En lugar de llamar cabrón a su compañero y enfadarse, creo que ha encontrado la solución para esquivar sus derechos de patente. ¿Está bien tanta falta de maldad?

sábado, 1 de octubre de 2016

Alegría de vivir

Cuenta mi madre que cuando tenía 30 años y se vio por primera vez una cana, se puso a llorar. Yo creo que ya he tenido alguna, aunque es posible que lo haya confundido con un pelo rubio. He observado a mis hermanos y en sus cabezas se ha evidenciado las canas a partir de los 40 años. Sospecho que a mí me ocurrirá lo mismo.

Ayer paseaba sola hacia la Vega. Guille aún no había llegado. Era la primera hora de la tarde, si se piensa en el horario del verano. Aún vamos vestidos con mangas cortas y se pueden ver muchos short. Pero la luz ya es la del otoño. Era muy agradable caminar medio cegada por los rayos oblicuos del sol. Había una brisa ligera que mecía los álamos de la vereda del río, y el cielo estaba adornado por nubes blancas y altas, desgarradas, que se movían a mi misma velocidad.

Dentro de pocos días cumplo 35 años. Cuando cumplí los 25 me deprimí un poco. A esa edad mi madre ya había tenido todos los niños que había querido tener por voluntad propia, y yo ni siquiera tenía una pareja estable. Sentía que la vida se me escapaba y no podía hacer nada por retenerla. Ahora es todo lo contrario. Siento que vivo en este momento. Ya no espero con impaciencia ese hipotético momento futuro de una vida soñada y mejor. Puedo disfrutar con un paseo por un camino sobradamente conocido y puedo disfrutar haciendo un trabajo de una vivienda de pueblo semejante a mil más, trabajo que antes menospreciaba. Puede que me esté haciendo vieja. Tal vez debería ponerme a llorar, como hizo mi madre cuando se vio una cana por primera vez.