Me sorprende comprobar que aún echan un programa de radio que me gustaba escuchar mientras dibujaba de madrugada durante los años de la carrera. Por aquel entonces ya tenía un tufillo a antigualla y decadencia: Hablar por hablar. Me mantenía despierta porque me encorajinaba. Gente llamaba para exponer un problema y otra gente llamaba para aconsejar cómo resolverlo. Recuerdo algunas llamadas con nitidez. Un señor aseguraba ver sombras y personas en su casa, en lugar de sugerirle que fuera al médico para que le miraran si tenía un tumor cerebral, le hablaron de fantasmas y de la necesidad de un sacerdote purificara su casa. Una mujer llamó para contar que le había hecho una atadura a su pareja echándole sangre menstrual en el café (¡puag!!!). No recuerdo bien cuáles fueron las respuestas, pero ninguna de ellas llamó asquerosa e insensata a la hablante, tampoco pidieron que denunciaran al vidente majadero que le había vendido ese remedio para no perder a su pareja.
Creo que la población de Granada somos como una enorme marabunta que nos movemos al unísono. Llega el verano, y la mitad de Granada se puede encontrar en la costa de la provincia; llega año nuevo, y todo dios está en la plaza del Carmen; llega el viernes negro y muy pocos quedaban deambulando por las calles desiertas de la ciudad: nos habíamos ido al recién abierto centro comercial Nevada. Allí encontré el viernes por la tarde a un compañero, oficial de primera en algunas obras que dirigí antes de la crisis y que la necesidad de ganar dinero lo había llevado a probar en el mundo de la droga. Lo pillaron en Portugal a las primeras de cambio y estuvo encerrado varios años. Salió recientemente, tres o cuatro meses. Cuando lo vi por primera vez, parecía un esqueleto cubierto con un disfraz de pellejo; ahora ha recuperado su rostro y hasta su sonrisa. Iba acompañado por su mujer e hija. La hija, preadolescente, requería toda la atención del padre y él se dejaba arrastrar. Caminé un rato a solas con la mujer de mi compañero. Sé que fue un cabrón por lo que nos hizo; un hijo de puta porque para que nosotros tuviéramos dinero iba a mandar a la mierda la salud de mucha gente. Toda mi familia y amigos me aconsejaron que lo dejara y yo comprendía que tenían razón porque un tío decente no hace esas cosas. Antes ponerse a pedir o a buscar chatarra que hacer eso. Pero cuando vino a recoger a la nena, porque le correspondía llevársela los fines de semana alternos, y lo vi tan flaco y empezaron a caérsele las lágrimas en cuanto vio a la niña, mandé a la mierda todos los consejos y ya no lo dejé salir de casa.