jueves, 16 de febrero de 2017

Soy menos que un grano de arena

Una de mis compañeras de piso durante mi primer año de carrera había estado tan reprimida durante su infancia y adolescencia, siempre al amparo de sus padres, que en cuanto se vio libre de ellos no supo utilizar su libertad. Se tiró a todo bicho viviente que se le acercara y se bebió todo líquido que tuviera alcohol, y se lo encontrara a su paso (menos mal que en el botiquín sólo teníamos agua oxigenada para desinfectar las heridas). Fue una suerte que no pillara ningún parásito porque su único método anticonceptivo era enjuagarse las entrañas con una coca-cola a presión, después de agitarla. 

En una ocasión esta compañera cogió tal cogorza que creímos que iba a morirse. Vomitó por todo el pasillo, vomitó en su habitación, echando a perder los apuntes de su compañera de cuarto; vomitó en el baño, dentro y fuera del inodoro. Y al dejar de vomitar, cayó una inconsciencia que creíamos un coma etílico y la llevamos al hospital. Cuando le dieron el alta nos prometió que no volvería a hacerlo. Lo repitió mil veces y se hizo la víctima. Pero poco importaban sus promesas. La casa apestaba a vómito y tuvimos que limpiar su porquería a pesar de nuestra repulsión. También se había echado a perder toda una noche de sueño y los apuntes de una de nosotras. No sé si esta compañera de piso cumplió su promesa. Al poco tiempo me mudé y no volví a verla en algún tiempo.

Me gustan los muebles de Ikea. Son cómodos. Puedes encontrar la misma mesa de escritorio en Barcelona y en Málaga (en Granada aún no tienen tienda). Para alguien como yo que paso tanto tiempo delante del ordenador es práctico porque te puedes poner a trabajar sin necesitar ni un segundo para adaptarte al nuevo mobiliario. Aunque el tiempo termina machacando la semejanza: accidentes que producen agujeritos en la madera, roce constante que desgasta las aristas, manchas por culpa de un bolígrafo traicionero... 

Ikea ha editado en Israel un catálogo sin mujeres para satisfacer a los judíos ultraortodoxos. Al parecer hay religiones tan retrógradas que la existencia de la mujer ofende. Los de Ikea podrían haber optado por no habitar sus ambientes hogareños; o podría haber colocado maniquís asexuados o personas andróginas. Para satisfacer a un puñado de señores han ninguneado al 52% de la población mundial. Como no existo, o como alguien semejante a mí de la religión judía no existe, creo que lo más apropiado es que me convierta en uno de los personajes femeninos de su catálogo: si no existo, no puedo gastar ni un euro en sus productos. 


miércoles, 15 de febrero de 2017

El día de la marmota

Mi cuñada cree en el karma. Está convencida que las cosas malas les pasa a las malas personas. Negar que Guillermo ha sido un poquito hijo de puta con la forma de dejarme, sería mentir. Cuando se enteró que su clavícula había quedado como una galleta pisoteada, afirmó que eso había el karma, o un castigo divino, que para ella viene a ser lo mismo. 

Al dolor producido por la operación y el destrozo de la clavícula, se debe añadir el vecino de habitación que Guillermo tuvo en el hospital. Sólo había una televisión y el hombre se adueñaba de ella desde primera hora de la mañana hasta las once, hora a la que pasaba una enfermera con los calmantes de la noche y obligaba a apagarla. En mi primera visita el hombre tenía puesto un programa de lo más extraño y bochornoso: Las Kardashian. Un grupo de mujeres  manufacturadas interpretaban que iban de vacaciones y se enfadaban. Se supone que los espectadores deben creer que los personajes se enfadan entre ellos de verdad, sin actuación. Tal vez esa pretensión es lo más patética. Lo único bueno del programa es el doblaje. Al personaje principal le han puesto una voz de niña mimada y cursi que delata lo que piensan los dobladores del programa. Espero que tuvieran un plus por peligrosidad: inminente muerte de neuronas. Estuve con Guillermo unos cinco minutos, salí a hacer unas compras. Dos horas y media más tarde, el programa seguía igual, invariable. Mismos personajes, misma situación, mismo falso enfado. Era como un bucle que se repetía y se repetía y se repetía y se repetía... 

martes, 14 de febrero de 2017

El amor mata

Hay una telaraña en el techo, en una esquina. No parece habitada. Cuando tengo abierta la ventana el aire la hace temblar. No sé cuánto tiempo lleva ahí. Puede que años. Antes el sofá estaba colocado de otra forma y ese rincón era un punto ciego. El estudio llevaba sin limpiarse semanas, desde finales de año. Llegaba de la obra y caía rendida en el sofá. A veces ni siquiera era capaz de llegar a la cama, simplemente desconectaba y el relente de la madrugada y la baja temperatura, que parecían tener la capacidad de atravesar el vidrio doble de la ventana, me despertaban. 

A principio de mes busqué a la limpiadora que venía antes de la crisis, pero sólo sé su nombre y he sido incapaz de encontrarla. Me gustaba, era muy agradable. Me enseñó a comprender que su trabajo, además del esfuerzo físico, requiere mucha paciencia porque debe lidiar con los inquilinos de los pisos a los que pertenece las escaleras que limpia. Algunos son como animales salvajes incapaces de contener su necesidad de gresca.

En su lugar ha venido una chica que no se decide por cuál es su nombre: María José, Jose, Jo, Pepi... Es tímida, habla poco, casi nada. Cuando no estoy pone música mientras limpia: la he escuchado a través de la puerta. Cuando estoy es muy silenciosa. Su parquedad de palabra es beneficiosa: esconde el hervor que le hace falta. 

Ayer venía con un apósito cubriéndole el cuello. ¿Qué te ha pasado? ¿Algún accidente laboral? Qué va. El regalo por San Valentín de mi novio. Tenía un buen tajo bajo el vendaje, aunque sólo necesitó puntos de mariposa, esos que son como pequeñas tiritas. Junto a la herida, el nombre de Chili tatuado. Pero su novio actual se apoda Macana. Pensó que sería un bonito regalo quitarse el tatuaje. Estaba convencida que podría retirar la piel superficial como si fuera una pegatina. Por fortuna el dolor la detuvo. Se tienta su propio cuello. Me obliga a tocárselo. ¿Sabes que por ahí va una vena gruesa como un dedo que si la cortas te desangras en un minuto? El médico que la curó se lo dijo. 

El hospital de Cristo

Soy gilipollas, lerda o tontita, dependiendo de quién me califique: mis hermanos, mi cuñada o mi madre. Guillermo se destrozó la clavícula en el trabajo y necesita a un familiar que lo acompañara en la ambulancia de Madrid a Barcelona. En Madrid lo operaron, le colocaron lo que en las radiografías parece un peine metálico. Pero quería pasar la convalecencia bajo el amparo de las faldas de su madre y su seguro privado le pagaba el traslado en ambulancia. No pregunté por qué no lo acompañaba mi sustituta, aunque soy capaz de adivinar media docena de razones. Cuando nos íbamos la vi de refilón diciendo adiós y siendo respondida. Es una perroflauta, flaca, un esqueleto con piel lamida sobre los huesos y un vestido colgando de ellos. Incluso el pelo, muy corto y compacto, parecía pegado al cráneo como algo artificial. No sé por qué intuyo que tendrá una trenza fina y larga con un cascabel en su punta. Se lo preguntaría a Guillermo, pero ya ni siquiera tenemos una relación de simples conocidos. Es incómodo hablar con él. 

El conductor de la ambulancia me preguntó si quería ir en la parte de atrás acompañando a Guillermo o a su lado. Opté por ocupar el asiento de copiloto. Gané porque el hombre, un señor de unos 50 años, o tal vez más joven pero con la piel muy vapuleada por los rayos del sol, era muy entretenido. Parecía un comediante soltando un hilarante monólogo. Me pasó su teléfono para que mirara las fotografías de lo que parecía un fortín militar. Un edificio digno de ser protegido por cultura, pero muy mal conservado. El moho y verdín convertían en jardín el color gris de sus paramentos, y los carcomía. Las ventanas eran minúsculas, con rejas y las escaleras tan destartaladas, con bordones de madera y huellas rehundidas por las losetas desgastadas, que parecían más apropiadas para producir accidentes que para salvar desniveles. El lugar era un hospital cerca de Lisboa, en Setubal. El anterior trabajo del conductor de la ambulancia había sido ir a recoger a aquel hospital a un mochilero español que se había caído y roto el tobillo por tres partes. Asegura que cuando los médicos operaron al chaval lo dejaron como a Dios: con un clavo enorme atravesándole la pierna de parte a parte.


domingo, 5 de febrero de 2017

¿Quién no ama a Donald Trump?

Los clientes del bar al que voy a por las mañanas aman a Trump porque las noticias a primera hora del día son muy entretenidas por las burradas que se le ocurre y vomita el presidente estadounidense.

Los periodistas aman a Trump porque sus majaderías les llena la mitad de las páginas de los periódicos.

Los humoristas aman a Trump porque es un personajillo digno de convertirlo en una parodia. 

Los rusos aman a Trump porque, gracias a un vídeo sexual, lo tienen agarrado por los huevos.

Los chinos aman a Trump porque están convencidos que con él de presidente, EEUU dejará de ser el país más importante del mundo y están presto a tomar el relevo.

Las feministas aman a Trump porque la misoginia del presidente les hace todo el trabajo.

La jurisprudencia norteamericana ama a Trump porque está convencida que, como siga por el mismo camino, podrá darle una patada en su enorme trasero.

Los comerciantes europeos aman a Trump porque ante el proteccionismo de EEUU y las futuras contra réplicas, ve abrirse nuevos mercados.

Los mexicanos aman a Trump porque el utópico muro que planea hacer evitará que los estadounidenses emigren a México cuando las leyes en EEUU sean insoportables para los ciudadanos medios.

Los canadienses aman a Trump porque sus leyes retrógradas y arcaicas convierten a Canadá en un país aún más civilizado.

Los traficantes aman a Trump porque los aranceles con los que planea gravar algunos productos extranjeros ampliará su comercio.

¿Hay alguien que no ama a Donald Trump?








jueves, 2 de febrero de 2017

La verdad de los otros

Willem Dafoe, Alan Rickman, Danny Trejo, Robert Englund, Glenn Close... Hay personas lastradas con la falsa alma que reflejan sus rostros. Estamos tan acostumbrados a ver a los anteriores actores en papeles de malos que, a pesar de su calidad interpretativa, nos cuesta mucho aceptar a un personaje bueno con la boca de Willem Dafoe o las ojeras de Danny Trejo. 

Es extraño la relatividad del tiempo. A principio de esta semana, que en acontecimientos parece tan densa como un mes, fui a Barcelona para recoger una documentación de mi piso de la Diagonal. Mi ex suegra (he tenido que rebobinar para añadir el ex) me invitó a su casa. Había guardado todas mis cosas en una maleta: dos vestidos de esos que sólo me pongo cuando voy a verla, ropa de verano, ropa de dormir, algunos productos de higiene y lo único que para mí tenía algo de valor: una chaqueta de motorista que, según mi madre, tiene más kilómetros que el baúl de la Piquer (una folclórica antigua).

¡Oh, accidente! Un bote de leche hidratante y el dentífrico se habían abierto. La pasta de dientes no se derramó, pero la leche hidratante pringó hasta el forro de la maleta.

Cuando me iba, mi ex suegra estalló: ¡Cómo te has atrevido a hacerle eso a mi hijo? ¿Dónde vas a encontrar un hombre mejor que él? Se te debería caer la cara de vergüenza, so...

Así fue cómo me enteré, a principio de semana, que el papel que me toca hacer en este mundo, y que tardaré mucho en poder deshacerme de él, es el de puta.