martes, 14 de febrero de 2017

El hospital de Cristo

Soy gilipollas, lerda o tontita, dependiendo de quién me califique: mis hermanos, mi cuñada o mi madre. Guillermo se destrozó la clavícula en el trabajo y necesita a un familiar que lo acompañara en la ambulancia de Madrid a Barcelona. En Madrid lo operaron, le colocaron lo que en las radiografías parece un peine metálico. Pero quería pasar la convalecencia bajo el amparo de las faldas de su madre y su seguro privado le pagaba el traslado en ambulancia. No pregunté por qué no lo acompañaba mi sustituta, aunque soy capaz de adivinar media docena de razones. Cuando nos íbamos la vi de refilón diciendo adiós y siendo respondida. Es una perroflauta, flaca, un esqueleto con piel lamida sobre los huesos y un vestido colgando de ellos. Incluso el pelo, muy corto y compacto, parecía pegado al cráneo como algo artificial. No sé por qué intuyo que tendrá una trenza fina y larga con un cascabel en su punta. Se lo preguntaría a Guillermo, pero ya ni siquiera tenemos una relación de simples conocidos. Es incómodo hablar con él. 

El conductor de la ambulancia me preguntó si quería ir en la parte de atrás acompañando a Guillermo o a su lado. Opté por ocupar el asiento de copiloto. Gané porque el hombre, un señor de unos 50 años, o tal vez más joven pero con la piel muy vapuleada por los rayos del sol, era muy entretenido. Parecía un comediante soltando un hilarante monólogo. Me pasó su teléfono para que mirara las fotografías de lo que parecía un fortín militar. Un edificio digno de ser protegido por cultura, pero muy mal conservado. El moho y verdín convertían en jardín el color gris de sus paramentos, y los carcomía. Las ventanas eran minúsculas, con rejas y las escaleras tan destartaladas, con bordones de madera y huellas rehundidas por las losetas desgastadas, que parecían más apropiadas para producir accidentes que para salvar desniveles. El lugar era un hospital cerca de Lisboa, en Setubal. El anterior trabajo del conductor de la ambulancia había sido ir a recoger a aquel hospital a un mochilero español que se había caído y roto el tobillo por tres partes. Asegura que cuando los médicos operaron al chaval lo dejaron como a Dios: con un clavo enorme atravesándole la pierna de parte a parte.


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