sábado, 31 de mayo de 2014

Más allá de la comprensión

Cuando era una niña, lo suficientemente pequeña para que en mi recuerdo aún aparezca mi padre (murió cuando yo tenía 6 años), me tiré todo una eternidad (infantil) contemplando las olas rompiéndose junto a la playa. Quería saber por qué hacían espuma (siempre fui más persistente y cabezota que inteligente). Mis hermanos me arrastraban con ellos para dar un paseo en hidropatín y mis padres se obstinaban en que estuviera dentro del agua o bajo la sombrilla, para evitar una insolación; pero en cuanto se despistaban, volvía a la orilla y ponía toda la atención en ver cómo el agua volvía y se retiraba una y otra vez. Hasta que comprendí el movimiento de las olas, y que el choque del agua de ida con el de vuelta era lo que producía la espuma. Pero, si yo ya lo comprendía, ¿por qué se seguía produciendo? Con esa edad pensaba que todo en el mundo estaba para ser comprendido y luego dejar de interesar. 

Hubo un punto de inflexión en mi contemplación inocente de las películas. Vi cómo se rodaba una escena, y desde entonces todos los planos no están limitados por lo que veo en la pantalla del cine, la tv o el pc. Imagino a los ayudantes, el vestuario del actor que no se ve, las vías de la cámara, los focos, los extras... es complicado seguir la historia que me quieren contar en las películas si mi mente está puesta en qué ocurría alrededor de lo que veo.



Pero la arquitectura no se ha sumergido en ese mundo de indiferencia después de ser comprendida. La razón, no la sé; quizá, porque sólo creo comprenderla. Cada edificio es un reto, muy diferentes unos de otros. Son como cuerpos humanos. Los esqueletos, la estructura. Los músculos, las paredes. El aparato circulatorio, las instalaciones... La piel, las fachadas, dándole belleza o fealdad, siempre dependiendo de los ojos que lo miren. Sospecho que llegar a comprender de verdad la arquitectura, sólo servirá para amarla más. 

viernes, 30 de mayo de 2014

Aún no

Todavía no soy libre. Qué agonía. Es como subir una y otra vez una piedra por una montaña y, a unos centímetros del pico, dejarla caer para volver a empezar. Hay montones de cosas que quiero hacer, pero de momento sólo son planes que deben esperar. Me gustaría poder salir a correr durante tres o cuatro horas, hasta agotarme, hasta conseguir que, al llegar a casa, los músculos de las piernas cimbreen, se agiten, como si tuvieran vida propia. Me gustaría poder leer durante horas, sumergirme en un libro de tal forma que el tiempo desaparezca y el mundo en el que viva es el del escritor y no en el mío. Me gustaría poder seguir con los proyectos que han quedado aparcados, sentir cómo crecen y se concluyen en lo que parece sólo unos minutos. Me gustaría poder sentarme en la terraza y saborear un helado sin prisa, dejando que el dulce se convierta en líquido en mi boca antes de tragarlo, sentir el aire cálido de la tarde, escuchar a los niños jugando en el parque, balancear la pierna apoyada en el brazo de la tumbona hasta que la circulación me haga sentir hormigueo en los dedos de los pies. Me gustaría no tener que reducir las conversaciones con mi madre a cinco minutos, y escucharla hablar de todos esos personajes de la farándula que sólo conozco por medio de ella. Y, sobre todo, me gustaría estar con Guille, sentir su cuerpo, enlodarme en su sudor hasta no ser capaz de diferenciar su olor del mío. 

lunes, 26 de mayo de 2014

Adicción saludable

Hola, me llamo Rebeca y llevo más de 48 horas sin consumir, aunque debo confesar que no por voluntad propia. Creo que es el periodo de abstinencia más prolongado que jamás he tenido, y noto las consecuencias: estoy irritable y tristona; con tanta necesidad que esta mañana estuve a punto de abordar a una señora y exigirle que me satisficiera. La mujer acababa de salir de la Rural que hay en el Camino de Ronda, junto al río. La casualidad quiso que la atendieran en la ventanilla junto a la que yo ocupaba. La cuenta corriente de la hija y su marido estaba en números rojos y quería ingresarle la cantidad suficiente para volverlos negros. El problema estaba en que la hija (ausente) no sabía la cantidad que necesitaba y la cajera no podía informar a la madre porque ella no estaba en la cuenta del matrimonio, pero tenía ganas de ayudarla y le propuso que dijera una cantidad. La mujer empezó con 50 € y la cajera hizo un gesto, apenas perceptible, de negación. ¿Cien?¿Doscientos?.... Se paró en trescientos cincuenta. Se fue y yo me quedé con las ganas de saber más. ¿En qué trabajaba la hija? ¿en qué el yerno? ¿era la primera vez que le pasaba? ¿tenían cubiertas sus necesidades básicas?.. Por supuesto, no hubo interrogatorio: me habría tomado por una loca cotilla. 

Cuando regresé a casa, intenté que Guille supliera mi necesidad. Por lo general la cubro viendo alguna película o leyendo, pero tengo atravesado un proyecto y me he propuesto terminarlo de una maldita vez: sólo me permito descansos de diez minutos cada tres horas (se puede hacer pocas cosas en diez minutos). Lo que sí puedo es escuchar mientras dibujo. Le pedí que me contara alguna historia de su infancia. Pero creo que nadie ha tenido una infancia más anodina, tranquila, pacífica y monótona que él. El recuerdo más traumático que tiene es cuando su hermano menor se enteró que no tenían el mismo padre y berreó en mitad de un supermercado al imaginar que se iría con su padre biológico en cuanto quisiera. Nunca le picó un alacrán (cree que no ha visto uno vivo en toda su vida), ni una avispa, ni se ha hincado una puntilla en el pie, ni ha tenido que correr para evitar que un perro le mordiera... Intentó leerme en voz alta (estoy con La Maldición de los Dain, de Hammett) pero fue durante la hora de la siesta y se quedó dormido con el libro entre las manos. 

En fin, creo que tendré que prolongar durante doce horas más mi abstinencia... a no ser que alguien me quiera contar alguna historia de su infancia que se pueda leer en diez minutos. 

domingo, 25 de mayo de 2014

Vanas esperanzas

Voté hace un par de semanas porque aún estoy empadronada en Barcelona y lo hago por correo. En un par de ocasiones he intentado empadronarme en Granada, comienzo la tramitación de la documentación, pero nunca la concluyo. Quizá tenga miedo de dar por sentado que la estancia en esta ciudad será para largo. Creo que nada avanzará si sigo aquí, por estar la mayor parte del tiempo separada de Guille.

Esta mañana parecía doblemente festivo. Domingo, buen tiempo... todo el mundo estaba en la calle. Aquí y en Málaga, donde tuvimos que ir para recoger un portátil que se había quedado una aparejadora a la que despedimos hace algunos meses. La cosa no acabó muy bien. En lugar de trabajar, esta mujer se tiraba casi todo el día chateando y navegando por Internet, obligando a la delineante a cargar con su trabajo y el de ella. El último mes, comprobado sobradamente qué ocurría, su paga se le entregó a la delineante. Pudimos recuperar la torre que utilizaba, pero no el portátil, un trasto bastante antiguo, un Acer que se recalienta casi en cuanto se enciende, haciendo muy agradable el trabajo con él en invierno, pero insoportable en verano. Lo de portátil, por lo que pesa, parece un eufemismo de masoquismo. El viernes por la noche, por alguna extraña razón que aún no hemos descubierto, la aparejadora nos llamó para entregárnoslo. El aparato no tiene ni el valor de la gasolina que gastamos en ir a buscarlo a Málaga, pero teníamos que recuperar su contenido: montones de proyectos antiguos de los que no teníamos copia de seguridad. Por un momento me dio la sensación de que la aparejadora esperaba que le restituyéramos el puesto de trabajo perdido con ese gesto.

De vuelta a Granada, pasamos por casa de mi madre. ¡Menudo susto! Lo hago sin darme cuenta: siempre que la miro, la observo con el temor de ver los primeros indicios de la vuelta de su depresión. Y esta mañana de inmediato me percaté de su pelo descuidado, falto de un tinte y algo encrespado por la parte de atrás. Por fortuna, su ánimo continúa intacto. Se había peleado con la peluquera a principio de semana. Cuando se fue una clienta, la peluquera se tapó la nariz con un gesto que daba a entender que la mujer que se acababa de marchar, olía mal. Hizo reír a las clientas que quedaban, menos a mi madre. En un pueblo pequeño como el suyo, casi todos se conocen, también sus problemas y defectos. La mujer que fue objeto de las burlas tiene problemas de contención de orina y a mi madre le ofendió que lo consideraran gracioso. Se pregunta si cuando se va ella, la peluquera finge una cojera porque los días de mucho frío renquea un poco porque está operada de las rodillas. Ingenua es: piensa que todos los adultos deben coportarse como tales. 

sábado, 24 de mayo de 2014

Calentando motores

Menudo petardo acaban de tirar. ¿Otra vez sacan a algún santo? Pregunto, ignorante. Guille me señala la camiseta que llevo. Es del atleti, la compró esta mañana cuando fue al mercadillo con uno de sus compañeros de fútbol sala. Ser del barça, por lo visto, te hace ser un poco del atleti. Esta tarde vendrán todos sus amigos a casa para ver la final. El día es casi festivo: hoy no se trabaja, sólo se espera la hora acordada. El frigorífico está lleno de bebidas frías (para coger una cogorza cada miembro de todo un regimiento) y sobre la mesa de la cocina hay bolsas repletas de chucherías. No me importa ser del atleti, aunque me lo haya impuesto Guille. Siempre me gustó estar de parte de los débiles. 

 

viernes, 23 de mayo de 2014

Testamento

La casualidad, más que la voluntad, ha querido que en los últimos días hayamos visto tres documentales sobre la teoría del big bang. Apabulla, mucho, imaginar que todo cuanto se encuentra en este universo conocido tuvo su origen en algo más pequeño que un átomo: energía que explosionó y al enfriarse, se convirtió en materia. Los científicos parecen tener explicaciones desde ese primer instante (menor a un segundo) de la explosión hasta nuestros días; pero, ¿qué ocurrió antes de ese instante? Hay una ley que dice que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. ¿Ha existido siempre la energía? ¿Cabe eso en nuestro cerebro limitado? Un corpúsculo de energía en un vacío infinito durante una eternidad que no se puede cuantificar porque aún no existía el tiempo. ¡Qué vértigo da intentar comprender! 

Hay tantas preguntas sin respuesta aún, y tantas respuestas erradas, que da mucha rabia tener que dejar este mundo sin una explicación a todo lo que se quisiera saber. Siempre he creído que he nacido demasiado pronto, cuando existen más dudas que explicaciones. Ahora que la ciencia se ha desprendido del lastre de la religión, y que se adquieren conocimientos a una velocidad exponencial gracias a los ordenadores, ¿qué se habrá descubierto dentro de cien años? ¿Y de doscientos?... ¿y de otro milenio?

En esos documentales, también hablaban de la evolución del hombre. Lo imaginan como una extensión de una máquina, deduciéndolo de lo que está ocurriendo en la actualidad con Internet. Un sólo cerebro al que están conectado todos los seres inteligentes. ¿Dónde se encontrarán sus límites? ¿Qué no conseguirá hacer? ¿Podrán recuperar la conciencia de quienes hayamos muerto? ¿Podrían recuperar de la muerte a Mozart para que terminara su Réquiem? ¿A van Gogh para que conociera el éxito que tuvo en cuanto abandonó este mundo? ¿A Hitler para castigarlo?.. Sólo consciencias dentro de un ordenador. Si esto fuera así....

Testamento:

Estimados señores del futuro: 

¿Sería tan amable de darme consciencia durante cinco o diez minutos? El tiempo suficiente para conocer cómo se formó realmente el universo, qué tipo de vida existe en otros planetas, cuántos cuerpos celestes extraños y aún desconocidos hay ahí fuera... Después de obtener los conocimientos, pueden devolverme a la inexistencia porque la idea de la muerte resulta más placentera que la de una vida infinita. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

La imprudencia de levitar

Toc, toc, toc... ¿Por qué no haré caso a los refranes? Esta mañana llovía a mares y ha vuelto a hacer frío. Ya había guardado la ropa de invierno. Los últimos días, siempre que no iba a la obra, solía ponerme unas sabrinas (es como caminar descalza). Pero hoy, con la lluvia torrencial encharcando aceras y atragantando imbornales, habría sido muy imprudente utilizarlas. Los planes que tenía eran ir a medir un piso al Realejo, a la zona noble, a uno de esos edificios relativamente modernos pero lleno de antiguallas, en el que te puede vedar el paso un señor disfrazado de dictador, con gorra de plato y galones dorados en los hombros. Las botas de la obra me tentaban, pero sabía que en un mundo donde importan más las apariencias que la realidad, podría tener problemas si no me disfrazaba. Terminé poniéndome los tacones, que, para ser unos zapatos tan altos, resultan relativamente cómodos. Toc, toc, toc.... Lo malo es que son del tipo anunciación: ¡Eh, abrid paso, que voooy! (parecen decir con por culpa del ruido que hacen). Toc, toc, toc... 

Siempre me ha dado mucho pudor entrar en los pisos sin sus dueños, caminar por habitaciones donde un hijo dejó los apuntes esparcidos por el suelo o a otro se le olvidó llevar la ropa sucia al cesto del lavadero, o percibir todos esos olores que han intentado esconder con ambientadores. Los muebles del piso de esta mañana parecían sacados, a partes iguales, de una iglesia barroca y una revista de decoración minimalista. No llevaba ni cinco minutos cuando llegó el señor de la gorra de plato exigiéndome que dejara de dar martillazos en el suelo porque la vecina de abajo se había quejado. ¿Eing? ¿Martillazos? Toc, toc, toc... caí en la cuenta que eran mis zapatos. Me disculpé y me los quité para dejar de molestar (aunque para entonces eran las nueve y media... ¿pero quién soy yo para imponerle a nadie cuándo levantarse y cuándo dormir?). 

El mármol estaba gélido, el parket parecía ser un pavimento radiante. Si es necesario, puedo ser como una bailarina, caminando de puntillas, ingrávida, etérea, como si levitara. Aún así, cinco minutos más tarde, tenía ante la puerta, de nuevo,  al señor de la gorra de plato: seguía haciendo mucho ruido y la vecina de abajo amenazaba con llamar a la policía (¡¿?!). Ahora me arrepiento de no haberle pedido que lo hiciera. ¿Qué estaba haciendo mal? Eran más de las 10 de la mañana y el ruido que hacía no podría haber sido detectado ni por un sonómetro. Pero no fue todo negativo: estaba midiendo con cinta y como el señor de la gorra de plato se obstinó en observarme para juzgar él mismo, lo utilicé como ayudante. 

martes, 20 de mayo de 2014

La perfección de lo imperfecto

Mi tío Fermín, que era profesor de psicología en una de esas universidades carísimas de Madrid, afirma que vemos sólo aquello que nuestro cerebro puede procesar (supongo que será la cita de algún científico o filósofo famoso, pero he sido incapaz de encontrarla en Internet). Cuando se lo escuché decir, pensé que se refería a hechos, a contemplar una escena más o menos violenta y desmayarnos antes de seguir soportando la imagen que nos daña, o cerrar los párpados con fuerza antes de aceptar que quede en nuestro recuerdo lo que nos atormentará durante días, semanas, años o toda nuestra vida. No me había cuestionado el posible error de aquella primera impresión, hasta el domingo por la tarde, cuando me topé con el oído perfecto de la amiga de mi sobrina, y sus problemas para disfrutar de la mayor parte de la música porque casi toda le resulta desagradable. ¿Y si mi tío no se refiere a las imágenes que vemos si no al nivel de percepción que recibimos? Un ojo perfecto sería aquel que distinguiera todos los espectros de luz, y de distinguir detalles minúsculos, microscópicos, como si nuestros ojos fueran una máquina de rayos X y un microscopio a la vez. Pero, ¿seríamos capaces de procesar tanta información? Es imposible no maravillarse con la Ley de la Evolución y sus consecuencias.


lunes, 19 de mayo de 2014

La imperfección de lo perfecto

Es difícil recordar el chirrido que pretendía ser una melodía cuando la música de Hans Zimmer lo invade todo. 


Nos eliminaron cualquier rastro de somnolencia a la intolerable 9 de la madrugada del primer domingo que en mucho, mucho tiempo podíamos dedicar a la pereza y la procreación. ¿A qué hora habré sido concebida yo y dónde? Seguramente que a primera hora de la noche y en una cama de matrimonio (esas no suelen ser cosas que se le pregunten a los padres). Siempre tendemos a imaginar que nuestros procreadores son menos atrevidos y mucho más clásicos que nosotros mismos. Cuando, ya despiertos, comenzábamos a ser conscientes de que por un día podíamos permanecer en la cama sin otra obligación que permitirnos el disfrute de no tener nada que hacer, de la calle llegó la estridencia de unos cánticos religiosos. A mi oído, que desde origen es un instrumento muy basto, sin pulir; sonaba como el chillido de un gato al que le acaban de pisar la cola. Guille se asomó a la azotea. El que se imponía al descanso ajeno, era un sacerdote que, a falta de voz, sobraban los voltios de cuatro altavoces colgados a un carrito semejante al de los helados que se ve en las películas antiguas. Le perseguían muchos fieles, algunas, vestidas de mantillas. Regresaron de forma intermitente a lo largo de toda la mañana. Pasado el mediodía, pensábamos que nos habíamos librado del castigo a nuestros oídos. 

De no ser así, tal vez habríamos persuadido a mi sobrina y su amiga, cuando nos llamaron solicitando quedarse en la casa para poder estudiar para un examen de matemáticas que tenían hoy, que les sería más productivo buscar otro lugar donde intentar dar ese último repaso. La amiga de mi sobrina se llama Blanca. Aún no habríamos podido diferenciarla entre media docena de adolescentes y para ella ya nos habíamos convertido en tito Guille y tita Rebeca (mi sobrina sólo nos llama por nuestros nombres). 

A eso de la media tarde, la estridencia volvió, pero en esta ocasión en forma de la fanfarria de docenas de trompetas, cornetas y tambores. La amiga de mi sobrina sacó de su bolso un par de tapones de algodón y cera y se los incrustó en los oídos. Mi sobrina nos explicó: Blanca tiene un oído perfecto. Es capaz, incluso, de diferenciar las notas de un eructo. Si escucha música desafinada, se pone nerviosa y le duele la cabeza. Por eso no puede disfrutar de las canciones típicas de adolescentes, de las mismas que le gustan tanto a mi sobrina. Nada de Miley Cyrus, ni Selena Gómez, ni Lindsay Lohan... 

viernes, 16 de mayo de 2014

La incontinencia del burro

Si tuviéramos que denominar de alguna forma a esa apertura que tiene Miguel Arias Cañete en el tercio inferior de su cara, bajo la nariz, por la que suele soltar palabras y a veces hasta frases, deberíamos llamarlo hocico. La inteligencia y el raciocinio son cualidades tan extrañas a su cerebro como el agua en la atmósfera de Marte. Cañete nos tiene acostumbrados a soltar burradas con las que entretiene Internet durante meses o años, como la de que come yogures caducados o se ducha con agua fría (vistas las consecuencias, deberían advertir las autoridades sanitarias que es gravemente perjudicial para salud mental). 

El jueves tuvo un debate televiso ante Elena Valenciano. La actuación de Cañete entre regular y mal, fue peor, pésima. Su justificación: El debate entre un hombre y una mujer es muy complicado, porque si haces un abuso de superioridad intelectual, o lo que sea, parece que eres un machista que está acorralando a una mujer indefensa....



Ojiplática estoy después de leer semejante estulticia y falta de respeto a su oponente. Pero, ¿en serio cree Cañete que puede mostrarse superior intelectualmente a alguien -hombre, mujer o animal-? ¿Cree que una mujer puede estar indefensa ante lo que él considera inteligencia? ¿Es que no sabe que el electorado estamos compuesto por más de un 52% de mujeres y que nos cabrea mucho que nos consideren como gilipollas e inferiores a los hombre? ¿Pero cómo puede ser un político tan inútil? 

Al menos, consolémonos, Cañete nos sirve de bufón.

El miedo

Imagino la bandera con el aguilucho inconstitucional ondeando a media asta con un trozo de camisón negro de encaje a modo de crespón. Me lo cuenta mi madre entre risas y rencor contra el Caudillo por haberse muerto antes de tiempo. De alguien escuché que quien tuvo que ceder el camisón -enaguas, creía-, fue mi abuela. Me saca del error. Mi abuela tuvo que dejar que le hicieran tiras una falda cuando murió -volaron a- Carrero Blanco. Antes los gestos eran muy importantes. No te metían en la cárcel por no tener una bandera nacional con un lazo negro colgada de la ventana, pero sí podía retrasar un ascenso o un traslado. También era importante ir a misa con regularidad. Cuando le pregunto la razón, mi madre se encoge de hombros y no sabe responder. Las cosas eran así, dice. Como cuando había votaciones. No recuerda para qué votaban, pero si la mesa electoral estaba dentro del recinto militar de donde estuvieran viviendo en ese momento, sabían que el porcentaje de los electores sería del 100 % porque para los militares era obligatorio votar. 

Comento que debía de ser un fastidio vivir bajo el yugo de la dictadura. Mi madre se ríe, dice que soy una exagerada por utilizar la palabra yugo. Nosotros (me incluye aunque yo aún no había nacido) éramos gente normal, con aspiraciones normales y no teníamos nada que temer, asegura, a pesar de lo que me acaba de contar. 

jueves, 15 de mayo de 2014

Ira fermentada

Una de las pocas compañeras de piso que tuve durante mis años de estudiante en la facultad y con la que me llevo aún bien, se llama Victoria; su amistad es del tipo que no hay que cuidar con constantes mensajes de teléfono o e-mails. Después de dos semanas, tres meses o cuatro años de no verla, te la encuentras, y  te echa el brazo por el hombro, después de estamparte en las mejillas dos sonoros besos comienza a hablar de cualquier nadería, como si tal cosa. 

Suelo ser poco crítica con las personas que me gustan mucho, y esta compañera me agradaba, aún lo hace, aunque llevamos mucho sin vernos. Tal vez debí advertirle que su comportamiento excesivamente desmadrado podía terminar fastidiando a alguien. En parte es comprensible que se le fuera la olla de la manera que se le fue, si era verdad lo que contaba sobre sus padres. Un sólo ejemplo: hasta los 18 años tuvo que ponerse la ropa que su madre le compraba y, por supuesto, escogía. 

Empezó estudiando turismo, pero eran unos estudios muy caros que no cubrían ninguna beca -o al menos a ella, con sus notas del instituto, no lo hacía-. El segundo año se metió a magisterio y descubrió que no le gustaban los niños. El tercer año siguió un buen consejo y se pasó a enfermería. Y entre indecisiones y cambios fue dejando un reguero de corazones rotos, no de los tíos que se ligaba y que de antemano sabían, y tal vez deseaban, que se trataba de una relación efímera. Los corazones destrozados eran los de otras chicas enamoradas o novias de los tíos que mi compañera de piso utilizaba para compensar el aislamiento social al que había estado sometida hasta que pudo escapar de sus padres. 

Ocurrió lo inevitable. Estábamos en Granada 10. El local, atestado de gente. Bailábamos (o dábamos saltos) en mitad de la sala, cuando de repente una chica se aferró al pelo de mi amiga a la vez que la llamaba puta. Para que la soltara, el encargado de la seguridad tuvo que retorcerle la mano. Ambas fueron invitadas a salir del local. La pelea siguió fuera. La chica, a la que mi compañera veía por primera vez, había fermentado el odio que sintió al ser sustituida, después de un largo noviazgo, y durante sólo alguna semana, por mi compañera. 

Aunque mi compañera se desmadraba bastante y demasiado a menudo, en esta ocasión tenía razón: el tío no llevaba ningún cartel de Reservado y ella sólo siguió su instinto básico. 

miércoles, 14 de mayo de 2014

Hasta los testículos

Animalito mi Guille. Entre alterado, enfadado y cabreado, está ¡Hasta los huevos! (palabras literales). Es como si se hubiera calentado durante la noche. Se acaba de levantar y habla sólo ante el espejo mientras se afeita (aunque eso es contraproducente porque puede terminar con la cara como un ecce homo). Enésimo año que el fisco lo investiga. El primer año que las cuentas de Guille parecieron extrañas a quien se ocupe de discernir entre quién es un posible candidato a ser investigado y quién debe ser dejado tranquilo (ahora mismo sólo pienso en los políticos); también estaba en Granada, bastante asustado, porque temía que cualquier factura se le hubiera pasado por alto y Hacienda lo hubiera descubierto. Ese año tuvo problemas. El inspector que lo investigaba se portó como es de esperar en estos sujetos y le puso trabas para aceptar las facturas que estaban en catalán: Es que usted me dice que es cosa de su trabajo, pero qué sé yo si está vendiendo un riñón

Tiene cita a las 9, pero se ha levantado ya para poder echarle otra ojeada a toda la documentación que debe llevar (desde casa a la Agencia Tributaria se llega en 20 minutos dando un paseo en plan tranquilo). Le espera casi toda la mañana de insoportable papeleo, para descubrir que todo está bien. Le pido que se consuele, al menos esta año no nos han llamado a ninguno para presidir una de las mesas de las elecciones del día 25; pero me muerdo la lengua: aún pueden solicitar nuestra presencia. 

Sin previo aviso

Guille es voluntario en una asociación de distrofia muscular de Barcelona. Me ha dado la dirección de Skype de uno de sus amigos para que hable con él de vez en cuando. Está despierto, principalmente, de noche, como yo. Se ha tenido que adaptar al horario de su padre y su hermano, que por su trabajo y sus estudios, van a la cama cuando la mayoría de personas se acaban de levantar. Es muy inteligente y le molesta mucho la sarta de mentiras que en Internet se cuentan sobre su enfermedad, y que unas páginas copian de otras, convirtiendo esa repetición, para muchos, en verdades irrefutables. Le molesta, sobre todo, la afirmación de que su enfermedad conlleva un ligero retraso intelectual. 

Hablamos un poco de todo. Le cabrea la lentitud con la que se avanza en los estudios con las células madre. Se conoce todos los artículos editados sobre el tema, por muy sesudos que sean. Su impresión es que, a corto plazo, sólo es una fantasía, una promesa, un saco sin fondo donde meter subvenciones. Me entristece leerle escribir eso porque conozco a una persona tetrapléjica que tiene muchas esperanzas puestas en esos estudios.

Recuerda con tristeza cómo ha ido perdiendo facultades sin previo aviso. Las piernas, los brazos, la respiración... ahora sólo puede mover los dedos de las manos. 

Me utiliza para intentar conocer a las mujeres. En su mundo no existen figuras femeninas. Su madre tiene otra familia y ya no la ve. Su padre jamás volvió a tener otra pareja. Y su hermano está demasiado ocupado con los estudios y cuidándolo a él, como para poder echarse novia. 

La conversación se vuelve tierna, íntima y, extrañamente, no incómoda. Quiere saber si las mujeres eyaculamos, cómo es un orgasmo femenino, qué es eso del orgasmo múltiple, dónde tenemos el punto G... Cuando la oscuridad de la noche se mancha con la luz de la mañana, aparece su hermano y se lo lleva, sin importar su deseo por seguir conversando ni mi voluntad de complacerlo. 

martes, 13 de mayo de 2014

A la velocidad del viento

¿Estamos preparados? 

Ayer vi una película, The Flu. Trataba de una epidemia (de gripe aviar) de contagio rápido. 


Me gustan las películas surcoreanas o japonesas porque suelen tener un punto de vista diferente a la mayoría de las norteamericanas, de las que, por haber crecido mamando de sus historias, somos capaces de prever los desenlaces. Sin embargo, ésta, de no tener los actores rasgos asiáticos, dudo mucho que supiéramos identificar su nacionalidad. (No obstante, es entretenida verla. La actuación de la niña pequeña eclipsa a los adultos). 

Como en todas las películas de epidemias catastróficas, de inmediato se identifican los buenos y los malos. Los malos: el gobierno opresor apoyado por el representante de los países aliados que sólo pretenden atajar la epidemia sin preocuparse de los enfermos ni las personas sanas que están entre ellos. La solución: el exterminio. Y los buenos, los enfermos y familiares de enfermos que pretenden escapar a toda costa del encierro al que están sometidos.

La peste bubónica que asoló Europa durante la Edad Media, se podría comparar con estas epidemias de cuento de miedo. Por los medios de transporte más veloces, ahora la propagación sería mucho más rápida y extensa. Si fuéramos nosotros los enfermos, o nuestros familiares, ¿nos comportaríamos con la inconsciencia y egoísmo de los personajes (supuestos héroes) de estas películas? Sabiendo el daño que podemos causar, ¿no intentaríamos aislarnos y evitar el contagio de los sanos, tal vez de nuestra propia familia, de gente que queremos mucho? 

En las tramas simplistas de las películas, solemos identificar a los más débiles con los buenos, pero en este caso también serían potenciales asesinos involuntarios. No creo que sea ésta la ética que debemos aprender.


Descubierto el misterio, asesinada la curiosidad

Tres días nos costó dar con el fantasma de una casa encantada. Un amigo de Guille, de su equipo de fútbol sala, nos pidió que le ayudáramos con un problema que tenía de ruidos en su casa. A primera hora de la noche, en cuanto el sol se ponía, insoportables y ensordecedores crujidos les ponía a él y su esposa, los pelos de punta (o como escarpias, según sus palabras). 

Durante tres días, a eso de la caída de la tarde y hasta entrada la hora de la cena, hemos estado, Guille y yo, en el interior de la casa misteriosa. Es una vivienda unifamiliar adosada, con cuatro plantas, incluida el torreón, con más superficie de la que acostumbran a tener estas edificaciones. 

El primer día no descubrimos nada. En cuanto anochecía, efectivamente, se escuchaban espeluznantes ruidos en las plantas de arriba, las correspondientes con los dormitorios y el torreón, donde el marido tiene instalado su despacho. Eran semejantes a la rotura de ramas secas. Examinamos paramentos y techos. No habían gritas interiores ni exteriores, en ninguna planta. Y el muro del sótano ni siquiera mostraba las acostumbradas humedades por filtraciones. Yo habría dormido perfectamente tranquila en esa casa. Pero, el segundo día, se hicieron más evidentes los miedos. Cualquier otro humano estaría asustado por la posible deformación de la estructura y derrumbe, ellos no, ellos tenían miedo a lo que pudiera habitar en el interior de las paredes. Soy un ser racional -creo- e imagino que todos mis semejantes -sobre todo si se han sobrepasado la edad de la inocencia (15 años)- también lo son. Supuse que se referían a que en alguna doble pared pudiera haber encerrado un nido de alimañas y que el día menos esperado, por el sobrepeso, el falso techo cediera y comenzaran a llover sobre sus cabezas cientos de ratas o cucarachas (¡aaaaaaaaaaah!!!). Hice un croquis, por si se hacía evidente dónde estaba esa supuesta doble pared. No parecía haberla. Esa noche nos invitaron a comer. Compartimos mesa con una amiga del matrimonio bastante extraña que comenzó a hablar de la energía negativa de la casa (¿eing?). 


El tercer día, la luz se hizo (literalmente). La rayos del sol de la última hora de la tarde incidían directamente sobre los vidrios de las ventanas del torreón. Había tres, pero yo sólo recordaba dos. La tercera estaba clausurada por un enorme mueblo biblioteca. Por fortuna al amigo de Guille le gustan poco los libros. Lo tenía ocupado por todos los trofeos ganados en las competiciones de fútbol sala (pocos, porque son bastante malos). El mueble, de muy buena calidad, tenía de pared doble panel. El que pegaba directamente con la ventana estaba agrietado y roto por culpa de las dilataciones y de unas chapas metálicas que sostenían las baldas. Bajamos esa persiana y les llevé de la obra un par de recortes de aislante térmico. Hace un rato llamaron a Guille: Mano de santo, aseguran. Pero creo que todos estamos algo decepcionados. La realidad es muy anodina. 

lunes, 12 de mayo de 2014

Las etiquetas del sexo

Es más fácil pulular por este mundo y no terminar sabiendo quién es Gabriel García Márquez, que creer vivir aislada de los medios de comunicación convencionales y, a pesar de todo, lograr que efímeros personajillos mediáticos la agoten. Mi suegra y mi madre son quienes me educan en lo que ocurre en el mundo de la farándula. Por lo general me resulta bastante indiferente quién se acuesta con quién, quién ha entrado en la cárcel por algún delito, o el hijo de quién ha lapidado la fortuna heredada. Pero estos dos últimos días sí han conseguido atraer mi atención al contarme que un chico-chica ha ganado el concurso de Eurovisión. Inmediatamente me puse a investigar. ¿Quién era ese chico-chica de quien hablaban mi madre y mi suegra? 


En cuanto lo vi, recordé que no era la primera vez que me topaba con esta señora. La había visto días antes en el periódico, uno de esos días muy ocupados que sólo leo algunos titulares y miro las fotografías. Tiene la belleza artificial de las modelos y mi imaginación atribuyó su look a la extravagancia de algún diseñador de moda. 

Mi madre está más contenta que haya ganado que mi suegra, a quien la ambigüedad siempre la ha puesto nerviosa. Creo que mi madre está pensando en una de mis tías. Su hijo pequeño es homosexual. Todos lo sabemos, ninguno le da importancia, pero todos lo ocultamos para no herirla. Debe de ser agotador tener que vivir ocultando lo que se es. 

En un mundo donde aún hoy existen países capaces de lapidar y encarcelar a los homosexuales, y que hordas de energúmenos en supuestos países civilizados los golpean hasta la muerte; es una alegría encontrar personajes tan valientes como Conchita Wurst, y más aún que tantas miles de personas aplaudan su valentía dándole su apoyo. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Equilibrio

Tengo una inusitada cita de trabajo el domingo por la tarde, a la hora de la siesta, cuando la pereza por culpa de la digestión merma el sentido común y ceba la desgana. Una vivienda unifamiliar en un pueblo dormitorio de Granada. De antemano sé que se va a quedar en nada porque el cliente habla de las ofertas de otros arquitectos con unos precios ridículos que ni siquiera cubre los gastos colegiales. Cuando saca su hoja de cuaderno cuadriculada (cada cuadrito, 25 cm) me doy cuenta que miente: soy la primera arquitecta que ve. Le desgloso el presupuesto: coste del visado, de los seguros, horas de dibujo, de cálculo de estructura, de cálculo de instalaciones, de redacción de la memoria... se va abrumado, sin prometer, como hacen otros, que volverá después de consultarlo con la esposa. Pero no me deja sola. Su croquis, tan pacientemente dibujado, no sale de mi cabeza. 

¿Qué ocurriría si los pueblos y las ciudades fueran tomadas por viviendas construidas con sólo los criterios de los promotores? Solares muy pequeños sobre los que se construirían rascacielos unifamiliares de cinco o seis plantas, sin ventilación ni iluminación natural en la mitad de las estancias, con baños enormes y dormitorios para liliputienses. Y las fachadas, semejantes a tartas de vainilla con adornos de nata. 

¿Qué ocurriría si los pueblos y las ciudades fueran tomadas por viviendas construidas con sólo los criterios de los arquitectos? Tendríamos que ignorar las chabolas de los arrabales. Serían lugares muy divertidos de contemplar. Fácil de identificar el diseño de las viviendas con su arquitecto; pero con demasiadas estancias destinadas a la contemplación, y algunas veces casas incómodas porque los arquitectos muy novatos o muy encumbrados olvidan que las viviendas son para ser habitadas y no sólo vistas con admiración. 

¿Qué ocurriría si los pueblos y las ciudades fueran tomadas por viviendas construidas con sólo los criterios de los constructores? Sería como pasear por ciudades que acaban de ser bombardeadas, con la mitad de los edificios derrumbados por culpa de la fuerza de la gravedad y la escasa armadura de su estructura (todos los constructores están convencidos que cualquier pilar, esté donde esté, tiene suficiente armadura con cuatro montantes de diámetro 12).

Así que está bien que en el diseño de los edificios intervengan tantas opiniones. Sólo echo en falta, que los promotores tengan conciencia de que aunque su vivienda es suya, y su fachada la paga él,  casi todos sus conciudadanos tienen ojos funcionales y la obligación de ver, aunque lo que contempla le produzca pesadillas. 

Foto: Google earth

sábado, 10 de mayo de 2014

Los enamorados - Tercera parte

La noria es demasiado alta, el Gusano Loco hace que Griselda se maree y acaba de comerse una manzana bañada en caramelo, los coches de choque le dan miedo porque está convencida que puede darse un golpe contra el salpicadero del auto y dejarse media dentadura incrustada, sabe que no gustará a Mauricio sin dientes. 

Griselda odia la mano derecha de su hermano porque quienes son muy listos piensan que quienes sólo tienen medias entendederas también son ciegos. Había visto aquella mano enlazada con la de Mauricio cuando pasaban por callejones oscuros, acariciar su rostro con la excusa de quitarle una pestaña de la mejilla, apoyarse en su muslo durante interminables minutos... En el armario de las armas de su padre, está guardado el machete de desollar jabalís, recién afilado. 

Una de las últimas decisiones de Griselda es subirse al caballo alazán del tiovivo. Mauricio y su hermano la esperan de pie, junto a la atracción; muy cerca el uno del otro, hombro con hombro, pegados. La estridencia de la música del carrusel justifica que se hablen al oído, aunque Griselda cree adivinar un beso en la mejilla de Mauricio. Ahora se arrepiente de haber cedido a la tentación ofrecida por su novio. Querría bajar de un salto e interponerse entre ambos, impedir que se susurren, que se sonrían, que se toquen. El tiempo que desaparecen de su vista, parece infinito y se esfuerza e inclina o echa para atrás para seguir viéndolos, hasta que las palmas sudorosas resbalan de la barra metálica y sus glúteos prueban la dureza del suelo, provocando carcajadas fugaces que se apagan a la misma velocidad que una mancha roja se extiende por el vestido blanco de Griselda. Una ballena metálica de lo que parece un sujetador ortopédico se ha hincado en su corazón. Con su último aliento, la joven levanta los brazos, buscando que sus manos se enlacen con las de Mauricio y Josué, un gesto que todos malinterpretan. No es consuelo lo que busca, sólo pretende arrastrarlos con ella a la muerte.

Olores

¡Por fin he conocido a Mambrú!

Ha sido una mañana movida. En el supermercado habían tirado bombas fétidas y el hedor era insoportable, pero no apestaba a pedo o vómito, como suele ser el caso de esas supuestas bromas, si no a gas. Inevitable hacerse montones de preguntas: ¿mentían los empleados del supermercado y escondían un auténtico escape de gas sin percatarse del peligro? (a veces la necesidad de no perder el trabajo, de cumplir con los mínimos exigidos por la empresa, obliga a cometer insensateces); de ser realmente bombas fétidas, ¿eran chavales con ganas de broma como aseguraban los empleados, o la competencia queriendo robar clientes?

Cuando nos fuimos al supermercado el gato de los vecinos emitía un llanto lastimero; cuando volvimos, seguía.

A Guille le hace gracia ver las noticias surcoreanas. Se hacen eco de los resultados de la liga de fútbol española. Desde el accidente del ferry las ponemos de vez en cuando para saber cuántos desaparecidos quedan: el marcador lleva demasiadas horas parado en 29 (produce mucha tristeza imaginar que los padres de algunos alumnos jamás podrán enterrar a sus hijos). Las flores de las coronas para los niños asiáticos son blancas y amarillas; del mismo color que las coronas de los niños que han fallecido cuando regresaban de un partido de fútbol sala. Por unos momentos Guille se cuestiona si es lícito querer tener hijos si cabe la posibilidad de sobrevivirles. 

El gatito seguía llorando, lastimero, después de ordenar todo lo comprado y de empezar a preparar el almuerzo. Bajé al piso de mi vecina del segundo. Sé que ella tiene llaves de casi todos, y, efectivamente, no estaba equivocada. Me pidió que entrara con ella para poder acariciar al animal (ella es alérgica) y tranquilizarlo. Por estar completamente clausurado el piso, puertas y ventanas cerradas herméticamente, nada más abrir, el hedor a orina de gato fue una bofetada de la que tardé en recuperarme. Recordé el bote casi intacto de Vicks VapoRub que Guille compró para soportar el hedor de la última huelga de la basura, y estuve tentada en ir a buscarlo. El bicho es pequeño, tamaño rata estándar, mucho más bonito de lo que esperaba (lo imaginaba como un gato egipcio sin pelo). 

Foto: Google - gato egipcio. 

Apenas es una cría que aún se alimenta de leche, de pelo atigrado y muy mimoso. Hasta estuve tentada a hablarle con la voz aflautada y melosa que pone mi vecina cuando se esfuerza por se comprendida por el animal. Sólo el temor a ser considerada una entrometida, me ha impedido pedirle a mi vecina que me deje quedarme con el bicho hasta que vuelvan sus dueños. 


Los enamorados - segunda parte

El viernes de feria la calle principal del pueblo siempre está atestada de gente vestidos con la elegancia que suelen reservar para los domingos. Es difícil caminar entre el gentío. Pegados a las aceras hay puestos donde venden alcaparras, gigantes chupetes de caramelo, trozos de exótico coco y almendras garrapiñadas que llenan de su aroma dulzón el aire. Los cinco metros acordados con su hermana parecen una distancia infinita si los separa una marabunta. La cabeza de Mauricio sobresale entre el gentío y lo ve girarse y buscarlo con la mirada. Si esa aparente necesidad de fijar en él la vista cesa o se retarda, Josué no puede evitar sentir una punzada de celos y de temor, imaginando que su hermana ha conseguido conquistarlo.

Las miradas constantes de Mauricio a Josué y la buena voluntad del padre Zacarías forzaron el noviazgo entre desconocidos. El sacerdote se percató de la inclinación que Mauricio, uno de los pocos alumnos que no había probado sobre sus carnes el latigazo de su vara de avellano, sentía por su compañero y una tarde los reunió en su despacho para humillarlo. Después de escuchar el ensordecedor silencio que siguió al primer golpe sobre las nalgas de Mauricio, la imaginación de Josué fue rápida y sus palabras frenaron el segundo varazo. Aseguró que Mauricio lo miraba porque estaba enamorado de su hermana, y que Griselda y él eran como dos gotas de agua: lo miraba a él para suavizar el dolor de su ausencia. Cuando, ya fuera del despacho, Mauricio pretendió agradecerle que lo hubiera salvado del castigo, la respuesta de su compañero le dolió más que los golpes: le exigió, entre insultos, que no se volviera a acercar a él. El padre Zacarías pudo comprobar muy poco después, durante un recital de poesía al que estaban invitadas las familias, que el parecido de los hermanos sólo estaba en la imaginación del enamorado. Lo que era equilibrio y belleza en el rostro masculino, se desmadraba en el femenino; los grandes ojos de Mauricio eran como los de un besugo en el rostro de la hermana y los labios carnosos del alumno parecían trozos de carne inflamada en la chica. Ese día el padre Zacarías, en parte por sentir remordimientos de conciencia, actuó como celestino. 

La conciencia de Josué tampoco está muy tranquila. Sabe que es injusto lo que están haciendo a su hermana y que tarde o temprano tendrán que buscarse otra forma de verse sin levantar sospechas. Si Josué pudiera colarse en la mente de su hermana en el lapso que transcurre desde que dice sus oraciones hasta que se queda dormida, no sentiría ningún pesar, pero sí mucho miedo. Griselda fantasea con matarlo mientras duerme y cortarle la mano derecha. La enterraría en el alcorque que hay frente a la casa de su vecina, dejando la punta de los dedos fuera. Seguro que la mujer, bastante cegata, los regaría pensando que eran brotes que salían con el inicio de la primavera, hasta que el hedor de la carne en descomposición le hiciera pensar que el bulbo de la planta estaba podrido y lo sacara. Sabía que la mujer moriría de la impresión: dos pájaros de un tiro. Griselda la odiaba porque solía hacer que se diera cuenta de todos y cada uno de sus defectos. 

viernes, 9 de mayo de 2014

Los enamorados - Primera parte

Cuarenta y siete minutos y media bobina de hilo. La experiencia ha conseguido mermar el tiempo de la laboriosa labor muy poco. Antes tardaban una hora entera: tiempo desperdiciado. La experiencia debería haberles hecho comprender lo inútil de intentar proteger la virtud de Griselda con un armatoste que parecía una armadura de tela y rígidas ballenas metálicas. Después de cinco semanas de noviazgo y diez citas, Mauricio aún no había intentado darle la mano, ni robarle una caricia y, menos, un beso. Sus ojos habían pasado por las curvas de los pechos de nodriza de su novia, sin posarse en ellos. ¿Qué tentación puede proporcionar lo que, para alguien, no existe? A pesar de las evidencias, todas las tardes de los viernes y las mañanas de los domingos, Griselda se dejaba someter a la tortura del cosido del sujetador, al que se le añadían cintas sujetas a los tirantes para que no pudieran ser bajados y las presillas se pegaban con un espeso cordón de costura, imposible de romper sin mucha paciencia y unas tijeras muy afiladas. Josué, el hermano de Griselda y compañero de clase de Mauricio, estaba convencido que aquel entramado de telas y cintas era una baliza para su madre, y que forzaría a avanzar la relación hacia el matrimonio en cuanto fuera superada. Para preservar intimidades más profundas y de restitución imposible después de ser utilizada por primera vez, la madre se había servido del miedo, con tanta fuerza de convicción que Griselda temía con terror su noche de bodas.

Las dos primeras citas fueron un desastre. Todos cumplieron a la perfección su papel. Josué como carabina, unos metros detrás de la pareja. Pero Griselda y Mauricio no tenían nada en común y los silenciosos fueron tan prolongados como los bostezos. En el tercer encuentro, un viernes lluvioso de marzo, el mal tiempo obligó a refugiarse en un cine y a volver a los tres bajo el mismo paraguas. A partir de ese día ya no hubo apatía por parte de Mauricio y su lengua se volvió tan productiva formando palabras, frases, relatos... que incluso para alguien como Griselda, con sólo medio entendimiento, según palabras maternas, fue evidente el esfuerzo del muchacho y se sintió halagada. La falsedad de esa impresión permitió que confundiera las constantes miradas furtivas de su novio a su hermano como la esperanza de tener unos minutos de soledad para ambos si alguna necesidad -tener que ir al baño- los apartaba. Griselda nunca supo imaginar dónde estuvieron posados los labios de su hermano aquella tarde lluviosa de marzo, cuando se prestó a acompañar a Mauricio a su casa bajo el paraguas. 

La muerte de la princesa

Poco a poco, involuntariamente, me están culturizando los participantes de los blogs que suelo visitar. Admito que antes andaba bastante perdida con lo que leía. Me dejaba guiar por dependientes de librerías que a veces sólo tenían voluntad de deshacerse del libro que acumulaba polvo en sus estanterías durante años (de lo contrario, dudo que hubiera terminado leyendo La Cruz de San Andrés, pongamos, de autor anónimo, aunque esté firmado por Camilo José Cela). Gracias a esos consejos que la gente da sin saberlo, ayer leí el primer cuento autobiográfico de Thomas Bernhard, titulado El Origen. Relata el encuentro del protagonista con el internado durante el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania comenzaba a perder y Salzburgo era bombardeada por las tropas aliadas. 

No hace falta estar sumergido en una guerra para sentir el zarpazo del desamparo cuando a un niño o niña de corta edad se le arranca de su monotonía y es obligado a vivir durante días, eternos en la infancia, aislado de todo lo que estaba acostumbrado a tener a su alrededor. 



Si mi yo adulto tuviera potestad para proteger a mi yo infantil, me salvaría de aquella primera semana pasada entre extraños. El caos que se acababa de vivir en mi casa, me obligó a incorporarme al colegio cuando entre mis compañeras ya se habían formado los grupos de amigas y los profesores comenzaban a conocer las cualidades y defectos de cada una. De repente pasé de ser una princesita mimada por todos, a la que nadie deja de prestar atención, a convertirme en una molesta isla. 

Menos mal que esa semana pasó y con el tiempo el internado llegó a ser, por los muchos traslados de mi familia, en la única referencia de estabilidad en mi infancia y adolescencia. 

jueves, 8 de mayo de 2014

¡Paradlo!

Aún quedan en el armario algunas prendas con las bolsas de la tintorería del final de la última primavera. El año pasado hizo frío hasta el 10 de junio, lo recuerdo porque me resultó gracioso que por primera vez desde que tengo consciencia, se hiciera real el refrán: Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. No hemos utilizado las prendas de mucho frío: plumones con las fundas de tela; gorros, bufandas, guantes... todo ha quedado relegado al fondo de los cajones. Ha sido un invierno muy suave. Es increíble que ya estemos de nuevo en verano (verano para los sentidos, por el calor; aún no por el calendario). Si hago balance de este tiempo transcurrido -gastado, tal vez desperdiciado- me doy cuenta que he pasado muchas horas delante del ordenador; la mayoría por trabajo, pero también muchas por diversión: husmeando en blogs ajenos o en el propio, viendo series, películas, escribiendo e-mails porque casi todos mis amigos están lejos de aquí. La pereza, la monotonía y la comodidad se han impuesto. Haría la promesa de enmendarme (salir más, buscar amigos aquí, asistir a todos los eventos posibles...), si supiera que tengo alguna posibilidad de cumplirla. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

La otra realidad

Creía que para soñar, el durmiente tenía que pasar por varias etapas del sueño y que 20 minutos eran insuficientes para hacerlo; sin embargo, yo suelo despertarme sobresaltada, con imágenes tan claras de la otra realidad que parece esconder mi mente, que tardo en comprender dónde estoy y en sentir alivio al entender que esa situación en la que creo estar sumergida, casi siempre angustiosa, es sólo una ficción. Tal vez por lo breve de mis siestas (si duermo más me siento atontada durante el resto de la tarde), mis sueños son sólo fogonazos, un instante de lo que parece una historia más larga, pero que nunca termina de concretarse. En los últimos días, sin duda influenciada por los niños ahogados en el Sewol (el marcador se ha quedado congelado en 35 desaparecidos), en uno de mis sueños, estoy lavándome la cara, inclino la cabeza hasta sumergirla en el lavabo lleno de agua, siento que comienzo a ahogarme pero la falta de voluntad me impide erguirme y respirar de nuevo. En el de hoy, estoy frente al espejo, oronda, embarazada, muy embarazada, con el mismo vestido estampado que mi madre luce en una las fotografías que le sacaron mientras me gestaba; pero no estoy feliz por que sé (ignoro de dónde he sacado la información) que el niño que llevo dentro será perjudicial para la raza humana y debo abortar. Vuelvo a sentir alivio cuando despierto, pero no por la falsedad de la situación, si no por la certeza de que nunca conoceremos el futuro de antemano. 

martes, 6 de mayo de 2014

Congelados en el tiempo

Suelo ver una película o capítulo de una serie casi todos los días; los fines de semana, incluso más, dos o tres. Las largas abstinencias hacen que los sentidos se aviven, y la saturación termina por producir indiferencia. Sin embargo, cada vez que piso un cine, tengo la sensación infantil de que me van a contar un cuento maravilloso. 

Esta tarde, para escapar del estruendo de la obra que tenemos sobre nuestras cabezas, fuimos al cine. Le tocaba escoger película a Guille. Le pedí que fuera poco ruidosa, pero no había ninguna muda. Se impuso el horario y vimos Pompeya


Historia romántica bastante sosa entre la hija de un rico hombre de negocios y un gladiador. Efectos especiales heredados de 2.012. Un poco dispersa al querer contar demasiadas cosas, a mi parecer: el enamoramiento de un cenador romano con la protagonista, el chantaje del cenador a los padres para conseguir casarse con la protagonista, la amistad entre el protagonista y otro gladiador... Hubiera estado bien si la historia romántica hubiera sido entre los dos gladiadores, o un triángulo amoroso. En ese tiempo no estaba mal vista las relaciones entre dos hombres, y habría tenido algo de originalidad. 

La película es entretenida, de esas que se pueden ver y olvidar de inmediato. Y parece que está llena de incongruencias que hace querer saber más sobre el tema de Pompeya. En un 24 de agosto los romanos van vestidos con manga larga, el peto de la armadura y manto... En la película hay un maremoto que no se menciona en ninguno de los muchos documentales que he visto. ¿Ocurrió de verdad, o es una licencia del guionista? Desde el anfiteatro hasta el mar, en la película, parece que hay una distancia muy corta, pero en la actualidad hay por lo menos tres kilómetros, ¿es que se le ha ganado superficie al mar? La destrucción de Pompeya, en la película, parece extrema, pero las ruinas que se conservan están bastante intactas (es comprensible que la cubierta de muchas viviendas, o de la mayoría, colapsaran con el peso de 4.5 metros de ceniza). Al llegar a Pompeya la nube piroplástica, parece demasiado caliente, tanto, que carboniza la carne de los que atrapa, haciendo imposible la formación de todas esas estatuas humanas, cuyos negativos, los huecos bajo de la ceniza, fueron descubriendo los arqueólogos al desenterrar las ruinas. 

Ver la película ha resultado bastante provechoso por la curiosidad que me ha provocado. Para empezar, en cuanto llegué a casa, me pasé un rato viajando por las ruinas de Pompeya gracias al Google Map


El silencio de la mente

No escucho mis pensamientos. Están levantando la solería de la terraza donde solemos tender todos los vecinos y el ruido del martillo neumático es ensordecedor. Había goteras en la habitación de las instalaciones del ascensor.

En mi casa materna, allá por el lejano 1.988, teníamos sólo un reproductor de CDs portátil. Mis hermanos se peleaban por utilizarlo, y yo no le encontraba la razón porque a uno de ellos no le gustaba mucho la música (no la escuchaba voluntariamente) a otro le gustaba sólo la música pop española y al otro el jazz sinfónico (les ha cambiado el gusto con el tiempo). Pero en aquel aparato sólo sonaba un CD de Iron Maiden. Tardé mucho en comprender que sólo pretendían mantener los pensamientos a raya (acababa de morir mi padre y mi madre estaba sumergida en una depresión que la convertía en un gigantesco tamagotchi a la que había que alimentar, obligarla a asearse, hacer que se durmiera... darle la medicina). Silenciar los pensamientos con el ruido, no debió dar muy buenos resultados porque de inmediato inventaron el juego de sumar los números de las matrículas de los coches. Cualquier cosa, con tal de mantener ocupada la mente. 

lunes, 5 de mayo de 2014

La ladrona de palabras

Siempre me he preguntado por qué Antonio Muñoz Molina nos dedica tanto tiempo escribiendo en su blog. Es un escritor consagrado, con muchos lectores fieles que no necesita mimar. Espero que, si no lo sabe, no se ponga a recapacitar un día de estos y llegue a la conclusión que no necesita regalarnos más ese pedacito de su tiempo, porque echaría mucho de menos leer casi a diario sus pensamientos y también echaría en falta a casi todas las personas que son asiduos a ese blog. 

La mayoría son muy cultos, muy leídos, conocedores de músicas increíbles y de películas que ni imaginaba habían sido rodadas. Todos son educados, atentos, cariñosos y poco a poco, a medida que van dejando comentarios, con inevitables referencias personales, nos vamos conociendo y descubriendo la idiosincrasia de quien, involuntariamente, la deja entrever. De vez en cuando nos topamos con algún troll, que no deja de ser como un crío pequeño con una rabieta exigiendo atención, aunque demasiado a menudo, por las mentiras que sueltan, molestan al escritor. 

Sin contar a los trolls, entre los asiduos, hay un ser extraño que se aparta bastante del resto. Cuando comenzó a entrar, de inmediato me llamó la atención porque donde los demás cuidan hasta el extremo su gramática y ortografía, a ella no le importaba soltar burradas como ceboya u orguyo. Si alguien se lo hacía notar, ponía excusas peregrinas como que su teclado tenía las letras borradas o estaba escribiendo con las uñas recién pintadas. (Yo siempre he pensado que es dislexica porque de cuantos libros asegura haber leído, no parece haber sacado mucho aprovechamiento; pero una vez se lo pregunté y se ofendió). 

Resultaba cómica en un principio, hasta que comenzó a sentirse perseguida y menospreciada y a exigir a todos un respeto que ella, Dumi, nunca ha demostrado a los demás. Me llamaba mucho la atención la forma de ser de esta señora (antes, por su forma de ser, creía que era muy jovencita, pero al parecer dejó la adolescencia hace mucho). Siendo tan aficionada a los dramas, imaginé que Dumi había pasado por un trauma grave en Internet, un timo económico o un noviazgo irreal, que le hacía desconfiar de todos. Pero ahora, mientras buscaba sus comentarios perdidos en el ciberespacio, al verlos aunados, uno detrás del otro, sintiéndose en casi todos ellos víctima de una persecución bloguera y de una antipatía generalizada; me doy cuenta que no es muy diferente a esos cachorrillos traviesos que te mordisquean los cordones de las zapatillas para que los acaricies. En realidad sólo está exigiendo atención. 

Tiene blog. Entré en él para averiguar qué ha permitido que la vida haya pasado sin endurecerla (todos aprendemos que no somos el centro del universo en cuanto entramos en la guardería y nos topamos con una docena de princesitas más guapas, más listas, menos problemáticas que nosotras); pero sólo es una recopilación de artículos robados a periódicos digitales. 

Resulta enternecedor que se sienta ofendida porque un grupo de extraños en un blog no le presten la atención que parece necesitar. Qué vida más cómoda y cerrada debe de tener. Hace un rato, a media noche, vi a uno de los indigentes que duermen en los huecos que hay en el antiguo puente de la Acequia Gorda, arrastrando un colchó mugriento hacia su guarida. En el macabro marcador del canal YTN informan que de los 302 muertos del Sewol, aún hay 39 desaparecidos... 

No matarás a los dinosaurios

Los dinosaurios se extinguieron porque no cabían en el Arca de Noé. Charles Darwin tuvo que escuchar esta explicación de boca de uno de sus socios y compañeros en uno de los primeros viajes que hizo en busca de especímenes que reforzaran su teoría de la evolución. O, al menos, eso afirmaban en una película-documental que vi hace poco. Qué teoría más ridícula y arcaica resulta hoy día. Inexplicable que un hombre de ciencia la creyera. Por que, por fortuna, avanzamos... ¿o no?

La noche del sábado al domingo desperté de madrugada, pero antes de que amaneciera del todo, volví a la cama porque me gusta estar tumbada al lado de Guille, con la frente pegada a su espalda. Me quedé como un tronco, y Guille, pérfido, dejó que durmiera hasta que el almuerzo se convirtió en mi desayuno. Cocinó él. En su plato había trocitos de conejo; en el mío, medallones de solomillo de cerdo. Ambos había estados sumergidos en el mismo caldo encebollado.  Cuando me quedé mirando su plato, preguntándome qué placer podía sacar de unos trocitos de carne minúsculos que tenía que ir royéndolos como si fuera un ratón, susurró inesperadamente: Pobre Mambrú. Su ocurrencia me hizo partirme de risa. Aún sonrío al recordarlo. La existencia de Mambrú no era algo que hubiéramos comentado, pensaba que él ignoraba todo del gato porque hemos llegado a tener la capacidad de poder ignorar las peleas y broncas de nuestros vecinos. Parece como si en su unión sólo hicieran dos cosas: discutir y fornicar.

De mis vecinos, a pesar de la cercanía impuesta por la medianería sonora, desconozco si tienen valores cristianos. No creo que se respeten mucho el uno al otro, pero tampoco los imagino llegando a las manos y menos aún matándose. Guille y yo no tenemos ningunos valores cristianos, lo que no impide que nos respetemos, queramos y nos consideremos iguales dentro y fuera del matrimonio. Aunque seguro que el párroco de Canena, un pueblo de Jaén, discreparía. Este señor, durante la misa de la primera comunión de unos cuantos niños ha soltado: Hace treinta años había mucha más incultura, pero, a lo mejor un hombre se emborrachaba y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba, como hoy. Hoy es que la mata. O él a ella, o ella a él. ¿Por qué? Porque antes había un sentido moral, que hoy no lo hay. Antes había unos principios cristianos, y antes había unos valores, y antes se vivía los mandamientos, y una persona tenía una formación cristiana, y, aunque se emborrachara, sabía que había un quinto mandamiento que decía: No matarás. Pero hoy, como no se sabe nadie qué son mandamientos ni hay frontera entre el bien y el mal... ¡Pero qué burro es el párroco!



Es como si un sector de la Iglesia no avanzara y mirara con añoranza constantemente al pasado, a ese tiempo oscuro en el que España era católica y apostólica y mandaba un señor ridículo, bajito, con tan altos valores cristianos que hasta guardaba en su dormitorio el brazo incorrupto de Santa Teresa. Eso sí, el mandamiento de No matará, parecía no conocerlo. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Abre los ojos

¿Qué se ve en la imagen?

Foto: El País digital

Las cocinas de unos apartamentos que hicimos en Barcelona iban amuebladas. Eran estudios (un espacio único donde se aunaba dormitorio, cocina, salón y estar) o apartamentos de un solo dormitorio. Pero los frigoríficos eran enormes, como un armario con doble puerta, una para los congelados y otra para los refrigerados. El instalador de las cocinas, que trabajaba sin ayudantes, parecía un topo: pequeñito, cegato, diminuto, lento en cuanto lo sacaban de su ambiente, pero muy ágil y práctico en cuanto se sumergía en su trabajo. Los gigantescos frigoríficos le habrían servido de holgado refugio, de haberlo necesitado. Entre sus utensilios de trabajo, tenía un bote de lavavajillas. Echaba el gel amarillento en el suelo y le sobraba una mano para mover el pesado electrodoméstico desde donde lo hubieran dejado los transportistas hasta su ubicación exacta en la habitación.

El día que dimos en el colegio la historia de Egipto, la profesora nos puso, entre otras, una diapositiva muy parecida a la fotografía de arriba y nos preguntó qué veíamos. Por supuesto, obtuvo muchas respuestas. Entre todas sacamos la evidencia: una estatua gigantesca sobre unos patines que un montón de personas arrastraban ayudados por cuatro cuerdas y a un individuo que echaba un líquido bajo los patines (nosotras, y la profesora, creíamos que era aceite -por la representación realista de los egipcios-). Dos décadas más tarde me entero que lo que nosotras pensábamos evidencia, necesitaba un estudio científico en una prestigiosa universidad de Holanda. Cada día lamento más no haber sido consciente en su momento de los buenos profesores que tuve. 

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Todos los edificios que me rodean tienen balcones o terrazas. Algunos parecen bonitos jardines minúsculos, otros recuerdan bastante a esos locales que los han puesto en venta y la falta de uso los llena de polvo volviéndolos mate, otros han sido engullidos por las viviendas y son sólo asépticos cerramientos de aluminio lacado en blanco con enormes ventanales. A la hora que mire, extrañamente veo a alguna persona en ellos. A un señor fumando un cigarrillo o a una mujer cuidando de las macetas, pero poco más. En las ciudades, los espacios exteriores se suelen aprovechar muy poco.

En Andalucía, al proyectar las viviendas, se nos aconseja que utilicemos algún tipo de toldo en las ventanas debido al ahorro energético en verano. Para que la incidencia directa de los rayos del sol no obligue a tener puesto el aire acondicionado en todo momento. Pero, ¿qué ocurriría si esos toldos estuvieran constantemente abiertos?

¿Es consciente las personas del peso del agua? En más de una ocasión se ha desplomado un forjado por culpa de una piscina hinchable llena de agua. ¿Es consciente las personas del peso de un cerramiento de aluminio y vidrio? ¿Es consciente las personas de lo que pesa la tierra de las macetas?

Todas estas preguntas me suscita el edificio-árbol que Sou Fujimoto ha proyectado para edificarlo en Montpellier. 

Foto: El País digital

Uf, no puedo evitar temblar al imaginar el momento flector que se producirá en la unión del forjado del edificio con el de las enormes terrazas cuando se sobrecarguen en sus extremos.

sábado, 3 de mayo de 2014

Sin alcohol

Estuvimos dando un paseo por las calles de Granada. Estaban más atestadas de lo que era de esperar (ahora ya lleva varias horas muertas). Había jolgorio, mucha niña vestida de gitana, pocos caballos dejando las postas en el asfalto y bastantes guiris sacando fotos de todo lo que pareciera típico (cuatro o cinco gigas de fotos cada uno, por lo menos). Guille y yo fuimos viendo las cruces que se cruzaban en nuestro camino desde lejos. Para ir de tapeo, le tenemos querencia a El Realejo y hacia allí fuimos. Primera parada: rebujito + media berenjena rellena. Segunda parada: cerveza + tostada de tomate, aceite y un filete de salmón. Tercera parada: rebujito + bocadillo de lomo con alcachofas y queso azul. Cuarta parada: manzanilla + plato de albóndigas. Quinta parada: Coca-cola + bocadillo de pimientos y panceta con salsa picante. En Granada la tapa que acompaña la consumición la ponen, en casi todos los bares, indistintamente si la pides o no. Por supuesto, después de comer más que beber, no necesitábamos cenar. La siguiente parada planeada era el cine, pero no estaba la película que quería ver Guille: Carmela y Amén. Paramos en el vídeo club y alquilamos Carmina o Revienta. Tuvimos que poner los subtítulos porque los actores tienen un acento andaluz muy cerrado y a Guille le costaba entenderlo. Es curioso: difiere lo escrito de los diálogos hablados.

No es el tipo de película que me gusta. Me pareció más interesante echarle una ojeada a la maceta donde planté los mini limones que me regaló mi aparejadora. Aún no ha salido ni un brote. 

Me desperté hace un ratito y he vuelto a intentar verla, por si el alcohol -todo lo que bebimos era de baja graduación- me tenía perjudicado el entendimiento y reblandecido los músculos que impiden bostezar, pero ahora tampoco he logrado ver más de cinco minutos. 

Sin sentido

El gato de mi vecina se llama Mambrú. Cuando era pequeña, en el internado, en la clase de música, nos hacían cantar una canción que decía: Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena/ y no sé cuándo vendrá, do re mí, do re fa, y no sé cuándo vendrá... He buscado en Youtube, pero ninguna de las versiones encontradas se parece a la que aprendí en el colegio. Además, no sé por qué, pero todas las voces que la cantan tienen un desagradable tonillo aflautado. 

El gato de mi vecina es pequeño y maúlla con mucha pena cuando está solo, reclamando atención. Cuando llega su dueña, el gato sigue maullando requiriendo un poco de tranquilidad y escaparse del exceso de cariño. Mi vecina le pregunta al desdichado animal, como si fuera capaz de responderle: ¿A quién quiero yo más en este mundo? Yo no tengo una escala de querencias, pero me sería muy fácil de responder: a Guille, mi sobrina, mi madre, mis hermanos... hasta quiero un poco al encargado de la obra porque es un tipo muy paternal. Por supuesto, la pregunta de mi vecina debe ser respondida por una mente más o menos racional: la suya. A ti, bobito, a ti.... Lo malo es que es verdad. A través de la medianería y de la música de Carmina Burana, que ha sonado hasta que el descanso ajeno se ha impuesto, escuchamos a la pareja discutir. El bicho -Mambrú, en esta ocasión- tiene la querencia de mearse en la cama de matrimonio (pensaba que los gatos eran muy maniáticos e higiénicos). A la parte masculina de la pareja le da asco -como nos ocurriría a la mayoría-. Además, al parecer,  Mambrú se micciona sólo en el lado de la cama de él. Discutían a grito pelado hace sólo unos minutos. Pero alguien golpeó en el techo o las paredes (no fuimos nosotros) y se callaron. Creo que él se ha ido a dormir a otra habitación. Qué poco cariño debe haber en esa pareja si un simple gato es capaz de separarlos. 

Sin ganas

Qué pereza. Hoy es el día de la Cruz en Granada. Ponen en patios y plazas cruces adornadas con flores, claveles, por lo general, aunque en alguna ocasión he visto de naranjas y este año hay una hecha con alcachofas (¿no habrán encontrado mejor utilidad que darle?, con lo ricas que están). Las cruces suelen estar rodeadas de objetos típicos andaluces, santos y macetas.



Cuando estaba en la facultad, me encantaba esta fiesta. Aún no la habían estropeado (al menos, para mi parecer de entonces) y solía durar tres o cuatro días (desde el uno de mayo, festivo por ser el día del trabajo, al domingo siguiente). Era muy fácil salir de fiesta una tarde y volver al piso de estudiantes tres o cuatro días después, completamente agotada. 

Antes de desmadrarse, la fiesta duraba desde el mediodía (es un día laborable) hasta el amanecer. Junto a las cruces había colocadas barras y la gente bebía, bailaba y comía saladillas con habas (algo típico de estos días). 

Pero el ayuntamiento tuvo a bien destrozar la fiesta por completo. Ahora ha prohibido poner barras junto a las cruces o en mitad de las calles. La fiesta se reduce a ir de cruz en cruz, sin ningún otro aliente, como si se tratara de caminar en mitad de un desierto de oasis a oasis. Ha quedado tan desangelada, que sólo tener una cruz cerca de casa me ha permitido recordar qué día es hoy. 

Toca salir (Guille se está puliendo en la ducha en este momento). Es casi una obligación. ¡Pero, qué pereza entra por ser una fiesta tan ajena a mis gustos!

Sin Dios

¿Qué ocurre en Corea del Sur? Cualquiera diría que Dios los ha abandonado desde principio de año. Hace pocos meses, a mediados de febrero, el techo de un auditorio se derrumbó sobre unos centenares de estudiantes universitarios, matando a diez personas. La cubierta no estaba calculada para soportar el peso de la nieve. Según Google, casi todos los inviernos nieva en Corea, ¿cómo es posible que los estructuristas tuvieran este despiste tan garrafal? Si en Granada nevara copiosamente, cosa rara, pero no imposible, muchas cubiertas también terminarían colapsando por culpa del peso adicional para el que no han sido calculadas. 

Hace dos semanas, el desastre del ferry debido a la locura de quien estaba al mando en esos momentos y a que la carga que llevaba no estaba sujeta. Un desastre sobradamente conocido, me temo.

Ayer mismo, en el metro, dos trenes chocaron, produciendo 238 heridos. Un convoy estaba parado por avería y otro lo envistió por detrás. 

Foto: The Korea Herald


En cualquier otro país se han producido accidentes semejantes, pero rara vez tal condensación de desastres en un lapso tan corto. Es como si Dios (la buena suerte aliada con la falta de sistemas de seguridad) los hubiera abandonado. 

viernes, 2 de mayo de 2014

Sin rabia

El calor me hace hibernar. Me produce un sopor capaz de mermar muchos de mis sentidos y sensaciones. Tal vez sea porque mi cerebro se dilata y las neuronas no terminan de hacer un contacto completo las unas con las otras. Si funcionaran bien, seguro que ahora estaría echando espumarajos por los hocicos y tendría los ojos rojos como los de un vampiro sediento de sangre. 

A pesar de los cientos de problemas que estamos teniendo, estoy disfrutando mucho de dirigir la obra del Campus de la Salud porque son cosas nuevas para mí (y para casi todos los que trabajamos en esa obra). Estamos aprendiendo mucho (en exceso, a fuerza de errores). Todo es un reto. La sala que más problemas nos está dando, es la de los animales. Tiene que estar protegida para que unos no salgan (los animales) y para que otros no entren (los supuestos amantes de los animales). Todos los cables están protegidos contra mordeduras, los espacios que quedan entre el forjado y los tubos de instalaciones, sellados con silicona, y bajo el falso techo, que es transitable, hay sensores de movimiento. El falso techo es transitable para poder ir a buscar al posible bicho que se escape. Y un falso techo transitable requiere una muy buena sujeción. En este caso, son unos tacos especiales de acero, muy parecido a una sombrilla que está cerrada al penetrar, y se abre en cuanto atraviesa el centímetro y poco de pared de las bovedillas de hormigón. Para que funcione bien, debe tener un 75 % de las varillas que lo componen extendidas, en horizontal. El instalador que nos mandaron de la fábrica, supuestamente, era un experto... Supuestamente. A media tarde me ha llamado el encargado de la obra y me ha informado que todo el falso techo de esa sala estaba en el suelo (es la segunda vez que nos ocurre, aunque la otra ocasión fue un falso techo normal). Pobre vigilante. Creyó que había colapsado la estructura y asegura que echaba leches bajando los escalones de tres en tres. El experto instalador había hincado los ganchos en los nervios del forjado (un mazacote de hormigón que no permite que el taco se abra). Debería estar muy cabreada: más retraso en la obra, ahora que acabábamos de empezar de nuevo después de la suspensión de pagos momentánea. Pero enfadarse requiere mucho esfuerzo físico y estoy medio adormilada por el calor que hace ya, como de pleno verano. De momento sólo me alegro que el suceso haya acaecido en un día festivo (tenemos puente porque mañana es el día de la cruz) y no haya ningún accidentado. 


jueves, 1 de mayo de 2014

Dios ahoga

Mi madre suele decir: Dios aprieta, pero no ahoga. Ojalá fuera una regla y no un simple dicho, porque en ese caso no nos encontraríamos ante una gran injusticia legal. 

A la prima de mi madre, parece que le pusieron el nombre como un presagio de cómo sería su vida (creo que ya la he mencionada en otra ocasión en este blog, aunque es posible que la haya llamado tita, porque tengo esa costumbre). Se llama Angustias y ya ha enterrado a toda su familia directa: al esposo y a la hija. 

La casa en la que vive era de sus padres. Es grande, tortuosa y laberíntica como todas las casas antiguas, a las que iban añadiéndole habitaciones a medida que las necesitaban. En las paredes de la parte que nunca ha sido rehabilitada, las capas de pintura ha formado ondulaciones y oquedades, como si fuera un cuerpo humano añoso y maltratado. Si caminas por la buhardilla que tiene bajo la cubierta, sientes que toda la estructura se balancea, un ligero vaivén al ritmo de los pasos. A mí me daría miedo vivir en ella. Además, está llena de fantasmas. A medida que vas pasando por las habitaciones, mi tita va recordando quién murió en ellas. Pero son precisamente esos fantasmas quienes la mantienen unida a esas paredes que parecen a punto de desmonarse. 

Cuando la vida de mi tita era aún relativamente feliz, después de haberse sentido morir por culpa de una úlcera gástrica, y temiendo a los impuestos de sucesión, puso la escritura de la vivienda a nombre de su única descendiente. Nunca se le ocurrió que fuera a sobrevivirla, que para la hija, la vida fuera tan breve, y que una pancreatitis pudiera ser tan fulminante y darle tan poco tiempo para poner las cosas en orden. 

A mi tía le dolió que el marido de la hija se casara de nuevo tan pronto, pocos meses después de haber enterrado a la esposa, aunque en parte lo comprendió, porque siempre ha sido un hombre enfermo y necesitado de cuidados. Desde el entierro mi tía no había vuelto a ver al yerno, hasta hace dos semanas que se presentó en su casa para decirle que pensaba reclamar la herencia de la esposa, entre la que se cuenta el hogar de mi tía. No hay nada qué hacer: ya ha estado hablando con un abogado. No importa lo que la moralidad dicte, sólo tiene valía lo impuesto por los documentos.