domingo, 31 de mayo de 2015

Porque somos inmortales

En todas las películas de miedo que se precien, e incluso en las muy malas, al final, cuando todo parece concluido, cuando el malo parece muerto y los buenos a salvo, hay un epílogo, una promesa de que el mal no ha desaparecido del todo. Es lo que ocurrió con la pericial que estaba haciendo: una vez concluida, después de leerla mi compañero, quien la firmará, quiso unas modificaciones, un castigo cruel que se volvió a apoderar de mi tiempo cuando pensaba que ya era dueña de él. 

Hoy debería estar ocupándome de la casa. Todas las superficies, exceptuando las de la pequeña porción de despacho que he ocupado estos días, tienen una capa de polvo que las satina y diluye sus colores. Sobre el sillón del dormitorio hay una montaña de ropa sin doblar. Las papeleras están desbordadas. Los vidrios de las ventanas parecen traslúcidos por los restos de la lluvia de hace dos días, cargada de polvo del Sahara; sólo la amenaza de tormenta de esta madrugada me permite aliviar el remordimiento de conciencia por estar tumbada en el sofá, escribiendo en la tableta, en lugar de estar limpiándolos. Únicamente la cocina está impoluta y reluciente, pero porque apenas la he utilizado estos días.

Ayer, o anteayer, mientras comprobaba por enésima vez los números de la pericial, me preguntaba si, de saber que mi vida iba a ser muy limitada, desperdiciaría tanto tiempo en un trabajo que, aunque interesante, ha sido muy tedioso. La respuesta fue no. Supongo que no haríamos casi nada de lo que las obligaciones nos imponen si tuviéramos más consciencia de nuestra mortalidad.

Mañana me ocuparé de todo. De momento, hoy, disfruto de mi día de pereza. 

domingo, 24 de mayo de 2015

El gran monstruo

¡Se acabó! Por fin termine el trabajo que me tenía saturada, que no me permitía hacer nada más, ni siquiera pensar. Es un trabajo que no firmaré. La pericial la encargaron a un compañero de Barcelona que ahora trabaja en Madrid. Hicimos un curso de peritaje juntos, pero se está iniciando como arquitecto estrella y eso le impide dedicarse a estas minucias. Ahora, después de haberla hecho y concluido, parece algo insignificante, pero al principio se asemejaba a un gran monstruo, algo enorme capaz de aplastarme, como un gigantesco Godzilla escapado de las profundidades de la tierra. 

Siete preguntas concisas, concretas y tramposas. Unos terrenos no urbanizables expropiados para una circunvalación en Madrid que los dueños quieren transformar con trampas y mal interpretaciones de las normativas en urbanizables (la diferencia en el precio al expropiarse puede ser del 1000%). 

Si la cosa sólo dependiera de nosotros, os pediría unas caricias en el lomo de mi compañero y el mío -hemos ahorra 45 millones de euros a la administración-. Pero todo queda en manos de los jueces.

Ahora, por fin. dormiré; al menos hasta la hora del cierre de los colegios electorales. Siento curiosidad. ¿Estamos ante una nueva era?  

Shhhhhhhhh, buenas noches.

domingo, 17 de mayo de 2015

Biografía del desastre

Si yo fuera el personaje de una serie televisiva, mi papel sería el de una oncóloga con algún tipo de tara psicológica. En las series les gusta los personajes traumatizados por su pasado. Pocos detectives o policías existen en la ficción que no tengan a sus espaldas un familiar muerto, asesinado por el que se transforma en el malo de la serie. 

Hace unos días, uno de esos extraños personajes de los foros, que juzgan sin conocer e intentan insultar a quien no pueden, me acusaba de no haber sufrido leches en la vida. Lo más curioso es que pueda que tenga razón. La muerte de mi padre a los seis años, la depresión de mi madre desde ese momento, las constantes mudanzas que hacía muy difícil tener amigos, la imposibilidad de tener amigas en el internado durante los dos primeros años porque en el colegio confundía mi pedagoga con una psicóloga (pensaban que estaba loca), el trauma de la pérdida de la virginidad demasiado pronto con el hermano de una compañera, el que nadie me vigilara... 

Pero todo depende del cristal con que se mire. Y lo que parece un piélago de desgracias, no lo fueron al enfrentarse a ellas. Mi padre se tiraba temporadas muy grandes en el hospital y después de su muerte fue como si se lo hubieran llevado de nuevo. Mi madre se convirtió en una mascota a la que alimentábamos entre todos y no prestábamos mucha atención. Las mudanzas me gustaban porque siempre tenía como punto fijo de referencia el internado. Los amigos, me apoderé de los de mis hermanos... Y ¿quién no ha tenido una pérdida de virginidad traumática y, por lo general, demasiado pronto?

Lo mío no han sido leches reales. Los auténticos golpes dejan secuelas y provocan reacciones peligrosas. Como le ha ocurrido a una de las compañeras del estudio antiguo de Barcelona. Después de haber tenido durante toda su existencia un único sueño y de haber sido rechazada por enésima vez en uno de esos extraños programas de la tele en los que intentan encontrar voces grandiosas escondidas entre el vulgo, se intentó suicidar; pero, por fortuna, como toda aquella persona que intenta más llamar la atención y protestar que morirse, lo intentó con poco ahínco y ahora está en perfecto estado físico; del mental, ya se preocuparán los especialistas.

miércoles, 13 de mayo de 2015

In pass

No, no me estoy tomando un descanso. Tampoco, de repente, se me acabaron los temas sobre los que soltar chorradas, y menos aún me priva de este entretenimiento la salud (de la que ando muy bien, lozana, a pesar del calor -tanto, que hasta el cactus parece mustio y chuchurrido-) : ¡Aaaaaaaah! De nuevo el trabajo se ha apoderado de mi tiempo, de todo mi tiempo, de incluso el que dedico a dormir. ¡Qué agonía! ¡Volveré!

miércoles, 6 de mayo de 2015

Sin sorpresas

En West Side Story el dueño del bar donde trabaja Tony comienza a decir: Cuando yo tenía vuestra edad... y uno del grupo de los Jets le espeta: Ustedes nunca tuvieron nuestra edad. Por supuesto se refiere a la generación que les precedieron. Hoy, después de la visita de mi sobrina, esta frase tuvo mucho sentido. Venía a despedirse porque se va diez días a Irlanda con el colegio. Otras veces ha estado más tiempo fuera, y ha estado más lejos. Pero esta ocasión es diferente. Será la primera vez que esté fuera sin la compañía de alguien de la familia. Se sienta ante el ordenador y me enseña con detalle el pueblo al que irán. Muy verde, muy húmedo, muy gris. El manto de nubes parece chocar contra el suelo en un horizonte cercano. Se le ocurre investigar a la familia de acogida, mirando sus perfiles en Internet. Ante las fotografías de las dos hijas de la familia, su nariz se arruga con un gesto fácilmente reconocible de disgusto, como si algo oliera mal. A mí me parecen dos adolescentes normales de 15 y 17 años. Regordetas, rubicundas, de mofletes como manzanas: redondos, rojos y brillantes. Tampoco la casa le parece gustar. La fachada es de piedra y la puerta y ventanas están pintadas de azul chillón. Desde fuera parece una casa grande y las fotografías del interior lo confirman. Su nariz se vuelve a arrugar y le pregunto la razón. Se ha percatado que la hija mayor en todas las fotografías que sale, por lo general en un celebración, lleva una copa en la mano y la menor en la mitad de ellas. Y sobre las mesas de la vivienda hay ceniceros. Manda un correo electrónico a su profesora advirtiéndole para que la cambie.

No, yo nunca tuve su edad. Con sus mismo años también hice un viaje parecido: una semana a Londres. Lo único que nos preocupaba a mis compañeras y a mí, era poder esquivar a las profesoras para irnos de juerga. 

Juegos de tronos

El mundo laboral y sentimental deberían ser como el agua y el aceite: imposible de mezclar. 

Un compañero me pide un favor. Quiere que vise un proyecto por él. Su trabajo, su esfuerzo, sus aciertos y sus errores sobre mi nombre. 

Los proyectos tienen un trámite. Primero pasan por el colegio de arquitectos donde le ponen un sello después de detectar, o no, fallos y ser corregidos. Luego pasan al ayuntamiento donde el promotor tiene que pedir la licencia de obras. Los ayuntamientos no suelen poner problemas (a no ser que el error cometido sea garrafal) porque están necesitados de pillar las tasas que debe pagar cualquier ciudadano por construir en el suelo de un municipio. 

Mi compañero comenzaba a pensar que era tonto (le he robado a él las palabras). Proyecto que entregaba en un pueblo de Málaga, proyecto que parecía haberse colado en el ojo de un huracán donde daba vueltas y vueltas sin salir nunca. Cuando fue a sacar uno de los proyectos que le urgían de aquel torbellino se encontró con que la arquitecta municipal era su exnovia. 

Seguramente existirá otra versión de la misma historia. Mi compañero asegura que se separaron de mutuo acuerdo y amigablemente porque habían dejado de ser felices viviendo juntos. Pero en cuanto se echó otra novia, la amistad desapareció y sólo quedó la rabia. Ahora, para conseguir que le den la licencia de obras a uno de sus proyectos, tiene que hacer trampa.

No es la primera vez que me topo con una situación parecida. La anterior a ésta resultó menos injusta. El que fue arquitecto de un municipio del litoral de Málaga ponía todos los impedimentos posibles a los proyectos de su exjefe por rencor. El partido político cambio en el ayuntamiento y hubo renovación de todos los cargos, incluidos los no políticos. Ahora el arquitecto municipal es el hijo del exjefe.

Con razón dicen que si te preparas para la venganza, excaves dos tumbas. 

lunes, 4 de mayo de 2015

Teníamos un compañero de juegos que comenzó su madurez a la par que yo, aunque era de la edad de mi hermano mayor (nací cuando él ya tenía 14 años). Era un auténtico hijo de puta. Hacía trastadas (tirar huevos podridos contra la fachada de la chica que le gustaba, romper las ramas de los árboles que rodeaban la piscina, pisotear la ropa que estaba tendida...) y luego nos echaba la culpa a nosotros. Nuestra mala fama hacía creíbles sus mentiras y solía salir impune. Cabreaba mucho ser acusados injustamente, aunque a todo terminamos acostumbrándonos. Sé por qué lo hacía nuestro vecino: su vida era miserable -tan deprimente como la de la mayoría-, estaba frustrado y, además, sus gamberradas no tenían castigo. 

En los últimos tiempos el azar me ha hecho toparme una y otra vez con una frase escrita por Primo Levi: No podemos comprenderlo porque eso sería como justificarlo. Se refería al nazismo. Para mí esa frase no es real. Puedo comprender a nuestro vecino, pero eso no significa justificarlo. También comprendo a los asesinos nazis: eran sádicos que creían que sus delitos no tendrían castigo, y saber eso sólo aumenta su salvajismo. 

domingo, 3 de mayo de 2015

El poder del halago

En el primer estudio de arquitectura en Barcelona en el que trabajé, me obligaron a asistir a un curso que impartía el COA sobre peritajes. Fue un viernes y un fin de semana muy intenso. Veinticuatro horas lectivas llenas de perogrulladas y una advertencia muy persistente: tener cuidado con las amenazas de los demandados. En ningún momento nos advirtieron que es mucho peor la amabilidad y los halagos. En las periciales judiciales hay que ser imparciales. No dejarse influenciar por la pena o las inclinaciones personales. Sólo hay que fiarse de las normas y las evidencias. Si amenazan, la antipatía hacia esa persona no impide que el dictamen se incline hacia una parte o la contraria, demostrando la imparcialidad de los peritos. Pero si la persona implicada ha sido amable y ha facilitado el trabajo, haciendo un derroche contenido de alabanzas (los halagos excesivos resultan empalagosos y consiguen lo contrario de lo que se proponen), qué difícil resulta decepcionarle.

La justa medida

Fue como el traje invisible del rey. Una de las compañeras de piso, durante el primer año de carrera, aseguró que la no utilización de champú al lavarse el pelo, incluso el no lavarlo durante semanas, lo embellecía. La idea venía avalada por un programa de medicina que había escuchado la madre de nuestra compañera en la radio. De las cuatro que seguimos aquella antihigiénica costumbre, fui la primera en abdicar. Mi pelo sin champú sí parecía sucio, asqueroso, apelmazado por la grasa, hediondo, desagradable al tacto; y el de mis compañeras también, aunque ninguna quería admitirlo. Aguanté una semana, pero no lo dejé por las evidencias, sino por el razonamiento. Cuando mi madre estuvo deprimida y su higiene era más que deficiente, su pelo simplemente parecía asqueroso; al mío le ocurría lo mismo.

Los medios de comunicación tienen el poder de convertir cualquier dato, cualquier idea o comentario en verdades irrefutables. Creer a un médico que aseguró en la Cadena Ser que los cortes de digestión no existían, me llevó al borde de la muerte (tuve uno mientras me bañaba y me sacaron medio ahogada del agua). 

Esta mañana desayunaba con un médico al que le estamos diseñando una vivienda. Es un médico que no tiene aspecto de serlo. Suele vestirse con una combinación de colores dignos de un daltónico y su entrecejo necesita una poda, o su cerebro la convicción de que la ideas no se quedan enredadas en una maraña de pelos; pero sus manos son delicadas y femeninas y su conversación tan amena que es imposible no lamentar que las obligaciones la interrumpan. Pedí un vaso de agua para tomarme un Ibuprofeno. Problemas de escleritis (Internet miente sobre este mal -se puede tener desde los 15 años y sin ser síntomas de otras enfermedades-). El camarero, un señor muy amable y servicial, quiso que no tomara la pastilla, me aconsejó que aguantara el dolor antes de tomármelo, hasta me ofreció una Aspirina. Tuvo que intervenir mi acompañante, asegurarle que no me estaba suicidando por tomarme un Ibuprofeno, para que el hombre se quedara tranquilo. 

Los ataques masivos al Ibuprofeno, en teoría del médico, tienen como fundamento el lanzamiento de otro medicamento semejante pero con patente (sabe que no sería la primera vez). Un Ibuprofeno de vez en cuanto no hace daño, al igual que tampoco lo hace una Aspirina. Si la cantidad aumenta a 20, en ambos casos, te pueden enviar a la morgue. Todo, en exceso, perjudica. Incluso las vitaminas o el exceso de carencia de sol. Todo tiene su justa medida.