Desayuno: una tostada con panceta y tomate y un té negro con canela. El pan era un mollete auténtico, de esos que dejan un rastro de harina en los dedos al cogerlo y vienen envueltos en un papel como si fueran un caramelo gigante (me lo mandó mi madre de Antequera, donde está pasando unos días de vacaciones en la casa de campo de una amiga). Corto el tomate en rodajas muy finas y las coloco sobre la superficie del mollete, luego pongo la panceta y lo cubro con la otra mitad del mollete. Guille prefiere refregar el tomate por la superficie del pan, pero a mi me da un poco de asco la masa blandengue que se forma con la miga. Me encanta sentir en la punta de la lengua la suavidad del tocino y la aspereza de la carne de la panceta, todo mezclado con la acidez del tomate. El té es muy aromático. Casi se puede saborear la canela antes de beberlo, sólo por el olor que desprende. Lo compro así, en una tienda que hay en la acera de los números pares de la calle Puentezuelas. Barranco, la casa de las especias. Merece la pena pisar esa tienda aunque sólo sea para ver cómo el dueño hace los paquetes con papel. (Preparación del desayuno: 5 minutos; tragármelo: 20, compaginándolo con la lectura de la prensa y la respuesta a algunos e-mails de trabajo).
Luego me fui a comprar manzanas. La frutería está a unos 500 metros de mi casa; pero hoy me contagié de la filosofía espacial de mis amigos de Trebujena (aprovechando que tenían que ir de Cádiz a Málaga, se pasaron por Lugo -y no es una exageración, lo hicieron-). Centro, Albaicín, Caleta, Camino de Ronda y vuelta a casa con bastante hambre por la camina.
Almuerzo: pechuga de pollo rellena, ensalada, cerveza sin alcohol y sandía. Me encanta cortar el filete y ver el queso derramarse. O meterme en la boca los pequeños tomates empapados en aliño y morderlo para sentir el caldo me inunda mi paladar. Es un placer aplastar los trozos de sandía con la lengua para ordeñarlos de su dulzura. El filete y la ensalada los compro ya preparados en Mercadona. Sólo tengo que freírlo y aliñarla. (Preparación: 5 minutos; comerlo: 20 minutos, mientras veía un episodio de Urgencias -poco aconsejable para disfrutarla a la par de la comida: en el episodio de hoy no paraban de potar-).
Cena: dos barritas de muesli y una manzana; pero eso ocurrirá pasada la media noche. Me encanta escuchar el crujido de la manzana cuando se le da un bocado.
El inventor - publicista (foto afanada de El País digital)
Hoy venía en El País digital un artículo titulado
¿El fin de la comida? Un sujeto ha inventado un alimento, supuestamente para sustituir las comidas normales, consistente en un polvo que proporciona todos los nutrientes necesarios y que sólo hay que mezclar con agua. En teoría sirve para ahorrar tiempo en cocinar, ir al supermercado y en comer. Pero, ¿no estaba esto ya inventado? Recuerdo los petates de mi padre cuando se iba de maniobras. Su
despensa y su botiquín, se mezclaban. Llevaba pastillas para potabilizar el agua, pastillas para calentar los alimentos, pastillas para completar las dietas... y unas bolsas de polvos que se mezclaban con agua, se volvían a cerrar, se agitaban, y tenías chocolate caliente con complementos nutritivos (aunque sabía a medicina).
También recuerdo unas galletas que se arrojaban desde los aviones en los países con hambruna. Un paquete de aquellas galletas sobraba para proporcionar a un adulto todo el alimento que necesitaba en una semana.
En fin, supongo que el invento satisface los requisitos buscados, pero, si ni siquiera se tiene tiempo para comer, ¿se le puede llamar a eso vida?