viernes, 29 de agosto de 2014

Los tesoros de Eva - Primera parte (historieta)

A la barra había sentada una señora que parecía estar desayunando un café con leche y una tostada con mantequilla, aunque el reloj que había frente a ella marcaba las dos menos diez, extrañamente puntual en un lugar donde la señal de la televisión llegaba con irregularidades y la máquina del tabaco se obstinaba en dar las gracias cada vez que alguien pasaba junto a ella. A un palmo del reloj, un cuadro o un almanaque había protegido de la negligencia, la grasa y la pelusa, durante mucho tiempo, un puñado de azulejos. Pero no estaban lo suficientemente brillantes para devolverle el reflejo de la mujer que desayunaba a la hora del almuerzo. Tampoco fue necesario para satisfacer la curiosidad de Gerardo porque el tintineo de la cadena de las esposas hizo girar la cabeza femenina y mostrar un rostro que no incitaba a una segunda ojeada. De un solo buche acabó con la mitad del vaso de café con leche que le quedaba y de dos bocados, con el resto de la tostada. No se fue inmediatamente. Esperó a que Gerardo levantara de nuevo la vista para, con una agilidad cosechada en la experiencia, sacarse una ubre de pezón enorme y venas varicosas. La invitación fue contestada con el rubor del hombre y la protesta del camarero. Niña, que me espantas a los parroquianos. Gerardo se sintió aliviado al verla marchar. Escondió una sonrisa bajo el pañuelo con el que se limpió el sudor. Sobre su cabeza un ventilador giraba perezoso, entorpeciendo el vuelo de las moscas, sin aliviar la temperatura que le empapaba la camisa por las axilas y la espalda. Una de ellas descendió y durante unos segundos se posó en la barbilla grasienta de Gerardo; antes de ser espantada, siguió descendiendo y aterrizó, golosa, junto a la costura del maletín. Resultaba complicado comer con la mano izquierda, su torpeza para cortar los alimentos, le hacía engullirlos, y comía con apetito, aunque la calidad de todo cuanto el camarero le había puesto sobre la mesa era digna del número de clientes en el bar. Gerardo ya no recordaba cuándo fue la última vez que había podido disfrutar de unos huevos fritos con patatas y chorizo. Eva se los tenía prohibido. Él era quien estudió medicina, pero era ella quien ejercía de dietista. Resultaba fácil confundir la prohibición con el cariño, pero Eva le había demostrado pocos días antes, que no era así. Ahora dudaba mucho que ella lo hubiera querido realmente alguna vez. Aunque se esforzó tanto por convertirse en su mujer... Estaba destinado a casarse con su novia de siempre, la chica que había conocido en el instituto, la que le había esperado con paciencia mientras hacía la carrera, siempre encerrada en su casa, ahorrando los dos, como uno de esos noviazgos antiguos de los que presumía su suegra, con apenas encuentros sexuales por temor a que un hijo antes de tiempo destrozara el futuro que habían planificado. Todo se estropeó la noche antes de la boda, durante la cena que los novios compartieron con los familiares más cercanos y algunos amigos. Entre las fotografías de la infancia y adolescencia de la pareja que proyectaban en el comedor del restaurante, alguien coló un vídeo de lo ocurrido en la despedida de soltera. La novia, con voz pastosa y nariz y mejillas arreboladas, mientras mantenía cogido con avaricia el pene de un boy y los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas, hacía comparaciones ominosas con el miembro de su futuro marido. Gerardo hubiera preferido no saber, o saberlo, pero no ser consciente que todos quienes lo rodeaban también conocían los hechos. Hubiera sido capaz de perdonarla. Desde ese momento Eva no se apartó de su lado. Lo he hecho por tu bien, dijo como una confidencia, porque tienes derecho a saber con la clase de bicho que te ibas a casar.

Las moscas pegadas a la costura del maletín eran ya media docena. Con disimulo se quitó el sello de oro que le regaló su madre el día que le dieron el título de médico. Hubiera querido meter la mano bajo la mesa, pero la cadena de las esposas era muy corta. Una marca blanca en el anular delataba la ausencia del anillo. La alianza no quiso protegerla escondiéndola en el bolsillo para las monedas del pantalón.

Continuará... 

4 comentarios:

  1. La historieta me gustó mucho, aunque hay una parte que no entiendo, Nuestro presumible protagonista ¿llevaba unas esposas? ¿de esos que te colocan las fuerzas de protección y seguridad (podrían ser policías, agentes federales, inteligencia, de allí la extenuación) para evitar que te escapes? ¿o es que hay alguna prenda con ese nombre?

    Este relato me recuerda a un relato erótico que leí hace mucho. Lástima que cerraron ese foro, aunque igual no te lo hubiera indicado para guardar las apariencias que ya desaparecieron. Trataba sobre una apuesta entre compañeros de trabajo, una esposa que se supone fiel, conservadora y poco motivada en materia sexual, se descoca con un poco de alcohol, una cámara, una buena dosis de mentira increíble (por una parte poco creíble, y por otra parte un hecho inaceptable) y un don juan digno de una película porno.

    Tengo muchas expectativas, pero me las conservaré por ahora, para no influir en la continuidad de la historieta. Me gustó mucho la parte de la ubre con venas varicosas. Dudo mucho que eso me vaya a pasar, y si pasa mi reacción sería despavorida (demasiadas películas de terror y de guerras, un hecho aparentemente atractivo, encierra peligro a los flancos)

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    1. Sí, lleva unas esposas, parecidas a las que usa la policía; pero el protagonista es médico y las esposas están unidas a un maletín (en la segunda parte queda más claro).

      Gracias por leer la historieta. En realidad es como una redacción para llevársela a la logopeda.

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  2. aaaAh!!! ¡Como cuando los entes de seguridad llevan documentos o piezas importantes en los maletines, y se los amarran en las muñecas, para perder el maletín junto con la mano! ¿Pero qué será tan importante como para llevarlo de esa manera? Debe de estar muy concentrado en lo que está haciendo, porque cualquier hombre se vuelve loco por una ubre bien mostrada, lo pueden afirmar las activistas de FEMEN.

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    1. No a todos los hombres le producen el mismo efecto las Femen. Hay una fotografía muy cómica de Rouco Valera (ex portavoz de los obispos en España, de ideas muy rancias). Sólo la vi (la foto) en el periódico de papel. El obispo, rodeado de mujeres con el pecho desnudo, se esconde y oculta la cabeza, como si mirarlas fuera a secarle los ojos.

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