jueves, 2 de agosto de 2012

Los latidos de la difunta

Cada vez que levanto la vista y miro por la ventana me doy cuenta que los cristales necesitan una limpieza y veo la pared casi carcelaria, cercana, del edificio de enfrente; es de ladrillo visto y para que alguna ventana rompa la monotonía roja, tengo que hacer rodar la silla hacia atrás. Casi una semana completa sin sacar las narices del ordenador. Ya tenemos licencia de obras para el edificio del Campus de la Salud, ya se empieza las construcción y es ahora cuando los problemas se amontonan. De momento nos encontramos con que las obras adyacentes nos han modificado la rasante del terreno y que el muro de contención de los vecinos nos permite ahorrarnos el nuestro (montón de hormigón armado). Primer precio contradictorio y primer problema con la constructora. No es necesario que transcurra mucho más tiempo para darme cuenta que la constructora va a ser problemática. Quieren cobrar más caros los bloques cerámicos que cerrarán la medianería con los vecinos, que el propio muro de hormigón.... problemas, problema, problemas... A Guille le entretiene trabajar de correveidile, aunque se tira casi todo el día fuera, y a mí sólo me quedan los libros para despejar la mente durante los pocos minutos de descanso que tengo.

Latidos, de Anna Godbersern, no es precisamente el tipo de libro que me gusta leer. Es una novela romántica, uno de esos subproductos forzados que supuestamente nos gusta a las mujeres por tratar de cosas del corazón. No todo lo forzado es malo, pero sí resulta artificioso. Esta novela tiene una trama simplona, los últimos capítulos parecen inacabados, apresurados por culpa de la fecha de entrega o por la extensión del libro y la supuesta historia romántica es prácticamente una anécdota por tratar al protagonista masculino como un actor secundario. Algo bueno... no hay que molestar a las neuronas para comprenderla. (Deberían existir dos palabras para identificar a los escritores. Una que definiera a los escritores cuyo interés está en las historias que cuentan y aquellos que realmente hacen literatura, donde no importa la historia que cuenta, si no, cómo la cuentan).

Este libro me lo regaló mi suegra. Desde que supo que me gustó Un paseo para recordar (la película, el libro, de Nicholas Sparks me parece sumamente meapilas) me suele regalar todos los libros -novelones románticos- con los que ha disfrutado ella. Leer algunos de ellos es como una tortura, pero sí me gusta mucho hablar de esos libros con mi suegra. Hacer comentarios e intercambiar impresiones (a veces llego a la conclusión de que ella y yo hemos leído libros completamente diferentes).


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