domingo, 7 de agosto de 2016

¿Mal o peor?

Hoy he comido muy temprano, un almuerzo de pueblo, como lo llama mi madre, a la sombra de un tilo, en un ventorrillo en la carretera de la sierra, en compañía del jefe de obra de un chalet que hicimos en Santa Fe, un pueblo de Granada. Ensalada mixta y lomo encebollado. Lo llamé para interesarme por su salud y sin darme cuenta, había quedado con él para dar un paseo y comer, aunque no tenemos mucho en común. Supongo que el jefe de obras estaba tan aburrido como yo. 

Cuando faltaban pocas semanas para terminar la obra, el jefe creyó tener la gripe. Le dolían las articulaciones y la garganta. Se sentía tan mal que fue a urgencias en cuanto terminó la jornada laboral. Le diagnosticaron un infarto de miocardio. Después de la operación, le prohibieron todo lo que significa un pequeño placer en esta vida: la sal, el alcohol, el sexo... Incluso su forma de ser: se centra demasiado en el trabajo y eso lo estresa. 

A juzgar por las dos cañas que se tomó durante la comida, sospecho que no sigue los consejos médicos. Durante la convalecencia, en su misma habitación, había un hombre joven, menos de treinta años, que también había sufrido un infarto de miocardio. Un año antes había conseguido desengancharse de las drogas  y rehecho su vida. Pero de cuarenta y pocos kilos, pasó a pesar más de cien. Me temo que ese hombre fue mal ejemplo para el jefe de obras. Él asegura que al chaval estuvo a punto de llevárselo al otro barrio la vida saludable, lo que no había conseguido las drogas; pero yo creo que simplemente sustituyó una adicción (las drogas) por otra (la comida). 

Al menos el jefe de obras, en estos momentos, parece saludable y feliz. 

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