jueves, 4 de agosto de 2016

No digas que fue un sueño

Cuando era pequeña, en el destacamento de aviación en el que vivíamos, un soldado se suicidó en una garita mientras hacía guardia. El hecho formó mucho revuelo y fue inevitable que yo me enterara, pero mis hermanos, que creyeron que la muerte voluntaria de un soldado me podría alterar, dijeron que había fallecido por un resfriado. No sabían que yo me había enterado de los pormenores de primera mano, los dos soldados que encontraron el cadáver relataban con todo detalle lo que habían visto. En aquellos momentos caóticos, los niños éramos invisibles para los adultos. 

Desde entonces, mis hermanos y yo, cada vez que hablamos de alguien muerto por un disparo -por fortuna, sólo vistos en la ficción de las películas- bromeamos y decimos que ha muerto de un resfriado: el aire les entra por el agujero que ha hecho la bala, se resfrían y mueren. 

Una de las vacaciones de mi adolescencia que mejor recuerdo es la que pasé en Málaga, en el apartamento de uno de mis tíos, cuando tenía 15 años. La depresión de mi madre había comenzado a ser intermitente y podíamos permitir el lujo de gorronear sin ser una molestia del todo. El mismo día que comenzaba la feria, estuve a punto de morir. Había escuchado en la radio que no existían los cortes de digestión y estaba convencida que nada malo me ocurriría. Me metí en el agua poco después de comer, no fue una comida copiosa, sólo un poco de pollo asado. El agua estaba templada. Di unas brazadas, las suficientes para dejar de hacer pie, e inmediamente comprendí que algo malo ocurría: me dolía el estómago y la cabeza estaba a punto de estallarme. Respiraba, pero el aire no parecía llegar a mis pulmones, no me saciaba. Y de repente se hizo la oscuridad. Hubo un salto en el tiempo. Estaba en al agua, convencida que la muerte no era tan mala, y de repente estaba en la arena, vomitándole encima a un socorrista. Me diagnosticaron un corte de digestión. ¡Cómo lamento haber perdido el documento que me dieron en el hospital y qué frustrante resulta escuchar y leer que lo que estuvo a punto de llevarme a la tumba a los 15 años, es algo que no existe!

Estos días a diestro y siniestro, en muchos medios de comunicación, han asegurado que los cortes de digestión son leyendas urbanas. En las playas de Valencia, en los dos últimos días han fallecido seis personas. Es verdad que casi todos eran personas mayores con problemas previos de salud, pero también hay un señor de 48 años. Como en la broma de mis hermanos, ¿estará la razón secundaria ocultando la verdadera causa de esas muertes? 


4 comentarios:

  1. Entiendo que si existen los episodios de cortes de digestión. El pasado miércoles sufrí un trastorno de salud, afortunadamente pasajero y me comentaban que podía ser uno de esos casos, aunque yo me incline más por un "subidón" de tensión, en vista de los niveles que alcancé.
    Lo que si comprobé, es que la mente parece ser muy inteligente en estos casos, pues más que asustarte por las consecuencias, como puede ser la muerte o quedarte para echar azúcar a los pestiños, se centra solo en el malestar, que te lo quiten como sea.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que tiene toda la razón. En esos momentos, que pensaba que estaba a punto de morir, en lugar de aterrarme, como me habría sucedido ante una navaja en el cuello o una pistola, me sentí de repente muy tranquila, casi feliz. El terror me habría hecho alterarme y probablemente el corazón habría terminado estallando.

      Eliminar
  2. Ninguno de esos médicos modernos sabe más que una abuela.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si, la abuelas son sabias e Internet está lleno de información falsa en la que gente confía plenamente.

      Eliminar