jueves, 20 de marzo de 2014

El perro del hortelano

Qué poco valor damos al tiempo ajeno. Llevo toda la tarde atrapada en el piso. Podría salir, ningún impedimento físico me lo prohíbe, ni psíquico (tipo El Ángel Exterminador); pero estaba obligada a esperar al mecánico del termo. Vino ayer. Le echó una ojeada y vio que necesitaba sustituir una válvula. Supuestamente la tendría esta mañana a última hora y hoy la pondría, pero hasta que no dieron las ocho no llamó para decir que la tendrá mañana.

Entretanto, qué asco me doy. He tenido que lavarme a trocitos, calentando calderos de agua y refregándome con una esponja. Lavarme la cabeza ha sido más complicado. Me enjuagué bien el pelo, creía, pero lo tengo apelmazado por culpa de la mascarilla. Veo desde la terraza el enorme mamotreto del hotel San Antón ante mis narices, y me dan ganas de alquilar una habitación hasta que la crisis del termo pase. Qué fácil es ignorar las comodidades que nos proporciona esta vida y notar su ausencia sólo cuando dejan de funcionar.

Mi abuela me contaba que cuando era niña sólo se bañaba una vez a la semana, los domingos por la noche. Le llenaban un barreño de zinc con agua caliente, y la tenían en remojo hasta que los dedos de las manos se le ponían como pasas. Cuando fue mayor, le aseguraron que si se bañaba mientras tenía la menstruación, se le cortaba y tenían que llevarla al ginecólogo para que le hiciera un raspado; por eso durante años, ni se acercaba al agua durante esos días del mes.

Busco alternativas, por si la situación se prolonga mucho más. Hay pocas personas con las que tenga confianza para pedirme que me permitan ducharme en sus casas. La aparejadora con la que trabajé hace un par de años, es la más cercana en distancia. Mi hermano, mi madre... lo malo es que no puedo alejarme mucho del piso porque en cualquier momento puede llamar el mecánico, asegurando que tiene la pieza. Este hombre es como el perro del hortelano, que ni come, ni deja comer.


4 comentarios:

  1. En mi caso, siendo niño, el baño en el barreño de zinc era el sábado por la noche, para el domingo ponerse la ropa de ídem y asistir a misa (obligatoria). Hasta que mi padre instaló una ducha parecida a la que cuenta Antonio Muñoz Molina en El viento de la Luna (solo para cuando no hacía frío). Antes de la instalación de la ducha comencé a saltarme la obligatoriedad de la misa dominical pero en mi recuerdo siempre irá unida a ese baño nocturno y sabatino.
    :-)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso de la obligatoriedad de la misa, también le ocurría a mi abuela. Es más comprensible bañarse el sábado, para estar como una patena el domingo por la mañana. Sin duda, alguna razón habría para que a ella la bañaran el domingo, pero nunca lo sabré (tal vez para estar limpia durante todo la semana para el colegio).

      Eliminar
  2. Ya conocí aquello del barreño de zinc, pero el domingo por la mañana, previa obligatoriedad de la misa dominical. Bueno, en mi caso era un lebrillo de barro, con un martillo al lado. Caso de posible ahogo, un martillazo al lebrillo y fuera peligro.
    Pero es muy cierto: Por estar ya acostumbrados, ignoramos las comodidades, los avances tecnológicos, pero cuando nos faltan, sufrimos un verdadero trauma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja, qué susto, por un momento pensé que le martillo era para darle en la cabeza a los niños díscolos que no querían lavarse el pelo.

      Por fortuna, ¡ya tengo termo! Muchas veces me imagino qué ocurriría si se fuera la luz durante muchas horas. Prácticamente no podría hacer nada. Ni siquiera ir a comprar, porque las cajas registradoras de las tiendas también funcionan con luz. Como un día pete todos los trasformadores, volveremos a la edad de piedra hasta que los reparen.

      Eliminar