domingo, 30 de marzo de 2014

Hasta el fondo

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La jovialidad de Heater desaparece en cuanto los ojos de otros dejan de poner la atención en ella. Jacques la observa como si mirara a una extraña. Se ha quedado tan melancólica tras la marcha del profesor que parece una amante despechada. Sabe que en cuanto se acerque a la mesa, la sonrisa de su esposa volverá, y esa felicidad fingida que se obstina en lucir como si fuera un accesorio más de moda, como el enorme bolso que arrastra lleno de trastos inútiles y le produce dolor de espaldas al final del día, o los zapatos de tacón bajo que le destrozan los pies.

Sobre el mantel blanco vuelve a haber una copa de champán. Cuando una pareja pasa cerca para ocupar la misma mesa que ha dejado libre el profesor, ella la sujeta por miedo a que vuelvan a tirarla accidentalmente. Aquél tipo jamás sabrá que con su torpeza le ha salvado la vida, o, al menos, alargado unos días.

El padre de Jacques decía de Heater que era una mujer compacta: pequeñita, redonda, poca cosa, insignificante. Alabó el buen seso del hijo el día de la boda: Una mujer así, siempre te querrá. No corres el peligro que adorne tu frente con una bonita cornamenta, aseguró. El padre nunca supo que Heater dejó de llamarlo Jake el mismo día que leyeron el testamento y descubrió que el taller de reparación de barcos, donde el hijo había trabajado toda su vida, pasaba a manos de la pelandrusca que había alegrado las noches del anciano en sus últimos días. Todos conocían al padre como Big Jake, y Heater no quiso que ni el nombre del marido le recordara al pérfido suegro.

Tercer intento de Heater por entablar conversación con los recién llegados. Pregunta sobre los zapatos de la chica. Ella, educada y tajante, responde con un monosílabo y apatía. Jacques se apresura a regresar a la mesa. No quiere que la persistencia de su mujer acabe con la paciencia de la pareja y reciba un exabrupto. Heater es del tipo de personas que rumian y se atormentan durante horas por cualquier mínimo detalle que evidencie la realidad de su forma de ser.

Ahí está de nuevo, la sonrisa forzada en sus labios mustios y la voz que tintinea como sus brazaletes de latón cuando le anuncia que la nueva copa de champán se la debe agradecer al profesor que se acaba de marchar. El frío del líquido ha condensado la humedad del ambiente en el vidrio. A Jacques le apetece dar un largo sorbo, dejarla vacía, deshacerse del sabor amargo del vómito; pero en cuanto su nariz recibe la miríada de minúsculas gotitas que saltan al explotar las burbujas en la superficie del vino, percibe otra vez, con toda claridad, el olor a almendras amargas. Devuelve la copa intacta a la marca redonda que la base había dejado en el mantel, sin que Heater se percate. Está demasiado ensimismada, haciendo planes con los que ocupar todos los minutos del poco tiempo que les queda lejos de casa y de la monotonía, de las preocupaciones del trabajo, que muchas veces llenan de lágrimas los ojos de su esposa. La última vez fue pocos días antes de salir de viaje. Heater volvió a casa muy agitada, temblando, con el maquillaje corrido por el llanto. Había tenido que utilizar la fuerza bruta para quitarle a una madre desesperada por que se le acababa el subsidio, un bote de cianuro con el que pretendía matar a sus dos hijos y luego suicidarse. En un principio el bote fue a parar a la basura, pero, en mitad de la noche, a pesar de su tamaño y de ser muy escrupulosa, Heater se metió en el contenedor de basura para recuperarlo y esconderlo en la casa. Le daba miedo que un vagabundo hambriento o un perro callejero pudieran morir envenenados por su culpa.

La mano regordeta de la mujer se posa sobre la mejilla rasurada del hombre. Jake, querido, ¿te encuentras mal? Callar que ha vomitado voluntariamente en el cuarto de baño hace unos minutos, es lo primero que el hombre se reserva para sí mismo en mucho tiempo.

¿Cómo será su vida sin Heater? Desde que se jubiló, el tiempo parece haberse dilatado. La falta de cansancio hace que sus noches sean una eternidad de espera, a que amanezca y su esposa dé las primeras señales de estar despierta para comenzar  contarle los sueños que ha tenido, reales o inventados. Al mediodía la persigue en su ajetreo de preparar la comida para relatarle minuciosamente qué hizo durante toda la mañana y por la noche, consigue adormilarla contándole el argumento de alguna de las películas que ha visto por la tarde. Aunque sólo sea por la costumbre, no existe nadie más sobre la tierra con quien Jake quiera estar. La mano le tiembla cuando levanta la copa y le da un sorbo. Estoy un poco cansada. No te importa si volvemos al hotel, ¿verdad, querido?, con la mentira, Heater lo protege, evita un sobre esfuerzo.

Tres... cinco pasos hacia la salida. Heater se para, gira, vuelve a la mesa, como si hubiera olvidado algo. Acaba de un solo trago el contenido de la copa. Era una pena desperdiciarlo, explica a Jake. Con las palabras, sale un eructtito que provoca la hilaridad de la mujer y un intenso rubor en sus mofletes. 

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