martes, 25 de septiembre de 2012

Historias en blanco

Guille, entrajetado y circunspecto, es una especie de ogro o trol para los niños pequeños. Les da miedo. Tal vez porque les recuerda a un médico, y los niños, por muy poca edad que tengan, listos que son, saben que los médicos hacen daño.

Esta mañana volvíamos de una reunión de trabajo con unos clientes y al pasar por los soportales de la calle Agustina de Aragón, encontramos a un niño, de unos tres o cuatro años, que hacía pompas de jabón bajo la atenta mirada de su abuelo. Nos sumergimos en la nube de pompas y Guille, que no sabe resistirse a la tentación cuando tiene a un crío cerca, fingió que cada una de las pompas le hacía daño al chocar con ellas. El niño, asustado, fue a refugiarse tras su abuelo, aferrándole de una pierna, abrazado a ella como si ese miembro fuera una columna y el único parapeto que lo salvara del peligro. El gesto de cobardía hizo soltar una carcajada al hombre, aunque el agua jabonosa estaba manchándole los pantalones.

El mismo gesto lo recuerdo en mi sobrina. Desde que estuvo hospitalizada por una gastroenteritis con dos años, sentía pavor de las personas vestidas con bata blanca. Íbamos a la farmacia o a la carnicería, y ella se abrazaba a mi pierna con una fuerza que me cortaba la circulación. Es difícil recordarla ahora, ya con 12 años y a punto de alcanzar en altura a mi madre,  tan medrosa, tan pequeña, tan desprotegida.

La evolución nos ha diseñado para sentir el deseo y la necesidad de proteger a los niños, a los propios y los ajenos. Nuestro mayor miedo es que algo malo les suceda, y uno de nuestros principales fines, que avancen y evolucionen hasta convertirse en adultos. Por eso es tan complicado de comprender para las mentes sanas, cómo, al transformarse el amor de un hombre por una mujer en odio, su venganza fuera matar a sus propios hijos.

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