lunes, 10 de diciembre de 2012

50 m² para maría

Hace cinco semanas nos pidieron hacer un proyecto de actividad para convertir el sótano de una vivienda unifamiliar en un criadero de champiñones. Como había poco trabajo, inmediatamente nos pusimos manos a la obra. Se visó el proyecto diez días después. No teníamos ni puñetera idea de los requerimientos de los champiñones, por lo que preguntamos a un botánico: 85% de humedad en el ambiente, una red de riego por goteo (es regulable), 20ºC de temperatura y nada de luz natural. Por lo general la propiedad nos llama cada vez que termina uno de los instaladores para que comprobemos que todo está acorde con el proyecto. Este promotor no nos llamó ni una vez (supusimos que por pensar que se le iba a cobrar más o algo parecido). El miércoles nos llamó para decir que había terminado, y esta tarde me pasé para darle el visto bueno y poder hacer el final de obras que le solicitan. Para mi sorpresa, las ventanas que se había previsto cerrar en el proyecto por necesitar los champiñones que no les dé la luz natural, ahora estaban abiertas de par en par (dan a un patio interior), la iluminación, que se había proyectado muy tenue, era semejante a la de un burdel de carretera (aunque sin los colorines estridentes), la humedad había bajado un 15% y la temperatura subido 5ºC... Se lo advertí al cliente (fue como llamarlo zopenco en sus narices, porque eran más que evidentes los cambios). Me aseguró que todo estaba bien, que habían decidido plantar un tipo de champiñón especial que  necesitaba menos humedad y más luz y temperatura. Cuando llegué a casa llamé al botánico. En realidad sólo quería que me confirmara mis sospechas, y lo hizo, sin palabras, partiéndose de risa en cuanto me escuchó. 

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