lunes, 9 de julio de 2012

La niebla que se corta con cuchillo

¿Cuánto tiempo se tarda en dar 17 puñaladas?  Mucho más que 17 segundos. Hacer que penetre la hoja de un cuchillo en un cuerpo es muy diferente a hendirlo en el aire. La cuchilla corta piel, músculos, venas, topa con el hueso, se rompe. Está el esfuerzo de hacer que penetre y hacer que salga. La sangre lo mancha todo y se convierte en un lubricante. La empuñadura resbala y el mismo agresor se hiere con el tope del cuchillo. Y la víctima se defiende. Imposible herirla en el corazón porque sus manos, brazos,  uñas lo impiden. ¿Cómo había acabado Paqui la noche de su boda en el interior del baúl que había contenido su ajuar, con 17 puñaladas y el vestido tan empapado en sangre que parecía rojo? La encontraron los basureros. Uno de ellos, además de basurero, restauraba muebles viejos, y el baúl, exceptuando una mancha que supusieron de orín y resultó ser sangre, estaba en bastante buenas condiciones. El desdichado que abrió el baúl, tuvo que ser atendido por los sanitarios que llegaron para ocuparse de Paqui. Primero creyó estar ante un cadáver, y eso lo obligó a retroceder y caer de culo en la acera, y cuando el cadáver abrió los ojos, soltó tal alarido que los durmientes de las casas contiguas y todos los perros de los alrededores se despertaron a pesar del cansancio y de que aún faltaban varias horas para que el más madrugador tuviera que ponerse en pie. Mientras el basurero-restaurador permanecía acuclillado a pocos metros del baúl, abrazado a sí mismo y musitando una canción de cuna para la que suponía difunta, la gente, con su apariencia más primitiva -sin dientes postizos, sin maquillaje, sin peluquines, despeinados- comenzó a congregarse junto al hallazgo a la espera de la autoridad y los sanitarios. Fue una larga, interminable espera porque la desdichada muchacha parecía a punto de expirar por lo pálida que estaba y su respiración estertórea. Entre los comentarios de conmiseración (Pobre niña, mira que morir el mismo día de su boda, con lo guapa que iba siendo tan feucha), comenzó a correr de boca en boca una única  teoría: Los hijos de La Piojos los han asaltado para robarles el dinero que han recibido como regalos por la boda. Y la gente buscaba con la mirada otro baúl, seguros de que Roberto,  el novio, había corrido la misma suerte. Por fortuna la curiosidad los ató a aquel lugar y nadie propuso a ir en busca de quienes todos consideraban los seguros agresores.

Casi todas las heridas que recibió la niña estaban en los antebrazos y las manos. Un par de ellas habían conseguido llegar al tórax, en la parte derecha, lo que, para muchos, corroboraba que los hijos de La Piojos habían sido los culpables. Chavales incultos que nunca habían ido al colegio y no sabían lo más elemental. Cuando se llevaban a la niña, se le escuchó susurrar el nombre de su marido en dos ocasiones. A los allí congregados se les rompió el alma por la pena y se derramaron bastante lágrimas mientras comenzaron a aparecer testigos de lo ocurrido que aseguraban haber visto merodear por la zona a los sospechosos. De Roberto se habría hablado bien, aunque no se sospechara que ya estaba muerto. Trabajador, buena persona, siempre ayudando a quien lo necesitaba, educado... Cualquier madre lo hubiera querido por yerno; pero le cayó en suerte a la de Paqui y la gente se preguntaba por qué. Cuando comenzaron el noviazgo, Roberto, de 30 años, que sólo había conseguido desprenderse de las faldas de mamá con su fallecimiento, le doblaba la edad a Paqui. En cualquier otro caso esa relación habría parecido malsana, la de un adulto interesado por una menor; pero en éste no: todo era inocencia. Los conocimientos de las cosas de la vida que tenía el hombre eran incluso inferiores a los que la escasa edad le había proporcionado a su prometida. Durante siete interminables años se vio a Roberto visitar a su novia todas las tardes, sin faltar una, siempre exigiendo la presencia de la madre en la misma habitación.

La congregación de vecinos frente al domicilio de la víctima no se disolvió hasta el amanecer, poco antes de llegar el taxi que debería haber recogido a la pareja para llevarla a la estación de tren, donde tenían hecha una reserva para viajar hasta Barcelona; aunque el destino final era el Monasterio de Monserrat, promesa que Roberto había hecho a su madre. El taxi no se fue vacío. Si alguien hubiera preguntado a Agapito, el semental de sandías, el único amigo reconocido de Roberto y el único que no acusó abiertamente a los Hermanos Piojo de la autoría de lo ocurrido, habría sido capaz de señalar sin equivocarse al culpable e incluso indicar con todo detalle el origen de tan graves consecuencias. No existía un único culpable, en realidad. Los remordimientos de conciencia eran los que le obligaba a estar en pie a semejantes horas de la madrugada, escondido entre las sombras, allí donde las luz de las farolas no llegaban, espiando a su amigo para conocer sus intenciones. Estaba convencido que si detenían a Roberto, el siguiente en caer sería él, por eso fue una alegría verlo entrar en el taxi. Desde la lejanía del sur, Barcelona parecía otro país e incluso otro universo. Tenía la esperanza de que si conseguía escapar a la Ciudad Condal, ya nadie podría encontrarlo.

Dos días, en los que la gente se preguntaba por qué la policía no hacía nada. Por qué no detenían a los culpables, si todos sabían quiénes eran, por qué no encontraban el cadáver de Roberto... Dos días que sobraron para que Paqui se recuperara y contara su parte de historia. Roberto estaba impaciente (siete años esperando ese momento). Fueron directamente al dormitorio. Ni siquiera pudo quitarse el vestido de novia. Estaba algo asustada porque su madre le había dicho que le iba a doler. En realidad no sintió mucho. La presión del cuerpo de Roberto sobre ella, nada más. Y en cuanto dejó de sentirlo, sus manos que le apretaban el cuello mientras le gritaba y exigía que le dijera con quién había estado. Escapó a la cocina, lo que fue un error, porque allí Roberto se hizo con un cuchillo y la estuvo castigando durante lo que le pareció una eternidad. Luego sólo recordaba imaginar que estaba en el juicio final, con todos sus vecinos como testigos.

A Roberto lo detuvieron en el Monasterio de Monserrat. Tuvieron que pasar años para que confesara la verdad de lo ocurrido. Su única experiencia se basaba en lo que le había contado Agapito. Él siempre estaba hablando de Rosa, Blanca, Candela, Lucía... (pocos meses después se descubriría que lo que Roberto suponía hembras, eran meras sandías). Le atribuía  mucha experiencia con el género femenino y creyó a pie juntillas todo lo que le relató. Le dijo que la primera vez para la mujer era como si la penetraran con un hierro ardiendo, que se retorcía y pedía que parase a gritos mientras de su sexo brotaban mares de sangre, pero que eso era lo normal, que no debía asustarse, que lo malo era cuando no ocurría así, porque esa mujer ya había estado con otro hombre.

Durante años estuvieron casados Roberto y Paqui, durante el año que Roberto pasó en la cárcel y algún lustro más -pena suave justificada por una supuesta ofuscación que incluso le había hecho errar en la posición del corazón de su conyugue-. En 1960 y pico había que convencer al tribunal eclesiástico -por lo general, económicamente- para conseguir una nulidad matrimonial, y diecisiete puñaladas no parecían ser suficiente justificación.

4 comentarios:

  1. .
    BeKá, naciste en mal momento y por ello el periódico "El Caso" perdió a su más brillante redactora. Lo digo sin ningún tipo de ironía y sí con todo tipo de admiración.
    :-)

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    1. Mi abuela leía mucho ese periódico. Ahora sospecho que era algo sádica y que me debió contagiar durante las interminables tardes de verano que pasé con ella. Seguro que tu comentario la habría hecho muy feliz. Yo estoy dudando entre enriquecer las arcas de algún psiquiatra o intentar convencer a Guille para que nos apuntemos al intercambio con una pareja sado-masoquista (es broma). Gracias por tus palabras.

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  2. Estoy de acuerdo con Sap, he pensado lo mismo mientras iba leyendo la narración. Pero ¡cuántas cosas terribles ocurrían en aquel lugar! ¡Qué sordidez, cuánta ignorancia, qué pena! Me acuerdo de mi madre, que lo único que leía del periódico durante los años de mi niñez eran los sucesos y las esquelas mortuorias. ¡Lo que habría disfrutado con tus historias! Lo cuentas muy bien, BK, pero que muy bien.

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    1. El caso es que el pueblo era y sigue siendo pequeño (La Lantejuela, en Sevilla). Antes pensaba que todos los días de la vida de mi abuela debió pasar algo interesante. Ahora comprendo que, por supuesto, ella no fue testigo directo de la mayoría de las historias que me contaba. Eran cosas que ocurrían en su entorno y la gente, supongo que por puro aburrimiento, se contaban los pormenores y los detalles más sórdidos.

      Mi madre empieza el periódico por detrás, donde están las esquelas y los sucesos.

      Gracias por tus palabras

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