viernes, 8 de junio de 2012

Bien está lo que bien acaba

Mi cuñada se lamenta. Dice que debemos de creer que ella es una calamidad (en realidad sólo pensábamos que se dejó toda la buena suerte en Londres); asegura que ella no suele ser así (y la  creemos, porque, en caso contrario, las crónicas diarias de mi hermano serían interminables y por lo general se reducen a un simple "Bieeeeeen, todo bieeeeeeen"). Hoy al mediodía volvieron para despedirse. Mi hermano mediano también vino para acompañarlos al aeropuerto de Málaga (el de Granada lleva el camino del cierre definitivo) y para traerle a Guille una TV (no, a mi hermano mediano no le gusta el fútbol, por eso es él quien los acompañaba al aeropuerto. Ahora tengo la casa llena de los amigos de Guille que juegan con él al fútbol sala. Polonia - Grecia. Animan a Grecia, sólo porque han empatado a uno aunque tienen un jugador menos, injustamente, al parecer, por culpa del árbitro que es español). 

La mala suerte de mi cuñada, realmente, no es tal. Si analizamos detenidamente lo que ha ocurrido... el robo fue sin violencia directa (demasiado rápido para pasar miedo). Y lo robado fue insignificante. La multa que le pusieron cuando los pararon por la ventanilla rota la pagará mi otro hermano, el dueño del coche. Y las cucarachas que la asustaron en el portal de mi casa, fueron muy consideradas con ella. Se limitaron a corretear, mientras que dos días después, cuando quise asegurarme de que no había quedado ninguna bajo los maceteros que hay junto a la puerta, en prevención de su vuelta, las muy cabr.... echaron a volar cuando intenté convertir a una en un sello. Se metió bajo mi falda (ole y ole -menudo baile de san Vito me pegué). Imaginas la repugnancia reducida a un plano horizontal a la altura de los zapatos y de repente se convierte en un algo tridimensional, capaz de alcanzar la boca -puuuuuuuag- y da aún más asco.

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