miércoles, 19 de julio de 2017

La historia interminable

Si el autismo tuviera cura, creería que yo lo fui durante la primera etapa de mi vida, porque las cosas ocurrían a mi alrededor, pero yo no era muy consciente de ellas.  

Cuando en una reunión entre conocidos sale el tema infancia, y yo cuento que la pasé prácticamente toda sin salir de un internado de monjas, la gente siente conmiseración por mí. En parte es comprensible porque los periódicos están llenos de noticias de abusos físicos o sexuales a niños por parte de los religiosos. El mismo hermano del papa Ratzinger admite que abofeteó a los niños de su coro y a reglón seguido asegura que habría intentado evitar los daños a los niños de haberlos conocido. Aterra imaginar qué considerará ese hombre malos tratos. 

Las monjas de mi internado no eran así. Nos querían y lo demostraban, con la suficiente distancia que se requiere a un profesor. Para las pocas que nos quedábamos los fines de semana en el internado -yo lo hacía con mucha regularidad-, nos tenían preparados dulces de postre en las comidas y merienda, que luego exagerábamos ante quienes se habían ido, y películas infantiles de vídeo de la última década, extremado signo de modernidad porque estábamos acostumbradas a ver con las demás alumnas, las rodadas durante la dictadura por niños prodigio que aún, por aquel entonces, aparecían en las revistas del corazón, ya convertidos en cascajos humanos. 

Fue allí donde vi por primera vez La Historia Interminable, aunque yo estaba convencida que había visto otra versión, más completa y muy diferente. Hasta era capaz de describir la librería, semejante a la que había visitado con mi tío Fermín en Madrid, y Bastian era clavadito a mi primo Paco cuando era niño. Yo sólo lo había conocido de adulto, pero en casa de mi tío había ciento de fotografías suyas cuando era tan alto como ancho, regordete, redondo, de carrillos rojos como tomates maduros. Tardé mucho en comprender que las imágenes de mi memoria pertenecían a lo imaginado durante la lectura del libro, y no a lo visto en una pantalla de cine.




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