viernes, 7 de julio de 2017

Cruce de caminos

Cuando era pequeña y hacía una y otra vez el mismo recorrido del destacamento de aviación al internado y viceversa, imaginaba que si el trayecto se dibujaba sobre un mapa de papel con bolígrafo, el papel terminaría agujereado porque el camino siempre era el mismo. Durante algunos años, tres o cuatro, los que duró la enfermedad de mi padre y el luto de sus amigos, mi universo no abarcaba más allá del mundo cercado del colegio y del recinto militar y los veinte kilómetros de carretera tortuosa que separaba un destino del otro. 

Poco a poco las líneas imaginarias en el mapa imaginario se fueron prolongando, llegando más lejos: Murcia, Madrid, Barcelona... Pasando fronteras: Andorra, Londres, París... Si hubiera tenido las mismas inquietudes viajeras que mis hermanos, pronto el mundo se hubiera convertido en un pañuelo. 

Para salir de la pereza de las siestas largas, Michey y yo permanecemos tumbados, dedicados a la charla. Hoy intentamos encontrar destinos en común, coincidencias en el lugar y el tiempo de nuestro pasado. Seguramente, algún día del verano de 1995 estuvimos muy cerca, tal vez a pocos metros de distancia; tumbados sobre la misma arena de la playa de la Malagueta. Pero, de habernos conocido, no nos hubiéramos hecho amigos porque durante la adolescencia la diferencia de cinco años, es un abismo. 

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