sábado, 22 de julio de 2017

El asesinato de un escritor

La confianza entre Mickey y yo aún es como un río que hay que saltar, vadear o mojarse cada vez que queremos salvarla. Pide permiso para venir a casa, para quedarse a dormir, para beber algo del frigorífico... incluso para husmear entre los libros de la estantería. Pero cuando encuentra un cuaderno lleno con las historias que me contaba mi abuela, lo abre sin más. Interroga, pregunta. Le cuento su origen y le doy un bolígrafo rojo para que corrija las faltas de ortografía. Me alaga leyéndolo durante más de media hora, aunque cuando acaba, es como si sobre las páginas del cuaderno hubiera diluviado tinta roja. Dos faltas de ortografía en medio cuaderno, para mí, no está mal. Pero también me ha corregido el estilo. Tiendo a enredar las frases poniendo las palabras en un lugar que no les corresponden. Quiere traerme uno de los libros de lengua que utiliza con sus alumnos, pero rechazo su ofrecimiento. Si tuviera que ocuparme del estilo, me olvidaría de las palabras. 

Mi cuaderno lleno de historias hace confesar a Mickey: Hace años maté a un escritor. Se llamaba Marcos. Era profesor de literatura. Había escrito una novela pretenciosa, aburrida, con personajes vacuos, enrevesada y sin estilo. Se la dio a leer a Mickey, pero él fue incapaz de decirle la verdad. Su ambigüedad le dio valor al profesor de literatura y la envió al Premio Planeta. Aquel tipo estaba convencido que iba a ganar. Hacía comentarios del tipo: Qué ganas tengo de perder de vista a estos mentecatos (refiriéndose a sus compañeros y alumnos). Hasta tenía escrito el discurso de agradecimiento porque le dijo a Mickey que lo mencionaba. Desde el día del fallo del premio (se lo dieron a J.J. Millás), dedicó todas sus energías a odiar y menospreciar a todos los escritores que habían ganado algún premio de renombre en nuestro país. 

Mickey está convencido que si hubiera sido sincero con su compañero, le habría dado ánimos para reescribir la novela más centrado, con conocimiento de los errores que cometía; tal vez se hubiera apuntado a una clase de escritura creativa o comenzado por algo más sencillo como simples cuentos. Se arrepiente de haber callado. Pero yo estoy convencida que, si le hubiera dicho la verdad, el profesor de literatura no estaría odiando ahora a un puñado de escritores: odiaría a Mickey por haber matado su sueño. 

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