sábado, 15 de julio de 2017

La anfitriona


Hoy huelo como Dolores, una amiga de mi abuela. La mujer sofocaba el hedor del sudor con agua de colonia. 

Sudo. Me ducho. Media hora después el sudor vuelve. Las gotas me recorren la espalda como animales reptando. Bajan entre los pechos, esquivan el sujetador y llegan al ombligo. La camiseta es un trapo mojado. Ayer, a las siete de la tarde, el termómetro frente al Corte Inglés de la Acera del Darro marcaba 42ºC. Hoy no sé. Tal vez uno o dos grados menos.

Las bicis nos esperan en el pasillo de la entrada. Pero aún hace calor para cogerlas. Queremos dar un paseo por los alrededores del cementerio y la Bola de Oro para comprobar el alcance del incendio. Mi madre las roció esta mañana con agua bendita. Ha traído del santuario de Lourdes un bote con forma de virgen. Dice que es peligroso montar en bici por culpa de los borrachos y drogatas. 

La amiga de mi abuela se tomaba muy en serio sus invitaciones a merendar. Nos preparaba chocolate muy espeso. Sobre el chocolate ponía nubes, que era merengue hervido en leche. Las nubes las adornaba con hilos de caramelo. A mí sólo me gustaban las nubes de merengue. Cuando volvía a casa, le pedía a mi madre o hermanos que me las hicieran, pero a nadie le salía como a ella. 

De aquellas reuniones, la merienda era lo de menos. 

Recuerdas cuando un rayo partió la higuera de la plaza una noche que no había ni una nube en el cielo... Recuerdas cuando el perro de la Antoñita se volvió loco y mordió a más de seis personas, todas de la familia de los Tiznaos... Recuerdas cuando el cura de la catequesis nos decía que los pecadores siempre revivían en el ataúd y arañaban la tapa... 

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