miércoles, 28 de enero de 2015

La niña de la mochila rosa

La película de Spielberg, La lista de Schindler, está grabada en blanco y negro. No sé cuál fue la intención del director. Tal vez pretendía aliviarnos de la crudeza del color, mitigando el impacto de la sangre derramada o quizás quiso que sus imágenes inventadas fueran una extensión de las imágenes reales a las que los documentales y hemerotecas nos han acostumbrado; o puede que sólo quisiera que personificáramos tanta barbarie en un personaje únicamente, en una niña pequeña, de unos cuatro o cinco años, cuyo abrigo tinta de un rojo desvaído (única nota de color en la película). 


Los días laborales no necesito reloj para saber la hora. El colegio que tengo cerca, la algarabía de los niños, la delata. Me gusta asomarme a eso de las dos de la tarde, cuando los padres van a recoger a su prole. Se puede jugar a cada oveja con su pareja. Niñas con abriguitos rosa y zapatos de charol se cuelgan de la mano de señoras con tacones y perlas; albondiguillas blanditos como merengues son subidos a las espaldas de señores orondos y risueños; el chaval de pelo engominado y jersey de Lacost, camina sin ningún contacto físico junto al tipo con aspecto de ejecutivo... Supongo que deberán llegar a la adolescencia para rebelarse y encontrar cada uno su propia personalidad. 

Sobran cinco minutos para que el trasiego de padres y niños cese. Los chavales son recogidos con una puntualidad que la autoflagelación sólo atribuye a los anglosajones o cualquier otra civilización extranjera. Pero la semana pasada, durante todos los días, hubo una excepción: una niña de seis o siete años permaneció a las puertas del colegio mucho más tiempo del que puede soportar la paciencia infantil sin que la frustración le haga llorar. La niña permanecía agazapada junto al dintel de la verja metálica del colegio, encogida por el frío, protegida tras su enorme mochila rosa, en silencio, sin moverse apenas. ¿Qué pasaría por su joven cerebro durante todo ese tiempo? ¿Por qué no permanecía junto a algunos compañeros, en el interior del colegio, jugando en el patio? 

Media hora o cuarenta minutos después de despejarse el enjambre infantil, llegaba una mujer con un uniforme verde bajo el abrigo (tal vez de limpiadora o enfermera), cogía la mano y la mochila rosa de la niña y se iban andando y en silencio, compartiendo el mismo agotamiento. Esta semana ya no está. La madre habrá podido cambiar el horario o la niña ahora permanece en el interior del colegio, o, tal vez, el frío de la intemperie le haya hecho enfermar. 

2 comentarios:

  1. Pobre niñita, me apena imaginar sus momentos de fría soledad. Deseo que todo ese cambio que supone haya sido para su bien.
    Toda esa algarabía infantil, que tan magistralmente retrata, me hace remontar a mi lejana infancia, cuando acudíamos a la escuela en los gélidos inviernos extremeños portando una pequeña "estufa", minúsculo brasero de picón para calentarnos los pies. También portábamos "jarrillos de lata" esperando el reparto de leche en polvo diluida, a veces tan mal diluida que formaba grumos, tantos que me resultaba difícil ingerir. Habían pasado bastantes años desde la cruenta Guerra Civil, cuando nos hacían cantar aquello de "España empieza a renacer", pero la mayoría de los niños de entonces aún pagábamos sus consecuencias. Sí, empezábamos a renacer por la trocada ayuda de los "USA", pero, sobretodo, por nuestra ilusión para encarar la vida. Nunca nos faltó esa algarabía infantil.
    Perdón por este rollo, pero leyendo el relato no he podido evitar recordar aquellos años de penuria que hubimos de padecer y superar la inmensa mayoría de los niños y niñas españoles.

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    1. Mi abuela también me contaba lo de la lata llena de ascuas de picón. Hace tiempo, cuando era niña, en el pueblo de mi abuela, en invierno, aún se veía a alguna vecina a las puertas de su casa esperando a que las llamas se volvieran ascuas en el brasero. Me encantaba cómo olía. Siempre imaginaba que era muy fácil que el fuego prendiera la manta de la mesa y se produjera un incendio (aunque, por fortuna, nunca vi ninguno).

      Sospecho que la madre de la niña de la mochila rosa tuvo una mala racha durante esa semana (algún horario incompatible con el de la niña). Ya no hemos vuelto a verla esperando a la puerta del colegio, y hay tantas crías con mochilas rosas de princesas, que se camufla entre el resto.

      Nunca he probado esa leche en polvo (me recuerda a la se que utiliza para los bebés). En el internado lo que casi todas apreciaban mucho eran los tubos de leche condensada. Se lo tomaban directamente del bote.

      Muchas gracias por contarme su experiencia infantil.

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