miércoles, 23 de abril de 2014

Hay otros mundos, pero están en éste

Hay un bonito paseo desde El Campus de la Salud al centro de Granada, a la calle San Antón, donde vivo; no por los edificios, que son todos como evidencias de la parálisis imaginativa de un puñado de arquitectos resacosos: muchos bloques insulsos de viviendas de protección oficial de mediados del siglo pasado faltos de rehabilitaciones íntegras. Es por las personas. Lo que más choca en un principio, antes de profundizar en su comportamiento, es ver salir a la calle a gente vestidos con pijama, bata y zapatillas de casa; o con chaquetones que no cubren del todo los pantalones de franela llenos de dibujos de sensuales Betty Boop de ojos cerrados y una hilera de zetas saliendo de sus labios. Es como si sólo hubieran interrumpido el sueño para salir a comprar el pan o tirar la basura. El Zaidín, esta extraña burbuja dentro de la ciudad, parece un pueblo que hubiera sido engullido por la inevitable expansión de la urbe; pero sin interferir en sus habitantes.



El martes, cuando volvía de la obra cariacontecida por la suspensión de pagos, entré en un supermercado para comprar una Coca-cola (la situaciones de estrés me resecan la boca). Para mí, que se pare durante un par de semanas, sólo significa tener más tiempo libre, pero no ocurre los mismo con los obreros, que, exceptuando alguna posible chapuza, tienen que recurrir a los ahorros -si los tienen- o a los préstamos, para subsistir. Cuando me puse en la cola en la caja, había tres personas delante de mí, y las tres se conocían porque hablaban amigablemente. La primera era una de estas señoras que no hacen distinción de vestuarios diurnos, nocturnos, para la casa o la calle. Llevaba un cartón de leche y una barra de pan. No tenía dinero suficiente y dejó a deber (eso en mi supermercado habitual no se puede hacer) 70 céntimos. La cajera sacó una libreta y los apuntó en una página que estaba llena con otras anotaciones. En total debía 17,32 €. Lo sé porque en cuanto se marchó, las dos mujeres que me precedían se interesaron por la deuda de su amiga y se pusieron de acuerdo para pagarla entre las dos, exigiendo a la cajera que no dijera quién había sido.

Guille, cuando se lo conté, se ganó un puyazo en el costado por enturbiar lo que para mí fue un hecho lleno de generosidad. Él dice que atufa a timo. Que la intención de las mujeres era que yo también colaborara en el pago de esa deuda. Lo que me molesta no es la retorcida idea de Guille, si no mi evidente falta de humanidad porque ni se me pasó por la imaginación ayudar a una completa desconocida.

4 comentarios:

  1. La verdad, es que no tolero que la gente esté "enpijamado" fuera de casa, incluso me molesta, cuando visito a alguien y lo encuentro de esa manera. Quizás sea la crianza, pues desde pequeños, mamá siempre nos vestía, si bien no para ir a una fiesta, pero sí lo suficiente para salir y cumplir con cualquier recado; salir de casa es sinónimo de zapatos puestos. Claro está que viéndolo desde otro punto de vista, tan solo es vestimenta, si así quieren estar, allá ellos. (no me molestaría si una lindura despampanante estuviese en una pijama de seda semitransparente, las bondades de estar soltero y sin compañía).

    En el orden de ideas probablemente Guille, no contaba con que las amigas no te insinuaron nada, porque si ese fuera el caso, Ahí sí tendría razón. A lo que te refieres con falta de humanidad, no te lo tomes tan a pecho. De seguro la señora hubiese tenido como pagarlo, o sino, simplemente deja de visitar a ese supermercado. Me refleja humanidad más bien, las primeras cinco lineas de tu entrada, pues además del proyecto, te preocupa también los intereses de los obreros, algo que, por lo general, los supervisores, ingenieros residentes o encargados, muy a menudo pasan por alto.

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    1. Mi cuñada es una de esas personas que en cuanto llegan a la casa se pone el pijama, y que no le importa salir a la calle con él. En más de una ocasión ha ido a recoger en coche, de un cumpleaños o fiesta a mi sobrina de esa guisa: con pijama, zapatillas y bata. Yo soy más como tú: si es de día, necesito, aunque no pretenda salir de casa, estar vestida con ropa de calle.

      Piensas demasiado bien de las personas. Si me preocupo por el bienestar de los obreros, no es por humanidad ni empatía, si no por puro egoísmo: si ellos no son felices y están contentos con el trabajo, cometen más errores.

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  2. No me gusta ver por la calle a personas con pijama y zapatillas y, en el caso de mujeres, con la bata y los rulos puestos, pero entiendo que tampoco hay que ser rigurosos en extremo ni con la vestimenta, ni con nada. Hay excepciones, como en el caso de las normas de tráfico, los bomberos no respetan, si es necesario, las señales de dirección prohibida. Me explico.
    Si he de tirar la basura en invierno, que se debería esperar hasta después de las veinte horas, o sea, plena noche y está lloviendo, en alguna ocasión he disimulado el pijama bajo algún chubasquero y, refugiándome bajo un paraguas, me he acercado con la bolsa hasta el contenedor situado no más de treinta metros del portal y no creo que por esos rompa ninguna etiqueta.
    En las tiendas de "desavío" aún se dan algunos casos de dejar "fiao" (Lamentable que se tenga que llegar a esa situación), pero nunca vi un caso semejante al pasar por una caja. No creo que fuera un timo por esa cuantía de dinero caso que se propusiera un prorrateo, pero la señora no tendría duda quienes fueron sus benefactoras, por mucho mutismo de la cajera.

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    1. A mí me parece curioso que la gente salga a la calle en pijama. Es algo que me choca. No veo raro que lo hagan a altas horas de la noche para sacar la basura. Lo puedo comprobar mucho mientras corro. Pero en pleno día, a media mañana, con el sol reluciendo en lo alto, me parece muy extraño, por no ser lo normal. Nunca me ha molestado, a no ser que la prenda en cuestión sea un muestrario biológico de los fluidos corporales.

      Cuanto más recapacito, más convencida estoy que Guille piensa excesivamente mal, y no debería, porque él se crió, y apenas se ha movido, del barrio de Sants en Barcelona, que en muchos aspectos es muy parecido al Zaidín. Incluso había una panadería (la cerraron por culpa de un Mercadona que abrieron cerca) donde nos fiaban si íbamos con un billete de 20 € y tenían poco cambio en ese momento.

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