domingo, 1 de enero de 2012

Uno más

Un año más (¿no da un poquito de vértigo imaginar qué va a deparar el año 2012? -joé, me ha costado ponerlo, por inercia pongo aún 2011). ¿Será el año de mi muerte? ¿Será el año que conciba, por fin, un niño? ¿Todo se irá a pique y tendré que nadar contracorriente? Me da más miedo imaginar la vida sin Guille que la propia muerte.

La fiesta de anoche estuvo muy bien. Con mis hermanos y muchos de sus amigos. Habían alquilado una nave industrial y un equipo de música brutal con un DJ. Creo que es el primer año en que no he pillado un resfriado por culpa del vestido de fiesta ni hecho cisco los pies por culpa de los zapatos. Más vaqueros y camisetas negras con estampados de algún grupo heave que lentejuelas. Me pesé esta mañana (en realidad hace una hora y pico porque es cuando me he levantado). Dos kilos medio menos de tanto bailar y brincar, aunque la cena fue opípara. Si a partir de un par de años vuestro vecino en lugar de uvas come lacasitos... culpa de mi Guille y mía será. Me temo que estamos cambiando esa costumbre establecida. Mientras que en la fiesta repartían bolsitas con las doce uvas, nosotros sacamos nuestra bolsa de lacasitos, llamando la atención de muchos. Hay bastante gente a la que no le gustan las uvas (a mí sí me gustan, pero lo hago por imitar a Guille, que no le gustan). Muchos de esos ositos de peluche gigantescos nos pidieron la golosina para hacer lo mismo: lacasitos en lugar de uvas. La repartimos hasta que se nos acabó (y eso que llevábamos dos paquetes de los grandes). 

Seguimos todos los rituales que hemos ido robando los españoles de otros pueblos: lencería roja, chocolate y churros -esta creo que es autóctona- ... hay alguna otra, pero me auto censuro para no parecer procaz -aunque en realidad lo soy -bueno, sólo un poquito-.

De vuelta a casa nos dimos un susto de muerte. Cerca de los aparcamientos de Neptuno nos salió de la nada un señor que se puso delante del coche. No estaba, un pestañeo y estaba, muy cerca, a pocos metros. Fue sólo un instante, y sin embargo me dio tiempo a imaginar al hombre estrellándose contra el parabrisas rompiéndolo con su cabeza y quedando sangre y cuero cabelludo en él, girando por el techo hasta caer en el pavimento, inerte. Qué egoísta soy. En aquel momento sólo temí que el incidente me haría retrasar el momento de llegar a la cama. 

Conducía yo. Guille no está acostumbrado a trasnochar (era la hora en que él se suele levantar). Temía quedarse dormido al volante. El frenazo lo espabiló del todo. Realmente no debió de ser tan brusco como ha quedado fijado en mi memoria, porque no saltaron los airbag ni los cinturones de seguridad nos han dejado señales. Dice Guille que nunca escuchó salir de boca humana semejante retahíla de sinónimos de "tonto". El tío que había estado a punto de morir, se desternillaba de risa, con las manos sobre el capó. Y su compañera se retorcía, doblándose en dos, desde la acera. Estaban como una cuba. Se reían de mi cara de miedo. En aquel momento, la cara de miedo y sentir el corazón en la garganta era lo único que aquel momento me producía -además de una rabia incontenible hacia el individuo que no se percataba aún de lo cerca que había estado de la muerte-. Cuando se dieron cuenta que iba a llamar a la policía, salieron corriendo. 

Más tarde, mientras nos tomábamos el chocolate con churros en una churrería que hay cerca de casa, una perpendicular a la calle Alhamar, las manos me temblaban. 

Hace un rato me llamaron mis hermanos: la fiesta continúa -no tienen que devolver el equipo de música hasta mañana al medio día y me temo que la fiesta continuará hasta entonces -o hasta que se acabe la comida y la bebida-. Están haciendo una paella; pero Guille aún dormita. Durante un par de días estará con algo parecido a un jet lag.

Ah, se me olvidaba: Feliz Año Nuevo a todos.

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