miércoles, 25 de enero de 2012

A veces... veo muertos

Hay un libro de José Saramago que me gusta mucho: El hombre duplicado. Trata de un profesor, Tertuliano Máximo Alfonso (me encantó el nombre -como el de Sierva María, en El amor y otros demonios, de García Márquez-) que viendo un día una película, se reconoce en un actor secundario. Tiene su mismo aspecto. Y se dedica a buscar a ese actor, poco famoso, hasta encontrarlo. 

Esta mañana he saludado a un muerto.  En Barcelona, justo bajo nuestro apartamento, vivía una familia cuyo recuerdo me hace entristecer. Estaba compuesta por el marido, un hombre mayor, pero no lo suficiente para estar jubilado; trabajaba en el aeropuerto de El Prat, en la limpieza. La mujer, con problemas de obesidad (no salía nunca de casa) y una hija con alguna deficiencia intelectual. En los primeros días del mes de marzo de 2010, el hombre murió durante la noche, mientras dormía. La mujer, supongo que no compartían cama, se dio cuenta por la mañana. Jamás he escuchado un grito tan desgarrador como el que nos alertó a los vecinos de que algo malo sucedía. No conozco los pormenores de lo ocurrido en aquel piso porque cuando llegué, al ver que ya se ocupaban de la situación, volví a casa. Sí sé que en un momento dado, con la confusión de la gente entrando y saliendo: policía, médicos, sanitarios, un juez... la hija (siempre que se habla de hija parece que va implícito que se trata de una niña, pero en este caso era una mujer adulta de unos 30 y muchos años) se escapó del piso. Salió en ropa interior. Pocos días después nevaría. Aquél, el cielo estaba despejado y el frío cuajado. A la hija no la echaron en falta hasta por la tarde. La encontraron en la habitación de la depuradora de la piscina, con síntomas de hipotermia. Tuvieron que hospitalizarla. Al funeral del hombre sólo fuimos media docena de vecinos (literal, seis vecinos, ni más ni menos). Los compañeros de trabajo del difunto ni se habían enterado de lo sucedido. La esposa no pudo ni ir al funeral, ni estar al lado de su hija en el hospital. 

Este hombre tenía la cara muy arrugada, como si hace tiempo hubiera sido gordo y al adelgazar su piel no se hubiera hubiera contraído por carecer de elasticidad. El pelo ralo, corte militar, gris; gafas de montura de pasta negra, desproporcionadas, muy grandes, de esas que parecen salidas de una película de los años 80. Tenía los brazos más cortos de lo normal, aunque completamente funcionales. Relajados, parecían dos guiñapos con pinzas retráctiles en sus extremos. Para que sus manos no se perdieran en las profundidades de las mangas de las camisas, a dos tercios del puño, tenía un doblez de la tela.

Esta mañana he creído verlo en la panadería. La única diferencia, que este señor está casi completamente calvo. Hasta lo he saludado antes de darme cuenta de que era imposible que fuera quien yo pensaba que era (por fortuna no me puse en evidencia -sólo fue un "hola" más amigable de lo esperado entre extraños-).

Puede que Saramago tuviera razón, y por el mundo pululen nuestros otros "yo".

2 comentarios:

  1. La madre de mi mejor amiga falleció hace un par de años. Era una señora a quien yo tenía mucho cariño, la conocía desde hace mucho tiempo. Ella vivía en Madrid.
    En agosto pasado, fui a una residencia de ancianos a inscribir a los empleados en los seguros. La residencia está en Casper, Wyoming. Al recibir a una de las empleadas, me dio un vuelco el corazón: era la madre de mi amiga. Pero es que volví a la misma residencia en diciembre, y ya se me había olvidado lo de esta señora. Cuando la vi, otra vez me dio un vuelco el corazón.
    Me pregunto dónde estará mi doble.

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  2. La verdad es que impresiona mucho tener frente a frente a alguien que sabes fallecido, al menos, hasta que tu cabeza es capaz de comprender que sólo es un parecido. Mi doble, imagino que estará tumbado a la bartola en alguna playa (yo trabajo por ambas)

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