jueves, 12 de enero de 2012

La cuenta cuentos

He heredado la imaginación de mi abuelita materna (o mejor dicho, la carencia de ella). Nos es muy difícil hablar de algo que no hayamos vivido o visto en primera persona (o, al menos, que nos hayan relatado con detenimiento). 

Cuando era pequeña, me parecía bastante al personaje que hace Kate Winslet en El Lector. No sabía leer, pero exigía historias. Cualquier tipo de historias, aunque fueran insulsas, insignificantes, falaces o aburridas. Y se las mendigaba a todo el que tuviera cerca. A los soldados, mis hermanos, mis padres... y a mi abuela materna, con quien solía pasar largas temporadas en verano. Ella siempre se resistía, le gustaba que le rogara, pero terminaba por ceder, y no paraba de contar. Vivía a las afueras de un pueblo de Sevilla. Paseábamos por el campo y su dedo señalaba una higuera retorcida con el tronco quemado. "¿Sabes qué ocurrió allí? Tres criaturitas dejaron su vida al pie de esa higuera una tarde de verano..." La historia se prolongaba con detalles comunes y datos que, por lo general, me emparentaban de alguna forma remota con los difuntos. Sus personajes nunca tenían nombre y apellidos, sólo motes: la hija del Cantinero-estofado, el marido de la Tres-Huevos, la mujer de El Manzanilla.... Cuando llegaba a la parte esencial de la historia, yo la escuchaba con la respiración contenida y nerviosa, a la espera de la catástrofe que por lo general llegaba sazonada con una porción de mala suerte e infortunio porque, o uno de los fallecidos no debería haber estado en el lugar de la tragedia o una de las difuntas estaba a punto de casarse, con el traje de novia comprado incluso, o hacía poco que el fallecido había recibido una herencia... "Fue de repente. Del cielo comenzaron a caer granizos como puños de gordos. Los desgraciaítos fueron a refugiarse bajo la higuera, muy pegados al tronco porque cada una de esas pelotas de hielo eran capaces de descalabrarlos. Aunque aún faltaba mucho para la noche, parecía que ya había llegado de lo oscuro que se puso el cielo. Fue el primer y último rayo que cayó durante esa tormenta. Salió de entre las nubes negras, ni se dieron cuenta. El hermano, la hermana y el padre, los tres Cara-perdiz, se quedaron frititos como el carbón. Cuando la madre  se enteró, esperó a enterrarlos y luego se tiró por el tajo de Los sin Vida". Por supuesto, las historias de mi abuela siempre tenían moraleja: no debía refugiarme jamás bajo un árbol durante una tormenta... o debía evitar acercarme a un perro si echaba espuma por la boca, por que seguramente tenía la rabia... o no debía dormir en verano a la intemperie porque existen las tormentas secas con rayos que también matan...

Seguramente sus historias de árboles caídos sobre casas, perros rabiosos, esquizofrénicos con alma cándida que pretende curar el dolor de estómago de su progenitor a navajazos, curas disolutos que prefieren callar su pecado a impedir que dos hermanastros se casen... no eran las más apropiadas para que las escuchara una niña de cinco años, pero yo las recuerdo con mucho cariño.

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