domingo, 29 de enero de 2012

En busca de la felicidad

Hoy era el cumpleaños de un amigo y para celebrarlo nos ha invitado a un grupo a comer en su casa. Ninguno de los que reuníamos allí éramos del mismo gremio. Estábamos un bombero y su pareja que era enfermera, una profesora y su pareja que trabajaba como dependiente en una floristería, mi amigo que es ebanista y yo, que soy arquitecto. Por supuesto, se habló de muchas cosas. Mientras tomábamos el postre (tarta de tiramisú bañada con cera de vela de cumpleaños, según el cocinero-ebanista-cumpleañero), hubo un concurso que nadie de los presentes, por desgracia, ganó: ¿qué profesión te permite no tener ninguna preocupación? ¿qué profesión te permite levantarte por la mañana -o por la noche-, ir a trabajar y saber que no podrás "cagarla" o ser acusado de un error real o ficticio? Todos giramos la cabeza hacia el dependiente de flores.

- Las flores son como cachorrillos que necesitan de muchos mimos y cuidados y no todas las personas están capacitadas para ello. Compran una maceta, se les muere al cabo de dos semanas y me vienen con el tiesto exigiéndome que les devuelva los cinco euros que les costó un cactus que ha terminado pocho anegado en agua.

El bombero alegó que siempre los acusan de llegar demasiado tarde (aunque sólo hayan transcurrido dos minutos desde la llamada a su aparición). 

La enfermera, durante su última guardia, una paciente con problemas psíquicos le había vomitado encima a posta. Y hace dos años estuvo a punto de cargar con la culpa de haber administrado un medicamento erróneo a un paciente.

El ebanista, su último problema: había construido un armario para el hueco que queda bajo una escalera. Cuando fue a cobrarlo se encontró con el disgusto de los clientes. La puerta estaba descolgada y había rayado el parquet. Estaba convencido de que los hijos de su cliente se habían columpiado en la puerta, pero como eran buenos clientes, no le quedó más remedio que cambiar las bisagras y reparar el parquet.

La profesora aseguró que cuanto más incapacitado estaba un niño para estudiar y más vago demostraba ser, mayor era la oposición de los padres a aceptar las calificaciones de su retoño. A veces, incluso había estado tentada a aprobar a algún inepto, sólo por evitar enfrentarse de nuevo con los padres furibundos. 

Yo: mis clientes parecen obstinados en no hacer caso de las sugerencias y hacerme diseñarles las viviendas más incómodas e inapropiadas posible. 

Llegamos a la conclusión de que siempre que haya que enfrentarse a otro ser humano, el trabajo, tendrá la capacidad de amargar la existencia, aunque sólo sea momentáneamente. 

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu comentario y además es muy oportuno porque siempre pensamos que el trabajo de los demás es un chollo. Yo he sido profesora, ilusionada hasta la jubilación, y he disfrutado en muchas siuaciones pero sufrí también cuando la respuesta de los alumnos y sobre todo la de los padres no era razonable. Pero veo que mis amigos, mis hijos y otros profesionales tienen que aguantar "su vela" como los demás. Nadie se libra.
    Te felicito, amiga.

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  2. Muchas gracias por tus palabras.
    No, nadie se libra, ni siquiera las limpiadoras. Hoy lo comentaba con la que suele venir a limpiar el estudio. Ella también tiene que "aguantar su vela". Dice que limpia las escaleras de algunos bloques y que siempre existe el vecino que la acusa de limpiar mal o el vecino que se pone a subir y bajar escaleras por el simple hecho de molestarla.

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