martes, 27 de septiembre de 2016

La buena estrella

Cuenta el señor Giraldo que la primera vez que pisó un hospital español se sintió muy importante y querido porque la sala de espera de urgencias estaba atestada y a él le dieron preferencia. El señor Giraldo es colombiado (y español ahora) y capaz de hundir una puntilla de un sólo martillazo en la madera más dura. En aquella ocasión, el señor Giraldo tenía un agujero que le atravesaba el muslo. La herida escupía sangre como hacen las de los moribundos en una mala película gore. La misma herida que Paquirri, le gusta presumir al señor Giraldo. Incluso, sin ningún pudor, se baja los pantalones y enseña la cicatriz, un doble ombligo enfrentado y un costurón, para fardar de lo cerca que estuvo de la muerte. 

Lo operaron de urgencia, y al despertar, estaba rodeado por policías que le preguntaban, para su sorpresa, por la persona que le había disparado. La herida se la produjo en una obra: una barra corrugada cayó de un piso superior y, al rebotar en el suelo, la mala fortuna hizo que se le hincara en el muslo. Hoy día el señor Giraldo sabe que no hay que sacar los objetos de las heridas; aunque él no piensa que se deba al peligro de desangrarse o producirse más daños; él piensa que es para facilitar a los sanitarios saber qué produjo la herida.

Esta mañana el encofrado de un muro ha cedido bajo la presión de 3.00 m³ de hormigón recién vertido. Sólo el azar no ha querido que ocurra una desgracia. En cuanto el hormigón fue retirado, fuimos a celebrar nuestra buena estrella y, por supuesto, entre cerveza y cerveza cayeron historias de cuando el azar no ha sido tan benévolo. 

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