viernes, 30 de septiembre de 2016

De la misma consistencia que una pompa de jabón

Cuentan mi madre y mis tías que fue una suerte que Bobo muriera el mismo día que mumá Dolores porque la pena por el animal disimuló la indiferencia que sentían por su abuela. Bobo era un perro color café con leche, de pelo muy corto, pequeñajo de tamaño y de inteligencia. Aseguran que era capaz de tirarse una hora completa persiguiendo su propio rabo, y que tenía tendencia a comer cualquier cosa inerte, incluida la pata de una vaca dormida. Por supuesto, terminó sufriendo más de una coz. Quizá lo querían porque el animal les proporcionaba más de una anécdota en un lugar aislado del resto del mundo. 

La personalidad de mumá Dolores era cortante como una navaja de afeitar. Nadie le enseñó que hay algunas cosas que no deben decirse. Su aspereza y la convicción de tener todo el derecho a imponer su voluntad a quienes vivían bajo su ala, hace comprensible que muy pocos la recuerden con cariño. 

Mi madre asegura que toda la familia heredó la personalidad de mi bisabuela, pero que la necesidad de cariño que padecimos durante nuestra adolescencia nos ha amaestrado para disimularla. También mi sobrina heredó esta personalidad arisca. A su propia madre, mi cuñada, le choca: Con lo seca que es esta niña, no sé cómo tiene amigos. Y sin embargo, siempre está rodeada por un séquito de amigos que suplen la falta de hermanos. 

Como imagen de WhatsApp en el teléfono personal suelo poner la fotografía de mi sobrina. La cambio casi todas las semanas. Es la única niña en mi familia directa y le rendimos pleitesía desde que nació. El hijo adolescente de mi amiga sevillana se ha enamorado de la imagen dulce y angelical, de enormes ojos azules, de la niña. Inventa excusas para llamarme y hablar de ella. Sus personalidades son completamente antagonista. Si se conocieran, sería como un tiburón merendándose un boquerón. Pero no lo persuado, no destruyo la idea que tiene de su personalidad; ya se ocupará de hacerlo el tiempo. Qué extraño es el amor. 

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