jueves, 1 de septiembre de 2016

El sillón

Cuando era pequeña, en el porche delantero de la casa teníamos dos sillones muy pesados hechos con la madera de las cajas de armamento y tubulares cuadrados. Las maderas de los sillones estaban pintadas con colores muy brillantes. Azul los nuestros, rojos, naranjas o celestes los de las casas colindantes. Me gustaban aquellos sillones y su ubicación. Apoyaba la espalda en el asiento y el trasero en el respaldo y me tiraba infinitos minutos mirando las nubes desplazándose. Si alguien me veía, me gritaba: Que se te va a bajar toda la sangre a la cabeza. Pero no les hacía caso porque imaginaba que las consecuencias de írseme toda la sangre a la cabeza sería un géiser rojo brotando de mis fosas nasales, y eso molaba. 

Creo que esos sillones azul brillante y el sillón de lectura que tenía en el piso de Barcelona, han sido los únicos objetos que he echado de menos. Ni muñecos, ni peluches, ni almohadas, ni ropa... 

Mi sillón de lectura del piso de Barcelona era grandioso. Uno de esos sillones que esperas ver en la biblioteca de una película ambientada a finales del siglo XIX, de piel, un respaldo muy alto y orejeras. Es verdad que estaba viejo, pero eso lo hacía aún más apreciado. Mi índice, intuitivo e independiente, hurgaba en un agujero que tenía la piel en el brazo derecho mientras mi mente estaba perdida entre las páginas de algún libro. De vez en cuando reparaba aquel agujero para que el brazo del sillón, relleno de borra y espuma alrededor del esqueleto de madera, no terminara destripado del todo. 

Mi cuñada, que ha estado de okupa en nuestro piso durante unos meses, preguntó cuánto le costaba tapizarlo. Pero acaba de descubrir Ikea y vio que le salía más barato comprar uno nuevo. Ahora, donde estaba mi magnifico sillón, hay un armatoste que parece una tumbona y que al reclinarse en ella, sientes la necesidad de abrir la boca a la espera de la aparición de un dentista. 

Ya no leo ahí. Ahora lo hago sentada en el suelo, metida en el hueco que hay entre las estanterías y un pilar. Al menos, el nuevo sillón es bueno para echarse la siesta. 

5 comentarios:

  1. Vuelves a Barcelona?
    A lo tonto llevo ya varios años leyendo este blog y enterándome de las peripecias de traslados y trabajos. Aunque esto de los blogs es bastante engañoso porque se cuenta solo una pequeña parte, como es lógico, me da la sensación de que os va cada vez mejor, y me alegro mucho.
    saludos

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    1. Sólo hemos estado dos semanas. Tenemos allí un piso y fuimos a ordenarlo un poco y a ver a mi suegro que anda algo pachucho de salud (nada grave).

      Sí, por fortuna la cosa comienza a ir mejor que hace un año, en la provincia de Málaga mejor que en Granada, aunque hace unos meses la cosa parecía haber despegado por completo pero ahora, por culpa de la falta de gobierno, y debido a que la mayoría de nuestros clientes son extranjeros, la cosa ha vuelto a pararse un poco.

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  2. Esta historia me ha recordado que, hace años, en el porche de mi casa (ya no la habito) disponía de una mesa y cuatro sillones de hierro forjado, todo muy artístico, pero muy pesado.
    Un día mi hijo dejó la bicicleta amarrada a uno de los sillones. Robaron la bicicleta, sillón incluido y la portaron en una pequeña moto, según algunos testigos. Por más indagaciones, aparte de la habitual denuncia, no conseguimos dar con el paradero de lo robado. Un cabreo tremendo pero, al mismo tiempo, admiración por la audacia, desenvoltura y fuerza para el manejo.

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    1. Es que los cacos, cuando se empeñan en algo, arrasan con todo. Hay un vídeo en Youtube en el que cortan un árbol para robar un bicicleta, en China, con una sierra manual (en una película ocurre lo mismo pero con una sierra eléctrica, tipo la Matanza de Texas).

      A mis hermanos también le robaron una bicicleta. Estábamos acostumbrados a vivir en bases militares y destacamentos, donde no era necesario tener cuidado con las cosas porque no había robos. Cuando nos mudamos a vivir a Málaga, en una casa adosada, mis hermanos dejaban la bici atada con un pitón a la reja que perimetraba un pequeño jardín que tenía las casas. Nunca supimos cómo la pudieron robar porque la reja estaba intacta y una cadena tipo pitón es prácticamente irrompible. El caso es que la bicicleta desapareció y a nosotros se nos quedó cara de memos.

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    2. Es que los cacos, cuando se empeñan en algo, arrasan con todo. Hay un vídeo en Youtube en el que cortan un árbol para robar un bicicleta, en China, con una sierra manual (en una película ocurre lo mismo pero con una sierra eléctrica, tipo la Matanza de Texas).

      A mis hermanos también le robaron una bicicleta. Estábamos acostumbrados a vivir en bases militares y destacamentos, donde no era necesario tener cuidado con las cosas porque no había robos. Cuando nos mudamos a vivir a Málaga, en una casa adosada, mis hermanos dejaban la bici atada con un pitón a la reja que perimetraba un pequeño jardín que tenía las casas. Nunca supimos cómo la pudieron robar porque la reja estaba intacta y una cadena tipo pitón es prácticamente irrompible. El caso es que la bicicleta desapareció y a nosotros se nos quedó cara de memos.

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