miércoles, 24 de septiembre de 2014

Los últimos salvajes

No soy inocente. Hace tiempo pasé una temporada de gili-vegetariana. Lo de gili, porque lo hacía más por considerar que era algo que me hacía mejor a la mayoría de las personas que por convicción. He tenido muchas etapas gili-loquesea de las que me ha costado salir. En esa etapa consideraba que todo animal era sagrado y hasta procuraba evitar la muerte de los más repugnantes de los bicho: las cucarachas. Intentar atrapar una cucaracha con un folio y tirarla por la ventana es una misión imposible (lo comprobé decenas de veces -mi etapa de gili-vegetariana coincidió con los primeros años de carrera y la obligación de compartir pisos de estudiantes que tenía más habitantes de pocos centímetros que de metro y pico).

Ahora tengo otras prioridades y soy capaz de disfrutar hincándole el diente a una pechuga de pollo o permitir que se me deshaga en la boca un trozo de solomillo encebollado. Aunque procuro no hacer daño a ningún animal si puedo evitarlo. Prefiero dejar abierta la ventana para que se escape un moscardón que ha tomado por suya nuestra casa, que recurrir al insecticida. Pero tampoco ando buscando como loca en la sección de perfumería del supermercado, todas las cremas y champús que tengan dibujado un conejito a pesar de afirmar que han sido Testado dermatógicamente. Me pregunto si la alternativa ha sido probarlo sobre la piel endurecida de una mujer de la India o un indigente de cualquiera de nuestras calles. 

La mayoría de nosotros evolucionamos a medida que crecemos; y nuestra sociedad evoluciona a medida que tiene más conocimientos. 

Estos últimos días hemos tenido en toda la prensa la polémica del toro de la vega de Tordesillas (un grupo de energúmenos se dedican a lancear a un toro hasta su muerte). Tenía curiosidad por conocer las razones que tenían quienes están a favor de esa salvaje celebración. El toro no sufre, sin fiestas como esa el toro de lidia no existiría o estaría en peligro de extinción, lo quiere el santo, siempre ha sido así... bla, bla, bla... las mismas excusas y sinrazones que quién intenta defender las corridas de toros (me parece un insulto que se las denomine fiesta nacional). 

Como ya dije, evolucionamos como sociedad. De nada servirán las pataletas (o lanzamiento de piedras) de quienes se divierten con el sufrimiento de los animales. Dentro de poco esas fiestas salvajes pasarán a la historia, al igual que pasaron los sacrificios humanos a los dioses o las peleas hasta la muerte de los gladiadores. Protestar puede que sirva para que la fiesta de Tordesillas derive, entre los participantes, hacia un lanzamiento masivo de merengues (las piedras duelen mucho). 


2 comentarios:

  1. Lo que argumentas está en tela de juicio, la verdad. Tienes razón, evolucionamos a medida que crecemos, y la sociedad evoluciona sólo si está expuesto a conocimiento, esté dispuesto a aceptarla, y se comprometa al cambio. Para nuestra desgracia, hay un poder oculto, implícito, que ha intentado desde siempre alejarnos del conocimiento, y por ende del principio necesario para la evolución de la sociedad.

    Respecto al salvajismo, al menos desde mi punto de vista, no es cuestión de evolución, sino cuestión de genética. Hay gente que disfruta de maltratar, a pesar de que nunca ha visto ni sufrido maltrato; otros que siempre fueron maltratados, cuando les toca hacerlo simplemente no lo hacen porque quieren romper el círculo; y otros que siempre tendrán una excusa para hacer lo que quieren.

    En lo personal, era muy maltratador de animales, pero cambié tras conocer a mi primera novia, una animalópata compulsiva. A pesar de ello, tampoco es que me dé dolor comerme un pollo, un asado de perro, o una sopa de gato.

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    1. Hace mucho tiempo vi una película. No recuerdo el título ni el argumento. Sólo recuerdo una escena: dos mujeres soldado norteamericanas en un mercado de Vietnam. En un puesto venden perros y una de ellas escoge uno muy pequeño. Las dos soldados hablan distraídas, mientras la vendedora le prepara lo que ella cree que va a ser su mascota. Cuando la vendedora le entrega una bolsa, la soldado se queda muy extrañada, mira en su interior y grita: dentro estaba el perrito que había escogido muerto y despellejado.

      No me imagino comiéndome un bicho que sirva de mascota (un gato o un perro). Aunque mis primos tuvieron un pato de mascota (Lucas se llamaba) y terminó en la olla. Eso de la cocina, es más bien cultural. En algunos países se burlan de los franceses porque comen caracoles y en otros es impensable que le hinquen el diente a los conejos.

      Individualmente supongo que siempre existirá el energúmeno que crea que patear a un perro o hincar una lanza a un toro, es divertido, pero socialmente avanzamos y hacemos leyes que todos deben cumplir (tal vez sea una ingenua por pensar esto).

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