miércoles, 24 de septiembre de 2014

El misterio del libro sin dueño

En el piso que ocupó durante un tiempo la dueña de Mambrú y ahora una familia sudamericana (he decidido que son colombianos porque la única señal de vida que dan es el aroma a café con el que llenan de vez en cuando la escalera del bloque), vivió durante un tiempo un señor mayor que tenía la costumbre de echarme en el buzón algún libro adquirido en la tienda de segunda mano que hay en la calle San Jerónimo o los que conseguía gratis al comprar el periódico los domingos. Al hombre se lo llevaron sus hijas. Tenía por lo menos cinco, y, aunque ya eran mayores, se adivinaba que habían sido guapas. Las medallas, cruces al cuello, costumbre de persignarse antes de pisar la calle, y la piara de criaturas con la que habían contribuido a la maltrecha natalidad de este país, delataban una religiosidad extrema. El anciano murió y las hijas, en el funeral, no respetaron su ateísmo. Tampoco creo que importe mucho porque esos rituales sólo sirven para consolar a quienes siguen en este mundo. 

El jueves por la mañana olvidé durante un minuto que el anciano había muerto: volví a encontrar un libro en mi buzón. Diferente a los que mi vecino solía regalarme. Tan grueso y grande que las tapas se habían raspado al forzarlo a entrar por la estrecha ranura. Magia e Inquisición en el Antiguo Reino de Granada, de Rafael Martín Soto. 

Al principio supuse que había sido un error. El bloque está lleno de estudiantes. Puede que se lo quisieran devolver a su legítimo dueño y se equivocaran de buzón. Lo dejé en la repisa donde se amontonan las cartas con direcciones incompletas o de antiguos vecinos. Cuando volví a pasar por el portal, alguien había arrojado el libro en la papelera. Durante dos días acumuló polvo en el taquillón, cerca de la puerta, a la espera de su dueño. Fue Guille quien lo trajo hasta el sofá, que es nuestra barca en mitad del océano. En las últimas páginas el libro trae un listado bastante completo de procesados por brujería. Guille buscó a sus posibles antepasados, y no encontró ninguno. Yo hice lo mismo. Hay dos Osorio, sólo uno de ellos es mujer. Elvira Osorio de Baeza, procesada por judaizante y castigada con un sambenito y cárcel perpetua. 

Si aparece el dueño, espero que sea dentro de unos días porque la curiosidad me ha vencido y lo estoy leyendo; aunque lo más probable es que nunca me llegue a enterar de la historia de ese libro, de cómo y por qué ha llegado a mi buzón.


4 comentarios:

  1. Como buen chino, crédulo de cosas como que los monos son la evolución de las rocas, tras absorber suficiente energía solar y lunar, ese libro me da mala espina, como un mal presagio que indica la llegada inminente de algo maléfico. O tal vez sea por ver tantas películas chinas sobre fantasmas y espíritus.

    En mi ciudad, por lo general, un paquete entregado en el sitio equivocado, un paquete olvidado, un paquete puesto sobre un sitio común, es sinónimo de paquete desaparecido. Por ello, la gente envía sus encomiendas con empresas especializadas, en donde la entrega se hace personalizada, contrastando la identidad de la persona, y exigiendo su identificación y firma. Tengo que vivir la experiencia de no tener que preocuparme por todos los posibles timos que se puedan suscitar de cualquier circunstancia.

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    1. Nosotros también utilizamos la mensajería privada, pero, principalmente, porque suelen ser más rápidos (o en teoría, que en una ocasión quisimos enviar un paquete de Barcelona a Granada y confundieron la dirección de remitente y destinatario y cuando llegó a Granada lo enviaron de nuevo a Barcelona). El paquete estuvo una semana en el limbo, completamente perdido. Menos mal que pudimos recuperarlo porque era una documentación importante.

      Al final el misterio ha sido desvelado. El libro era de mi vecino de abajo. Se lo he pedido prestado para terminar de leer. Lo más curioso es que me enteré que era suyo porque lo escuché hablando por teléfono en el ascensor y lamentándose de haberlo perdido.

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  2. Me encanta ese tipo de libros. Tampoco hubiera resistido la tentación de leerlo.
    A ver si en vez de colombianos son suecos o finlandeses. Hasta hace poco no sabía que son de las naciones de mas consumo de café del mundo. Por lo menos de los suecos doy fe, al menos basándome en novelas de autores de ese país que estoy leyendo últimamente. Ya en la página 20 han surgido ocasiones para tomarse treinta cafés. Algo así como en las antiguas novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Por la página 15, ya llevaba el "bueno" 20 muertos de los "malos" por el tino de su revolver.

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    1. Sospecho que son sudamericanos mis nuevos vecinos porque llaman de usted a los niños pequeños y por el acento (pero soy torpe e incapaz de reconocer de qué lugar exacto, y tampoco tengo confianza para preguntárselo y salir de las dudas).

      Curioso el dato de los finlandeses y suecos. Siempre imaginé que por esos países eran más de beber chocolate.

      Lo de los cafés en esos libros debe de ser semejante a los güisquis que Pepe Carvalho (el detective de Manuel Vázquez Montalbán) se tomaba en muy pocas páginas. Cualquier de nosotros, con la mitad que bebía ese personaje, habríamos terminado en un coma etílico.

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