viernes, 5 de septiembre de 2014

El alma en los pies

Cometí el error de comprar en papel los libros que se publicaron con la salida del Código Técnico de la Edificación. Me gusta llenar las normativas de post-it, indicando las páginas que voy a utilizar más, como las que atañe a las viviendas unifamiliares. Ahora esos libros, en los que supuestamente no me gasté mucho porque los ofertaba un colegio de arquitectos -en este momento se pueden, y deben, conseguirlos completamente gratis en la red- sólo servirían para engordar la panza del contenedor de papel reciclado. Desde origen el código técnico era tan malo que han tenido que hacer mil rectificaciones e incluso completar los artículos con explicaciones y comentarios, por lo ambiguas y abiertas que eran. No he visto normativa más pésima: lenguaje árido que obliga a tener los cinco sentidos al leerla -y aún así, hay párrafos que resultan incoherentes y farragosos-; normativa tan  incompleta que los propios bomberos nos remiten a las normativas francesas para evitar la propagación de incendios por el exterior de las fachadas; normativa tan incompetente, que nos obliga a consultarla estando frente al pc para poder averiguar qué dice algunas de las UNE, EN o ISO a las que constantemente hace referencia. La confianza en mis compañeros de profesión me hace sospechar que ninguno de ellos ha intervenido de forma directa en su redacción (para nosotros, pero sin nosotros -los arquitectos-). 

Me estoy leyendo por enésima vez la normativa porque nos han pedido que seamos asesores en un proyecto de actividad: quieren cambiar el uso de una nave industrial en un salón de eventos tipo comuniones y bautizos (para bodas resultaría muy pequeño porque el aforo no supera las 200 personas). Nosotros sólo asesoraremos la parte técnica. Para la parte estética, han contratado a una diseñadora de interiores que, después de la primera reunión, obliga a preguntarse si con algunas profesiones no proporcionarán cantidades ingentes de obcecación: menosprecia las necesidades y gustos del cliente, no repara que está diseñando un salón para eventos en un pueblo, y no en una gran ciudad, considera sólo válido su punto de vista estético (todos consideramos de gran belleza un olivo que hay en el patio de la nave, y que sería muy bonito si se abriera un hueco en el muro que lo enmarcara, como si fuera un cuadro a tamaño real; ella piensa que el olivo es un árbol muy cateto). 

Es curioso cómo vemos el resultado cada uno de nosotros. La hija del promotor, como un tanatorio; el socio del promotor, como un búnker; el propio promotor, como una ruina (fue quien dijo que se le caía el alma a los pies cuando vio la presentación); yo, como una ratonera (la diseñadora se obstina en no poner más salidas para evacuación -como si importara más la estética de un edificio que su seguridad-; las que ahora existen, están justo a la cocina, posible origen de los incendios-). 

Menos mal que este fin de semana vuelve Guille, si no, estaría muy frustrada, e incluso cabreada. 

2 comentarios:

  1. La verdad es que en la oficina apenas hay una normativa impresa, que fue comprada debido a que nadie se dignó a transcribir y/o publicar la versión digital de manera decente (dicha versión es un escaneo del original impreso del año 1988, torcido, borroso y pesado). El resto de las normas, nacionales e internacionales, las tenemos en digital, en tres laptops y en la nube. Las razones se deben a a tacañería (para qué comprar si se puede conseguir gratis), ahorro de espacio y versatilidad para la búsqueda.

    Respecto al punto de vista de una construcción, me recuerda una de tus entradas, la que dice "qué pasaría si..." En lo personal, prefiero un lugar acogedor y seguro, que un sitio donde hay que procurar no ensuciar ni prender candela.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aquí las normativas de los pueblos, en la actualidad, es muy vieja, alguna de esa misma fecha: 1.988. Lo paradójico es que hace unos años trabajábamos con una normativa mucho más actual; pero se ha revocado por culpa del ladrillazo. En esas normativas se aceptaba edificar verdaderos monstruos dentro de los pueblos (edificios de hasta cuatro plantas rodeados de viviendas de dos plantas) y en lugares que por su situación: cerca de un río, ladera o terrenos inseguros, era como ponerle una pistola cargada en la sien de los habitantes (algo se ha ganado, aunque sea gracias a dar un paso atrás).

      Al final ha habido suerte y el promotor ha despedido a la diseñadora, aunque creo que no le ha devuelto el adelanto que le entregó. Al principio el edificio parecía un nave industrial revestida; ahora se han abierto muchas puertas al exterior y se ha proyectado jardines y una zona donde se podrán poner mesas en una explanada con toldos, aumentando el aforo. Puede que ahora ya no resulte un edificio tan estético como antes, pero al menos el promotor y su socio están felices porque pueden hacer contrataciones para más personas; la hija del promotor también está más feliz porque desde origen tenía la idea del jardín y ya se ha pasado por todos los viveros de la zona para ir buscando plantas y yo, creo que soy la más feliz de todos, porque desde cualquier punto dentro del edificio, a pocos metros, hay una salida.

      Eliminar