martes, 9 de septiembre de 2014

El que ríe el último...

Dicen que los niños son inocentes por naturaleza, pero yo estoy convencida de todo lo contrario: nacemos salvajes y poco a  poco nos vamos civilizando. 

Cuando era pequeña y los adultos pensaban que nada nos podía ocurrir en un lugar atestado de soldados, sin percatarse que, principalmente, eran el mayor peligro que corríamos porque nos permitían participar en sus juegos, siendo ellos adolescentes tardíos y nosotros sólo niños. Pero sabíamos defendernos. Recuerdo , en concreto, una broma que le gastamos a un soldado de acento muy fino y tan tieso que parecía que su esqueleto no tuviera articulaciones. Teníamos que vengarnos porque se rió de uno de nosotros, de El Abuelo, apodo que se ganó por ser el mayor, aunque no llegaba a los 14 años. El soldado le dio a probar un sorbo de whisky y El Abuelo estuvo a punto de echar hasta el hígado por culpa de la tos que le entró.

La broma la estuvimos preparando durante días. Le advertimos de lo peligrosas que eran las culebras grises. Todas las cicatrices que teníamos (que eran bastantes) la achacamos a mordeduras de alguna bicha que había aparecido sorpresivamente entre la ropa del armario o las toallas de la ducha. Cuando supimos que estaba suficientemente advertido, fuimos a buscar media docena de culebras (no encontramos más) entre unas rocas que había junto a la alambrada que nos impedía acercarnos a la cueva donde se guardaba el armamento caducado de otras bases aéreas y destacamentos. 

Sólo nos quedaba esperar, bajo la lluvia incesante de los frutos maduros, blancos y enormes de una morera que había a las puertas de los dormitorios de la tropa. El soldado cubrió todas nuestras expectativas. Fue capaz de salvar 24 escalones de dos saltos, mientras chillaba como si lo acabaran de capar. Reímos, crueles e insensatos. Hoy día ninguno de los que estábamos allí lo habríamos vuelto a hacer por culpa de todo lo que hubiera podido salir mal (desde una mala caída al huir el soldado, a un infarto por el susto), y también porque la vida nos ha ido enseñando que esas pequeñas venganzas no sirven para mucho.

He recordado esta broma cruel porque hoy (o ayer, o anteayer, programo las entradas, pero en realidad no se cuándo salen publicadas) en el periódico Ideal, venía una broma bastante elaborada y que sólo hace gracia si no eres la víctima.

4 comentarios:

  1. Yo también creo que lo de la inocencia de los niños es un mito. Los niños no son inocentes, sino inconscientes, que no es lo mismo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué alegría volver a verte por aquí, Ángela.

      Tienes razón, son más inconscientes que salvajes. Recuerdo a mi sobrina, cuando apenas tenía un año y poco de edad, empujando al gato de su tío desde la mesa donde ambos (niña y bicho) estaban subidos. La niña se desternillaba de risa tras el chupete al ver al animal caer de pie. Ni se le pasaba por la imaginación que pudiera hacerle daño. Ahora, por supuesto, no lo haría.

      Eliminar
  2. Yo también opino que los niños son crueles, pero unos mas que otros. Recuerdo en mi lejana infancia, como algunos apedreaban sin piedad a los perros callejeros. Crueldad que jamás cometí.
    Genial esa travesura de las culebras, o bichas como se decía por Andalucía y Extremadura. Genial y valiente,yo no me atrevía a tanto. En todo caso perseguirlas con un palo, pero me aterraba cogerlas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En mi casa siempre se llamó bichas a las culebras porque mi madre les tenía tanto miedo que ni las mencionaba (creo que ya se le pasó).

      La broma fue mucho más cruel. Alguien dijo que sólo habíamos metido cinco y, al encontrar seis, pensaron que podía haber muchas más. Creo que los soldados tardaron mucho en poder dormir tranquilos. Lo más curioso es que no nos castigaron por hacerlo, tampoco recuerdo que nos regañaran.

      Eliminar