sábado, 29 de julio de 2017

El odio

Uno de los conductores militar que me llevaba al colegio los lunes de madrugada, me solía preguntar: ¿Qué tienen todos los coches y que, sin embargo, no les sirve de nada? La respuesta es el ruido. Pero, después de reflexionar, creo que estaba equivocado: ¿cuántos atropellos habrá evitado el ruido? 

Voy a la casa de mi madre donde siempre está puesto en la televisión un programa muy aburrido de gente famosa por pura endogamia. Los mismos que critican a los que llaman fea a la hija de Belén Esteban, acribillan a preguntas a una señora con evidentes muestras de estar colocada por la medicación. Mi madre me explica: Es la mujer de Jesulín. Está enferma, en una clínica mental malagueña. Lo de mental lo había deducido porque esa mujer tiene el mismo rostro impávido que mi madre mantuvo durante la mayor parte de diez interminables años. A esa mujer con algún problema mental está bien que no la protejan porque los personajes del programa de la farándula han enseñado a su público a odiarla. 

¿Sirve para algo el odio? La evolución, supuestamente, sólo deja lo que nos hace más fuertes ante la supervivencia. ¿Por qué odiamos? 

Una de mis amigas del grupo de las divorciadas aseguraba que antes de separarse de su marido llevaba meses odiando incluso su respiración. Casi siempre comía con los auriculares puestos -escuchando conferencias, le decía a su marido para no ofenderlo- porque estaba convencida que le arrojaría la comida a la cabeza por su forma de masticarla. Se divorció, se echó un novio y tuvo una hija con él. Volvió a separarse. Algo productivo sacó: la niña. Ahora ya no odia a nadie. 

¿Odio a alguien? Debería odiar a Guille por su forma de dejarme, pero la tristeza por saber que el Guille al que quise ya no existe, es como si hubiera muerto, lo invade todo y no me permite odiarlo. 

Sí odio a los políticos. A los nacionalistas por querer imponerse sin importales lo que pensamos sus ciudadanos (el referéndum es una tomadura de pelo unilateral que servirá para gastar un pastón de los impuestos). Y a los otros, por tardar tanto en atajar un problema que está causando problemas económicos en Cataluña (supongo que lo harán a posta, para meterse en el bolsillo a los empresarios catalanes). 

¿El odio nos hace más productivos? ¿Es realmente necesario, o se trata de un apéndice que la evolución aún no ha tenido tiempo de desprendernos totalmente de él?

2 comentarios:

  1. Hola beka! Tiempo sin escribirte, aunque te sigo leyendo.

    El odio a mi parecer es un instinto primitivo, que intenta alejarnos de aquello que nos hizo o pudiera hacernos daño, pero que a diferencia del miedo, nos coloca en "activo" .

    Yo como soy más tranquilo que la mandíbula superior, no me doy la molestia de odiar a alguien en particular. Y si alguien me odia, que pase su doble trabajo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué alegría verte, aunque sea por el submundo de Internet.

      Es verdad que una de las cosas más divertidas de ser odiado por alguien, es mostrarse indiferente. Al odio se le añade la ira.

      Lástima que la productividad del odio casi siempre sea negativa.

      Eliminar